17

Xcor no se esperaba algo así.

Cuando él y sus soldados tomaron forma frente al lugar acordado previamente para alimentarse, Xcor esperaba encontrar una propiedad en ruinas o a punto de derrumbarse, un lugar que evidenciara un estado financiero tan desastroso que la hembra que lo ocupaba se veía forzada a vender sus venas y su sexo para mantenerse a flote.

Pero no, nada de eso.

Los alrededores de la propiedad tenían todas las características de una casa de la glymera. La inmensa mansión que se asentaba sobre la colina brillaba con luz cálida, los jardines resplandecían hermosamente cuidados y hasta la pequeña cabaña del jardinero estaba en perfectas condiciones, a pesar de su evidente antigüedad.

¿Se trataría tal vez de la prima pobre de algún aristócrata?

—¿Quién es esta hembra? —le preguntó Xcor a Throe.

Su segundo al mando se encogió de hombros.

—No conozco personalmente a su familia. Pero la he investigado, y sé que pertenece a un linaje honorable.

A su alrededor, sus guerreros estaban impacientes, aplastando con sus botas la nieve del jardín mientras echaban por la nariz nubes de vapor como si fueran caballos de carreras a punto de oír la señal de salida.

—Me pregunto si esa hembra sabrá exactamente qué es lo que tiene que hacer —murmuró Xcor, sin mostrar demasiado interés en la cuestión.

—¿Nos anunciamos? —preguntó Throe.

—Sí, antes de que los otros pierdan la paciencia e irrumpan como bestias en la casa.

Throe se desmaterializó hasta una pintoresca puerta cuyo arco de entrada y pequeña lámpara parecían salidos de una casita de muñecas. Sin embargo, el soldado no se dejó engañar por el encanto. La iluminación del techo se apagó de repente, seguramente porque Throe la apagó con el pensamiento, y luego golpeó en la puerta con fuerza e impaciencia, de una manera que parecía exigir más que solicitar.

Un momento después el portal se abrió y la luz de las llamas de la chimenea se proyectó en la noche con un color dorado tan intenso que parecía capaz de derretir la capa de nieve. Y justo en medio de aquella adorable luz, la figura de una hembra dibujó una silueta sinuosa y oscura.

Estaba desnuda y el olor que salía hacia la brisa helada indicaba que estaba muy dispuesta.

Zypher dejó escapar un gruñido suave.

—Mantened la calma —les ordenó Xcor—. De lo contrario, vuestra ansiedad puede ser usada como un arma en nuestra contra.

Throe habló con ella y luego se metió la mano al bolsillo para sacar el dinero. La hembra aceptó lo que le entregaban y estiró un brazo, adoptando una posición que permitió que uno de sus voluptuosos senos quedara bañado por la suave luz.

Throe miró por encima del hombro e hizo un gesto de asentimiento.

Los otros no esperaron ninguna otra invitación. Los guerreros de Xcor se acercaron enseguida a la puerta y sus inmensos cuerpos masculinos hicieron desaparecer en instantes el cuerpo de la hembra.

Xcor también entró, maldiciendo entre dientes.

Naturalmente, Zypher fue el primero en entrar en acción apoderándose de los labios de la mujer y de sus senos, pero no fue el único. Los tres primos compitieron por las posiciones: uno decidió colocarse por detrás y arquear las caderas, como si quisiera restregarse la polla contra el trasero de la hembra y los otros dos se abalanzaron sobre sus pezones y su sexo mientras sus manos subían por su cuerpo como insectos.

Entonces Throe levantó la voz con el fin de que lo oyeran por encima de los crecientes gemidos:

—Me quedaré fuera vigilando.

Xcor abrió la boca para ordenarle que se quedara, pero pensó que si decía que quería salir él los demás creerían que quería evitar la escena, lo cual no parecía muy masculino.

—Sí, hazlo —murmuró—. Yo vigilaré el interior.

Sus soldados levantaron entonces a la hembra, mientras las manos con las que solían manejar la daga se apoderaban de sus brazos, sus piernas y su cintura, al tiempo que la cargaban entre todos hacia el fondo de la casa, que parecía más acogedor. Xcor cerró la puerta y la examinó con detalle para asegurarse de que no había ningún tipo de artilugio mediante el cual pudiera cerrarse dejándolos atrapados. También inspeccionó el interior de la cabaña. Mientras sus bastardos llevaban su comida cerca del fuego, donde alguien había extendido una gran alfombra de piel, Xcor se acercó a la ventana más cercana, levantó las cortinas y revisó con cuidado los paneles de cristal. Eran viejos, separados por palos de madera y no de acero.

Así que no representaban ningún peligro. Perfecto.

—Quiero tener a alguien dentro de mí —gimió la hembra con voz ronca.

Xcor no se molestó en verificar si alguien había atendido la llamada de la hembra o no, aunque sus gruñidos sugerían que sí. En lugar de eso examinó los alrededores en busca de otras puertas o lugares desde donde pudieran atacarlos. Pero no parecía haber ninguno. La cabaña no tenía segunda planta y el esqueleto de su techo se arqueaba sobre sus cabezas. Solo había un pequeño baño cuya puerta estaba abierta y dejaba ver una bañera con patas en forma de garra y un lavabo antiguo. La cocina abierta se componía apenas de una pequeña encimera con unos pocos cacharros.

Xcor miró entonces de reojo hacia donde se desarrollaba la acción. La hembra estaba acostada de espaldas, con los brazos abiertos, el cuello expuesto y las piernas también abiertas. Zypher estaba sobre ella y la follaba de manera rítmica; la cabeza de la hembra se movía hacia arriba y hacia abajo sobre la alfombra de piel blanca mientras su cuerpo absorbía las embestidas del soldado. Dos de los primos se habían apoderado de sus muñecas y el otro se había sacado la polla y la estaba penetrando por la boca. De hecho, apenas se podía ver algo de ese cuerpo que no estuviese cubierto por los vampiros y el éxtasis de la hembra al sentirse usada de esa manera no solo era evidente para los ojos sino para los oídos: alrededor de la erección que entraba y salía de sus seductores labios, la hembra respiraba de manera pesada y lanzaba gemidos eróticos que llenaban el aire.

Xcor se acercó al fregadero de la cocina. Estaba vacío y tampoco se veía ningún resto de comida o vasos a medio llenar. Sin embargo, había platos en los armarios y cuando Xcor abrió el refrigerador, vio botellas de vino blanco alineadas horizontalmente en los distintos compartimentos.

El sonido de una voz masculina que maldecía lo hizo levantar los ojos hacia la diversión. Zypher estaba en medio de un orgasmo y echaba el cuerpo hacia delante mientras arqueaba la cabeza hacia atrás. Y a pesar de que aún estaba eyaculando uno de los primos lo estaba empujando hacia un lado para tomar su lugar, antes de levantar las caderas de la hembra y hundir su polla en aquel sexo húmedo y rosado. Zypher no se mostró enfadado, todo lo contrario, parecía contento con el cambio de lugar porque enseguida enseñó sus colmillos y bajó la cabeza bajo el pecho de su camarada, listo para morder el seno de la hembra para poder alimentarse cerca del pezón.

El que la estaba follando por la boca también llegó al orgasmo y ella se tragó todo el semen succionando con desesperación la polla del guerrero antes de soltarla y lamerse la boca como si todavía tuviera hambre. Alguien se compadeció entonces de ella y la hembra recibió enseguida otra erección entre los labios, mientras el ritmo frenético de lo que ocurría en su cabeza y entre sus piernas la sacudía hacia arriba y hacia abajo de una manera que parecía excitarla cada vez más.

Xcor revisó el baño por segunda vez, pero confirmó su primera opinión: allí no había ningún lugar donde esconderse.

Con el interior totalmente revisado, no le quedaba más que hacer que recostarse contra la pared que ofrecía la mejor vista y ser testigo de cómo se alimentaban sus soldados. A medida que el acto ganaba intensidad, los machos fueron perdiendo la poca urbanidad que poseían; sus colmillos relucían cada vez más y sus ojos brillaban con agresividad al tiempo que competían por tener acceso a la hembra. Sin embargo, y a pesar de su estado, sus soldados no habían perdido la cabeza por completo y también se encargaron de alimentar a la hembra.

En cierto momento alguien se perforó una vena y la puso sobre los labios de ella.

Xcor clavó la mirada en sus botas y dejó que su visión periférica se encargara de supervisar los alrededores.

Hubo una época en la que se habría excitado con aquella escena, pero no porque sintiera un particular interés por el sexo; simplemente se habría excitado como un acto reflejo, de la misma forma que su estómago rugía cuando veía comida. En el pasado, cuando había tenido la necesidad de tomar a una hembra, lo había hecho siguiendo su instinto. Por lo general a oscuras, claro, para que la chica no se sintiera ofendida o atemorizada.

Xcor se imaginaba que la expresión de tensión que los machos suelen adoptar cuando están en medio de sus agonías eróticas podía empeorar aún más su apariencia.

Sin embargo, ahora no era así. Se sentía curiosamente desconectado de todo aquello, como si estuviese observando a un grupo de machos que movían unos muebles pesados o barrían el césped.

Y, desde luego, eso se debía a su Elegida.

Después de haber sentido sus labios contra la pura piel de aquella hembra, de haber visto el fondo de sus luminosos ojos verdes, de haber sentido su delicada fragancia, se sentía completamente indiferente a los exuberantes encantos de la hembra que yacía frente al fuego.

Ay, su Elegida… nunca había pensado que pudiera existir semejante belleza; más aún, nunca habría podido imaginar que se sentiría tan conmovido por algo que era completamente opuesto a él. Ella era su antítesis, amable y generosa, mientras que él era brutal e inclemente, hermosura frente a su fealdad, etérea frente a su sordidez.

Y ella lo había marcado. De una manera tan definitiva como si lo hubiese golpeado y hubiese dejado una profunda cicatriz en su piel. Él había sido herido por ella y ahora se sentía débil.

No había nada que hacer.

Incluso el recuerdo de los momentos que había compartido con ella, cuando la Elegida estaba vestida y él gravemente herido, era suficiente para sacudirlo a la altura de las caderas y su patética polla se endurecía sin razón alguna: porque aunque no se encontraran en bandos opuestos en esa guerra por el trono, ella nunca le permitiría acercarse de la forma en que un macho se acerca a una hembra honorable cuando está enamorado. La fresca noche de otoño en que se habían conocido bajo aquel árbol ella creía estar prestando un servicio indispensable. Así que lo que hizo no había tenido nada que ver con él en particular.

Pero, ay, a pesar de eso la deseaba…

Los machos intercambiaron posiciones sobre el cuerpo de la hembra, que se retorcía extasiada. Xcor la miró con fijeza sin saber muy bien por qué. Y cuando ella desvió la mirada vidriosa en su dirección, como si hubiese percibido su excitación, un gesto de horror cruzó fugazmente por su rostro, o lo poco que se podía ver de él bajo el grueso brazo que le ofrecía alimento.

La hembra abrió los ojos con horror. Era evidente que acababa de descubrir la presencia de Xcor, que le había pasado desapercibida. Una oleada de miedo, y no de pasión, pareció recorrerla.

Pero para no interrumpir a sus soldados, Xcor se apresuró a negar con la cabeza mientras levantaba la palma de la mano con intención de tranquilizarla, con el fin de asegurarle que no iba a tener que tolerar sus labios… y mucho menos su sexo.

El mensaje aparentemente fue recibido, pues la expresión de horror abandonó la cara de la hembra, y cuando uno de los soldados llamó su atención hacia su polla, ella estiró la mano y comenzó a acariciarla.

Xcor sonrió para sí mismo con amargura. Esa ramera no estaba dispuesta a aceptarlo y sin embargo su cuerpo, en medio de toda su estupidez biológica, insistía en responder al recuerdo de aquella Elegida, como si la hembra sagrada pudiera dignarse a volver a mirarlo alguna vez.

Era tan estúpido.

Xcor miró su reloj y se sorprendió al ver que sus soldados ya llevaban más de una hora alimentándose. Eso era bueno. Siempre y cuando cumplieran con sus dos reglas básicas, Xcor estaba dispuesto a dejar que aquello siguiera: los bastardos debían permanecer vestidos en todo momento y sus armas debían permanecer en sus arneses, pero sin el seguro.

De esa manera, si el tenor de las cosas cambiaba en cualquier momento, se podrían defender con rapidez.

Xcor estaba más que dispuesto a darles más tiempo.

Porque después de ese divertimento su energía estaría al máximo… y tal como iban las cosas con la Hermandad, seguramente iban a necesitar mucha energía.