20

¡Puta mierda, Qhuinn había perdido el control casi por completo!

Carecía casi totalmente de visibilidad. El avión se mecía de un lado a otro como si tuviera un ataque de delirium tremens y el motor se apagaba y se volvía a encender.

Ni siquiera podía ver cómo estaba Z pues había demasiado viento para gritar y no tenía intenciones de separar los ojos de donde fuera que se dirigieran, o, mejor, de donde fuera que iban a estrellarse, aunque tampoco es que viera mucho…

¿Qué demonios le había hecho pensar que esa era una buena idea?

La única cosa que parecía funcionar era la brújula, así que al menos podía orientarse en dirección a su casa: el complejo de la Hermandad estaba hacia el norte y un poco al este, encima de una montaña rodeada por la barrera defensiva invisible que constituía el mhis de V. Así que, por lo que se refería a la dirección, Qhuinn iba bien encaminado, suponiendo que el control que mostraba los puntos cardinales funcionara mejor que, digamos, todo lo demás en aquella maldita caja de hojalata.

Al mirar hacia la derecha, mientras el viento implacable que entraba a través del parabrisas roto pasaba como una tromba por su canal auditivo, Qhuinn pudo ver a través de la ventanilla lateral… una gran oscuridad, que interpretó como una señal de que ya habían pasado los suburbios y se encontraban sobre el campo. Quizás ya había llegado a las colinas que luego se convertían en la montaña sobre la cual…

Un ruido parecido a la explosión del tubo de escape de un coche llamó su atención con preocupación, pero lo peor fue el súbito silencio que siguió.

El ruido del motor cesó. Lo único que se oía era el viento zumbando por la cabina.

Bueno, ahora sí estaban en problemas de verdad.

Durante una fracción de segundo, Qhuinn pensó en desmaterializarse. Todavía tenía suficiente fuerza y estaba lo suficientemente consciente… pero no estaba dispuesto a abandonar a Z…

Una pesada mano aterrizó en ese momento en su hombro, matándolo del susto.

Z se había arrastrado hasta el asiento de la cabina y, a juzgar por la expresión de su cara, le costaba mucho trabajo mantenerse en pie… y no solo por las sacudidas del avión.

El hermano habló en voz alta y su voz profunda cortó el estruendo.

—Es hora de que te vayas.

—Ni de coña —gritó Qhuinn en respuesta y luego estiró la mano para tratar de encender el motor de nuevo. ¿Qué daño podía hacer?

—No me obligues a lanzarte fuera de aquí.

—Inténtalo.

—Qhuinn…

El motor reaccionó en ese momento y el estruendo se intensificó. Lo cual era una buena noticia. El problema era que si ya se había apagado una vez, podía hacerlo de nuevo.

Qhuinn metió la mano en el bolsillo de su chaqueta; mientras sacaba su móvil pensó en todas las personas que los dos estaban dejando atrás… y le pasó el teléfono al hermano.

Si había una jerarquía en el tema de las despedidas, seguro que Z debía estar en la parte superior de la lista. Él tenía una shellan y una hija… y si alguien iba a hacer una llamada, tenía que ser él.

—¿Para qué es esto? —preguntó Zsadist con brusquedad.

—Adivina.

—Y así tú te puedes ir…

—No me voy a ir… tengo que hacer volar esta chatarra hasta que nos estrellemos contra algo.

En ese momento hubo una pequeña discusión, pero Qhuinn no tenía intenciones de moverse del asiento del piloto y a pesar de lo fuerte que era el hermano en circunstancias normales, en esos momentos no estaba en condiciones de levantar ni una hogaza de pan. Así que la conversación no duró mucho. Después de que terminó, Z desapareció, seguramente para acomodarse en el fondo y poder hacer esa última llamada a sus seres queridos.

Buena idea.

Después de quedarse solo, Qhuinn cerró los ojos y elevó una plegaria a quienquiera que pudiera oírlo. Luego recordó la cara de Blay…

—Toma.

Qhuinn abrió los ojos. Su móvil estaba justo frente a su cara, y el mapa del GPS estaba abierto y funcionando, de modo que la pequeña flecha intermitente mostraba exactamente dónde se encontraban.

—Otros cuatro kilómetros y medio —gritó el hermano por encima del ruido—. Eso es todo lo que necesitamos.

Entonces se oyó un estallido y un chisporroteo… y luego otro momento de horrible silencio. Qhuinn maldijo, concentrándose en la pequeña pantalla, al tiempo que rezaba para que el motor volviera a encenderse por sí solo. Tenían que seguir hacia el norte, obviamente, pero todavía tenía que ir más hacia el este. Mucho más. Su cálculo era acertado, pero no muy preciso.

¿Y sin el teléfono? Estarían perdidos.

Como si no lo estuvieran ya. No sabían dónde estaban y el motor les había fallado por segunda vez. De cine.

Hizo unos cuantos cálculos mentales y giró hacia la derecha hasta que el indicador del mapa quedó orientado exactamente hacia su montaña. O casi. Luego llegó el momento de volver a encender el motor.

Estaban perdiendo altura. Todavía no habían empezado a caer en espiral, como sucedía en las películas cuando aparecía el altímetro en la pantalla y se veía cómo la aguja giraba más deprisa de lo que uno quería que giraran las turbinas. Pero de todas maneras iban descendiendo lenta e inexorablemente… y si perdían suficiente altura y velocidad, que era lo que debía proporcionarles esa asquerosa máquina de coser que tenían bajo la cabina, iban a caer del cielo como si fueran una piedra.

—Vamos, vamos, vamos… —decía Qhuinn mientras intentaba con todas sus fuerzas poner en marcha el motor.

Era difícil mantener el morro del avión levantado y tratar de encender a la vez el motor; y justo cuando estaba a punto de concentrar toda su atención en el volante, el brazo de Z llegó desde atrás, apartó del camino la mano de Qhuinn y se hizo cargo de la tarea de darle a la llave del motor.

Durante una fracción de segundo Qhuinn tuvo una clara visión de la banda de esclavo que asomaba por debajo de la manga de la chaqueta de cuero del hermano… y luego se concentró totalmente en lo que tenía que hacer.

Dios, sentía que los hombros le ardían mientras tiraba del volante con todas sus fuerzas.

Y pensar que se moría por oír el estruendo de aquel…

De repente el motor tosió y resucitó y el cambio en la altitud fue inmediato. Tan pronto empezaron a rugir de nuevo aquellos pistones, los números comenzaron a subir.

Con la palanca hundida hasta el fondo, Qhuinn revisó el indicador del combustible. El tanque estaba vacío. Tal vez solo se habían quedado sin combustible y no se trataba de ningún problema mecánico.

Vaya situación.

—Solo un poco más, cariño, solo un poco más, vamos, mi amor, tú puedes hacerlo…

Mientras una interminable retahíla de palabras de aliento salía de sus labios, las impotentes palabras eran acalladas por lo único que importaba… pero vamos, ¿acaso creía que el Cessna entendía el inglés?

Joder, cada segundo parecía una eternidad entre las esperanzas y las plegarias, mientras daba vueltas en su mente a los peores y los mejores escenarios y el avión avanzaba a un ritmo endemoniadamente lento.

—Dime que has llamado a tus hembras —gritó Qhuinn.

—Dime que puedes mantener este trasto en el aire.

—Sería una mentira.

—Gira más hacia el este.

—¿Qué?

—¡Al este! ¡Gira hacia el este!

Z se acercó al mapa y empezó a indicar con el dedo en una dirección: de este a oeste.

—Tienes que aterrizar aquí, ¡detrás de la mansión!

Qhuinn supuso que debía interpretar eso como un signo positivo de que el hermano estaba haciendo planes de aterrizaje que no implicaban una explosión. Y la sugerencia era buena. Si podían colocarse paralelos a la casa, detrás de la piscina, tal vez se llevaran por delante una línea de árboles… pero tendrían frente a ellos más o menos el mismo terreno que habían necesitado para despegar.

Eso sería mejor que estrellarse contra el inmenso muro que rodeaba la propiedad…

El motor no hizo ningún ruido esta vez. Solo se murió en silencio, como si estuviera cansado de hacer tanto esfuerzo y quisiera tomarse unas vacaciones permanentes.

Al menos ya estaban a punto de aterrizar.

Una oportunidad. Era todo lo que tenían.

Una sola oportunidad para tratar de aterrizar en el terreno que, suponiendo que pudiera planear hasta la propiedad, penetrar el mhis y lograr esquivar la casa, la Guarida, los coches, las rejas, o cualquier otra cosa real o imaginaria que se interpusiera en su camino… constituiría la posibilidad de devolver a aquel orgulloso padre, amante hellren y soberbio guerrero a los brazos de su familia.

Pero Z no era lo único en lo que Qhuinn estaba pensando.

El Gran Padre se encargaría de vigilar la salud y la seguridad de Layla. Blay tenía a sus padres y a Sax. John tenía a Xhex.

Todos iban a estar bien.

—¡Siéntate! —le gritó a Z—. ¡Ahí detrás! ¡Siéntate y ponte el cinturón de seguridad!

El hermano abrió la boca para discutir, pero Qhuinn hizo lo impensable: le puso la mano abierta sobre los labios y gritó:

—¡Ve a sentarte y a ponerte el cinturón! Hemos llegado muy lejos y no podemos permitir que esta operación fracase.

Agarró el móvil y volvió a gritar:

—¡Vete! ¡Yo sé dónde estamos!

Los ojos negros de Z se clavaron en los suyos y, por un segundo, Qhuinn se preguntó si no estaba a punto de salir expulsado de la cabina. Pero luego ocurrió un milagro: se produjo una conexión instantánea entre ellos, una cadena con eslabones tan gruesos como piernas que los unió el uno al otro.

Z levantó su índice y apuntó directamente a la cara de Qhuinn. Luego asintió una vez con la cabeza y desapareció en el fondo del avión.

Qhuinn volvió a concentrarse en la tarea.

El avión seguía planeando en el aire; gracias a la intervención de Z ese último giro a la derecha los había ubicado perfectamente. Según el GPS, se estaban acercando al cruce de caminos que se abría al pie de la montaña, centímetro a centímetro, centímetro a centímetro…

Qhuinn estaba bastante seguro de que ya se encontraban sobre la propiedad.

Como el avión seguía cayendo, se preparó y siguió tirando con fuerza del volante hasta que sus hombros se estrellaron contra el asiento. No había ninguna palanca para aterrizar, la única barra que parecía servir para ese propósito había estado atascada en la misma posición desde el comienzo…

Un súbito silbido penetró en la cabina y eso, junto con un abrupto cambio en el ángulo de la nave, anunció que la gravedad había comenzado a ganar la batalla y reclamaba la posesión de aquel armazón de metal y fibra de vidrio, junto con el par de seres vivos que llevaba dentro.

No iban a lograrlo… era demasiado pronto…

Luego siguió una terrible vibración y, por un momento, Qhuinn se preguntó si no habrían caído ya al suelo sin notarlo y estaban golpeándose ¿quizás con las copas de los árboles? No. Era algo más…

¿El mhis?

Aquella súbita elevación pareció extenderse hacia arriba y, mira por dónde, el avión reaccionó de forma curiosa, pues la nariz subió por sí sola, sin que Qhuinn, que ya no contaba con la ayuda del difunto motor, hiciese ningún esfuerzo. La caída se detuvo, al igual que el movimiento hacia los lados.

Aparentemente la defensa invisible de V no solo mantenía alejados a los humanos y los restrictores, también podía mantener a un Cessna en el aire.

Solo que en ese momento Qhuinn tenía otro problema: que aquel impulso vital no parecía ceder.

Tal como iban las cosas, parecía como si pudieran flotar allí arriba para siempre, mientras se pasaban del único terreno donde podrían aterrizar…

Sin embargo, las sacudidas volvieron a empezar y Qhuinn revisó el altímetro. Habían caído cerca de veinticinco pies y no pudo dejar de preguntarse si habrían penetrado la barrera.

Luces. Ay, Dios santo, luces.

Por la ventana lateral, allá abajo, Qhuinn podía ver el resplandor de las luces de la mansión y el patio. Estaba demasiado lejos para identificar los detalles con precisión, pero tenía que ser… sí, aquella construcción independiente tenía que ser la Guarida.

Al instante, su cerebro hizo unos cuantos cálculos en tercera dimensión y reorientó la nave.

Mierda. La nave iba en el ángulo equivocado. Si seguían así, iban a aterrizar frente a la propiedad y no en la pradera. Y lo peor era que Qhuinn ya no tenía suficiente potencia para trazar un gran círculo que les permitiera orientarse en la dirección correcta.

Pero cuando se te agotan las opciones no tienes otra alternativa que hacer que las cosas funcionen.

El mayor problema seguía siendo que se pasaran del jardín. Solo había un claro en la montaña. Todo lo demás estaba cubierto por árboles que los iban a devorar.

¡Necesitaba bajar ya!

—¡Prepárate!

Aunque parecía una maniobra absurda, Qhuinn hundió el volante hacia delante y apuntó el morro de la nave hacia el suelo. Hubo un súbito aumento en la velocidad y tuvo que rezar para que la velocidad aminorara cuando entraran en la zona de aterrizaje. Y, mierda, la vibración se volvió más intensa, hasta el punto de producirle un horrible malestar, aparte de que le dolían los brazos por la fuerza que estaba haciendo para mantener el volante.

Más rápido. Más cerca. Más rápido. Más ruido. Más cerca.

Y luego llegó la hora. La casa y los jardines se veían frente a ellos y se acercaban a una velocidad cada vez mayor.

Qhuinn tiró del volante con todas sus fuerzas y la nueva velocidad les permitió un pequeño repunte de altura.

Pasaron la casa…

—¡Agárrate! —gritó Qhuinn con todo el aire de sus pulmones.

Cuando todo empezó a suceder en cámara lenta, cada detalle pareció magnificarse: los sonidos, los segundos, el ardor en los ojos mientras miraba hacia delante, la sensación de su cuerpo impulsado hacia atrás contra el asiento del piloto…

Mierda. No llevaba el cinturón de seguridad.

No se había molestado en ponérselo. Tenía demasiadas cosas en que pensar.

Imbécil…

En ese mismo instante tocaron algo. Duro. El avión rebotó, golpeó algo más, volvió a rebotar tambaleándose y volvió a saltar. Mientras tanto, Qhuinn sintió que su cabeza se golpeaba con los paneles que tenía encima y su trasero se estrellaba contra el asiento…

Todo daba vueltas.

La siguiente etapa del aterrizaje de ese endemoniado vuelo fue una combinación de sacudidas, golpes y giros, y a punto estuvo Qhuinn de salir despedido de la cabina. Estaban en el suelo, sí, eso era. Y joder si iban rápido. Las luces pasaban a toda velocidad por las ventanas laterales y todo adquirió la apariencia de una discoteca hasta que Qhuinn quedó prácticamente ciego. Y teniendo en cuenta el lado del cual se veían las luces, se imaginó que estaban en el jardín… pero se les estaba agotando el espacio.

Entonces decidió sacudir el volante para hacer que el avión empezara a girar sobre sí mismo como un trompo, con la esperanza de que las mismas leyes de la física que se aplican a un coche cuando se sale de control se pudieran aplicar aquí: sin frenos y con un espacio limitado, esa era la única manera de reducir la velocidad.

La fuerza centrífuga lo lanzó contra un lado de la cabina y sintió cómo la cara se le llenaba de nieve; luego notó algo afilado contra la piel.

Mierda, la velocidad no disminuía en lo más mínimo.

Y aquel muro de seguridad de más de seis metros y cuarenta centímetros de espesor parecía estar cada vez más cerca.

Lo que necesitaban ahora era frenar en seco…