13

Más o menos al mismo tiempo que Qhuinn se estaba bañando en la casa principal, Blay se despertó en el asiento de aquella pequeña oficina del centro de entrenamiento. El dolor de cabeza que le sirvió de reloj despertador no provenía del oporto, sino del hecho de que se había saltado la Última Comida. Pero, joder, cómo le habría gustado que el alcohol estuviese tras las palpitaciones de su cabeza. Así podría haber usado la excusa de que, cuando había llegado allí, estaba completamente perdido.

Maldiciendo, bajó las piernas del escritorio y se sentó derecho. Estaba tan tieso como una tabla y sintió dolores en toda clase de lugares, al tiempo que encendía las luces con el pensamiento.

Mierda. Todavía estaba desnudo.

Pero, vamos, como si los duendes de la modestia hubiesen podido entrar a vestirlo mientras dormía. Solo para que no tuviera que recordar lo que había hecho…

Se puso los pantalones, metió los pies en las zapatillas y buscó su camiseta… antes de recordar para qué la había usado.

Cuando vio lo arrugada que estaba pensó que ni toda la racionalización del mundo podría cambiar el hecho de que había traicionado a Saxton. El contacto físico con otra persona solo era una de las maneras de medir la infidelidad y, sí, ese era el límite definitivo. Pero lo que él había hecho la noche anterior era una violación de la relación, aunque el orgasmo hubiese sido causado por su mente y no por su mano.

Se levantó y se dirigió a la puerta, que entreabrió con cuidado para mirar con discreción fuera. Si había alguien alrededor, tenía la intención de regresar a la oficina y esperar a que no hubiese moros en la costa: no tenía ninguna gana de que lo vieran saliendo de esa oficina vacía, a medio vestir y con cara de cadáver. Lo bueno de vivir en el complejo era que estabas rodeado de gente que se preocupaba por ti; lo malo era que todo el mundo tenía ojos y oídos y todos se metían en los asuntos de todos.

Después de asegurarse de que no se oían voces ni pasos salió al pasillo y empezó a caminar a toda prisa, como si acabara de salir de un lugar del todo normal y se dirigiera a su habitación con un propósito igual de normal. Cuando llegó al túnel pensó que lo había logrado. Claro, él normalmente no andaba sin camisa, pero muchos de los hermanos lo hacían cuando salían del gimnasio y aquello no era nada inusual.

Por fin llegó a la puerta que estaba debajo de las escaleras de la mansión: todo estaba despejado, perfecto. Se sintió como si acabara de tocarle la lotería. El único problema fue que, a juzgar por el ruido de platos que provenía del comedor, debía de ser más tarde de lo que pensaba. Obviamente se había perdido la Primera Comida, lo que era una mala noticia para su cabeza, pero al menos tenía unas cuantas barras de cereal en su cuarto.

Sin embargo, su suerte pareció terminar al tomar las escaleras hacia el segundo piso. Frente a las puertas cerradas del estudio de Wrath, Blay se encontró con Qhuinn y John, que ya estaban vestidos para el combate, totalmente armados y con el cuerpo enfundado en cuero negro.

Blay se negó por completo a mirar a Qhuinn. El solo hecho de mirarlo de reojo ya era bastante malo.

—¿Qué sucede? —preguntó Blay.

—Tenemos una reunión —dijo John por señas—. O al menos se supone que tenemos una reunión. ¿No has recibido el mensaje?

Mierda, no tenía ni idea de dónde estaba su móvil. ¿En su habitación? Ojalá fuera así.

—Me doy una ducha rápida y vuelvo.

—Tal vez no haya tanta prisa. Los hermanos llevan más de media hora encerrados ahí. No tengo ni idea de qué es lo que sucede.

Al lado de John, Qhuinn se balanceaba sobre sus botas de combate, pasando el peso de un pie al otro como si estuviera dando un paseo, aunque no se movía del sitio.

—Cinco minutos —murmuró Blay—. Es todo lo que necesito.

Esperaba que la Hermandad abriera esas puertas en cuanto él regresara, pues lo último que quería era tener que esperar un rato al lado de Qhuinn.

Corrió a su habitación maldiciendo en voz baja. Por lo general se tomaba su tiempo para arreglarse, en especial si Sax estaba de buen humor, pero esto tendría que ser rápido…

Al abrir la puerta, Blay se quedó paralizado.

¿Qué demonios era… eso?

Maletas. Sobre la cama. Había tantas maletas que Blay no podía ver más que unos cuantos centímetros del edredón que cubría su enorme cama. Y Blay sabía de quién eran esas maletas. Eran varias Guccis idénticas, blancas con el logo azul y la correa azul y roja, porque, según Saxton, el tradicional color marrón sobre marrón, con la correa roja y verde, era «demasiado obvio».

Blay cerró la puerta en silencio. Su primer pensamiento fue: «Puta mierda, Saxton lo sabía». De alguna manera se había enterado de lo que había ocurrido en el centro de entrenamiento.

El macho en cuestión salió en ese momento del baño con los brazos llenos de frascos de champú, acondicionador y otros productos de belleza. Pero se detuvo en seco.

—Hola —dijo Blay—. ¿Te vas de vacaciones?

Después de un momento de tensión, Saxton se acercó con calma, dejó los frascos en un maletín de viaje y dio media vuelta. Como siempre, su hermoso pelo rubio estaba echado hacia atrás, perfectamente peinado en suaves ondas. Y también estaba perfectamente vestido, con un traje de tweed con chaleco a juego, corbata roja y pañuelo del mismo tono, lo cual le daba al conjunto el toque justo de color.

—Creo que ya sabes lo que voy a decir. —Saxton sonrió con tristeza—. Porque tú no tienes nada de estúpido… y yo tampoco.

Blay se fue a sentar en la cama, pero tuvo que retroceder porque no había ningún espacio libre. Terminó sentado en la chaise longue y, tras inclinarse con disimulo hacia un lado, metió la camiseta enrollada debajo de las faldas del sillón. Fuera de vista. Era lo mínimo que podía hacer.

Dios, ¿realmente estaba sucediendo?

—No quiero que te vayas —se oyó decir Blay con tono ronco.

—Y te creo.

Blay miró hacia la cama, donde estaban todas aquellas maletas.

—¿Por qué ahora?

Pensó entonces en ellos dos hacía solo un día, acostados bajo las sábanas, follando intensamente. Habían estado tan cerca… Aunque, quizás la base de su relación había sido solo física, se dijo, tratando de ser honesto consigo mismo.

Olvídate del quizás.

—Me he estado engañando a mí mismo. —Saxton sacudió la cabeza—. Pensé que podía seguir contigo como estábamos, pero no puedo. Esto me está matando.

Blay cerró los ojos.

—Ya sé que últimamente he estado mucho tiempo en el campo de…

—No estoy hablando de eso.

En la medida en que sentía que Qhuinn se apoderaba de todo el espacio que había entre ellos, Blay sintió ganas de gritar. Pero para qué serviría: parecía que Saxton y él habían llegado a la misma conclusión en el mismo momento.

Su amante miró el equipaje.

—Acabo de terminar la misión para Wrath. Así que es buen momento para tomar un descanso, mudarme y encontrar otro trabajo…

—Espera, ¿entonces también vas a dejar al rey? —Blay frunció el ceño—. Como quiera que estén las cosas entre nosotros, tú tienes que seguir trabajando para él. Eso es más importante que nuestra relación.

Saxton bajó los ojos.

—Sospecho que eso es algo que a ti te resulta más fácil que a mí.

—No es cierto —dijo Blay en tono grave—. De verdad, lo siento… tanto.

—Tú no has hecho nada malo. Tienes que saber que no estoy enfadado contigo, ni me siento frustrado. Siempre has sido sincero y yo siempre supe que las cosas iban a terminar así. Solo que no sabía cuánto durarían… No lo sabía… hasta que ha llegado el final. Que es justo ahora.

Ay, mierda.

Aunque sabía que Saxton tenía razón, Blay sintió la necesidad de luchar por su relación.

—Escucha, he estado muy distraído durante la última semana y lo siento mucho. Pero las cosas tienen su manera de regularse y tú y yo podemos volver a la normalidad…

—Estoy enamorado de ti.

Blay cerró la boca como si fuera un pez.

—Así que, ya ves —siguió diciendo Saxton con voz ronca—, no eres tú el que ha cambiado. Soy yo… Y me temo que mis estúpidas emociones han puesto un poco de distancia entre nosotros.

Blay se puso de pie y atravesó la fina alfombra hacia donde estaba su amante.

Cuando llegó a su destino, se sintió tan aliviado al ver que Saxton aceptaba su abrazo que se le humedecieron los ojos. Y mientras abrazaba contra su pecho a su primer amante de verdad, y sentía una vez más aquella conocida diferencia de estaturas y percibía el aroma de esa maravillosa colonia, una parte de él sintió deseos de negarse a esa ruptura y luchar hasta que los dos cedieran y siguieran intentándolo.

Pero eso no era justo.

Al igual que Saxton, Blay siempre había tenido la vaga noción de que su relación estaba destinada a acabar. Aunque, también al igual que a su amante, le había pillado por sorpresa que fuera justo en ese momento.

Pero eso no cambiaba el resultado final.

Saxton dio un paso atrás.

—Nunca tuve la intención de involucrarme emocionalmente.

—Lo siento, yo… lo siento… —Mierda, eso era lo único que parecía salir de sus labios—. Daría cualquier cosa por ser diferente. Desearía poder… ser distinto.

—Lo sé. —Saxton levantó la mano y le acarició la mejilla con el dorso—. Yo te perdono y tú también debes perdonarte.

En todo caso, Blay no estaba seguro de poder perdonarse, en especial en la medida en que en ese momento, y como solía ocurrir siempre, un apego emocional que no quería y no podía cambiar lo estaba despojando de nuevo de algo que deseaba.

Qhuinn era como una maldición para él.

‡ ‡ ‡

A unos veinticinco kilómetros al sur del complejo de la Hermandad, Assail se despertó en su cama circular, en medio del imponente cuarto principal de su mansión sobre el Hudson. Desde el techo, los espejos instalados sobre la cama le devolvían el reflejo de su cuerpo desnudo e iluminado por el suave resplandor de las luces que rodeaban la base del colchón. El resto de la habitación octogonal permanecía aún en penumbra, pues las persianas interiores todavía estaban cerradas, escondiendo tras ellas la incipiente noche.

Assail estaba seguro de que, para muchos vampiros, todos esos cristales que rodeaban la casa serían una característica inaceptable. La mayoría simplemente se negarían a vivir allí por completo.

Implicaban demasiados riesgos durante las horas del día.

Pero él nunca se había dejado dominar por las convenciones; y los peligros inherentes a vivir en un edificio con tantas entradas de luz eran para Assail algo que se podía manejar y no algo que había que evitar.

Lo primero que hizo después de levantarse fue dirigirse a su escritorio, donde abrió su ordenador y entró en el sistema de seguridad que monitoreaba no solo la casa, sino los jardines exteriores. Al comenzar el día había escuchado varias alarmas que indicaban no un ataque, pero sí que el sistema de seguridad había registrado una cierta actividad extraña en la propiedad.

Mientras esperaba a que se abriera el programa, Assail pensó que, en realidad, se sentía un poco bajo de energía como para preocuparse demasiado, señal de que necesitaba alimentarse…

Assail frunció el ceño al leer el informe.

Bueno, eso sí que resultaba interesante.

Y, de hecho, esa era la razón por la cual había instalado todos esos controles.

En las imágenes grabadas por las cámaras de la parte posterior, Assail vio cómo una figura vestida con una parka de invierno avanzaba sobre un par de esquís a través del bosque, acercándose a la casa desde el norte. Quienquiera que fuera permaneció escondido entre los pinos la mayor parte del tiempo y vigiló la propiedad desde varios lugares durante unos diecinueve minutos… Luego cruzó el límite occidental de los árboles para atravesar la propiedad del vecino y bajar hasta el hielo. Cerca de ciento cincuenta metros más adelante, la figura se detuvo, sacó otra vez los binoculares y se quedó mirando la casa de Assail. Después rodeó la península que se adentraba en el río, volvió a internarse en el bosque y desapareció.

Assail se inclinó sobre la pantalla, rebobinó y acercó la imagen cuanto pudo con la intención de identificar algún rasgo facial. Pero no fue posible. La persona tenía la cabeza cubierta con una gorra tejida que solo dejaba ver los ojos, la nariz y la boca, y con la parka y los pantalones de esquí su figura quedaba cubierta casi por completo.

Assail se recostó contra la silla y sonrió para sus adentros. Sus colmillos se hicieron más visibles en respuesta a la amenaza territorial.

Solo había dos grupos de personas que podían estar interesadas en sus asuntos y, a juzgar por el hecho de que la inspección se había realizado a plena luz del día, era evidente que el curioso no era un enviado de la Hermandad: Wrath nunca usaría humanos más que como última fuente de alimentación; además, ningún vampiro podía soportar esa cantidad de luz sin chamuscarse como una antorcha.

Lo cual dejaba solo a alguien del mundo humano. Y solo había un hombre con los intereses y los recursos suficientes para tratar de seguirlo e investigar sus movimientos.

—Adelante —dijo Assail, justo antes de que se escuchara un golpe en la puerta.

Cuando entraron un par de machos, Assail ni siquiera se molestó en desviar la vista de la pantalla.

—¿Qué tal habéis dormido?

—Como un tronco —respondió una conocida voz de bajo.

—¡Qué afortunados sois! El jet lag puede ser terrible, o al menos eso es lo que me han dicho. Por cierto, esta mañana hemos tenido una visita.

Assail se inclinó hacia un lado para que sus dos socios pudieran ver las imágenes de las cámaras.

Era extraño que hubiera gente viviendo en la casa, pero iba a tener que acostumbrarse a su presencia. Aunque cuando decidió trasladarse al Nuevo Mundo lo hizo solo y tenía la intención de que las cosas siguieran así por muchas razones, el éxito que había alcanzado en su negocio había hecho necesario que enviara a por refuerzos; y las únicas personas en las que se podía confiar, y eso solo parcialmente, eran los familiares.

Además, estos dos tíos ofrecían un beneficio único.

Sus dos primos eran una rareza en la especie vampira: un par de gemelos idénticos. Cuando estaban vestidos la única manera de distinguirlos era mediante un lunar que tenían detrás del lóbulo de la oreja. Aparte de eso, desde su voz hasta los ojos negros y suspicaces y los cuerpos musculosos, cada uno parecía el reflejo del otro.

—Voy a salir —les anunció Assail—. Si nuestro visitante regresa otra vez, os ruego que seáis amables con él, ¿de acuerdo?

Ehric, el mayor por unos cuantos minutos, miró de reojo a Assail y su rostro resplandeció gracias al reflejo de las luces ubicadas alrededor de la base de la cama. Sus apuestos rasgos combinaban tan perfectamente con la expresión de perversidad de sus ojos que Assail casi sintió pena por el intruso.

—Será un placer, te lo aseguro.

—Pero lo quiero vivo.

—Por supuesto.

—Esa es una delgada línea que vosotros dos habéis cruzado algunas veces.

—Confía en mí.

—Tú no eres el que me preocupa. —Assail miró al otro—. ¿Entiendes lo que digo?

El gemelo de Ehric guardó silencio, aunque asintió una vez con la cabeza.

Esa clase de reacción no le gustaba, y era precisamente la razón por la cual Assail habría preferido mantenerse solo. Pero resultaba imposible estar en más de un lugar a la vez y esta violación a su privacidad era prueba de que no podía hacer todo sin ayuda.

—Ya sabéis dónde encontrarme —dijo Assail, antes de despacharlos fuera de su habitación.

Veinte minutos después abandonó la casa vestido de forma impecable y conduciendo su Range Rover blindado.

Por la noche el centro de Caldwell se veía hermoso desde lejos, en especial desde el puente que llevaba a la ciudad. La sordidez de sus calles solo se hacía evidente cuando empezabas a penetrar en aquel enjambre de callejones llenos de nieve sucia, contenedores de basura y humanos miserables y medio congelados que contaban la verdadera historia del municipio.

Ese era su lugar de trabajo, por decirlo de alguna manera.

Assail disminuyó la velocidad al llegar a la Galería de arte de Benloise y aparcó en la parte trasera, en uno de los dos espacios paralelos al edificio. El viento frío penetró su abrigo de pelo de camello cuando bajó de la camioneta y tuvo que cerrárselo mientras atravesaba la calle y se dirigía a la inmensa puerta que parecía que daba paso a una fábrica.

No tuvo necesidad de llamar. Ricardo Benloise tenía mucha gente a su servicio y no todos ellos estaban especializados en vender arte: un humano del tamaño de un parque de atracciones le abrió la puerta y se hizo a un lado.

—¿Él lo está esperando?

—No.

Disneyland asintió.

—¿Desea esperar en la galería?

—Sí, gracias.

—¿Puedo ofrecerle algo de beber?

—No, gracias.

Mientras atravesaban la zona de las oficinas y salían al espacio donde se hacían las exposiciones, Assail pensó que la deferencia con que lo trataban ahora era nueva, justamente ganada a través de los inmensos pedidos de mercancía que llevaba bastante tiempo haciendo, así como a través de la sangre derramada por incontables humanos: gracias a Assail, los suicidios entre criminales y delincuentes del mundo de la droga que oscilaban entre los dieciocho y los veintinueve años se habían multiplicado a una tasa tan alta en la ciudad que el asunto había llegado a ocupar los titulares de los periódicos de tirada nacional.

Solo había que imaginar el escándalo que eso había producido.

Mientras periodistas y reporteros trataban de entender las tragedias individuales, Assail solo seguía aumentando su negocio a través de cualquier medio que fuese necesario. La mente humana era muy sugestionable y no era necesario esforzarse mucho para lograr que los narcotraficantes de nivel medio apuntaran sus propias armas contra sus cabezas y apretaran el gatillo. Y así como la naturaleza aborrecía el vacío, a la demanda por suministros químicos le ocurría lo mismo.

Assail tenía las drogas, y los adictos, el dinero.

El sistema económico no tenía ningún problema para sobrevivir a un proceso de reorganización forzoso.

—Voy a subir a avisarle de que está usted aquí —dijo el hombre al llegar a una puerta escondida.

—Tómese su tiempo.

Una vez a solas, Assail empezó a pasearse por aquel espacio abierto, de techo alto, con las manos a la espalda. De vez en cuando se detenía para observar el «arte» que colgaba de las paredes e, inevitablemente, en todas las ocasiones, el objeto exhibido confirmaba su convicción de que los humanos debían ser erradicados, a ser posible utilizando medios lentos y dolorosos.

¿Platos de papel sucios pegados a tablas baratas de conglomerado y cubiertos con frases manuscritas tomadas de anuncios de la televisión? ¿Un autorretrato hecho con pasta de dientes? E igualmente ofensivos eran aquellos enormes paneles que colgaban al lado de cada mamarracho y que declaraban que esa basura era la nueva ola del expresionismo americano.

Ese sí que era un comentario revelador acerca de la cultura.

—Ya puede subir a verlo.

Assail sonrió para sus adentros y dio media vuelta.

—Perfecto.

Se dirigió a las escaleras, pues el despacho de Benloise estaba en el tercer piso. No culpaba a su proveedor por abrigar sospechas y querer más información sobre su cliente más importante. Después de todo, en un tiempo impresionantemente corto, el tráfico de drogas de la ciudad había sido redireccionado, redefinido y monopolizado por un completo desconocido.

La posición del hombre era del todo respetable, claro.

Pero las investigaciones tenían que terminar ya mismo.

Al final de las escaleras metálicas, otros dos tíos enormes montaban guardia frente a otra puerta. Tal como ocurrió con el guardia de la entrada, los gorilas abrieron enseguida y lo saludaron respetuosamente con un gesto de la cabeza.

Benloise estaba dentro, sentado al fondo de una habitación larga y estrecha con ventanas en una sola pared y tres únicos muebles: un escritorio alto, compuesto por una gruesa tabla de teca con una lámpara modernista y un cenicero encima; su silla, también de estilo modernista, y una segunda silla situada frente a él, para un solo visitante.

El hombre mismo encajaba a la perfección con el entorno: era un individuo pulcro, eficiente y de pensamiento concreto. De hecho, Benloise era la prueba viviente de que, con independencia de que el narcotráfico fuese un negocio ilícito, los conocimientos empresariales y las habilidades sociales de un presidente de compañía seguían siendo un elemento fundamental para hacer millones y conservarlos.

—Assail, ¿qué tal? —El diminuto caballero se puso de pie y extendió la mano para saludar a su visitante—. ¡Qué placer tan inesperado!

Assail atravesó la oficina y estrechó la mano de su anfitrión, pero no esperó la invitación a sentarse.

—¿Qué puedo hacer por usted? —preguntó Benloise mientras se volvía a acomodar en su silla.

Assail sacó un puro cubano del bolsillo interior de su abrigo, le cortó la punta y se inclinó para poner el trozo sobre el escritorio.

Benloise frunció el ceño como si alguien hubiese defecado en su cama y el otro sonrió, pero teniendo cuidado de no enseñar los colmillos.

—Es más bien lo que yo puedo hacer por usted.

—Ah.

—Siempre he sido un hombre reservado y llevo una vida discreta porque eso es lo que me gusta. —Assail guardó el cortapuros y sacó su mechero dorado, que encendió con elegancia. Hecho esto, se inclinó y dio unas cuantas caladas para encender bien el puro—. Pero, además, soy un empresario que está inmerso en un negocio peligroso. En consecuencia, considero como un acto de agresión cualquier violación a mi propiedad o intrusión en mi vida privada.

Benloise sonrió con cortesía y se recostó en su silla como si fuese un trono.

—Esa es una forma de pensar que, desde luego, merece todo mi respeto. Sin embargo, no entiendo por qué siente usted la necesidad de hablar de eso conmigo.

—Usted y yo hemos establecido una relación mutuamente beneficiosa y es mi deseo que esta continúe durante todo el tiempo que sea posible. —Assail le dio una calada al puro y soltó una nube de humo azul—. Por lo tanto, y debido al respeto que usted me merece, antes de tomar cualquier medida quiero dejar muy en claro que si descubro en mi propiedad a cualquier persona a la que yo no haya invitado, no solo voy a aniquilarla sino que encontraré al responsable de esa intrusión —recalcó la última palabra y volvió a darle otra calada al puro— y haré lo que tenga que hacer para defender mi intimidad. ¿He sido lo suficientemente claro?

Benloise frunció el ceño y lo miró con gesto suspicaz.

—¿Está claro? —murmuró Assail.

Desde luego, solo había una respuesta posible. Suponiendo que el humano quisiese vivir más allá del próximo fin de semana.

—¿Sabe? Usted me recuerda a su predecesor —dijo Benloise con su acento extranjero—. ¿Conoció usted al Reverendo?

—Frecuentábamos algunos de los mismos círculos, sí.

—Murió de manera violenta. ¿Hace ya cerca de un año? Le pusieron una bomba en su club.

—Los accidentes suceden con frecuencia.

—Por lo general en casa, o por lo menos eso es lo que dicen.

—Eso es algo que usted no debería olvidar.

Cuando Assail miró a su interlocutor a los ojos, Benloise bajó la mirada primero. Luego el mayor importador y distribuidor de drogas de la Costa Este carraspeó y deslizó la mano sobre la superficie brillante del escritorio, como si estuviera palpando las vetas de la madera.

—A pesar de sus buenos resultados financieros, nuestro negocio —dijo Benloise— se basa en un delicado ecosistema que debe ser cuidadosamente mantenido. Para hombres como usted y yo, la estabilidad es una virtud rara y muy deseable.

—Estoy de acuerdo. Y con miras a eso, pienso regresar esta noche con mi segundo pago, tal como estaba previsto. Como siempre lo he hecho, he venido a hablar con usted con la mejor voluntad y le recuerdo que nunca le he dado razones para dudar de mí o mis intenciones.

Benloise dibujó otra de sus sonrisas forzadas.

—Por sus palabras, da la impresión de que yo estuviera detrás de… —Movió la mano alrededor con gesto desdeñoso—. Lo que sea que lo tiene tan molesto.

Al oír eso, Assail fulminó al otro con la mirada.

—No estoy molesto. Todavía.

Una de las manos de Benloise desapareció de la vista de repente. Una fracción de segundo después, Assail oyó que se abría la puerta que estaba al otro extremo de la habitación.

Entonces Assail dijo en voz baja:

—Hoy he tenido un gesto de cortesía hacia usted. La próxima vez que encuentre a alguien en mi propiedad, ya sea un enviado suyo o no, no seré ni la mitad de amable.

Y con esas palabras se puso de pie y apagó el puro sobre el escritorio.

—Le deseo una buena noche —dijo, antes de dirigirse a la puerta.