22
Al otro lado del río, en la clínica de Havers, Layla por fin pudo bajarse de la mesa de examen y deambular por el pequeño cuarto. A esas alturas había perdido por completo la noción del tiempo. De hecho, se sentía como si llevara siglos contemplando esas cuatro paredes… y estuviera condenada a pasar el resto de su vida sobre la Tierra mirándolas.
La única parte de ella que parecía funcionar bien era su mente. No dejaba de darle vueltas a lo que había dicho esa enfermera… que se trataba de un aborto espontáneo. Que, a todas luces, ella había concebido…
Cuando oyó el golpe en la puerta que había estado esperando desde hacía tanto tiempo, fue tan inesperado que se sobresaltó.
—Siga —dijo.
La enfermera que había sido tan amable entró… pero parecía otra persona. Se negó a mirar a Layla a los ojos y su rostro parecía congelado en una máscara. Sobre el brazo llevaba una pieza de tela blanca y la agitó hacia el frente mientras desviaba la mirada. Luego hizo una venia.
—Su excelencia —dijo la hembra con voz temblorosa—. Yo… nosotros… Havers… no tenía idea.
Layla frunció el ceño.
—¿Qué está usted…?
La enfermera agitó la túnica, como si tratara de hacer que Layla la aceptara.
—Por favor. Póngasela.
—¿De qué va todo esto?
—Usted lleva en sus venas sangre de Elegida. —La voz de la enfermera se quebró—. Havers está… muy contrariado.
Layla hizo un esfuerzo para entender las palabras de la hembra. Así que esto no… ¿tenía que ver con su embarazo?
—¿Qué…? No entiendo. ¿Por qué está… contrariado porque yo soy una Elegida?
La otra hembra palideció.
—Pensamos que usted era… una prostituta…
Layla se llevó la mano a los ojos.
—Es posible que pronto lo sea… dependiendo de lo que suceda. —No tenía energía para esto ahora—. ¿Quisiera alguien decirme cuáles han sido los resultados de los análisis y qué tengo que hacer para cuidarme?
La enfermera acarició la túnica, todavía tratando de entregársela.
—Él no puede volver a entrar aquí…
—¿Qué?
—No si usted… él no puede estar aquí con usted. Y nunca debería haber…
Layla se abalanzó hacia delante, perdiendo la paciencia.
—Permítame ser completamente clara sobre esto: quiero hablar con el doctor. —Al oír esas palabras, la enfermera efectivamente levantó la vista hacia su cara—. Tengo derecho a conocer los resultados de las pruebas que me han hecho. Dígale que venga aquí ahora.
Layla se cuidó de que su voz sonara autoritaria. Nada de histerias ni gritos, solo un tono neutro y potente que nunca antes había oído salir de su boca.
—Vaya. Y tráigalo —ordenó.
La enfermera volvió a levantar la túnica.
—Por favor. Póngase esto. Él…
Layla se obligó a no gritar.
—Solo soy otra paciente…
La enfermera frunció el ceño y echó los hombros hacia atrás.
—Perdóneme, pero eso no es cierto. Y en lo que tiene que ver con el doctor, él en realidad la violó durante el examen que le practicó.
—¿Qué?
La enfermera se quedó mirándola.
—Él es un buen macho. Un macho honorable, muy tradicional en su manera de pensar…
—¿Y eso qué tiene que ver con lo que pasa aquí, por la Virgen Escribana?
—El Gran Padre puede matarlo por lo que ha hecho.
—¿Durante el examen? Pero si tenía mi consentimiento… ¡Era un procedimiento médico que yo necesitaba!
—Eso no importa. Él hizo algo que va contra la ley.
Layla cerró los ojos. Debería haber usado la clínica de la Hermandad.
—Tiene usted que entender su manera de ver las cosas —dijo la enfermera—. Usted pertenece a una jerarquía con la que no tenemos contacto… y, más aún, no debemos tener contacto.
—Tengo un corazón que late y un cuerpo que necesita ayuda. Eso es todo lo que él, o cualquier otro, necesita saber. La carne es la misma.
—Pero la sangre no.
—Él tiene que venir a verme…
—No lo hará.
Layla clavó los ojos en la hembra. Y luego se llevó una mano al vientre. Durante toda su vida, hasta ahora, había vivido del lado de los honrados y rectos, sirviendo siempre con obediencia, cumpliendo con sus deberes, existiendo dentro de los parámetros dictados por los demás.
Pero eso se había acabado.
Layla entrecerró los ojos.
—Dígale a ese doctor que o viene y me dice en persona qué es lo que me pasa… o me presentaré ante el Gran Padre y le contaré palabra por palabra lo que ocurrió aquí.
Layla desvió deliberadamente la mirada hacia la máquina que habían usado para hacerle la ecografía.
Al ver que la enfermera palidecía, Layla no sintió ningún placer por el chantaje que estaba llevando a cabo. Pero tampoco se arrepintió.
La enfermera se inclinó y salió del cuarto, dejando esa ridícula tela sobre la encimera, junto al lavabo.
Layla nunca había pensado que su estatus de Elegida fuera una carga ni un beneficio. Sencillamente era lo único que conocía: el destino que le habían asignado y que se manifestaba a través de la vida y la conciencia. Sin embargo, era evidente que otras personas no eran tan ecuánimes, en especial aquí abajo.
Y eso solo era el comienzo.
No. Porque ella estaba perdiendo a su hijo. Así que era el final.
Layla estiró el brazo, tomó la tela blanca y se la envolvió alrededor del cuerpo. No le preocupaban las delicadas sensibilidades del médico, pero si se cubría tal como ellos querían, tal vez Havers podría concentrarse en ella en lugar de pensar en lo que era.
Casi de inmediato se oyó un golpe en la puerta y cuando Layla contestó, Havers entró, caminando como si tuviera un arma apuntándole a la cabeza. Con la vista fija en el suelo, solo cerró parcialmente la puerta, antes de cruzar los brazos sobre el estetoscopio.
—Si hubiese tenido conciencia de su estatus, nunca la habría tratado.
—Yo vine a usted de forma voluntaria, solo soy una paciente que necesitaba ayuda.
Havers negó con la cabeza.
—Usted es una divinidad en la Tierra. ¿Quién soy yo para intervenir en algo tan sagrado?
—Por favor. Solo póngale punto final a mi sufrimiento y dígame qué es lo que sucede.
El médico se quitó las gafas y se frotó el puente de la nariz.
—No puedo revelarle esa información a usted.
Layla abrió la boca y la volvió a cerrar.
—¿Perdón?
—Usted no es mi paciente. Su hijo y el Gran Padre son… así que hablaré con él cuando pueda…
—¡No! ¡No debe llamarlo!
La mirada que el médico le dirigió reveló un desprecio que Layla se imaginaba que debía reservar para las prostitutas. Luego habló con un tono bajo y ligeramente amenazante.
—Usted no está en posición de exigir nada.
Layla retrocedió.
—He venido aquí por mi propia voluntad, como una hembra independiente…
—Usted es una Elegida. No solo es ilegal que yo le dé asilo, sino que me pueden acusar por lo que le he hecho hace un rato. El cuerpo de una Elegida es…
—¡De ella!
—… le pertenece al Gran Padre por ley, tal como debe ser. Usted no es importante, no es más que el recipiente de lo que le conceden. ¿Cómo se atreve a venir aquí de esta manera, fingiendo ser una hembra cualquiera…? Usted ha puesto en riesgo mi profesión y mi vida con esa falsedad.
Layla sintió una furia salvaje que corría por cada una de sus terminaciones nerviosas.
—¿De quién es el corazón que late dentro de este pecho? —dijo y se dio un golpe sobre el pecho—. ¿De quién es el aliento almacenado aquí?
Havers negó con la cabeza.
—Hablaré con el Gran Padre y solo él…
—¡No puede hablar en serio! Yo soy la única que vive dentro de este cuerpo. Nadie más…
La cara del médico se arrugó con expresión de disgusto.
—Como ya le he dicho, usted no es más que un recipiente que aloja al misterio divino que se desarrolla en su vientre, el Gran Padre mismo se encuentra dentro de usted. Eso es más importante… y, en consecuencia, la mantendré aquí hasta que…
—¿Contra mi voluntad? No lo creo.
—Usted se quedará aquí hasta que el Gran Padre venga a llevársela. No me haré responsable de lo que pueda pasar por dejarla salir sola al mundo.
Los dos se miraron con odio.
Layla se quitó la túnica.
—Pues bien, eso sí que parece un buen plan para usted. Pero yo me voy a quitar esto ahora mismo… y saldré de aquí desnuda si tengo que hacerlo. Quédese ahí y observe, si quiere… o tal vez podría tratar de tocarme, pero creo que eso sería considerado como otra violación de algún tipo, ¿no es cierto?
El médico se marchó con tanta rapidez que tropezó al salir al corredor.
Layla no perdió ni un segundo y agarró su ropa dispuesta a abandonar cuanto antes ese lugar. No era probable que la única manera de entrar y salir de la clínica fuera la recepción, tenía que haber más salidas, aunque solo fuera las de emergencia, pero ella no sabía dónde podían estar y no podía arriesgarse a deambular por allí hasta encontrarlas.
Así que su única opción era salir por la recepción. Y tenía que hacerlo a pie pues estaba demasiado alterada para desmaterializarse.
Apretando el paso, Layla tomó el mismo camino por el que había llegado… y casi de inmediato, como si alguien les hubiera dicho que lo hicieran, todas las enfermeras se atravesaron en su camino, bloqueando el pasillo para que ella no pudiera pasar.
—Si alguien toca mi persona —gritó en Lengua Antigua—, lo consideraré como una violación de mi naturaleza sagrada.
Todas las hembras se quedaron inmóviles.
Layla miró fijamente a cada una de ellas a los ojos y las obligó a abrirle paso, un camino formado por una cantidad de cuerpos que luego se cerraron tras ella. Al llegar a la sala de espera, se detuvo frente al mostrador de la recepción y miró a la hembra que estaba sentada allí muerta de pánico.
—Usted tiene dos opciones —le dijo e hizo un gesto con la cabeza hacia la puerta de salida reforzada con acero—. O bien me abre la puerta de manera voluntaria, o la volaré en pedazos con el pensamiento, exponiéndolos a todos ustedes y a sus pacientes a la fuerza letal de la luz del sol que ya se acerca. —Layla miró el reloj que colgaba de la pared—. Quedan menos de siete horas y no creo que puedan arreglar esa puerta a tiempo, ¿o sí?
El clic de la cerradura abriéndose resonó en medio del silencio.
—Gracias —murmuró Layla con cortesía, mientras se dirigía a la salida—. Aprecio mucho su buena disposición.
Después de todo, no había razón para olvidar sus modales.
‡ ‡ ‡
Sentado tras su escritorio, con el trasero forrado en cuero cómodamente acomodado en el trono que su padre había mandado hacer hacía siglos y siglos, Wrath, hijo de Wrath, deslizaba su dedo índice por la pulida hoja de un abrecartas de plata en forma de daga. Junto a él, en el suelo, un suave ronquido salió del hocico de George.
El perro dormía durante unos instantes de ocio.
Si alguien llamaba a la puerta o entraba, o si Wrath se movía, aquella gran cabeza se levantaba y el collar sonaba. La alerta instantánea también se producía si se oían los pasos de alguien por el pasillo, o pasaban la aspiradora en algún lugar de la casa, o si se abría la puerta del vestíbulo. O cuando ponían la mesa para comer. O si alguien estornudaba en la biblioteca.
Cuando la cabeza se levantaba se producía un espectro de reacciones que iban desde no hacer nada (la actividad que tenía lugar en el comedor, la aspiradora, el estornudo), pasando por un resoplido (una puerta que se abría abajo, alguien caminando por el pasillo), hasta incorporarse con total atención (el golpe en la puerta, alguien entrando). El perro nunca era agresivo, sino que servía más bien como un detector de movimiento y dejaba a su dueño la decisión sobre lo que había que hacer.
Como se ve, el perro guía era todo un caballero.
Y sin embargo, aunque la mansedumbre era tan propia del animal como su piel suave y su cuerpo grande, de vez en cuando Wrath había visto atisbos de la bestia que se ocultaba en esa bondadosa naturaleza: cuando vives rodeado de un grupo de guerreros tan agresivos y testarudos como los miembros de la Hermandad, de tiempo en tiempo se caldeaban los ánimos, incluso contra el rey. Y eso no molestaba a Wrath… llevaba demasiado tiempo viviendo con esos cabrones como para molestarse por un empujón o un corte de mangas.
Sin embargo, a George no le gustaba. Si alguno de ellos se ponía agresivo con su rey, al perro se le erizaban los pelos del pecho y gruñía en señal de advertencia mientras apretaba su cuerpo contra la pierna de Wrath, como si estuviera preparado para mostrarles a los hermanos lo largos que podían ser los colmillos de verdad si alguno de ellos se pasaba de la raya.
Lo que Wrath quería más en el mundo era a su reina.
Wrath bajó la mano y acarició el costado del perro; luego se volvió a concentrar en la sensación de su dedo deslizándose por la hoja del abrecartas.
Por Dios. Aviones cayendo del cielo… Hermanos heridos… Qhuinn volviendo a salvar la jornada…
Al menos la noche no había terminado en drama. De hecho, había comenzado muy bien con el establecimiento de la prueba que necesitaban para acusar a la Pandilla de Bastardos: V había terminado sus análisis de balística y había establecido sin duda alguna que la bala que había salido del cuello de Wrath había empezado su viaje en un rifle que había sido hallado en el escondite de Xcor.
Wrath sonrió para sus adentros y sus colmillos le produjeron un cosquilleo.
Ahora esos traidores formaban parte de la lista oficial de blancos de la Hermandad, con todo el respaldo de la ley… y ya era hora de hacer una pequeña limpieza.
En ese momento, George resopló y el insistente golpeteo que siguió sugirió que Wrath quizás había pasado por alto el primer toque.
—¿Sí?
Wrath sabía de quiénes se trataba, aun antes de que entraran: V y el policía. Rhage. Tohr. Phury. Y, por último, Z. Quien, a juzgar por ese ruido sordo que hacía al andar, debía de llevar un bastón.
Cerraron la puerta.
Al ver que nadie se sentaba ni decía algo intrascendente, Wrath entendió la razón por la que habían ido a verlo.
—Entonces ¿cuál es el veredicto, señores? —preguntó arrastrando las palabras, mientras se recostaba en su trono.
La voz de Tohr le respondió.
—Hemos estado pensando en Qhuinn.
Seguro que sí. Después de introducir la idea en la reunión que habían tenido al anochecer, Wrath no los había presionado exigiéndoles una respuesta. Había muchas cosas que, como rey, quería meterle a la gente en la cabeza, pero decidir a quién aceptarían los hermanos en su club no era una de ellas.
—¿Y?
Zsadist dijo en Lengua Antigua:
—Yo, Zsadist, hijo de Ahgony, reclutado en el año doscientos cuarenta y dos del reinado de Wrath, hijo de Wrath, propongo aquí a Qhuinn, un huérfano en el mundo, como miembro de la Hermandad de la Daga Negra.
Oír esas palabras tan formales de boca del hermano fue toda una sorpresa. Más que cualquier otro, Z pensaba que el pasado no era más que una mierda. Pero aparentemente eso no se aplicaba en este caso.
Por Dios, pensó Wrath. Estaban de acuerdo. Y tan rápido. Él había pensado que tardarían mucho más tiempo en decidirlo. Días de sopesar los pros y los contras. Semanas. Tal vez un mes, y luego, tal vez, dijeran que no por una variedad de razones.
Pero ellos aceptaban la idea y, en consecuencia, Wrath también.
—¿En qué te basas para hacer esta solicitud en tu nombre y en el de tu linaje? —preguntó Wrath.
Z dejó entonces las formalidades y prefirió hablar de lo concreto.
—Él me trajo a salvo a casa, a los brazos de mi shellan y mi pequeña hija esta noche. Arriesgando su propia vida.
—Muy bien.
Wrath estudió a los machos que estaban de pie frente a su escritorio, aunque no podía verlos con sus ojos. Sin embargo, la vista no era tan importante. No necesitaba tener unas retinas que funcionaran para saber dónde estaba cada uno o cómo se sentían; el olor de sus emociones era claro y definido.
Como grupo, se sentían seguros de su decisión, firmes y orgullosos.
Pero todavía eran necesarias algunas formalidades.
Wrath empezó con el que estaba el último.
—¿V?
—Yo pensaba aceptarlo desde que le dio una buena paliza a Xcor.
Se oyó un rumor de aprobación.
—¿Butch?
Ese conocido acento bostoniano resonó con claridad y determinación:
—Creo que se trata de un guerrero perverso y fuerte. Y me agrada. Los años le están sentando bien, ya está abandonando toda su parafernalia para volverse serio.
—¿Rhage?
—Deberíais haberlo visto esta noche. No quiso dejarme volar en ese avión, dijo que dos hermanos serían una pérdida demasiado grande.
Más rumores de aprobación.
—¿Tohr?
—Aquella noche en que te dispararon, yo pude sacarte de ahí gracias a él. Está hecho de buena madera.
—¿Phury?
—Me gusta. En serio. Es el primero en ofrecerse en cualquier situación. Y literalmente está dispuesto a hacer cualquier cosa por cualquiera de nosotros, aunque sea muy peligroso.
Wrath golpeó el escritorio con los nudillos.
—Entonces está decidido. Le diré a Saxton que haga los cambios y lo haremos.
Tohr intervino.
—Con todo respeto, mi lord, necesitamos resolver el tema de la designación como ahstrux nohtrum. Qhuinn ya no puede continuar cuidando. Esa tiene que dejar de ser su misión prioritaria.
—Cierto. Le diremos a John que lo libere… y no creo que la respuesta vaya a ser no. Después de eso le pediré a Saxton que redacte los documentos y luego, tras la inducción de Qhuinn, V, tú te harás cargo del tatuaje de su cara.
—Entendido —dijo V.
Wrath cruzó los brazos sobre el pecho. Ese era un momento histórico y él lo sabía muy bien. La inducción de Butch había sido legal debido al lazo de sangre que lo unía a la realeza. Pero lo de Qhuinn era otra historia. No había rastros de sangre real. Ni sangre de Elegida o de la Hermandad, aunque técnicamente era un aristócrata.
No tenía familia.
Por otro lado, ese chico había demostrado sus capacidades en el campo de batalla una y otra vez, manteniendo unos porcentajes que, tal como decían actualmente las Leyes Antiguas, estaban reservados solo a aquellos que provenían de linajes específicos… Pero todo eso no eran más que palabras. No era que Wrath no apreciara el programa de mejoramiento de la raza trazado por la Virgen Escribana. Los matrimonios arreglados entre los machos más fuertes y las hembras más inteligentes habían producido, de hecho, extraordinarios resultados cuando se trataba de guerreros.
Pero también habían provocado defectos como su ceguera. Y su uso restringía las promociones basadas en el mérito.
La conclusión era que esta renovación de las leyes que tenían que ver con quién podía y no podía formar parte de la Hermandad no solo era apropiada en términos de la clase de sociedad que él quería crear… sino que era un asunto de supervivencia. Cuantos más guerreros hubiera, mejor.
Además, Qhuinn realmente se había ganado ese honor.
—Que así sea —murmuró Wrath—. Ocho es un buen número. Un número de la suerte.
Ese rumor de acuerdo volvió a llenar el aire una vez más, como el eco de una completa y total solidaridad.
Este era el futuro, pensó Wrath mientras sonreía y enseñaba los colmillos. Y era lo correcto.