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Al caer sobre las almohadas de la cama de Qhuinn, Blay se sintió como si la cabeza se le desprendiera del cuello. Todo estaba fuera de control, pero tampoco quería poner ninguna clase de orden: mientras subía y bajaba las caderas, su polla entraba y salía de la boca de Qhuinn…
Gracias a Dios las luces estaban apagadas.
Pues las sensaciones ya eran demasiado y agregarles el contacto visual sería casi un suicido. Así no sería capaz de…
El orgasmo que lo golpeó lo dejó sin aire, su cuerpo se tensionó de pies a cabeza, su polla se sacudía con fuerza. Y mientras se corría de manera espasmódica, la boca de su amante seguía realizando su trabajo a la perfección; joder, la succión hacía que la eyaculación se prolongara y se prolongara entre grandes oleadas de placer que bañaban su cuerpo desde el cerebro hasta los testículos, lanzándolo a otro plano de la existencia…
Sin advertencia previa, Blay sintió que le daban la vuelta con brusquedad, como si no pesara nada. Luego sintió un brazo que se introducía bajo su pelvis y lo obligaba a arrodillarse. Hubo una breve pausa, durante la cual lo único que oyó fue una pesada respiración detrás de él, un jadeo cada vez más acelerado y más intenso…
Blay oyó cómo Qhuinn llegaba al orgasmo y supo exactamente qué seguía después.
Aunque todo su cuerpo pareció derretirse por la excitación, Blay supo que tenía que prepararse cuando una pesada mano aterrizó sobre su hombro y…
La penetración fue como la marca de un hierro en llamas, brutal y ardiente, dirigida hasta su médula misma. Y Blay lanzó una maldición explosiva, pero no porque le doliera, aunque así fue; ni porque eso fuera algo que siempre había deseado.
No, maldijo porque tuvo la extraña sensación de que lo estaban marcando… y, por alguna razón, eso lo convertía…
Un siseo resonó en su oído y luego un par de colmillos se hundieron en su hombro, al tiempo que Qhuinn lo agarraba de las caderas y su torso quedaba ahora inmovilizado desde muchos lugares. Luego empezó el implacable martilleo, que hacía temblar sus dientes al tiempo que sus brazos tenían que sostenerlos a los dos, y sus piernas y su pecho soportaban el asalto.
Blay tuvo la sensación de que la cabecera de la cama estaba golpeando contra la pared y, por una fracción de segundo, recordó cómo se había mecido el candelabro de la biblioteca mientras Layla se sometía al mismo procedimiento…
Maldijo al pensar en ello. No se podía permitir recordar esa imagen, sencillamente no podía. Dios sabía que ya habría tiempo para pensar en eso después.
Pero ¿ahora? Lo que le estaba sucediendo era demasiado bueno para desperdiciarlo…
El martilleo continuaba y las manos se le resbalaron de las finas sábanas de algodón, por lo que tuvo que reacomodarlas, hundiéndolas en el colchón para tratar de mantenerse en su sitio. Dios, los sonidos que Qhuinn emitía, los gruñidos que reverberaban a través de los colmillos enterrados en su hombro, el golpeteo… sí, era la cabecera de la cama. Definitivamente.
Gracias a la presión que se acumulaba de nuevo en sus testículos, Blay tuvo la tentación de agarrarse la polla, pero no podía. Necesitaba los dos brazos para…
Sin embargo, como si le hubiese leído el pensamiento, Qhuinn le agarró la polla en ese momento.
Aunque no fue necesario ningún movimiento extra. Blay se corrió con tanta intensidad que empezó a ver estrellitas y, en ese mismo instante, Qhuinn también llegó al orgasmo, mientras sus caderas parecían detenerse una fracción de segundo, antes de retroceder unos centímetros para volver a hundirse en busca de otra explosión. Y, sí, rayos, la combinación de los dos eyaculando era tan erótica que volvía a empezar todo de nuevo: sin pausa para reponerse. Qhuinn simplemente retomó el bombeo y parecía como si el alivio del orgasmo solo hubiese aumentado su deseo.
El sexo fluía sin trabas y, a pesar de la fuerza que tenía en la parte superior del cuerpo, Blay terminó aplastado contra la cama, aferrado con una mano a la mesilla de noche para evitar golpear la pared con la cabeza…
Crash.
—Mierda —dijo con voz ronca—. La lámpara…
Pero al parecer Qhuinn no tenía ningún interés en los muebles. El macho solo agarró la cabeza de Blay y lo besó, al tiempo que aquella lengua perforada penetraba en su boca, lamiendo y succionando, como si no pudiera saciarse.
Mareado. Se sentía completamente mareado con todo aquello. En todas sus fantasías, siempre se había imaginado a Qhuinn como un amante feroz, pero eso estaba… a otro nivel.
Así, casi no reconoció su voz cuando se oyó decir con tono gutural:
—Muérdeme… otra vez…
Un terrible gruñido llegó hasta sus oídos desde arriba y luego otro siseo cortó la oscuridad, mientras Qhuinn cambiaba de posición y su enorme cuerpo se retorcía de manera que pudiera hundir los colmillos en la garganta de Blay.
Blay lanzó una maldición y tiró de un manotazo lo que quedaba sobre la mesilla, al tiempo que apoyaba el pecho en el lugar donde antes estaban los objetos y su piel sudorosa empezaba a chirriar contra el barniz de la madera. Luego sacó una mano, la apoyó en el suelo y se echó hacia atrás, con el fin de mantenerse estable mientras Qhuinn se alimentaba y lo follaba…
Todo eso innumerables veces, hasta que las almohadas terminaron por el suelo, las sábanas rasgadas, otra lámpara rota y, no estaba seguro, pero creía que también habían tirado el cuadro que colgaba sobre la cama.
Cuando la quietud reemplazó todo aquel despliegue físico, Blay respiraba pesadamente y todavía se sentía como si estuviera bajo el agua.
A Qhuinn le sucedía lo mismo.
La creciente mancha roja en la garganta de Blay sugería que todo había sido tan salvaje que no había habido tiempo para sellar la vena. No importaba. A Blay no le importaba, no podía pensar, no iba a preocuparse. La dicha que sentía era demasiado gloriosa para arruinarla y su cuerpo se sentía al mismo tiempo hipersensible y adormilado, ardiente y tibio, dolorido y satisfecho.
Joder, alguien iba a tener que lavar esas sábanas. Y Fritz sin duda tendría que encontrar un poderoso pegamento para esas lámparas.
¿Dónde se encontraba ahora exactamente?
Blay sacó una mano y tanteó a su alrededor; sintió la alfombra, el volante del edredón… y una cómoda. Ah, claro, estaba colgando bocabajo, lo cual explicaba la sensación que tenía en la cabeza.
Cuando Qhuinn finalmente se le quitó de encima, Blay quiso seguirlo, pero su cuerpo parecía demasiado interesado en jugar a ser un objeto inanimado. O quizás una pieza de tela…
En ese momento unas manos lo levantaron con delicadeza y lo acostaron sobre la espalda. Luego hubo más movimientos y Blay sintió que lo acomodaban contra las almohadas que alguien había vuelto a poner en su lugar. Por último, una manta ligera cayó sobre la mitad de su cuerpo, como si Qhuinn supiera que Blay estaba demasiado caliente para soportar una manta, pero ya empezaba a sentir un poco de frío, a medida que la capa de sudor que lo cubría se secaba.
Le quitaron el pelo de la frente y luego le volvieron suavemente la cabeza hacia un lado. Unos labios tan suaves como la seda besaron su cuello y después unos largos y lentos lambetazos sellaron los pinchazos que él había pedido y había recibido.
Cuando todo esto terminó, Blay dejó que Qhuinn le volviera la cabeza para que dirigiera su mirada hacia él. Aunque estaban completamente a oscuras, Blay sabía exactamente cómo era la cara que lo observaba: tenía las mejillas rojas, los párpados a media asta, los labios rojos…
El beso que selló su boca fue un beso de absoluta reverencia, un contacto no más fuerte que el del aire tibio que circulaba por la habitación. Era el perfecto beso de un amante, la clase de cosa que deseaba incluso más que el sexo ardiente que acababan de tener…
Pero en ese momento una sensación de pánico se apoderó de su pecho y resonó a través de su cuerpo.
Y sus manos saltaron por voluntad propia, apartando a Qhuinn.
—No me toques. Nunca vuelvas a tocarme así.
Inmediatamente después Blay saltó de la cama y aterrizó quién sabe dónde en la habitación. Tanteando a oscuras, se golpeó con varios muebles antes de orientarse gracias a la diminuta línea de luz que resplandecía bajo la puerta.
Levantó su bata del suelo y no miró hacia atrás al salir.
No podía soportar aquella escena.
Eso lo volvía todo demasiado real.
‡ ‡ ‡
Después de un rato, Qhuinn tuvo que encender las luces de su habitación. Ya no podía soportar la oscuridad.
Cuando la luz inundó el espacio, tuvo que parpadear y protegerse los ojos con una mano. Cuando al fin se hubo acostumbrado, miró a su alrededor.
La habitación era un caos. Un caos total.
Así que todo aquello realmente había ocurrido. Y era una ironía que, comparado con su cabeza, ese absoluto desastre pareciera un orden casi militar.
«Nunca vuelvas a tocarme así».
Ay, demonios, pensó mientras se restregaba la cara. No podía culpar a su amigo.
Para empezar, se había comportado con tanta delicadeza como un bulldozer. Una máquina de demolición. Un tanque. El problema era que aquello había sido demasiado para comportarse con paciencia: el instinto, tan puro como un combustible inflamable, lo había incendiado y toda la sesión había sido una especie de catarsis.
Ay, Dios, había marcado a Blay.
Mierda. Eso no era exactamente muy bueno, considerando que Blay ya estaba enamorado y en medio de una relación… Y que había regresado a la cama de su amante.
Pero, claro, cuando un macho copula con la persona que desea, en especial si es la primera vez, eso es lo que ocurre. Las cosas se descontrolaban en semejantes situaciones…
No era necesario decir que había sido el mejor polvo de su vida, la primera cópula de verdad, después de una larga historia de sexo. La cosa era que, al final, Qhuinn quería que Blay lo supiera y después de buscar infructuosamente las palabras, había decidido confiar en el contacto físico para que allanara el camino hacia la confesión.
Pero estaba claro que el macho no quería esa clase de intimidad.
Lo cual despertaba un segundo remordimiento, todavía más profundo.
El sexo por venganza no tenía nada que ver con la atracción; era sobre todo utilizar al otro. Y Blay lo había utilizado, tal como él se lo había pedido.
Ahí aquella sensación de vacío se multiplicó por diez. Por cien.
Sin poder soportar la emoción, Qhuinn se puso de pie y lanzó una maldición: la tensión que sentía en la parte baja de la espalda no tenía nada que ver con el accidente aéreo, sino con la gimnasia que había estado haciendo durante la última hora… o quizás más.
Mierda.
Al entrar al baño, dejó las luces apagadas pues tenía suficiente con el resplandor que llegaba desde la habitación para abrir la ducha. Esta vez esperó a que el agua se calentara, ya que su cuerpo no estaba en condiciones de aguantar otro impacto.
Era patético, lo último que quería era quitarse de la piel el olor de Blay, pero, al mismo tiempo, ese olor lo volvía loco. Dios, eso debía de ser lo que les pasaba a los hellrens de la casa cuando se sentían tan posesivos con sus hembras: tenía ganas de salir al corredor, irrumpir en la habitación de Blay y sacar a Saxton del camino. De hecho, le habría encantado que su primo los hubiera visto, solo para que aquel tío supiera que…
Para interrumpir esos saludables pensamientos, Qhuinn entró a la ducha y cogió el jabón.
Blay tenía una relación, se volvió a recordar… otra vez.
El sexo que acababan de practicar no tenía nada que ver con una conexión emocional.
Así que ahí estaba, en este momento de vacío, condenado por su propia historia.
Parecía que el destino le había vuelto a dar lo que se merecía.
Mientras se bañaba, Qhuinn pensó que el jabón no era ni la mitad de suave que la piel de Blay y tampoco olía tan bien. El agua no estaba tan caliente como la sangre del guerrero y el champú tampoco era tan relajante. Nada se acercaba a Blay.
Nunca.
Volvió la cara hacia el chorro de agua y abrió la boca; de pronto, sin saber muy bien cómo, se sorprendió rezando para que Saxton volviera a cometer una infidelidad, aunque eso era abominable.
El problema era que tenía el horrible presentimiento de que solo así Blay volvería a acercarse a él.
Cerró los ojos y regresó al momento en que había besado a Blay al final… un beso de verdad, con sus bocas encontrándose suavemente, en medio de la calma que seguía a la tormenta. Y no se vio expulsado de los límites que él mismo había establecido. No, en su imaginación las cosas terminaban tal como deberían haber terminado: con él acariciando la cara de Blay y encendiendo las luces con el pensamiento para poder mirarse el uno al otro.
En su fantasía, él volvía a besar a su mejor amigo, se echaba hacia atrás y…
—Te quiero —le dijo entonces al agua que caía sobre su rostro—. Yo… te amo.
Qhuinn cerró los ojos para soportar el dolor, sin saber cuánto de lo que rodaba por sus mejillas era agua y cuánto era algo más.