18

No. De ninguna manera.

Qhuinn no podía dejar de estar de acuerdo con la opinión de Z sobre la brillante idea de Rhage.

El grupo llevaba un rato avanzando penosamente por el bosque, mientras Rhage soportaba la mayor parte del peso de Z y los demás los rodeaban formando un círculo, listos para acabar con cualquier cosa o persona que los amenazara. Habían logrado llegar al hangar, y la solución de Hollywood a su problema de movilidad se les presentaba como una complicación más, con implicaciones mortales, en lugar de algo que realmente los pudiera ayudar.

—No puede ser tan difícil pilotar un avión. —Mientras todos los demás, incluido Z, solo se quedaron mirándolo, Rhage se encogió de hombros—. ¿Qué? Los humanos lo hacen todo el tiempo.

Z se frotó el pecho y, poco a poco, se dejó caer al suelo. Después de reunir todo el aire que podía, negó con la cabeza y dijo:

—En primer lugar, tú no sabes si… esa maldita cosa… puede siquiera elevarse en el aire… Probablemente no tenga combustible. Y además… tú nunca has pilotado un avión.

—¿Entonces quieres decirme cuáles son nuestras opciones? Todavía estamos a kilómetros de cualquier lugar donde puedan recogernos, tú no estás mejor y, lo más importante, pueden tendernos una emboscada en cualquier momento. Por lo menos déjame entrar ahí y ver si puedo encender el motor.

—Esto es una mala idea.

En el silencio que siguió, Qhuinn hizo sus propios cálculos y miró de reojo hacia el hangar. Después de un momento, dijo:

—Yo te cubro. Vamos.

La conclusión era que Rhage tenía razón. Esa huida a pie estaba siendo demasiado lenta y el restrictor había desaparecido antes de que lo apuñalaran.

¿Acaso el Omega les había dado a sus chicos poderes especiales?

Fuera como fuese, un guerrero inteligente nunca subestimaba al enemigo, en especial cuando uno de sus compañeros estaba herido. Necesitaban llevar a Z a un lugar seguro y si eso significaba un viajecito en avión, entonces que así fuera.

Qhuinn y Rhage se dirigieron al hangar y encendieron las linternas. El avión estaba justo donde lo habían dejado, en el fondo, y parecía el horrible hijo adoptivo de una forma de transporte mucho más bonita que hubiese desaparecido hacía mucho tiempo. Al acercarse, Qhuinn vio que las turbinas parecían en buen estado y, aunque las alas estaban llenas de polvo, él se podía colgar de ellas sin que se desprendieran.

El hecho de que la puerta chirriara como un diablo cuando Rhage la abrió era una noticia menos alentadora.

—¡Uff! —murmuró Rhage al tiempo que se echaba hacia atrás—. Huele como si hubiese algo muerto ahí dentro.

Joder, debía de ser un hedor espantoso para que el hermano pudiera diferenciarlo del resto de los olores que circulaban por el hangar.

Tal vez no era tan buena idea…

Antes de que Qhuinn pudiera ofrecer una interpretación sobre el hedor, Rhage se dobló en cuatro y se metió por el agujero ovalado.

—¡Puta mierda, llaves! Aquí hay unas llaves, ¿podéis creerlo?

—¿Qué hay del combustible? —dijo Qhuinn, al tiempo que describía un círculo amplio con la luz de la linterna para buscar indicios. No encontró más que un suelo sucio.

—Tal vez quieras apartarte un poco, hijo —gritó Rhage desde la cabina—. Voy a tratar de encender esta chatarra.

Qhuinn retrocedió un poco, pero luego lo pensó mejor. Si ese artefacto estaba a punto de estallar en llamas, cinco metros no iban a cambiar mucho las cosas…

La explosión fue atronadora, comenzó a salir un humo espeso y el motor empezó a sonar de pronto como si sufriera de una especie de asma crónica, pero no por mucho tiempo. A los pocos segundos comenzó a bajar la intensidad del rugido del motor.

—Vamos a tener que salir de aquí o acabaremos asfixiándonos —gritó Qhuinn en dirección al avión.

Rhage debió de poner el avión en movimiento justo en ese instante, porque aquel armatoste comenzó a avanzar con un gruñido, como si le dolieran todos los tornillos.

¿Y se suponía que esa cosa debía elevarse en el aire?

Qhuinn salió corriendo por delante y le dio un golpe a la puerta doble. Agarrándose de un lado, tiró con todas sus fuerzas y arrancó la puerta, mientras varias cerraduras y un montón de tornillos salían volando por el aire.

Ojalá el avión no pretendiera imitar la agilidad de esos fragmentos, pensó Qhuinn.

Bajo la luz de la luna, Qhuinn se murió de la risa al ver la expresión de los rostros de John y Blay cuando comprobaron la eficacia del plan de escape… Y, la verdad, los entendía.

Rhage pisó los frenos y se volvió a asomar.

—Subidlo.

Silencio. Bueno, excepto por el ruido que hacía el avión.

—Tú no vas a volar en esa cosa —dijo entonces Qhuinn, casi como para sus adentros.

Rhage frunció el ceño y miró hacia donde él estaba.

—¿Perdón?

—Tú eres demasiado valioso. Si las cosas salen mal, no podemos perder dos hermanos. Eso no va a ocurrir. Yo soy reemplazable, tú no.

Rhage abrió la boca como si fuera a protestar, pero luego la cerró, mientras una extraña expresión cruzaba por su apuesta cara.

—Tiene razón —dijo Z con gesto adusto—. No te puedes arriesgar por mí de esa manera, Hollywood.

—A la mierda con todo, puedo desmaterializarme y abandonar el avión si…

—¿Y crees que vas a ser capaz de hacerlo cuando estemos dando vueltas como un tirabuzón? Imposible…

Una ráfaga de disparos estalló desde la línea de árboles, zumbando por entre la nieve y cerca de sus oídos.

Todo el mundo entró en acción. Qhuinn se lanzó de cabeza al avión, se arrastró hasta el asiento del piloto y trató de entender todos los… mierda, pues sí que había controles. Lo único bueno de todo aquello era que él…

¡Tat-tat-tat-tat!

… había visto suficientes películas para saber que esa palanca tan rara señalaba el combustible y el volante con forma de corbatín era la cosa de la que tenías que tirar si querías elevarte y presionar hacia abajo si querías descender.

—Mierda —murmuró, mientras trataba de mantenerse tan encogido como podía.

A juzgar por los estallidos que siguieron, John y Blay debían estar respondiendo el fuego, así que Qhuinn se empinó un poco y observó la hilera de instrumentos. Suponía que el que estaba buscando era el que tenía dibujado un pequeño tanque de combustible.

Quedaba un cuarto de tanque. Y probablemente la mitad de lo que había debía estar casi inservible.

En realidad no era una buena idea.

—¡Subidlo! —gritó Qhuinn, mientras estudiaba la pradera abierta que se extendía a la izquierda.

Rhage se ocupó del asunto enseguida y lanzó a Zsadist dentro del avión con la delicadeza de un estibador. El hermano aterrizó como si fuera un bulto, pero al menos todavía estaba maldiciendo, lo que significaba que estaba lo suficientemente consciente como para sentir dolor.

Qhuinn no esperó a que cerraran ninguna puerta. Soltó el freno, pisó el acelerador y rezó para que aquel cacharro no patinara sobre la nieve…

El cristal del parabrisas se partió en dos frente a él y la bala que lo quebró empezó a rebotar por la cabina hasta que un suspiro que procedía del asiento que estaba junto a él sugirió que por fin se había hundido en el reposacabezas. Lo cual era mejor que en su brazo. O en su cráneo.

La única buena noticia era que el avión también parecía listo para salir de allí, mientras su oxidado motor parecía impulsar al máximo las turbinas, como si aquella cafetera voladora supiera que la única manera de salvarse era levantar el vuelo. Por las ventanillas laterales el paisaje empezó a pasar a toda velocidad, mientras Qhuinn trataba de avanzar por la mitad de la «pista» manteniendo las dos líneas de árboles a la misma distancia.

—Agárrate —gritó por encima del estruendo del motor.

El viento entraba con violencia a la cabina como si hubiese un ventilador industrial colocado directamente donde solía estar el cristal del parabrisas; pero a Qhuinn eso no le preocupaba, pues no pensaba elevarse lo suficiente como para necesitar presurización.

En este momento lo único que quería era elevarse por encima de los árboles.

—Vamos, tesoro, tú puedes hacerlo, vamos…

Tenía la palanca del combustible presionada al máximo y tuvo que ordenarle a su brazo que se relajara, pues ya no era posible darle más potencia a ese cacharro, pero si se rompía la maldita palanca podrían encontrarse en serios problemas.

El estruendo era cada vez más fuerte.

Los árboles pasaban cada vez más deprisa.

Los saltos se volvían cada vez más violentos, hasta que empezó a sentir que le castañeteaban los dientes y se convenció de que un ala, o quizás las dos, estaba a punto de desprenderse.

Como suponía que no tenía tiempo que perder, tiró del volante hacia atrás con todas sus fuerzas, aferrándose a él con desesperación, como si esa energía se pudiera transmitir al cuerpo del avión impidiendo que se hiciera pedazos…

Algo cayó desde el techo y salió rodando en dirección a Z.

¿Un mapa? ¿La documentación del propietario? Cómo diablos podía saberlo.

Joder, esos árboles del fondo se veían cada vez más cerca.

Qhuinn tiró aún más del volante, a pesar de que ya lo tenía contra su cuerpo, lo cual era una pena porque se les estaba acabando la pista y todavía no habían despegado…

Se oyeron unos ruidos en la barriga del avión, como si la vegetación se alzara para atrapar los paneles de acero.

Y esos árboles que lo esperaban eran tan altos…

Su primer pensamiento al ver la muerte tan cerca fue que nunca iba a conocer a su hija. Al menos a este lado del Ocaso.

Su segundo y último pensamiento fue que no podía creer que nunca le hubiese dicho a Blay que lo amaba.

Y ahora era demasiado tarde.

Imbécil. Realmente no era más que un grandísimo idiota.

Porque no cabía ninguna duda: había llegado su hora.

Entonces Qhuinn se enderezó para que toda la fuerza de ese viento helado lo golpeara directamente en la cara y fijó la vista al frente, imaginándose aquellos pinos que lo esperaban amenazantes y que no podía ver porque tenía los ojos llenos de lágrimas a causa del viento. Abrió la boca y empezó a gritar con rabia, sumando su voz al estruendo del motor.

Maldición, no estaba dispuesto a morir como un mariquita. Nada de agacharse ni pedirle a Dios que lo salvara. A la mierda con eso. Iba a enfrentarse a la muerte enseñando los colmillos y con el cuerpo en plena tensión, pero no por causa del miedo sino por la cantidad de…

—¡Llévame contigo, maldita Muerte!

‡ ‡ ‡

Blay apuntaba el cañón de su arma hacia la línea de árboles y disparaba como si tuviera toda la munición del mundo, lo cual no era el caso.

¡Menudo desastre! John, Rhage y él estaban totalmente al descubierto; no había manera de saber cuántos asesinos los acechaban en aquellos bosques y, querida Virgen Escribana, lo único que hacía ese viejo avión era dejar una estela de humo mientras chirriaba como una matraca en una fiesta dominguera.

Ah, y por supuesto aquella cafetera ambulante estaba lejos de ser blindada, aunque evidentemente sí tenía combustible.

Qhuinn y Z no iban a lograrlo. Se iban a estrellar contra los árboles que los esperaban al final de la pradera, suponiendo que antes no los hicieran volar en pedazos.

En ese momento, cuando supo que el desastre sería inminente de una forma u otra, Blay se dividió en dos. Su parte física siguió concentrada en el ataque, con los brazos extendidos, disparando y siguiendo las trayectorias y los zumbidos de los cañones y los movimientos del enemigo.

Mientras la otra parte volaba hacia aquel avión.

Era como si estuviera viendo su propia muerte. Se podía imaginar con claridad la violenta vibración del avión, los saltos descontrolados sobre el suelo y la visión de aquella sólida línea de árboles que se le venía encima como si estuviera viéndolo todo a través de los ojos de Qhuinn.

Ese estúpido hijo de puta.

Había habido tantas ocasiones en las que Blay había pensado que se iba a matar.

Tantas ocasiones en el campo de batalla y fuera de él.

Pero ahora iba a suceder…

La bala lo hirió en el muslo y el dolor que le subió desde la pierna hasta el corazón le indicó que debía concentrar toda su atención de nuevo en el combate: si quería vivir, tenía que concentrarse por completo.

Y aun cuando se daba cuenta de eso, hubo una fracción de segundo en que Blay pensó: terminemos de una vez con todo esto. Acabemos con toda esta mierda y este castigo de por vida, todos esos casis, los «si solo», la implacable agonía en que había vivido siempre… estaba tan cansado de todo eso…

Blay no supo qué fue lo que lo golpeó hasta tumbarlo sobre la nieve.

En un momento estaba mirando el avión en espera de que estallara en llamas y al siguiente estaba tumbado en el suelo, con los codos hundidos en la tierra congelada y la pierna herida palpitando.

¡Pop! ¡Pop! ¡Pop!

El rugido que interrumpió el sonido de las balas fue tan fuerte que tuvo que bajar la cabeza. Cerró los ojos, como si eso lo ayudara a evitar el desastre del avión.

Solo que no hubo ningún estallido de luz y calor. Y el sonido provenía de arriba…

Volando. Aquella cafetera ambulante estaba realmente volando. Sobre sus cabezas.

Blay no se atrevía a abrir los ojos; quizás le hubieran disparado en la cabeza y estuviera alucinando. Al fin lo hizo y… No, ese pedazo de chatarra estaba en el aire, girando para tomar la dirección que, si lograban mantenerlo estable, podría llevar a Qhuinn y a Z hasta el complejo de la Hermandad.

Si tenían suerte.

Joder, ese viaje no iba a ser muy tranquilo, no se trataba de un águila que volara certeramente a través del cielo nocturno. Era más bien el vuelo de una golondrina recién salida del nido… con un ala rota.

El avión se mecía de un lado a otro, tambaleándose en el aire como un borracho.

Hasta el punto de que parecía que habían logrado lo imposible… solo para caer con rapidez y estrellarse contra el bosque…

De repente algo lo golpeó en la cara desde un lado, sacudiéndolo con tanta fuerza que rodó hasta quedar de espaldas y a punto estuvo de soltar sus pistolas. Una mano… una mano había golpeado su cara como si fuese un balón.

Luego un peso gigantesco le saltó sobre el pecho, aplastándolo contra la nieve y haciéndolo exhalar con tanta fuerza que Blay se preguntó si no habría expulsado el hígado.

—¿Quieres bajar la maldita cabeza? —le siseó Rhage al oído—. Te van a dar… otra vez.

Cuando se produjo una pausa en los disparos, que se prolongó durante un minuto, cuatro asesinos salieron de la línea de árboles que tenían en frente, caminando entre la nieve con las armas listas y apuntando.

—No te muevas —susurró Rhage—. Nosotros también podemos sorprenderlos.

Blay hizo su mejor esfuerzo para no respirar con tanta fuerza como se lo exigían sus pulmones y también trató de no estornudar mientras los copos de nieve se le metían por la nariz cada vez que inhalaba.

Esperando.

Esperando.

Esperando.

John estaba más o menos a un metro de ellos y yacía en una extraña posición que hizo que el corazón de Blay diera un brinco…

Pero como si le hubiese leído el pensamiento, su amigo rápidamente le hizo una seña de que estaba bien.

Gracias. A. Dios.

Blay movió los ojos alrededor sin cambiar el ángulo de su cabeza y luego intercambió discretamente una de sus pistolas por una daga.

Cuando un zumbido empezó a vibrar en su cabeza, Blay analizó los movimientos de los asesinos, sus trayectorias y sus armas. Ya estaba casi sin balas y no tenía tiempo de sacar más munición de su cinturón… además, sabía que John y Rhage estaban en una situación similar.

Los cuchillos que V les había hecho a medida eran su único recurso.

Más cerca… más cerca…

Cuando los cuatro restrictores estuvieron por fin a su alcance, llegó el momento perfecto. Y lo mismo pensaron los otros.

Con un movimiento coordinado, Blay saltó y empezó a apuñalar a los dos que tenía más cerca. John y Rhage atacaron a los otros…

Casi de inmediato llegaron más asesinos desde el bosque, pero por alguna razón, quizás porque la Sociedad Restrictiva ya no equipaba tan bien a sus reclutas, no hubo más disparos. El segundo grupo se lanzó contra ellos entre la nieve portando la clase de armas que esperarías encontrar en una pelea callejera: bates de béisbol, barras, cadenas…

Y eso a Blay le parecía muy bien.

Porque estaba tan harto de todo y tan furioso que le apetecía un combate cuerpo a cuerpo.