25
El teléfono seguía sonando sin que nadie lo contestara. Blay se apretó el auricular contra la oreja y se sentó en el borde de la cama, preocupado. Era muy raro. A esa hora de la noche sus padres ya deberían estar en casa. Estaba a punto de amanecer…
—¿Hola? —dijo por fin su madre.
Blay dejó escapar una exhalación larga y lenta y se acomodó contra la cabecera de la cama. Luego se arregló la parte inferior de la bata sobre las piernas y carraspeó.
—Hola, soy yo.
La felicidad que se manifestó en la voz que llegaba del otro lado le produjo una sensación de tibieza en el pecho.
—¡Blay! ¿Cómo estás? Iré a avisar a tu padre para que podamos hablar todos con la extensión…
—No, espera. —Blay cerró los ojos—. Hablemos un rato. Tú y yo.
—¿Estás bien? —Blay oyó el ruido de una silla que rodaba por el suelo de madera y supo exactamente dónde se encontraba su madre: sentada a la mesa de roble, en su preciosa cocina—. ¿Qué sucede? No estarás herido.
No exteriormente.
—Estoy… bien.
—¿Qué sucede?
Blay se restregó la cara con la mano que tenía libre. Sus padres y él siempre habían tenido una relación muy buena; Blay solía hablarle a su madre de sus preocupaciones, y en circunstancias normales su ruptura con Saxton habría dado lugar a largas conversaciones y consejos; estaba triste, confundido, decepcionado, un poco deprimido… todas las emociones comunes que él y su madre procesarían en llamadas telefónicas de aquí para allá y de allá para acá.
Sin embargo, mientras se quedaba callado, Blay recordó que, de hecho, había algo que nunca había compartido con ellos. Una cosa muy importante…
—¿Blay? Me estás asustando.
—Estoy bien.
—No, no lo estás.
Cierto.
Blay suponía que nunca había comentado con ellos el tema de su orientación sexual porque la vida amorosa no era algo que la mayoría de la gente compartiera con sus padres. Y quizás también había una parte de él a la que le preocupaba si ellos no lo mirarían después de forma distinta, a pesar de lo ilógico que fuera.
Olvídate del quizás. En realidad sí había una parte de él que abrigaba ese temor.
Después de todo, la política de la glymera con respecto a la homosexualidad era muy clara: siempre y cuando no airearas en público tu condición de homosexual y te aparearas con alguien del sexo opuesto, como se suponía que debías hacer, no serías expulsado por tu perversión.
Sí, porque atarte a alguien por quien no sentías ninguna atracción ni amor, y mentirle sobre una infidelidad continuada era mucho más honorable que decir la verdad.
Pero si eras un macho y tenías un novio de manera totalmente abierta, como él había hecho durante los últimos doce meses o más, Dios tenía que apiadarse de ti.
—Yo… ah, he roto con una persona con la que tenía una relación.
Yyyyy ahora fue su madre quien se quedó callada.
—¿De veras? —dijo después de un momento, como si estuviera alterada pero no quisiera que se notara.
¿Te has llevado una sorpresa? Pues espera a oír lo que viene ahora, mamá, pensó Blay.
Porque, puta mierda, estaba a punto de…
Un momento, ¿iba a decirle algo tan importante por teléfono? ¿No debería comunicárselo en persona?
¿Cuál sería exactamente el protocolo en esos casos?
—Sí, yo, ah… —Blay tragó saliva—. De hecho, estuve saliendo con alguien durante la mayor parte del año pasado.
—Ay… qué sorpresa. —La amargura en el tono de voz de su madre fue algo que le dolió mucho—. Yo… nosotros, tu padre y yo, no lo sabíamos.
—No estaba seguro de cómo contároslo.
—¿La conocemos? ¿O tal vez conocemos a su familia?
Blay cerró los ojos y sintió que el pecho se le comprimía.
—Ah… conocéis a su familia, sí.
—Pues siento mucho que no haya funcionado. ¿Tú estás bien? ¿Cómo terminaron las cosas?
—La relación simplemente se murió, para serte sincero.
—Bueno, las relaciones personales son muy difíciles. Ay, mi amor, mi corazón, puedo sentir lo triste que estás. ¿No quieres venir a casa y…?
—Era Saxton. El primo de Qhuinn.
Se oyó que su madre ocultaba una exclamación desde el otro lado de la línea.
Al oír que su madre se quedaba callada, a Blay empezó a temblarle tanto el brazo que casi no podía sostener el teléfono.
—Yo… yo, ah… —Su madre tragó saliva—. No lo sabía. Que, ah, que tú…
Blay terminó mentalmente la frase que su madre no podía terminar: «No sabía que tú eras una de esas personas».
Como si los gais fueran leprosos.
Ay, demonios. No debería haber dicho nada. Ni una maldita palabra acerca de esto. Maldición, ¿por qué diablos tenía que destruir toda su vida al mismo tiempo? ¿Por qué no podía dejar que su primer amante de verdad terminara con él… y luego esperar un par de años, o quizás una década, antes de sincerarse con sus padres y que ellos lo repudiaran? Pero nooooo, él tenía que…
—¿Por eso no nos contaste que estabas saliendo con alguien? —preguntó su madre—. Porque…
—Tal vez. Sí…
Se oyó un sollozo y luego un suspiro.
La sensación de decepción que llegaba desde el otro lado de la línea era casi insoportable, como un peso aplastante sobre el pecho, que le impidiera respirar.
—¿Cómo has podido…?
Blay se apresuró a interrumpirla porque no podía soportar oír aquellas palabras en la dulce voz de su madre.
—Mahmen, lo siento. Mira, no fue mi decisión, ¿sabes? No sé lo que digo. Yo solo…
—¿Qué he hecho yo, o nosotros, para…?
—Mahmen, vale ya. Déjalo. —En la pausa que siguió, Blay consideró la posibilidad de citarle a su madre unas frases de Lady Gaga y reforzarlas con una retahíla de «no culpa vuestra», «vosotros no hicisteis nada mal como padres» y cosas por el estilo—. Mahmen, yo solo…
En ese momento se desmoronó y empezó a llorar tan en silencio como podía. La sensación de que, a los ojos de su madre, él había decepcionado a su familia por el hecho de ser quien era… era un fracaso del que nunca se iba a reponer. Él solo quería vivir honestamente y de manera abierta, sin tener que disculparse. Como todos los demás. Amar a quien amaba, ser quien era… pero la sociedad tenía diferentes estándares y, tal como él siempre había temido, sus padres no escapaban a esa…
Blay tenía la vaga sensación de que su madre le estaba diciendo algo e hizo un esfuerzo para recuperar la compostura y terminar la llamada…
—¿… hacerte pensar que no podías compartir esto con nosotros? ¿Qué te hizo pensar que eso era algo que podía cambiar lo que sentimos por ti?
Blay parpadeó mientras su cerebro traducía lo que acababa de oír en palabras que tuvieran sentido.
—¿Perdón? ¿Qué dices?
—¿Por qué tú… qué fue lo que hicimos para que sintieras que cualquier cosa tuya podía afectar o disminuir la opinión que tenemos de ti? —Su madre se aclaró la garganta, como si estuviera reuniendo fuerzas para seguir—. Yo te adoro. Tú eres una parte fundamental de mi corazón. No me interesa con quién te emparejes, o si esa persona es rubia o morena, si tiene los ojos azules o verdes, rasgos masculinos o femeninos… siempre y cuando tú seas feliz. Eso es lo único que nos importa. Yo quiero para ti exactamente lo mismo que tú quieres. Yo te quiero, Blaylock, te quiero mucho.
—¿Qué estás… diciendo?
—Que te quiero mucho.
—Mahmen… —dijo Blay con la voz entrecortada y lágrimas en los ojos.
—Solo quisiera que no me lo hubieras dicho por teléfono —murmuró ella—. Porque en este momento me gustaría abrazarte.
Blay soltó una carcajada.
—No fue mi intención hacerlo. Me refiero a que no lo planeé así. Simplemente se me escapó.
Vaya manera de expresarlo, pensó Blay.
—Y también siento —dijo ella— que las cosas con Saxton no hayan funcionado. Es un macho muy agradable. ¿Estás seguro de que no hay nada que hacer?
Blay se restregó la cara, mientras la realidad volvía a tomar cuerpo y confirmaba que el amor que siempre había conocido seguía siendo suyo. A pesar de la verdad. O, quizás… debido a ella.
En momentos como ese se sentía como el hijo de puta más afortunado del mundo.
—¿Blay?
—Lo siento. Sí, perdón. Sobre Saxton… —Blay recordó lo que había hecho en aquella oficina del centro de entrenamiento cuando estaba solo—. Sí, mahmen, se terminó y no hay nada que hacer. Estoy seguro.
—Bueno, entonces esto es lo que tienes que hacer: tómate un tiempo y recupérate un poco. Y luego, cuando te hayas recuperado, estarás en condiciones de abrirte a la posibilidad de encontrar otra pareja. Eres muy buen partido y tú lo sabes.
Y ahí estaba su madre, diciéndole que saliera a conocer a otro tío.
—¿Blay? ¿Me has oído? No quiero que estés solo.
Blay volvió a secarse la cara.
—Eres la mejor madre del planeta, ¿lo sabías?
—Entonces ¿cuándo vas a venir a casa a verme? Quiero cocinar algo para ti.
Blay se relajó sobre las almohadas, a pesar de que le estaba empezando a doler la cabeza, probablemente porque aunque estaba solo seguía tratando de mantener el control durante el ataque de llanto. Quizás también porque aún le dolía el estado de su relación con Qhuinn. Y todavía echaba de menos a Saxton en cierta forma… porque era difícil dormir solo.
Pero todo esto era bueno. La sinceridad significaba mucho para él…
—Espera, espera —dijo Blay y se sentó derecho—. Escucha, no quiero que le digas nada a papá.
—Querida Virgen Escribana, ¿por qué no?
—No lo sé. Me pone nervioso.
—Cariño, él va a pensar lo mismo que yo.
Sí, pero tratándose del único hijo y del último descendiente de su linaje… y teniendo en cuenta todo ese rollo de la relación padre-hijo…
—Por favor. Déjame contárselo cara a cara. —Ay, como si eso no le produjera un pánico casi enfermizo—. Eso es lo que debería haber hecho contigo. Iré a visitaros en cuanto tenga una noche libre… No quiero ponerte en la incómoda situación de esconderle algo a papá…
—No te preocupes por eso. Esto es algo tuyo y tienes el derecho de compartirlo cuando y como quieras. Pero sí te agradecería que lo hicieras pronto. Bajo circunstancias normales, tu padre y yo nos contamos todo.
—Lo prometo.
Hubo una pausa en la conversación.
—Ahora háblame de tu trabajo… ¿Cómo van las cosas?
Blay negó con la cabeza.
—Mahmen, seguro que no quieres oír hablar sobre eso.
—Claro que sí.
—No quiero que pienses que mi trabajo es peligroso.
—Blaylock, hijo de mi amado hellren, ¿acaso crees que soy tan idiota?
Blay se rio y luego se puso serio.
—Qhuinn ha pilotado hoy un avión.
—¿De veras? No sabía que supiera volar.
Definitivamente esa era la frase de la noche.
—No sabe hacerlo. —Blay volvió a acomodarse contra la cabecera de la cama y cruzó las piernas a la altura de los tobillos—. Zsadist estaba herido y teníamos que sacarlo de un lugar muy inaccesible. Así que Qhuinn decidió… Tú sabes cómo es él, es capaz de intentar cualquier cosa.
—Sí, es muy aventurero y un poco salvaje. Pero es un chico adorable. Es una lástima lo que le hizo su familia.
Blay jugueteó con el cinturón de su bata.
—A ti siempre te gustó Qhuinn, ¿no? Es curioso, creo que a muchos padres no les hubiera gustado que su hijo fuera amigo de él… por muchas razones.
—Eso es porque la gente se traga todo ese cuento del chico rudo que aparenta ser. Pero para mí, lo que cuenta es lo que hay por dentro. —Su madre chasqueó la lengua y Blay podía imaginársela sacudiendo la cabeza con tristeza—. ¿Sabes? Nunca olvidaré la noche en que lo trajiste a casa por primera vez. Era un muchachito insignificante, con esa imperfección tan evidente que estoy segura de que le había dado muchos problemas. Y sin embargo, incluso a pesar de eso, vino directamente hacia mí, me extendió la mano y se presentó. Y me miró directamente a los ojos, pero no como si me estuviera desafiando, sino como si quisiera que yo lo viera bien y lo expulsara de inmediato si quería hacerlo. —Su madre soltó una maldición entre dientes—. Yo lo habría adoptado esa misma noche, ¿sabes? En ese instante. ¡Al demonio con la glymera!
—Eres la mejor madre del mundo.
Al oír eso, su madre se rio.
—Y pensar que estás diciendo eso sin que te esté dando de comer.
—Bueno, una lasaña te convertiría en la mejor madre del universo entero.
—Comenzaré a preparar la pasta esta misma noche.
Blay cerró los ojos pensando que la relación que siempre había tenido con sus padres era especial.
—Ahora háblame sobre la audacia de Qhuinn. Me encanta oírte hablar de él, estás siempre tan animado cuando hablas de sus cosas.
Joder, Blay no quería pensar en ninguna de las razones de eso. Simplemente se lanzó al relato de la hazaña, modificando ligeramente algunas partes para no divulgar nada que los hermanos no quisieran que se supiera… aunque su madre tampoco iba a decírselo a nadie.
—Bueno, resulta que estábamos explorando una zona y…
‡ ‡ ‡
—¿Necesita usted algo más, señor?
Qhuinn negó con la cabeza y masticó lo más rápido que podía para dejar la boca libre.
—No, gracias, Fritz.
—¿Tal vez un poco más de roast beef?
—No, gracias… Ah, bueno. —Qhuinn se echó hacia atrás, mientras caía sobre su plato un poco más de aquella carne perfectamente cocinada—. Pero no es necesario…
Y también recibió un poco más de patatas. Y más verdura.
—Y también le traeré otro vaso de leche —dijo el mayordomo con una sonrisa.
Mientras el doggen daba media vuelta, Qhuinn respiró hondo para enfrentarse a su segunda ronda. Tenía la impresión de que toda esa comida era la manera en que Fritz quería darle las gracias y resultaba extraño porque… cuanto más comía, más hambre sentía.
Pensándolo bien… ¿cuándo había sido la última vez que había comido?
Cuando el mayordomo le sirvió más leche, Qhuinn se la bebió como un chiquillo.
Maldición, no tenía intenciones de perder tanto tiempo en la cocina. Su plan original, cuando subió de la clínica, era ir directamente a la habitación de Layla. Pero Fritz tenía otros planes y el viejo mayordomo no había querido aceptar un no por respuesta… lo cual sugería que se trataba de una orden que venía desde arriba. Probablemente instrucciones de Tohr, como jefe de la Hermandad. O del rey en persona.
Así que Qhuinn había cedido a las insistentes ofertas… y había terminado sentado en aquella enorme mesa de granito, dejándose llenar de comida como si fuera una piñata.
Pero al menos esta rendición había sido deliciosa, pensó un poco después, cuando dejó el tenedor sobre el plato vacío y se limpió la boca.
—Aquí tiene, señor, un pequeño postre.
—Ay, gracias, pero… —Bueno, bueno, bueno, ¿qué tenemos aquí? Una copa de helado de café con salsa de chocolate caliente por encima… sin crema ni nueces. Tal como le gustaba—. No tenías que molestarte.
—Es su favorito, ¿cierto?
—A decir verdad, sí. —Fritz puso junto a la copa del helado una cucharita de plata y Qhuinn se rindió. Habría sido una grosería dejar que el helado se derritiera.
Cuando empezó a comerse el postre, los puntos que la doctora Jane le había cosido en la ceja empezaron a palpitar bajo las vendas… y el dolor le recordó la noche tan salvaje que había tenido.
Parecía casi irreal pensar que hacía solo una hora había estado al borde de la muerte, meciéndose en el cielo negro en un avión que no tenía idea de cómo pilotar. ¿Y ahora? Se deleitaba con el mejor helado del mundo. Cubierto de salsa de chocolate caliente.
Y pensar que había sentido alivio al ver que el helado no llevaba nueces ni crema que pudieran contaminar el sabor… Porque ese sí que era un problema muy serio.
Al sentir que sus glándulas suprarrenales se activaban y lanzaban un chorro de adrenalina que vibró en cada nervio de su cuerpo, Qhuinn se dio cuenta de que de vez en cuando tendría pequeños ataques de estrés postraumático que azotarían su sistema nervioso.
Pero soportar esos pequeños episodios era mucho mejor que estallar en llamas. O desplomarse al suelo como una piedra e incendiarse, como habría sido su caso.
Después de completar la segunda parte de su comida, Qhuinn se dispuso a recoger la mesa antes de ir a ver a Layla, pero a Fritz casi le da un ataque cuando lo vio tratando de llevar la copa y la cuchara al fregadero. Así que volvió a ceder a las exigencias del mayordomo y salió de la cocina por el comedor, donde se detuvo un momento para observar la larga mesa e imaginarse a todos los que se sentaban allí.
Lo único que importaba era que Z estaba de regreso en los brazos de su shellan… y que nadie más había terminado herido…
—Perdón, señor —dijo Fritz cuando pasó apresuradamente por su lado—. Es la puerta.
El doggen se acercó al monitor de seguridad. Un segundo después abrió la cerradura de la puerta interior del vestíbulo.
Y entró Saxton.
Qhuinn retrocedió. Lo último que quería ahora era encontrarse con ese macho. Iba a ver cómo estaba Layla y luego se iría a dormir…
Pero el olor que llegó hasta su nariz no parecía correcto. Frunció el ceño y se acercó al vestíbulo. Su primo conversó con Fritz un momento y luego empezó a caminar hacia la gran escalera.
Qhuinn inhaló profundamente, ensanchando las fosas nasales. Sí, claro, esa era la elegante colonia de Saxton… pero había otro olor que se mezclaba con ese. Otra colonia que estaba por todo su cuerpo.
Y no era la de Blay. Ni nada parecido a lo que usaría su amigo.
Y luego percibió también el inconfundible olor del sexo…
Ningún pensamiento consciente cruzó por su cabeza mientras marchaba hacia el vestíbulo y gritaba:
—¿Dónde has estado?
Su primo se detuvo. Miró por encima del hombro y dijo:
—¿Perdón?
—Ya me has oído. —Era absolutamente obvio qué había estado haciendo su primo. Tenía los labios rojos y un rubor en las mejillas que Qhuinn estaba seguro de que no tenía nada que ver con el frío—. ¿Dónde coño has estado?
—Me parece que eso no es de tu incumbencia, primo.
Qhuinn atravesó con un par de zancadas el suelo de mosaico y solo se detuvo cuando sus botas quedaron tocando la punta de los elegantes mocasines de Saxton.
—Maldito puto.
Saxton tuvo la audacia de poner cara de aburrimiento.
—No te ofendas, querido pariente, pero ahora no tengo tiempo para esto.
Saxton dio media vuelta y…
Qhuinn lanzó un brazo hacia delante y lo agarró. De un tirón, lo acercó hasta que sus narices volvieron a tocarse. Y, mierda, el olor de su primo le produjo verdaderas náuseas.
—Blay está ahí fuera arriesgando su vida en medio de la guerra… ¿y tú follando con cualquiera a sus espaldas? Eso sí que es clase, cabrón…
—Qhuinn, esto no es de tu incumbencia…
Saxton trató de zafarse. Pero no fue tan buena idea, pues antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo, Qhuinn cerró sus manos alrededor del cuello de su primo.
—¿Cómo demonios te atreves? —dijo, enseñando los colmillos.
Saxton puso sus dos manos sobre las muñecas de Qhuinn y trató de zafarse, pero todos sus esfuerzos fueron en vano.
—Me… estás… asfixiando…
—Debería matarte aquí mismo —gruñó Qhuinn—. ¿Cómo demonios te atreves a hacerle eso? Él está enamorado de ti…
—Qhuinn… —La voz entrecortada de Saxton parecía cada vez más débil—. Qhu…
Pensar en todo lo que su primo tenía, y en todo lo que estaba descuidando le dio a Qhuinn energía extra que canalizó hacia sus manos.
—¿Qué más necesitas, sinvergüenza? ¿Crees que un desconocido va a ser mejor que lo que ya tienes entre tus sábanas?
La fuerza de su rabia comenzó a empujar hacia atrás a Saxton, cuyos mocasines chirriaban sobre el suelo mientras las botas de Qhuinn los movían a los dos. Pero el paseo terminó cuando los hombros de Saxton se estrellaron contra la barandilla de la escalera.
—Maldito puto…
Alguien gritó. Y luego se oyó otro grito.
A continuación se oyeron una cantidad de pisadas que llegaban de distintos lugares de la casa, seguidas de una cantidad de gente que empezaba a sujetarle por los brazos.
Pero nada de eso importaba. Qhuinn solo mantuvo sus manos y sus ojos fijos en su primo mientras la rabia que sentía lo transformaba en un perro guardián que…
No…
Déjalo…
Suéltalo…