26
—Y entonces ¿crees que algún día regresaréis a Caldwell? —le preguntó Blay a su madre.
—No lo sé. Tu padre va y viene del trabajo con tanta facilidad cada noche y a los dos nos gusta el silencio y la privacidad de que disfrutamos aquí en el campo… ¿Crees que ya es seguro vivir en la ciudad?
De repente unos gritos penetraron a través de la puerta cerrada de su habitación. Muchos gritos.
Blay miró hacia la puerta y frunció el ceño.
—Oye, mahmen, siento interrumpirte, pero algo está pasando en la casa…
La madre de Blay bajó la voz y en su tono se evidenció un sentimiento de temor.
—No os estarán atacando…
Por un momento regresaron a la mente de Blay imágenes de lo que había ocurrido aquella noche de hacía año y medio en su casa de Caldwell y sintió que el estómago se le encogía: su madre huyendo muerta de miedo, su padre enfrentándose al enemigo, la casa destrozada.
Y aunque los gritos subían en intensidad, Blay no podía despedirse sin tranquilizarla:
—No, no, no, mahmen. Este lugar es impenetrable. Nadie nos puede encontrar y, aunque lo hicieran, no podrían entrar. Es solo que a veces los hermanos tienen discusiones… De veras, todo está bien.
Al menos esperaba que así fuera. Aunque parecía que la situación se hubiera descontrolado.
—Me alegra oírlo. No soportaría que te pasara algo. Ve y mira qué sucede y llámame cuando sepas cuándo vendrás a visitarnos. Te prepararé tu habitación y también esa famosa lasaña.
Blay sintió que su boca empezaba a salivar. Y sus ojos a aguarse, un poco.
—Te quiero, mahmen… y gracias. Ya sabes, por…
—Gracias a ti por confiar en mí. Ahora ve a averiguar qué es lo que ocurre y cuídate. Te quiero.
Después de colgar el auricular, Blay se levantó de la cama y se dirigió a la puerta. En cuanto salió al corredor de las estatuas los gritos le indicaron que había una terrible pelea en la parte principal de la casa: se oían muchas voces masculinas, todas ellas a un volumen que indicaba que se trataba de una «emergencia».
Blay empezó a correr y fue directamente hacia el balcón del segundo piso…
Cuando tuvo una vista completa del vestíbulo tardó unos segundos en entender lo que veía abajo: había un nudo de gente al pie de las escaleras, todos con los brazos extendidos hacia delante como si trataran de separar una pelea.
Solo que no se trataba de dos hermanos.
¿Qué diablos? ¿En realidad estaban tratando de separar a Qhuinn y a Saxton…?
Por Dios, ese maldito bastardo tenía las dos manos alrededor del cuello de su primo y, a juzgar por la palidez de la cara de Saxton, estaba a punto de matarlo.
—¿Qué demonios estás haciendo? —gritó Blay, al tiempo que empezaba a bajar las escaleras a toda velocidad.
Cuando llegó al corrillo de gente, había demasiados hermanos en el camino… y no eran precisamente la clase de individuos que uno simplemente aparta de un codazo. Por desgracia, si alguien podía lograr que Qhuinn lo oyera, sería él. Pero ¿qué diablos podía hacer para llamar la atención de ese imbécil?
Eso es, pensó.
Blay atravesó el vestíbulo corriendo, rompió el cristal de la vieja alarma de incendios con el puño y luego tiró de la palanca.
Al instante estalló un ruido que invadió todo el espacio, mientras la acústica de catedral del techo funcionaba como una especie de amplificador.
Fue como echar un cubo de agua fría sobre una jauría de perros. La acción se detuvo al momento y todo el mundo levantó la cabeza y miró a su alrededor.
El único que no prestó ninguna atención fue Qhuinn. Todavía estaba enzarzado en la pelea y seguía apretando el cuello de su primo con todas sus fuerzas.
Blay aprovechó el desconcierto para abrirse camino hasta el centro de la acción.
Concentrado solo en Qhuinn, puso su cara directamente frente a la de su amigo.
—Suéltalo. Ya.
Tan pronto como Qhuinn registró su voz, una expresión de desconcierto reemplazó la fría violencia que había marcado su cara hasta ese instante… Como si nunca hubiese esperado que Blay apareciera allí. Y eso fue lo único que se necesitó. Una sencilla orden de su amigo y aquellas manos soltaron a Saxton tan rápido que este se cayó al suelo como si fuera un bulto.
—¡Doctora Jane! ¡Manny! —gritó alguien—. ¡Que venga un médico!
Blay quería gritarle a Qhuinn ahí mismo, pero estaba demasiado aterrorizado por el estado de Saxton como para perder tiempo pidiendo explicaciones: el abogado no se movía. Agarrándolo de su elegante traje, Blay lo acostó sobre el suelo y puso sus dedos sobre la carótida con la esperanza de sentir el pulso. Y cuando no sintió nada, echó la cabeza de Saxton hacia atrás y él se inclinó hacia delante para administrarle respiración boca a boca.
Solo que Saxton tosió en ese momento y tomó una buena bocanada de aire.
—Manny ya viene —dijo Blay con voz ronca, aunque no estaba seguro de que eso fuera cierto. Pero, vamos, alguien tenía que estar en camino—. Háblame, di algo…
Saxton volvió a toser. Y a respirar. Y el color comenzó a regresar a su apuesto rostro.
Con mano temblorosa, Blay le quitó el pelo rubio de la frente que tantas veces había acariciado. Y mientras contemplaba aquellos ojos vidriosos que lo miraban, quiso sentir algo intenso que conmoviera su alma y…
Elevó una plegaria para tener esa clase de reacción.
Diablos, en ese momento habría cambiado todo su pasado y su presente por sentir algo.
Pero sencillamente no había nada. Remordimientos, rabia, tristeza, alivio… Blay sintió todo eso. Pero fue todo.
—Apartaos, dejad que lo examine —dijo la doctora Jane, al tiempo que ponía en el suelo su maletín de médico y se arrodillaba sobre el mosaico.
Blay se apartó para darle un poco de espacio a la shellan de V, pero se quedó cerca, aunque la verdad era que no podía hacer nada. Demonios, le hubiera gustado ser médico, pero no para poder resucitar a un examante porque un psicópata estúpido había tratado de estrangularlo en el maldito vestíbulo de entrada de la casa.
Blay fulminó a Qhuinn con la mirada. Rhage todavía lo estaba sujetando, como si no estuviera seguro de que el episodio hubiese terminado.
—Vamos, trata de levantarte —dijo la doctora Jane.
Blay se apresuró a ayudar a Saxton a ponerse de pie, sosteniéndolo y acompañándolo hasta las escaleras. Los dos guardaron silencio mientras subían y, cuando llegaron al segundo piso, Blay se dirigió a su habitación, como de costumbre.
Joder.
—No, está bien —murmuró Saxton—. Solo deja que me siente aquí un minuto, ¿quieres?
Blay pensó en la cama, pero cuando vio que Sax se ponía rígido al ver que se dirigían hacia la cama, prefirió la chaise longue. Lo ayudó a sentarse y luego dio un par de pasos hacia atrás.
Un violento sentimiento de rabia lo golpeó de repente.
Ahora sus manos temblaban, pero por otra razón.
—Entonces —dijo Saxton con voz ronca—. ¿Cómo te ha ido esta noche?
—¿Qué demonios ha ocurrido allá abajo?
Saxton se aflojó la corbata y se desabotonó el cuello de la camisa. Luego volvió a respirar profundamente.
—Digamos que fue un malentendido familiar.
—Pamplinas.
Saxton lo miró con ojos fatigados.
—¿De veras tenemos que hacer esto?
—¿Qué ocurrió?
—Creo que ese mastodonte y tú tenéis que hablar. Creo que si lo hacéis, no tendré que volver a preocuparme por ser atacado otra vez como si fuera un ladrón.
Blay frunció el ceño.
—Él y yo no tenemos nada que decirnos…
—Con el debido respeto, las marcas alrededor de mi cuello sugieren otra cosa.
‡ ‡ ‡
—¿Cómo estás, grandullón?
Al oír la voz de Rhage, Qhuinn supo que el hermano estaba comprobando si el drama ya se había acabado. No necesariamente. Tan pronto como Blay le había ordenado que lo soltara, el cuerpo de Qhuinn había obedecido, como si su amigo tuviera el mando a distancia de su televisor.
Había otras personas a su alrededor, que lo observaban expectantes, temiendo que se levantara de pronto y corriera de nuevo tras su primo con la intención de rematarlo.
—¿Estás bien? —preguntó Rhage.
—Sí. Sí, estoy bien.
Entonces las barras de acero que rodeaban su pecho comenzaron a aflojarse lentamente. Luego le cayó una mano inmensa sobre el hombro y sintió que le daban un apretón.
—A Fritz no le gusta encontrar cadáveres en el vestíbulo.
—Pero la estrangulación no produce mucha sangre —señaló alguien—. La limpieza habría sido fácil.
—Solo un poco de cera para el suelo —anotó otro.
En ese momento hubo una pausa.
—Voy a subir —dijo Qhuinn, pero al notar que todos lo miraban con alarma, negó con la cabeza y agregó—: No voy a ir a buscarlo. Lo juro por mi…
Bueno, no tenía madre, ni padre, ni hermano, ni hermana… ni tampoco un hijo… Aunque, si tenía suerte, eso último estaba a punto de arreglarse.
—No lo voy a hacer, ¿vale?
Qhuinn no esperó a oír más comentarios. Sin ánimo de ofender a los demás, un accidente aéreo y el intento de homicidio de uno de los pocos parientes que le quedaban eran emociones suficientes por una noche.
Mientras maldecía, empezó a subir hacia el segundo piso y recordó que todavía tenía que pasar a saludar a Layla.
Al llegar arriba, dobló hacia la derecha y se dirigió hacia la habitación de huéspedes a la que se había mudado la Elegida. Luego golpeó suavemente la puerta.
—¿Layla?
A pesar de que iban a tener un hijo juntos, Qhuinn no se sentía cómodo entrando allí sin invitación.
Segundos después volvió a golpear, pero un poco más fuerte. También la llamó con más fuerza.
—¿Layla?
Debía de estar dormida.
Entonces retrocedió y se dirigió a su habitación, pasando frente a la oficina de Wrath con sus puertas cerradas y luego por el corredor de las estatuas. Al pasar frente a la habitación de Blay, no pudo evitar detenerse y quedarse mirando la puerta.
Por Dios, casi mata a Saxton.
Todavía sentía deseos de hacerlo.
Siempre había sabido que su primo era un puto y odiaba tener razón. ¿En qué diablos estaba pensando Sax? El tío tenía en su cama cada día a la última maravilla y, sin embargo, creía que cualquier desconocido que se ligaba en un bar, o en un club, o en la maldita Biblioteca Pública de Caldwell ¿era mejor que eso? ¿O incluso necesario?
Era un hijo de puta muy desleal.
Durante unos instantes contempló la idea de abrir la puerta de una patada y entrar a esa habitación para golpear a Saxton hasta dejarlo convertido en papilla. Estaba a punto de hacerlo…
«Suéltalo, ya».
De repente la voz de Blay reverberó de nuevo en su cabeza y, de inmediato, el impulso violento perdió energía. Literalmente, de un momento a otro Qhuinn pasó de ser un toro bravo a un espectador neutral.
Curioso.
Así que sacudió la cabeza, siguió hasta su habitación, entró y cerró la puerta.
Después de encender las luces con el pensamiento, simplemente se quedó allí, con los pies pegados al suelo, los brazos colgándole como lazos inútiles y la cabeza suspendida de la columna como un balón.
Sin tener razón aparente, pensó en una de las adoradas aspiradoras de Fritz y en cómo el aparato era guardado en un armario de servicio, en medio de la oscuridad, hasta que alguien lo sacaba para usarlo de nuevo.
Genial. Se había reducido al nivel de una aspiradora.
Lanzó una maldición y se ordenó seguir con la rutina de desvestirse e irse a la cama. La noche había sido un desastre desde el momento en que el sol se ocultó, pero la buena noticia era que, por fortuna, estaba llegando a su fin: las persianas de acero ya estaban bajadas para ocultar la luz del sol y la casa estaba cada vez más silenciosa.
Hora para un sueño reparador.
Mientras se quitaba lentamente la camiseta y refunfuñaba por los dolores que sentía, Qhuinn se dio cuenta de que había dejado su chaqueta de cuero y sus armas en la clínica. No importaba. Tenía más aquí arriba, no le iban a faltar armas si las necesitaba durante el día, y podía pedir que le subieran sus cosas antes de la Primera Comida.
Dirigió la mano a la cremallera de sus pantalones, y entonces…
La puerta que estaba a sus espaldas se abrió de repente con tanta fuerza que rebotó contra la pared y solo se detuvo cuando la agarró en el rebote la mano de un enfurecido cabrón.
Blay estaba iracundo cuando se detuvo en la puerta y su cuerpo temblaba con tanta rabia que hasta Qhuinn, que se había enfrentado a muchas cosas en la vida, se sintió intimidado.
—¿Qué demonios te pasa a ti? —gritó el macho.
¿Es una broma?, pensó Qhuinn. ¿Cómo era posible que Blay no hubiese reconocido el olor de un extraño en su propio amante?
—Creo que eso es algo que debes preguntarle a mi primo.
Al ver que Blay se le acercaba, Qhuinn retrocedió para…
Blay estiró el brazo para agarrarlo y enseñó sus colmillos mientras siseaba.
—¿Te estás escapando?
En voz baja, Qhuinn dijo:
—No. Solo voy a cerrar la maldita puerta para que nadie más oiga nuestra conversación.
—¡Me importa un bledo!
Qhuinn pensó en Layla, tratando de dormir al otro extremo del corredor.
—Pues a mí sí me importa.
Qhuinn se soltó y cerró la puerta. Luego, antes de que pudiera dar media vuelta, tuvo que cerrar los ojos y tomarse un minuto.
—Me das asco —dijo Blay.
Qhuinn bajó la cabeza.
—Tienes que dejarme en paz de una vez por todas. —La amargura que se sentía en esa voz que le resultaba tan familiar le llegó directo al corazón—. ¡Mantente lejos de mis cosas!
Qhuinn miró por encima del hombro.
—¿Ni siquiera te importa que él estuviera con otro?
Blay abrió la boca. Y la volvió a cerrar. Y luego apretó las cejas.
—¿Qué?
Ah. Genial.
En medio de todo el bullicio, Blay realmente no había entendido el porqué de todo aquello.
—¿Qué has dicho? —repitió Blay.
—Ya me has oído.
Al ver que no había ninguna respuesta, que Blay no maldecía ni lanzaba nada contra la pared, Qhuinn se dio media vuelta.
Después de un momento, Blay cruzó los brazos, pero no sobre el pecho, sino a la altura del abdomen, como si tuviera un poco de náuseas.
Qhuinn se restregó la cara y habló con voz quebrada.
—Lo siento. Lo siento mucho… No quisiera que tuvieras que soportar esto.
Blay se sacudió.
—¿Qué… —Entonces lo miró fijamente a la cara con un brillo extraño en sus ojos azules—. ¿Por eso le has dado una paliza y has estado a punto de estrangularlo?
Qhuinn dio un paso hacia delante.
—Lo siento… Yo solo… él entró por la puerta, y cuando sentí ese olor, simplemente perdí el control. Ni siquiera sabía lo que hacía.
Blay parpadeó, como si estuviera frente a un completo desconocido.
—Esa es la razón por la cual tú… ¿Por qué demonios harías eso?
Qhuinn dio otro paso al frente y luego se obligó a detenerse, a pesar de la abrumadora necesidad que sentía de acercarse a Blay. Y cuando vio que su amigo sacudía la cabeza como si le costara trabajo entender todo lo ocurrido, Qhuinn pensó que no debía decir nada…
Pero lo hizo.
—¿Recuerdas lo que pasó en la clínica hace más de un año…? —Qhuinn señaló el suelo, como si quisiera recordarle a Blay dónde estaba el centro de entrenamiento, por si lo hubiese olvidado—. Fue antes de que Saxton y tú comenzarais a… —Bueno. No había necesidad de seguir por ese camino, no si quería mantener en el estómago todo lo que se había comido—. ¿Recuerdas lo que te dije?
Como Blay parecía confundido, Qhuinn le ayudó a recordar.
—Te dije que si alguien te hacía daño algún día, lo perseguiría y lo dejaría chamuscarse al sol. —Incluso mientras repetía sus palabras, Qhuinn oyó cómo bajaba el tono de voz para que sonara más amenazante—. Saxton te hizo daño esta noche, así que hice lo que dije que iba a hacer.
Blay se restregó la cara con las manos.
—Por Dios…
—Yo te dije lo que iba a suceder. Y si él vuelve a hacerlo no te puedo prometer que no terminaré el trabajo.
—Mira, Qhuinn, tú no puedes… no puedes hacer eso. Simplemente no.
—¿Pero no te importa? Te fue infiel. Eso no está bien.
Blay soltó el aire de manera larga y lenta, como si estuviese cansado de llevar un peso muy grande sobre su espalda.
—Solo te diré una cosa… no lo vuelvas a hacer.
Ahora fue Qhuinn quien negó con la cabeza. No lo entendía. Si él estuviera saliendo con Blay y Blay le fuera infiel, nunca lo superaría.
Dios, ¿por qué no había aprovechado lo que le habían ofrecido? No debería haber huido. Debería haberse quedado quieto.
Sin nada que lo detuviera, sus pies dieron otro paso hacia delante.
—Lo siento…
De repente empezó a decir esas palabras una y otra vez, repitiéndolas con cada paso que daba hacia Blay.
—Lo siento… lo siento… lo… siento… —Qhuinn no sabía qué diablos estaba diciendo o haciendo, solo sentía la urgencia de arrepentirse de todos sus pecados.
Y eran tantos en lo que se refería a este honorable macho que estaba frente a él…
Por último, solo quedaba un pequeño paso antes de que su pecho desnudo quedara contra el de Blay.
Qhuinn bajó la voz hasta susurrar:
—Lo siento.
En medio del tenso silencio que siguió, Blay abrió la boca… pero no debido a la sorpresa. Era más como si no pudiera respirar.
Qhuinn se recordó que no debía comportarse como un idiota que pensaba que todo giraba a su alrededor y volvió al tema de lo que estaba ocurriendo entre Blay y Saxton.
—No quiero que tengas que sufrir eso —dijo, mientras estudiaba aquella cara con sus ojos—. Ya has sufrido suficiente y sé que tú lo amas. Lo siento… lo siento…
Blay solo se quedó frente a él, con una expresión fija y los ojos yendo de un lado a otro como si no pudieran fijarse en nada. Pero tampoco retrocedió, ni se quitó de en medio, ni se marchó. Se quedó… justo donde estaba.
—Lo siento.
Qhuinn observó desde la distancia cómo su propia mano se levantaba y tocaba la cara de Blay, deslizando las puntas de los dedos por la sombra de una incipiente barba.
—Lo siento.
Ay, Dios, tocarlo. Sentir la tibieza de su piel, inhalar su olor limpio y masculino.
—Lo siento.
¿Qué coño estaba haciendo? Joder… ya era demasiado tarde para responder a eso… Qhuinn levantaba su otra mano y ponía la palma sobre el hombro de Blay.
—Lo siento.
Ay, Dios, estaba acercando a Blay hacia él, llevando ese cuerpo hacia el suyo.
—Lo siento.
Qhuinn movió una mano hacia la nuca de Blay y la hundió entre la melena de pelo que se enroscaba allí.
—Lo siento.
Blay estaba rígido, con la columna vertebral tan derecha como una flecha y los brazos rodeando su abdomen. Pero después de un momento, casi como si se sintiera confundido por su propia reacción, empezó a recostarse y Qhuinn comenzó a sentir ese peso que lo empujaba gradualmente.
Con un movimiento rápido, Qhuinn envolvió sus brazos alrededor de la persona más importante de su vida. No era Layla, aunque sentía una punzada de culpa por decirlo. No era John, ni su rey. Tampoco eran los hermanos.
Este macho era su razón para todo.
Y aunque se sentía morir por el hecho de que Blay estuviera enamorado de otro, estaba dispuesto a aceptarlo. Hacía mucho tiempo que no tocaba a su amigo… y nunca así.
—Lo siento.
Con la mano sobre la parte posterior de la cabeza de Blay, Qhuinn lo invitó a acercarse y meter la cara dentro de su cuello.
—Lo siento.
Al ver que Blay se dejaba, Qhuinn se estremeció y acercó su cara a la de Blay para respirar profundamente y llevar todas esas sensaciones a lo más hondo de su cerebro con el fin de poder recordarlas para siempre. Y mientras su palma subía y bajaba, acariciando aquella espalda musculosa, Qhuinn hizo lo posible por reparar mucho más que la infidelidad de su primo.
—Lo siento.
Con otro movimiento rápido, Blay sacudió la cabeza. Se soltó. Retrocedió.
Retrocedió.
Qhuinn dejó caer los hombros.
—Lo siento.
—¿Por qué sigues diciendo eso?
—Porque…
En ese momento, cuando sus ojos se cruzaron, Qhuinn supo que era hora. Había cometido tantos errores con Blay; había habido tantos pasos en falso y tantos malentendidos deliberados durante tantos años, se había negado tantas veces a admitir la evidencia, se había comportado como un cobarde durante tanto tiempo… Pero eso había llegado a su fin.
Quiso decir algo, pero Blay se lo impidió. Estaba furioso.
—No necesito tu ayuda, ¿vale? Puedo cuidarme solo.
Un latido. Y otro. Y otro.
El corazón le latía tan fuerte que Qhuinn se preguntó si iría a estallar.
—Te vas a quedar con él —dijo Qhuinn como un autómata—. Te vas a…
—No vuelvas a hacerle eso a Saxton… Nunca. Júralo.
Aunque eso lo matara, Qhuinn se sentía incapaz de negarle nada a Blay.
—Está bien —dijo y levantó las manos—. Mantendré mis manos lejos de él.
Blay asintió con la cabeza cuando el trato quedó cerrado.
—Solo quiero ayudarte —dijo Qhuinn—. Eso es todo.
—Pero no puedes —le espetó Blay.
Dios, aunque estaban otra vez en lados opuestos, Qhuinn ansiaba más contacto… y entonces vio el camino que podía conducirlo a su objetivo. Era una proposición difícil, pero al menos tenía cierta lógica interna.
Levantó los brazos, buscando y encontrando con las manos los hombros de Blay. El cuello de Blay.
El deseo sexual se agitó dentro de él, endureciendo su polla y haciéndolo jadear.
—Pero sí puedo ayudarte.
—¿Cómo?
Qhuinn se acercó más y puso su boca justo en la oreja de Blay. Luego, deliberadamente, apoyó su pecho desnudo contra el de Blay.
—Úsame.
—¿Qué?
—Dale una lección. —Qhuinn apretó la mano y echó la cabeza de Blay hacia atrás—. Págale con la misma moneda. Conmigo.
Para que las cosas quedaran claras, Qhuinn sacó la lengua y la deslizó por el lado de la garganta de Blay.
El siseo que recibió en respuesta fue tan fuerte como una maldición.
Blay lo empujó, echándolo hacia atrás.
—¿Acaso te has vuelto loco, imbécil?
Qhuinn se agarró su pesada polla.
—Te deseo. Y estoy dispuesto a estar contigo como sea, aunque sea solo para que puedas vengarte de mi primo.
La expresión de Blay pasó de la incredulidad a la furia.
—¡Eres un maldito cabrón! Me rechazas durante años y luego, sin razón aparente, ¿das un giro de ciento ochenta grados? ¡Qué cojones te pasa!
Con la mano que tenía libre, Qhuinn se acarició uno de los aros que tenía en los pezones… y se concentró en lo que estaba sucediendo a la altura de las caderas de Blay: bajo la bata, el macho estaba totalmente excitado y la tela no era suficiente para ocultar semejante erección.
—¿Acaso te has vuelto loco? ¿Qué cojones te pasa?
Por lo general Blay no decía groserías ni levantaba la voz. Era excitante verlo perder el control.
Con la mirada fija en los ojos de su amigo, Qhuinn se arrodilló lentamente.
—Déjame encargarme de esto…
—¿Qué?
Qhuinn se inclinó y tiró de la parte inferior de la bata que llevaba Blay, acercándola a él.
—Ven aquí. Déjame mostrarte cómo lo hago.
Blay agarró el cinturón que mantenía la bata cerrada y se lo apretó con fuerza.
—¿Qué diablos estás haciendo?
Dios, el hecho de estar de rodillas, suplicando, no parecía nada apropiado. Aun así…
—Quiero estar contigo. No me importa la razón… solo déjame estar contigo…
—¿Después de todo este tiempo? ¿Qué es lo que ha cambiado?
—Todo.
—Pero si estás con Layla…
—No. Lo diré todas las veces que sea necesario para que lo oigas: no estoy con Layla.
—Pero ella está embarazada.
—Una vez. Estuve con ella una sola vez y, tal como te he dicho mil veces, solo porque tanto ella como yo queremos una familia. Solo una vez, Blay, nunca más.
Blay dejó caer la cabeza hacia atrás y cerró los ojos, como si alguien le estuviera metiendo astillas bajo las uñas.
—No me hagas esto, por Dios santo, no puedes hacerlo… —Se le quebró la voz, y la angustia que se manifestó en ese simple gesto hizo pensar a Qhuinn en todos los problemas que le había causado, en todas las cosas que había hecho mal—. ¿Por qué ahora? —continuó Blay—. Tal vez eres tú quien se quiere vengar de Saxton…
—Al diablo con mi primo, lo mío no tiene nada que ver con él. Si tú estuvieras solo, igualmente estaría sobre esta alfombra, de rodillas, deseando estar contigo. Si tú estuvieras apareado con una hembra, si estuvieras saliendo con alguien, si estuvieras en un millón de lugares distintos en la vida… yo igual estaría justo aquí. Rogándote que me des algo, cualquier cosa… una vez, si eso es lo único que puedo tener.
Qhuinn volvió a estirar el brazo, lo metió por debajo de la bata y empezó a acariciar aquella pierna fuerte y musculosa… Y cuando Blay dio otro paso atrás, Qhuinn sintió que estaba perdiendo la batalla.
Mierda, iba a perder esa oportunidad si no…
—Mira, Blay, he hecho muchas estupideces en mi vida, pero siempre he tratado de ser sincero. Casi muero esta noche… y eso le aclara a un macho muchas cosas. Allá arriba, en ese avión, mirando hacia la noche negra, no creí que pudiera lograrlo. Pensaba que iba a morir y, de pronto, se aclaró en mi mente. Me he dado cuenta de que quiero estar contigo.
De hecho, se había dado cuenta de eso mucho antes, muchísimo antes del asunto del Cessna, pero tenía la esperanza de que esa explicación le sonara lógica a Blay.
Tal vez fue así porque, en respuesta, su amigo cambió el peso del cuerpo de un pie a otro, como si estuviera a punto de ceder… o de marcharse. No había forma de saber qué sucedería.
Qhuinn se apresuró a decir más cosas.
—Siento mucho haber desperdiciado tanto tiempo… y si no quieres estar conmigo, lo entiendo. Me retiraré… y viviré con las consecuencias. Pero por amor de Dios, si hay alguna posibilidad… si por la razón que sea… venganza, curiosidad… demonios, incluso si me dejas follarte solo una vez y nunca, nunca más, por el único deseo de clavarme una espina en el corazón… Lo tomo. Te acepto… me da igual con tal de poder estar contigo.
Qhuinn estiró el brazo por tercera vez, metiendo la mano por detrás de la pierna de Blay. Acariciando. Suplicando.
—No me importa lo que me cueste…