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Zypher dormía sobre el duro cemento, los múltiples años que había pasado como miembro de la Pandilla de Bastardos le habían servido, entre otras cosas, para acostumbrarse a la ausencia de comodidades. Tenía el trasero entumecido a causa del frío y el cuerpo le dolía por la falta de un colchón. Su cabeza reposaba sobre la mochila que había empleado para llevar sus pocas pertenencias hasta su nuevo cuartel, en el sótano de aquel edificio. Además, la finísima manta con la que se cubría no era lo bastante larga, de modo que dejaba sus pies expuestos al frío y al aire húmedo.
Pero él se sentía en el cielo. En el paraíso absoluto.
Por sus venas corría la sangre de aquella hembra y, ay, todos sus nutrientes. Después de haber sobrevivido casi un año sin una adecuada fuente de alimentación se había acostumbrado a la fatiga y el dolor en los músculos. Pero eso había terminado.
En efecto, tenía la sensación de estar llenándose de energía, como si su piel volviera a ensancharse hasta recuperar sus dimensiones, su estatura volviera a ser de nuevo la misma de siempre y su mente, adormilada por efecto de la alimentación, estuviera, a pesar de la sensación de relax, cada vez más lúcida.
Desde luego, habría sido el colmo de la felicidad tener una cama. ¡Cómo habría disfrutado! Mullidos almohadones, sábanas con delicado olor, ropa limpia… aire caliente en el invierno, aire frío en el verano… comida para llenar su estómago vacío, agua que pudiera refrescar su garganta seca… todo eso era bueno si uno podía conseguírselo.
Sin embargo, nada de eso era necesario.
Un arma limpia, una hoja afilada y un guerrero de sus mismas capacidades a izquierda y derecha, eso era lo único que necesitaba.
Y, por supuesto, durante los momentos de ocio, una hembra complaciente y abierta de piernas. O boca abajo. O de lado, con una rodilla flexionada a la altura de los senos y el sexo expuesto y listo para él.
Pero él no era tan exigente.
Querida Virgen Escribana, esto era… la felicidad.
Esa no era una palabra que Zypher usara con mucha frecuencia… pero tampoco quería seguir durmiendo y perderse ese momento de conciencia. Aunque los otros permanecían sumidos en el sueño de los muertos, todos en el mismo proceso de recuperación que él estaba viviendo, Zypher permanecía completamente consciente de su glorioso resplandor interno.
Solo una cosa que lo estaba mortificando.
Los pasos.
Zypher abrió un ojo.
Justo al borde del pozo de luz que proyectaba el candelabro, Xcor se paseaba de un lado a otro, midiendo la distancia entre las dos inmensas columnas de soporte que sostenían el techo que se alzaba sobre sus cabezas.
Su líder no estaba nunca en paz, pero ese estado de inquietud era distinto. A juzgar por la forma en que sostenía su teléfono móvil, debía de estar esperando una llamada… lo que explicaba por qué estaba donde estaba. El único lugar donde había cobertura para el móvil era allí, bajo una de las dos trampillas que había en el techo: las habían hecho ellos mismos, con paneles de madera y mallas de acero, y era la única transformación que habían realizado en el lugar, aparte de sacar a los humanos indigentes que vivían allí y sellar las ventanas de los pisos que daban al exterior.
De esa manera, los vampiros no podían materializarse allí abajo.
Y Dios sabía que los humanos no eran lo suficientemente fuertes para tratar de levantar esas tablas de madera de más de quince centímetros de espesor.
El suave timbre que emanó del móvil de su líder parecía demasiado civilizado para aquel ambiente, pues la falsa campana sonaba tan alegre como el repique de un carillón en medio de la brisa de primavera.
Xcor se detuvo y miró el teléfono mientras lo dejaba sonar una vez más. Dos veces.
Evidentemente, el macho no quería dar la impresión de estar esperando la llamada.
Por fin contestó y se llevó el aparato a la oreja. Ahora parecía más relajado, se dijo Zypher. Otra vez tenía el control en sus manos.
—Elan —dijo con voz suave e hizo una pausa. Luego bajó mucho aquellas cejas que siempre parecían fruncidas—. ¿Qué día y a qué hora?
Zypher se incorporó.
—¿El rey la ha convocado? —Silencio—. No, no. En todo caso, solo será admitido el Consejo. Nos quedaremos en la periferia… a vuestras órdenes.
Las últimas palabras fueron pronunciadas con no poca ironía, aunque era poco probable que el aristócrata que estaba al otro lado de la línea se diera cuenta. Por lo que Zypher había oído y visto de Elan, hijo de Larex, no se trataba de alguien muy brillante. Pero, claro, los débiles eran fáciles de manipular y Xcor lo sabía bien.
—Hay algo que debes saber, Elan. El otoño pasado tuvo lugar un atentado contra la vida de Wrath… y no te sorprendas si surge alguna acusación contra mí y mis soldados en esa reunión… ¿Qué? Tuvo lugar en casa de Assail, de hecho, pero el resto de los detalles no son relevantes. Así que tal vez podamos inferir que Wrath ha convocado esta reunión con el propósito de exponerme a mí y a mis hombres… ¿Recuerdas que ya te había advertido sobre ello? Pero no te preocupes, tú estás a salvo. Los hermanos y el rey no están enterados de nuestra relación. Eso, claro, contando con que ninguno de vosotros se lo haya dicho; por nuestra parte, nosotros hemos mantenido un silencio absoluto. Además, debes saber que no le temo a ser tachado de traidor ni a convertirme en blanco de la Hermandad. No obstante, me doy cuenta de que tú posees una sensibilidad más refinada y cultivada y eso no solo es algo que respeto mucho, sino que haré todo lo que esté en mi poder para mantenerte alejado de cualquier brutalidad.
Huy, Huy, claro, pensó Zypher, entornando los ojos.
—Debes recordar, Elan, que tú estás protegido.
En ese momento Xcor esbozó una amplia sonrisa, mostrando todos sus colmillos, como si estuviera a punto de lanzarse sobre la garganta del otro macho y destrozarle el cuello.
Poco después los dos machos se despidieron y luego Xcor terminó la llamada.
—¿Va todo bien? —preguntó Zypher.
Su líder lo miró y, cuando sus ojos se cruzaron, Zypher sintió pena por el idiota que acababa de colgar… y por Wrath y la Hermandad.
La luz que brillaba en los ojos de su líder era maldad pura.
—Ah, sí. Todo va muy bien.