16

Alguien acaba de pasar por aquí —dijo Rhage.

Qhuinn sacó su linterna de bolsillo y dirigió el discreto rayo de luz hacia el suelo. Sin duda alguna, las pisadas que se veían en la nieve eran recientes pues aún no estaban cubiertas de copos sueltos… y se dirigían en línea recta hacia un claro en el bosque. Después de apagar la linterna, Qhuinn se concentró en la choza que se veía adelante y que parecía abandonada en medio del frío: no salía humo de su chimenea de piedra, ni se veía ningún resplandor que indicara una fuente de luz y, más importante aún, no había ningún olor en el aire.

Los cinco se acercaron formando un círculo alrededor del claro y avanzando furtivamente desde varios ángulos. Al ver que no había ninguna reacción defensiva, todos subieron hasta el pequeño porche e inspeccionaron el interior a través de las ventanas.

—Nada —murmuró Rhage, al tiempo que se dirigía a la puerta.

Una inspección rápida del picaporte mostró que la puerta estaba cerrada con llave.

Entonces el hermano la empujó con un golpe de su inmenso hombro y la pobre puerta salió volando, arrojando por todas partes fragmentos de la chapa y astillas de madera.

—Hola, querida, ya estoy aquí —gritó Hollywood al tiempo que entraba.

Qhuinn y John siguieron el protocolo y se quedaron en el porche, mientras Blay y Z seguían a Rhage y empezaban a revisarlo todo.

Los bosques que los rodeaban estaban en silencio, pero sus agudos ojos podían ver aquellas pisadas que, después de rodear la choza, se dirigían hacia el noroeste.

Lo cual sugería sin ninguna duda que alguien estaba allí con ellos, inspeccionando la propiedad al mismo tiempo.

¿Un humano? ¿O quizás un restrictor?

Qhuinn pensaba que debía de tratarse de un asesino, considerando toda esa mierda que habían hallado en el hangar… y el hecho de que la propiedad estaba situada en un lugar muy remoto y, por eso mismo, bastante seguro.

Aunque si realmente querían saber qué era lo que había en aquel edificio, primero tendrían que pedir la ayuda de una compañía especializada en limpieza.

En ese momento se oyó la voz de Blay desde dentro.

—He encontrado algo.

Qhuinn necesitó echar mano de todo su entrenamiento para no abandonar su puesto de vigilancia y correr dentro… aunque no precisamente porque estuviera muy interesado en lo que habían hallado. A lo largo de la misión, Qhuinn no había dejado de vigilar a Blay para ver si su estado de ánimo mejoraba.

Pero, la verdad, parecía estar peor.

Enseguida se oyeron voces dentro de la choza y luego salieron los tres al tiempo.

—Hemos encontrado una caja fuerte —anunció Rhage, al tiempo que se bajaba la cremallera de la chaqueta y deslizaba la caja metálica contra su pecho—. Más tarde la abriremos. Por ahora os propongo que busquemos al dueño de esas botas, chicos.

Desmaterializándose cada quince a veinte metros, el grupo se dispersó por los árboles, siguiendo sigilosamente las huellas.

Casi un kilómetro más adelante, por fin encontraron al asesino.

El restrictor solitario avanzaba por el bosque nevado a una velocidad que solo un humano con entrenamiento olímpico podría mantener más de doscientos metros. Estaba vestido de oscuro, llevaba una mochila a la espalda y el hecho de que caminara sin la ayuda de ninguna luz era otra señal que indicaba que se trataba del enemigo: la mayoría de los Homo sapiens no habrían podido moverse con tanta rapidez sin la ayuda de una linterna.

Rhage le indicó al grupo por señas que adoptara una formación de triángulo invertido alrededor del camino del restrictor. Luego siguieron avanzando a la vez que él y observándolo; después se cerraron sobre el restrictor y lo rodearon desde diferentes puntos mientras lo apuntaban con sus pistolas.

El asesino se quedó quieto.

Era un recluta nuevo, cuyo pelo negro y piel morena sugerían un origen mexicano, o tal vez italiano, y hay que reconocer que se ganó varios puntos por no mostrar ni pizca de miedo. Aunque estaba frente a una situación que solo prometía peligro, el asesino apenas miró por encima del hombro, solo para confirmar que realmente había caído en una emboscada.

—¿Cómo estás? —dijo Rhage arrastrando las palabras.

El restrictor no se molestó en responder, lo cual establecía un contraste con lo que habían estado viendo últimamente. A diferencia de los otros, este no era ningún punketo habla mierda que se apresuraba a sacar su arma. Tranquilo, calculador, controlado, era la clase de enemigo que le da más lustre a tu trabajo.

Lo cual no estaba mal…

Y, claro, la mano del asesino desapareció enseguida en su chaqueta.

—No seas estúpido, hermano —le espetó Qhuinn, dispuesto a meterle una bala en el cuerpo en cualquier momento.

Pero el asesino no obedeció.

Perfecto.

Qhuinn apretó el gatillo y tumbó al desgraciado.

‡ ‡ ‡

Blay se quedó inmóvil, con las pistolas en su sitio. Y los otros hicieron lo mismo. Todos contemplaban silenciosos al asesino caído en la nieve.

En los silenciosos segundos que siguieron, mantuvieron los ojos fijos en el cuerpo del asesino. No se movía, y tampoco se apreciaba ningún movimiento en los alrededores. Qhuinn lo había dejado incapacitado y parecía que el cabrón trabajaba solo.

Era curioso, pero aunque no hubiese visto quién disparaba Blay habría adivinado que se trataba de Qhuinn; los demás le habrían dado al enemigo otra oportunidad para pensarlo mejor.

Entonces Rhage silbó y todos se acercaron. Los cinco se movieron como una manada de lobos sobre su presa, con rapidez y seguridad, atravesando la nieve con las armas en alto. El asesino permanecía inmóvil, pero todavía no estaba muerto. Había que clavarle una daga de acero en el pecho para matarlo.

Pero de momento no lo haría, pues su presa se encontraba tal como ellos querían, herido y listo para hablar.

Al menos esperaban poder obligarlo a hablar…

Más adelante, cada vez que repasaba mentalmente lo que sucedió después… cuando su mente le daba vueltas y vueltas a los hechos de manera obsesiva… cuando se quedaba despierto todo el día tratando de recordar exactamente lo que había sucedido con la esperanza de encontrar aquel detalle para poder reconocerlo en otra ocasión de modo que algo así nunca jamás volviera a pasar… Blay siempre recordaba aquel tic.

Aquel pequeño tic en el brazo. Un simple movimiento automático que no parecía relacionado con ningún pensamiento o deseo consciente. Nada que sugiriera peligro o alertara sobre lo que estaba a punto de ocurrir.

Solo un tic.

Solo que un segundo después, con un movimiento tan veloz como un rayo, el asesino sacó un arma de la nada. Se trataba de un hecho sin precedentes: en un momento no era más que un bulto tirado en el suelo y al instante siguiente disparaba como un tirador certero alrededor del círculo.

E incluso antes de que el estallido de los disparos se disipara, Blay captó la horrible imagen de Zsadist recibiendo una bala justo en el corazón, con un impacto lo bastante fuerte como para detener su descomunal ataque y echar su torso hacia atrás, mientras agitaba los brazos hacia los lados y se desplomaba como un árbol.

De inmediato, la dinámica cambió. Ya nadie tenía intenciones de interrogar a aquel desgraciado.

Cuatro dagas brillaron en el aire y cuatro cuerpos saltaron sobre el asesino. Cuatro brazos blandieron las hojas frías y afiladas de las dagas y cuatro impactos cayeron sobre el restrictor, uno tras otro.

Sin embargo, ya era demasiado tarde.

El asesino desapareció justo frente a sus ojos mientras sus dagas se hundían en la nieve manchada de negro sobre la que el enemigo había caído, en lugar de perforar aquel pecho vacío.

Era desconcertante, pero ya habría tiempo para preguntarse por aquella inesperada desaparición. Por el momento tenían un combatiente herido.

Rhage se lanzó entonces sobre Zsadist, interponiendo su cuerpo en el camino de cualquier otra cosa.

—¿Z? ¿Z? Ay, Madre de la raza…

Blay sacó su móvil y marcó un número. Cuando Manny Manello respondió al otro lado de la línea, no había tiempo que perder.

—Tenemos un hermano herido. Un disparo en el pecho…

—¡Un momento!

La voz de Z tronó sorprendiendo a todo el mundo, al tiempo que levantaba un brazo para quitarse a Rhage de encima.

—¿Tendrías la bondad de levantarte?

—¡Pero si te estoy haciendo maniobras de resucitación!

—Preferiría morirme antes que tener que besarte, Hollywood. —Z trató de incorporarse, mientras respiraba pesadamente—. Ni lo sueñes.

—¿Aló? —se oyó decir a Manello desde el otro lado del móvil—. ¿Blay?

—Espera…

Qhuinn se arrodilló enseguida junto a Zsadist y, a pesar de que sabía que al hermano no le gustaba que lo tocaran, metió su brazo bajo el hombro del herido y lo ayudó a levantarse del suelo.

—Estoy hablando con la clínica —dijo Blay—. ¿Estás herido?

A manera de respuesta, Z levantó un brazo y se quitó el arnés donde guardaba sus dagas. Luego se bajó la cremallera de su chaqueta de cuero y se rasgó la camiseta blanca por la mitad.

Para enseñarles a todos el chaleco antibalas más hermoso que Blay hubiese visto en la vida.

Rhage se dejó caer con un suspiro de alivio tan absoluto que Qhuinn tuvo que agarrarlo con la mano que tenía libre, para evitar que se diera un golpe mortal.

—Chaleco antibalas —le dijo entonces Blay a Manello—. Ay, gracias a Dios, llevaba un chaleco antibalas.

—Eso es genial, pero escucha, necesito que le quites el chaleco y mires si la bala se ha quedado incrustada, ¿vale?

—Entendido. —Blay miró a John y se alegró al ver que su amigo estaba de pie, con las pistolas en la mano, inspeccionando la zona mientras los demás se encargaban de la situación—. Me ocuparé de eso enseguida.

Blay se apresuró a acercarse y acurrucarse frente a Z. Tal vez Qhuinn tuviera las suficientes agallas para tocar a Zsadist, pero él no tenía ninguna intención de hacerlo sin pedirle antes permiso.

—El doctor Manello quiere saber si puedes quitarte el chaleco para ver si hay alguna lesión.

Z trató de levantar los brazos y frunció el ceño. Lo intentó de nuevo y nada. Después del tercer intento logró levantar las manos hasta la altura de las correas de velcro, pero no parecía que pudiera llegar mucho más allá.

Blay tragó saliva.

—¿Me permites ayudarte? Prometo tocarte lo menos posible.

No parecía una frase muy lógica, pero la dijo con toda seriedad.

Z lo miró a los ojos. Tenía los ojos negros, y no amarillos, por causa del dolor.

—Haz lo que tengas que hacer, hijo. Yo estoy bien.

El hermano desvió entonces la mirada y torció la cara con una mueca de dolor que destacaba aquella cicatriz en forma de S que le bajaba desde el puente de la nariz hasta la comisura de los labios.

Blay les ordenó a sus manos moverse con la mayor firmeza y parece que el mensaje llegó porque un segundo después empezó a soltar las correas que pasaban por encima de los hombros, mientras el ruido del velcro resonaba en su cabeza; luego quitó delicadamente el chaleco, tratando de controlar el pánico que sentía ante lo que podría encontrar.

Había una gran mancha redonda directamente en el centro del musculoso pecho de Z. Justo donde estaba el corazón.

Pero era solo una magulladura. No un agujero.

Solo una magulladura.

—Solo es una lesión superficial. —Blay hundió el dedo entre el denso tejido del chaleco y encontró la bala—. Puedo sentir la bala dentro del chaleco…

—Entonces por qué no puedo mover mis…

El olor de la sangre del hermano pareció llegar a la nariz de todos al mismo tiempo. Entonces alguien soltó una maldición y Blay se acercó un poco más.

—También tienes una herida debajo del brazo.

—¿Tiene mala pinta? —preguntó Z.

Desde el otro lado de la línea, Manello dijo:

—Trata de examinar la herida.

Blay levantó aquel pesado brazo y apuntó su linterna hacia la axila. Al parecer una bala había penetrado en el torso a través del pequeño agujero sin protección que tenía el chaleco bajo el brazo: un disparo asombroso que era casi imposible de repetir.

Mierda.

—No veo un agujero de salida. La herida está justo al lado de las costillas, en la parte más alta.

—¿La respiración está estable? —preguntó Manello.

—Respira con dificultad pero de manera estable.

—¿Le habéis hecho maniobras de resucitación?

—Amenazó a Hollywood con castrarlo si intentaba hacerle la respiración boca a boca.

—Espera, trataré de desmaterializarme —dijo Z, al tiempo que tosía—. Dadme un poco de espacio…

En ese momento todo el mundo se sintió en la obligación de dar su opinión, pero Zsadist no estaba dispuesto a oír nada, así que apartó a los que lo rodeaban, cerró los ojos y…

Blay se dio cuenta de que tenían un problema serio cuando no ocurrió nada. Sí, Zsadist no estaba muerto y estaba muchísimo mejor de lo que habría estado si no hubiese llevado el chaleco. Pero no podía moverse y, además, se encontraban en mitad de la nada, se habían adentrado tanto en el bosque que los refuerzos no podrían llegar hasta ellos.

Y, peor aún, Blay tenía el presentimiento de que el asesino al que habían herido era un enemigo mucho más capaz que los restrictores a los que estaban acostumbrados.

Así que no sería extraño que ya hubiese algunos refuerzos en camino.

En ese momento se oyó que llegaba un mensaje y Rhage bajó la vista hacia su móvil.

—Mierda. Los demás están atrapados en el centro. Tendremos que salir de esta nosotros solos.

—Maldición —murmuró Zsadist entre dientes.

Sip. Eso parecía resumirlo todo.