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Mientras tanto, en la mansión de la Hermandad, Blaylock estaba sentado en el borde de la cama, desnudo y con el cuerpo rojo y cubierto por una película de sudor que hacía brillar su pecho y sus hombros. Entre las piernas, su polla yacía flácida y tenía las caderas cansadas después de toda clase de bombeos y movimientos giratorios. Respiraba agitadamente, como si sus pulmones fueran incapaces de absorber todo el oxígeno que necesitaba su cuerpo.
Así que, con toda naturalidad, estiró la mano hacia el paquete de Dunhill que tenía sobre la mesilla.
El ruido de su amante duchándose en el baño, al otro extremo del cuarto, junto con el aroma a jabón fino, le resultaban dolorosamente conocidos.
¿No hacía ya casi un año?
Tras sacar un cigarrillo, Blay tomó el mechero antiguo Van Cleef & Arpels que Sax le había regalado por su cumpleaños. Era de oro macizo y llevaba los característicos rubíes que identificaban la marca; un magnífico objeto fabricado en los años cuarenta, que nunca dejaba de causar admiración… y que tampoco dejaba de funcionar.
Cuando la llama brotó del mechero, se oyó que cerraban la llave de la ducha.
Blay se acercó a la llama, le dio una calada al cigarrillo y cerró la tapa del mechero. Como siempre, quedó flotando en el aire un ligero aroma a alcohol para mecheros cuya dulzura se mezcló con el humo que Blay acababa de expulsar por la nariz…
Qhuinn odiaba el tabaco.
Nunca le había gustado.
Lo cual, considerando su forma de vida y las cosas que solía hacer, resultaba ofensivo.
¿Follar con innumerables desconocidos en el baño de un club? ¿Tríos con machos y hembras? ¿Piercings? ¿Tatuajes en distintos lugares?
Y ese era el tío al que no le «gustaba» el cigarrillo. Como si fuera un hábito abominable que nadie en su sano juicio se atreviera a practicar.
En el baño se oyó cómo se encendía el secador de pelo que él y Sax compartían y Blay se imaginó aquella melena de pelo rubio, la misma que acababa de agarrar con sus manos, flotando en medio de la brisa artificial y atrapando la luz para brillar con destellos que eran totalmente naturales.
Saxton era hermoso, todo piel suave, cuerpo fibroso y buen gusto.
Dios, había que ver la ropa de su armario. Era increíble. Como si el Gran Gatsby se hubiera escapado de las páginas de la novela y fuese caminando por la Quinta Avenida y comprando cantidades de ropa de alta costura.
Qhuinn nunca era así. Qhuinn usaba camisetas Hanes y pantalones militares de faena o de cuero y todavía usaba la misma chupa de motero que tenía desde que pasó la transición. Nada de Ferragamos ni Ballys para él; le gustaban las botas de combate New Rock con una suela tan grande como una llanta. ¿Y el pelo? Solo se lo cepillaba si tenía un buen día. ¿Y colonia? Pólvora y orgasmos.
Demonios, en todos los años que hacía que conocía a Qhuinn, y se conocían casi desde que nacieron, Blay nunca lo había visto con traje.
Si Saxton era el perfecto aristócrata, Qhuinn era un perfecto matón…
—Toma. Echa aquí la ceniza.
Blay levantó la cabeza con sobresalto. Saxton estaba desnudo, perfectamente peinado, olía a Cool Water… y sostenía el pesado cenicero de baccarat que le había comprado como regalo por el solsticio de verano. También era un objeto de los años cuarenta y pesaba tanto como una bola de bolos.
Blay obedeció y tomó el cenicero balanceándolo sobre la palma de la mano.
—¿Ya te vas a trabajar?
¿Acaso no era obvio?
—Así es.
Saxton dio media vuelta y exhibió su espectacular trasero mientras caminaba hacia el armario. Técnicamente se suponía que vivía en una de las habitaciones de huéspedes vacías que había al lado de la suya, pero con el tiempo todas sus cosas habían acabado en el cuarto de Blay.
A Saxton no le molestaba que fumara, incluso a veces le pedía una calada, sobre todo después de algún intercambio particularmente enérgico… por decirlo de alguna manera.
—¿Cómo van las cosas? —preguntó Blay mientras exhalaba el humo—. Me refiero a tu misteriosa misión.
—Bastante bien. Ya casi he acabado.
—¿Eso significa que por fin me podrás decir de qué se trata?
—Lo averiguarás más temprano que tarde.
Blay le dio vueltas a su cigarrillo entre los dedos y se concentró en la punta encendida. Saxton estaba trabajando en una misión confidencial para el rey desde el otoño y no le había contado nada, ni siquiera cuando estaban en la cama, y probablemente esa fuera solo una de las múltiples razones por las cuales Wrath lo había convertido en su abogado personal. Saxton era tan reservado como la bóveda de un banco.
Qhuinn, por otro lado, nunca había sido capaz de guardar un secreto. Desde las fiestas sorpresa hasta los chismes, o vergonzosos detalles personales, como aquella vez que se acostaron juntos con una puta barata en…
—¿Blay?
—Lo siento, ¿qué decías?
Saxton salió del vestidor totalmente listo, con un traje de tres piezas de Ralph Lauren.
—He dicho que nos vemos en la Última Comida.
—Ah, ¿ya es tan tarde?
—Sí, ya es tarde.
Seguramente todavía estaban follando cuando tuvo lugar la primera comida del día, que era lo habitual desde que…
Dios. Blay ni siquiera podía pensar en lo que había ocurrido hacía solo una semana. Ni siquiera podía aclarar sus sentimientos porque jamás había imaginado que esa situación llegara a producirse alguna vez… Pero había sucedido. Algo que a él nunca le había preocupado que pasara… Y pasó. Justo frente a sus ojos.
Y él que pensaba que ser rechazado por Qhuinn había sido una mala experiencia.
Su amigo iba a tener un bebé con una hembra…
Joder, su amante le había hecho una pregunta y tenía que responderle.
—Sí, claro. Te veré más tarde.
Hubo un momento de vacilación y luego Saxton se acercó y le estampó un beso en los labios.
—¿Esta noche estás libre?
Blay asintió con la cabeza, mientras alejaba el cigarrillo para no quemar la elegante ropa de Saxton.
—Tenía el plan de leer el New Yorker y tal vez empezar Desde la terraza.
Saxton sonrió, pues sin duda apreciaba lo atractivas que resultaban las dos cosas.
—Cómo te envidio. Cuando termine esta misión voy a tomarme unas cuantas noches libres para relajarme.
—Tal vez podríamos ir a algún lado.
—Sí, tal vez.
La tensa expresión que cruzó por el adorable rostro de Saxton fue fugaz y triste a la vez. Porque Saxton sabía que no iban a ir a ninguna parte.
—Que te vaya bien —dijo Saxton, al tiempo que deslizaba sus nudillos por la mejilla de Blay.
Blay, a su vez, le acarició la mano con la nariz.
—A ti también.
Un momento después, la puerta se abrió y se cerró… y él se quedó solo. Sentado en aquella cama de sábanas revueltas, en medio de un silencio que parecía oprimirlo desde todos los ángulos, Blay se terminó el cigarrillo hasta llegar al filtro, lo apagó en el cenicero y encendió otro.
Luego cerró los ojos y trató de recordar el sonido de los gemidos de Saxton, o la imagen de su espalda arqueándose, o la sensación de su piel contra la de él.
Pero no pudo.
Y esa era la raíz del problema.
‡ ‡ ‡
—A ver si lo entiendo —dijo V arrastrando las palabras a través del móvil—. Has perdido tu Hummer.
Qhuinn estuvo a punto de romper un cristal con la cabeza.
—Sí, eso es. Así que serías tan amable de…
—¿Y cómo has podido perder un vehículo que pesa casi cuatro toneladas?
—Eso no importa…
—Bueno, en realidad sí importa, si lo que quieres es que yo acceda al GPS y te diga dónde encontrar el maldito coche; lo cual, según entiendo, es la razón de tu llamada, ¿cierto? ¿O acaso crees que una confesión sin detalles será suficiente para el alma?
Qhuinn agarró su móvil con más fuerza.
—Dejé las llaves puestas.
—¿Perdón? No he entendido lo que has dicho.
Pura mierda.
—Dejé las llaves puestas.
—Eso sí que fue una estupidez, hijo.
No. Me. Digas.
—Entonces ¿puedes ayudarme a…?
—Acabo de enviarte el link. Una cosa, cuando recuperes el vehículo…
—¿Sí?
—Fíjate si los ladrones acercaron el asiento al volante, ya sabes, para ponerse más cómodos y eso. Porque probablemente no tenían mucha prisa, como tenían las llaves… —El sonido de la voz de Vishous tragándose la risa era como ser golpeado por un coche repetidas veces—. Escucha, ahora tengo que colgar. Porque necesito las dos manos para sujetarme la barriga mientras me burlo de tu estupidez. Nos vemos.
Cuando la llamada terminó, Qhuinn se tomó un momento para controlar el deseo de estrellar el móvil contra el suelo.
Sí, porque perder también el móvil sería el colmo.
Luego entró a su cuenta de Hotmail y, mientras se preguntaba cuánto tiempo tardaría en superar la vergüenza, recibió algunas pistas sobre su maldito coche.
—Va hacia el oeste —dijo Qhuinn y mostró el teléfono a John para que este pudiera ver la pantalla—. Vamos.
Al desmaterializarse, Qhuinn reconoció vagamente que el nivel de su rabia no guardaba una verdadera proporción con el problema: mientras sus moléculas se esparcían por el aire se sintió como un fusible encendido esperando a entrar en contacto con un manojo de dinamita, y no solo por haber sido tan imbécil, o por el hecho de haber perdido el coche, o porque acababa de quedar como un estúpido frente a uno de los machos que más respetaba de la Hermandad.
Había muchas otras cosas.
Tomó forma en una carretera rural; miró otra vez su móvil y esperó a que John apareciera. Cuando su amigo llegó, recalculó la ruta y siguieron hacia el oeste, acercándose cada vez más, triangulando la dirección… hasta que Qhuinn apareció exactamente sobre la carretera cubierta de hielo por la que rodaba su maldita Hummer.
Unos cien metros delante del vehículo.
Quien quiera que fuese el hijo de puta que conducía iba a cien kilómetros por hora, en medio de la nieve, directo hacia una curva. ¡Qué…!
Bueno, tacharlo de estúpido sería muy poca cosa.
—Déjame dispararle a las llantas —dijo John por señas, como si supiera que, en este momento, no era buena idea dejar un arma en manos de Qhuinn.
Pero antes de que John pudiera apuntar, Qhuinn se desmaterializó… y reapareció justo sobre el capó de la camioneta.
Aterrizó de cara contra el parabrisas, mientras su trasero se congelaba con la misma brisa que lo convertía en una especie de insecto pegado contra el cristal. Y luego solo dijo hoooola, mientras contemplaba, gracias a la luz del tablero, el terror en las caras de los dos tíos que iban en la parte delantera… y después su gran idea se convirtió en el segundo desastre de la noche.
Porque, en lugar de pisar el freno, el conductor giró el volante, como si así pudiera evitar lo que ya había aterrizado sobre el capó de la Hummer. Y el giro lanzó a Qhuinn en caída libre mientras su cuerpo ingrávido se contorsionaba en el espacio para mantener los ojos en su coche.
Pero resultó que él fue el más afortunado.
Pues debido a que las Hummer fueron diseñadas y construidas para cosas distintas a la aerodinámica, las leyes de la física se hicieron cargo de todo ese metal y echaron a rodar la camioneta como si fuese un trompo. En el proceso, y a pesar de la nieve que lo cubría todo, la fricción con el asfalto produjo un horrible chirrido que rompió el silencio de la noche…
El estruendo del impacto de la camioneta contra algún objeto sólido del tamaño de una casa interrumpió aquel chirrido. Sin embargo, Qhuinn no le prestó mucha atención al choque porque él también aterrizó contra el pavimento, aplastándose el hombro y la cadera, mientras su cuerpo rodaba por la nieve…
¡CRAC!
Pero ese momento culminante también fue interrumpido cuando algo duro lo golpeó en la cabeza…
Y entonces tuvo lugar un maravilloso espectáculo de luces, como fuegos artificiales frente a sus ojos. Luego llegó la hora de los cantos de los pajarillos y las estrellitas que giraban en torno a su cabeza, mientras se despertaba un intenso dolor en varias partes de su cuerpo.
Qhuinn se recostó, apoyándose contra lo que fuera que había junto a él —no estaba seguro de si era el suelo, un árbol, o ese simpático gordito de traje rojo llamado san Nicolás—; el frío penetró en su cabeza, cubriéndolo todo con un manto de bruma.
Tenía la intención de levantarse, ver cómo había quedado la Hummer y matar a puñetazos a quienquiera que se había aprovechado de su descuido. Pero eso solo eran ideas de su cerebro jugando consigo mismo. Pues su cuerpo se había hecho cargo del volante y el acelerador y no tenía intenciones de ir a ninguna parte.
Mientras yacía tan quieto como podía y respiraba irregulares volutas de aire helado, el tiempo pareció ralentizarse. Durante unos instantes se sintió confundido, sin saber quién era ni qué lo había dejado en ese estado. ¿El accidente que él mismo había causado?
O… ¿tal vez la Guardia de Honor?
¿Estaba reviviendo un hecho del pasado? ¿O todo aquello le estaba sucediendo realmente?
La buena noticia fue que la tarea de comprender qué era real y qué no lo era le dio a su cerebro algo que hacer distinto a insistir en la idea de levantarse. La mala noticia fue que los recuerdos de la noche en que su familia lo repudió resultaron más dolorosos que cualquier otra cosa que estuviese sintiendo.
Dios, veía todo con tanta claridad… El doggen que le había llevado los documentos oficiales y le había exigido un poco de sangre para hacer un ritual de limpieza. El momento en que se había echado la bolsa de viaje al hombro y había salido de la casa por última vez. La calle que se extendía frente a sus ojos, vacía y oscura…
Era esta calle, pensó Qhuinn. Esta misma calle. O… quizás… en fin. Cuando salió de la casa de sus padres tenía la intención de dirigirse al oeste, donde había oído que había una banda de matones parecidos a él. Pero en lugar de eso, unos minutos después aparecieron cuatro machos cubiertos con capuchas que lo golpearon casi hasta matarlo… literalmente. Alcanzó a llegar a la puerta del Ocaso y, una vez allí, vio un futuro en el que no creyó… hasta que ocurrió. Y estaba ocurriendo… ahora mismo. Con Layla…
Ay, mira, John estaba hablando con él.
Justo frente a sus ojos, las manos de su amigo se movían y Qhuinn quería responderle…
—¿Es real todo esto? —murmuró al fin.
John lo miró momentáneamente desconcertado.
Tenía que ser real, pensó Qhuinn. Porque la Guardia de Honor lo había atacado en el verano y el aire que estaba inhalando ahora estaba frío.
—¿Estás bien? —dijo John modulando con los labios, al tiempo que hacía señas con las manos.
Entonces Qhuinn apoyó la mano sobre el suelo cubierto de nieve e hizo el mayor esfuerzo por levantarse. Pero al ver que no se movía más que uno o dos centímetros, dejó que su cuerpo hablara por él… y se desmayó.