15
Estaba sangrando.
Cuando Layla miró el trozo de papel higiénico que tenía en la mano, la mancha roja sobre el papel blanco fue como el equivalente visual de un alarido.
Entonces estiró el brazo hacia atrás para bajar la válvula y tuvo que apoyarse contra la pared para mantener el equilibrio mientras se ponía de pie. Luego se puso una mano sobre la parte baja del vientre y con la otra se agarró al marco de la puerta para salir a la habitación y dirigirse al teléfono.
Su primer impulso fue llamar a la doctora Jane, pero luego decidió no hacerlo. Si había tenido un aborto, todavía existía la posibilidad de ahorrarle a Qhuinn la furia del Gran Padre, pero solo si ella mantenía el asunto en secreto. Y utilizar a la médica personal de la Hermandad no era la mejor manera de hacerlo.
Después de todo, una hembra solo podía sangrar de ese modo por una razón. Si consultaba a la doctora, esta le preguntaría por su período de fertilidad y… No, no podía hacerlo.
Al llegar a la mesilla de noche, Layla abrió el cajón y sacó un pequeño libro negro. Después de localizar el número de la clínica de la raza, lo marcó con mano temblorosa.
Cuando colgó poco después, ya tenía una cita en treinta minutos.
Solo que ¿cómo iba a llegar hasta allí? No podía desmaterializarse: primero estaba demasiado angustiada y, en todo caso, a las hembras embarazadas no les convenía intentarlo. Tampoco se sentía tan segura como para conducir hasta allí, a pesar de que Qhuinn le había dado algunas lecciones y ya podía manejar un coche. Pero no se podía imaginar saliendo a la autopista en su estado. ¿Qué podía hacer?
Fritz Perlmutter era la única respuesta.
Layla se dirigió entonces al armario, sacó una camiseta, la retorció hasta formar una soga gruesa y se la puso entre las piernas, asegurándola con varios pares de bragas. La solución para su hemorragia era increíblemente aparatosa y hacía que le fuera difícil caminar, pero ese era el menor de sus problemas.
Con una llamada telefónica a la cocina se aseguró de que el mayordomo la llevara.
Ahora solo tenía que bajar las escaleras, atravesar el vestíbulo y llegar intacta hasta aquel enorme coche… y sin encontrarse con ninguno de los machos de la casa.
Justo cuando estaba a punto de salir de la habitación, Layla vio su reflejo en el espejo que colgaba de la pared. Su túnica blanca y su peinado formal delataban su condición de Elegida como si llevara un letrero en el pecho: ningún miembro de la especie se vestía así, aparte de las hembras sagradas de la Virgen Escribana.
Aunque se presentara bajo el nombre ficticio que le había dado a la recepcionista, todos descubrirían su naturaleza extraterrenal.
Entonces se quitó la túnica y trató de ponerse un par de pantalones de chándal, pero el bulto que llevaba entre las piernas impidió que los pantalones le entraran. Y los vaqueros que Qhuinn y ella habían comprado tampoco servían en esas circunstancias.
Así que se quitó el bulto que había hecho con la camiseta y usó toallas de papel para que absorbieran la hemorragia; así logró ponerse los vaqueros. Luego se echó encima un suéter de lana gruesa y, después de cepillarse el pelo rápidamente, se hizo una cola de caballo que le dio una apariencia… casi normal.
Antes de salir cogió el teléfono móvil que Qhuinn le había dado. Por un instante pensó en llamarlo, pero la verdad era que no había mucho que decir. Él no tenía más control sobre todo lo que estaba pasando que ella…
Ay, querida Virgen Escribana, estaba perdiendo a su bebé. Al bebé de los dos.
Ese fue el pensamiento que cruzó por su cabeza al llegar a las escaleras: ella estaba perdiendo al bebé de los dos. En este preciso momento.
Entonces se sintió como si el techo se le viniera encima y las paredes del inmenso vestíbulo se cerraran sobre ella impidiéndole respirar.
—¿Vuestra merced?
Al oír la voz del mayordomo, Layla se sacudió de su ensueño y clavó la mirada en la alfombra roja. Fritz estaba al pie de las escaleras, vestido con su acostumbrada librea y con una expresión de preocupación en su viejo y adorable rostro.
—¿Vuestra merced, podemos irnos ya? —preguntó.
Cuando asintió con la cabeza y empezó a bajar las escaleras con cautela, Layla no podía creer que todo aquello hubiese sido en vano, todas aquellas horas de increíbles esfuerzos físicos de Qhuinn y ella… la quietud en la que había permanecido después ya que no se atrevía a moverse… las preocupaciones, la angustia y la traicionera esperanza.
El hecho de haber entregado el don de su virginidad por nada.
Qhuinn se iba a poner muy triste y el fracaso que ella le estaba imponiendo aumentaría inevitablemente su propio dolor. Él había sacrificado su cuerpo durante el período de necesidad de ella, pues su deseo de tener un descendiente lo había impulsado a hacer algo que nunca habría decidido hacer de otra manera.
El hecho de que la biología tuviera sus propios planes no hacía que se sintiera mejor.
Aquella pérdida… tenía la sensación de que había fallado.
‡ ‡ ‡
Un clavo saca otro clavo.
Saxton creía que, aunque un poco burdo, ese dicho era acertado.
Desnudo frente al espejo de su baño, dejó el secador de pelo sobre la encimera y se pasó los dedos por el mechón que le caía sobre la frente. Enseguida las ondas retomaron su forma normal y aquel pelo rubio se reacomodó enseguida para complementar su cara cuadrada y perfecta.
La imagen que contemplaba era la misma de la noche anterior, y la noche anterior a esta. Sin embargo, a pesar de lo mucho que conocía su reflejo, Saxton sentía como si estuviera contemplando la imagen de una persona diferente.
Sus entrañas habían cambiado tanto que parecía razonable suponer que la transformación también se había reflejado en su apariencia exterior. Pero, no era así.
Dio media vuelta y se dirigió al armario, diciéndose mientras que no debía sorprenderse ni por la agitación interna que sentía, ni por su falsa compostura.
Después de que él y Blay hablaran, había estado una hora trasladando todas sus cosas desde la habitación que había compartido con su antiguo amante hasta esta habitación al final del corredor. Ese era el cuarto que le habían asignado al principio, cuando llegó a la casa por primera vez, pero a medida que las cosas con Blay fueron progresando, todas sus posesiones empezaron a pasar de forma gradual a la otra habitación.
El proceso de migración fue aumentando poco a poco, al igual que su amor: primero, una camisa; luego, un par de zapatos, un cepillo una noche y un par de calcetines a la siguiente… una conversación acerca de los valores que compartían seguida de un maratón sexual de siete horas, animado por una tonelada de helado de café y una sola cuchara.
Al igual que un caminante que se pierde en el bosque, Saxton no se había dado cuenta de la distancia que había recorrido su corazón. Después de medio kilómetro todavía puedes ver el lugar del que saliste y encontrar el camino de regreso con facilidad, pero tras diez kilómetros y unas cuantas bifurcaciones en el camino, no hay manera de volver. En ese punto ya no tienes más remedio que hacer uso de todos tus recursos para construirte un refugio y echar nuevas raíces.
Saxton había pensado que podría construir ese nuevo hogar con Blay.
Sí, en realidad lo había pensado. Después de todo, ¿cuánto puede sobrevivir el amor no correspondido? Porque, como el fuego, la emoción también necesita oxígeno para sobrevivir.
Pero, al parecer, eso no funcionaba cuando se trataba de Qhuinn. Al menos no para Blay.
Sin embargo, Saxton había decidido no dejar la casa real. Blay tenía razón en eso: Wrath, el rey, lo necesitaba y, más importante aún, a él le gustaba su trabajo allí. Era un trabajo intenso y desafiante… y el ambicioso que llevaba dentro quería ser el abogado que reformara la ley como debía ser.
Suponiendo, claro, que el rey no fuera depuesto y él no perdiera la cabeza bajo el nuevo régimen.
Pero uno no se puede pasar la vida preocupándose por cosas como esa.
Saxton sacó del armario un traje de paño pata de gallo, una camisa y un chaleco y puso todo sobre la cama.
Aquello de salir en busca de un tío atractivo y fogoso para automedicarse el dolor emocional que sentía era un cliché triste y un poco vulgar, pero definitivamente prefería tener un orgasmo a emborracharse hasta perder el sentido. Además, aquello de fingir-hasta-que-se-sintiera-mejor le parecía muy acertado.
En especial después de mirarse al espejo del baño completamente vestido. Parecía alguien que tenía todo bajo control. Y eso ayudaba.
Antes de salir revisó con cuidado su teléfono. Las Leyes Antiguas habían sido reformadas siguiendo las órdenes de Wrath y ahora él esperaba su próxima misión.
Y se imaginaba que muy pronto sabría de qué se trataba.
Wrath era increíblemente exigente, pero nunca se portaba de manera irracional.
Entretanto, Saxton iba a ahogar sus penas en la única clase de distracción que le interesaba: algo alrededor de los veinte años, de más de uno ochenta, atlético…
Y preferiblemente con el pelo negro. O rubio.