27
Blay se irguió amenazadoramente sobre Qhuinn, muy consciente de todo lo que lo rodeaba: la sensación de la mano de Qhuinn sobre la parte posterior de su pierna, la manera en que el ruedo de la bata rozaba su pantorrilla, el olor del sexo haciéndose cada vez más penetrante en el ambiente.
En muchos sentidos, eso era lo que había deseado toda su vida, o al menos desde que sobrevivió a la transición y tuvo los primeros impulsos sexuales. Este momento era la culminación de incontables sueños e innumerables fantasías, su deseo secreto hecho realidad.
Y era un acto sincero: no había ninguna sombra de duda en los ojos disparejos de Qhuinn. El macho no solo estaba expresando la absoluta verdad de su corazón, también estaba en paz con el hecho de mostrarse tan vulnerable.
Blay cerró los párpados por un momento. Esa sumisión era lo opuesto a todo lo que definía a Qhuinn como macho. Él nunca se rendía, nunca renunciaba a sus principios, ni a sus armas. Y nunca se entregaba. Pero, claro, todo el tema del avión tenía sentido. El hecho de enfrentar hace que uno vea las cosas de forma muy distinta y piense de una manera más… espiritual.
El problema era que él tenía la sensación de que aquello no iba a durar. Esa «revelación» estaba indudablemente atada a aquel viaje en avión, pero así como las víctimas de los ataques al corazón solían retomar sus malos hábitos alimenticios poco después del ataque, este nuevo comportamiento de Qhuinn probablemente no iba a durar mucho. Sí, él creía en lo que estaba diciendo en este significativo momento, no había duda de eso. Sin embargo, era difícil creer que sería algo permanente.
Qhuinn era quien era. Y pronto, después de que pasara el impacto, quizás por la noche, o tal vez a la semana siguiente, o quizás al cabo de un mes, retomaría aquella actitud distante y cerrada.
Una vez tomada la decisión, Blay volvió a abrir los párpados y se inclinó hacia delante. Cuando sus caras estuvieron cerca, Qhuinn abrió la boca y apretó el labio inferior como si ya estuviera saboreando lo que deseaba… y le estuviera gustando.
Mierda. El guerrero se veía tan magnífico, con ese poderoso pecho brillando a la luz de la lámpara, la piel cubierta por una capa de sudor producida por la excitación de su cuerpo y aquellos pezones perforados subiendo y bajando al ritmo acelerado de su sangre caliente.
Blay deslizó la mano por los músculos del brazo que los unía, desde el hombro hasta sus abultados bíceps.
Y entonces retiró aquella mano de su pierna.
Y dio un paso atrás.
Qhuinn palideció y su piel adquirió un color casi gris.
Todo sucedió en silencio porque Blay no dijo ni una palabra. No podía, su voz parecía haber desaparecido.
Luego buscó la salida con las piernas temblorosas y estuvo tanteando un momento en la puerta hasta que pudo reunir suficiente fuerza como para agarrar el picaporte y abrirla. Al salir, no supo si cerró la puerta de un golpe o sigilosamente.
Pero no llegó muy lejos. Apenas a un metro de aquella puerta, Blay se recostó contra la fría pared del corredor.
Jadeando. Estaba jadeando.
Y todo ese esfuerzo no parecía estarle sentando muy bien. La asfixia que sentía en el pecho empeoraba y de repente su visión fue reemplazada por una especie de tablero de ajedrez invisible que pintó todo de cuadrados blancos y negros.
Al darse cuenta de que estaba a punto de desmayarse, se acurrucó y metió la cabeza entre las rodillas. Y con la poca conciencia que le quedaba elevó una plegaria para que el corredor siguiera desierto. No quería que nadie le viera porque, ¿cómo iba a explicar el estado en que se hallaba? Estaba frente a la puerta de la habitación de Qhuinn, evidentemente excitado y temblando de pies a cabeza como si su cuerpo estuviese siendo azotado por un terremoto. ¿Qué pensarían si lo vieran?
—Por Dios…
«Casi muero esta noche… y eso le aclara a un macho muchas cosas. Allá arriba, en ese avión, mirando hacia la noche negra, no creí que pudiera lograrlo. Pensaba que iba a morir y, de pronto, se aclaró en mi mente. Me he dado cuenta de que quiero estar contigo».
—No —dijo Blay en voz alta—. No…
Se agarró la cabeza con las manos y trató de respirar de forma regular, de pensar racionalmente y de actuar en consecuencia. No podía permitirse el lujo de hundirse más en la miseria…
Aquellos ardientes ojos disparejos habían sido una ilusión.
—No —siseó.
Y mientras su voz resonaba dentro de su cráneo, decidió prestarle atención. No seguiría adelante. No podía.
Hacía ya mucho tiempo que ese macho le había roto el corazón.
Y no había razón para que también le rompiera el alma.
‡ ‡ ‡
Una hora después, quizás dos, o tal vez seis, Qhuinn yacía desnudo entre las sábanas frías, contemplando en la oscuridad un techo que no podía ver.
¿Acaso ese horrible dolor era el mismo que había sentido Blay? ¿Después de, por ejemplo, aquella escena en el sótano de la casa de sus padres, cuando Qhuinn estaba dispuesto a abandonar Caldwell y se ocupó de dejar bien claro que ya no habría más lazos entre ellos? ¿O tal vez después de aquella ocasión en que se besaron en la clínica y Qhuinn se negó a seguir adelante? ¿O después de aquella última confrontación, cuando casi llegaron a estar juntos, justo antes de la primera cita de Blay con Saxton?
Era un vacío enorme.
En realidad era como esa habitación: sin iluminación y esencialmente vacía, solo cuatro paredes y un techo. O, en su caso, una bolsa de piel y huesos.
Qhuinn se llevó una mano al corazón solo para asegurarse de que todavía tenía corazón.
Joder, el destino siempre encontraba una manera de enseñarte las cosas que necesitabas saber, aunque tú no tuvieras conciencia de requerir una lección hasta que la recibías: Qhuinn había pasado demasiado tiempo preocupado solo por él mismo y su defecto físico y su fracaso y su familia y la sociedad. Llevaba tantos años en medio de un caos tan absoluto que Blay había terminado succionado por ese vórtice mortal. Y todo por una sola razón: porque lo quería.
Pero ¿cuándo había apoyado a su mejor amigo? ¿Qué había hecho realmente por Blay?
Tenía razón al decidir marcharse de allí. Un poco demasiado tarde, como se decía. Y tampoco es que Qhuinn le estuviera ofreciendo un premio fabuloso. Bajo la superficie, en realidad no era más estable que antes. No estaba más tranquilo consigo mismo.
No, se lo merecía…
La franja de luz tenía un color amarillo limón y cortó el espacio negro de su visión como si la oscuridad fuera una tela y el rayo un afilado cuchillo.
Una figura se deslizó en silencio dentro de su habitación y cerró la puerta.
Qhuinn reconoció su olor y enseguida supo de quién se trataba.
Su corazón empezó a palpitar, al tiempo que se levantaba como un resorte de las almohadas.
—¿Blay…?
Se oyó un ruido muy suave, como el que produce una bata al caer de los hombros de un macho alto. Y luego, un momento después, el colchón se hundió bajo un gran peso vital.
Qhuinn estiró los brazos en la oscuridad con certera precisión y sus manos encontraron el cuello de Blay con tanta seguridad como si las hubiese guiado la vista.
Nada de palabras. Qhuinn tenía miedo de que las palabras le arrebataran ese milagro.
Entonces levantó la boca, acercó a Blay hacia él y, cuando tuvo cerca aquellos labios suaves, los besó con una desesperación que le fue totalmente correspondida. En un instante todo el pasado contenido se liberó con furia y, al sentir el sabor de la sangre, Qhuinn no supo quién había mordido qué.
Pero a quién le importaba.
Qhuinn le dio un tirón a Blay para acostarlo sobre la cama y luego se le montó encima, abriéndole las piernas para acomodarse en medio hasta que su polla dura quedó contra la de Blay…
Los dos gruñeron.
Mareado por toda aquella piel, Qhuinn empezó a bombear con las caderas y la fricción de sus genitales y el ardor de sus cuerpos magnificaron el calor húmedo de sus bocas. Frenético, empezó a mover las manos por todas partes. Puta mierda, estaba demasiado ansioso para controlar sus manos o saber qué estaba acariciando o… Por Dios santo, había tanta piel que quería tocar, tanto pelo que quería acariciar, tanto…
Qhuinn se corrió con violencia, sus testículos se apretaron y su erección empezó a sacudirse entre ellos, salpicando semen por todas partes.
Pero eso no le hizo detenerse en lo más mínimo.
Con un movimiento rápido, se apartó de la boca que podría haber pasado años besando y se lanzó sobre el pecho de Blay. Los músculos que encontró allí no se parecían en nada a los de los tíos humanos que había follado antes. Este era un vampiro, un guerrero, un soldado que se había entrenado juiciosamente y había trabajado su cuerpo hasta adquirir una figura que no solo era útil sino letal. Y eso era algo muy excitante pero, más que eso, se trataba de Blay. Finalmente, después de tantos años…
Blay.
Qhuinn deslizó sus colmillos por abdominales tan duros como la piedra y, al sentir su propio olor sobre la piel de Blay, se dio cuenta de que lo había marcado de manera deliberada.
Y aquel olor a especias negras también estaba en otras partes.
Qhuinn gruñó cuando sus manos encontraron la polla de Blay y, al rodear aquella columna dura, vio cómo el cuerpo de su amigo se arqueaba con fuerza, mientras una maldición atravesaba el aire de la habitación, de la misma forma en que la luz había cortado la oscuridad hacía unos momentos.
Se regodeó en el placer, levantó el sexo de Blay y dejó que aquella polla gruesa penetrara en su boca. Succionando con fuerza, la engulló hasta la base, abriendo la garganta y tragándosela toda. En respuesta, las caderas de Blay se sacudieron hacia arriba y un par de manos se hundieron entre su pelo, presionando su cabeza hacia abajo hasta que casi no podía respirar… Pero ¿quién diablos necesitaba oxígeno?
Hundiendo las manos bajo el trasero de Blay, acomodó aquella pelvis y empezó a mamársela, forzando los músculos de su cuello en un ritmo castigador, mientras sus hombros se contraían y se relajaban, al tiempo que cumplía con lo que había ofrecido antes de que Blay se marchara.
Qhuinn no tenía intenciones de detenerse esta vez.
No.
Esto era solo el comienzo.