12

La tarde se acercaba a su final cuando Wrath llegó al límite. Estaba en su escritorio, sentado en el trono de su padre, recorriendo con los dedos un informe escrito en Braille, cuando de repente sintió que no era capaz de leer una maldita palabra más.

Puso los papeles a un lado, lanzó una maldición y se quitó los lentes oscuros. Justo cuando estaba a punto de arrojarlos contra la pared, un hocico le tocó el codo.

Entonces Wrath rodeó a su golden retriever con un brazo y cerró la mano sobre el suave pelaje que cubría los costados del perro.

—Tú siempre lo sabes, ¿no?

George se apretó contra Wrath, haciéndole presión en la pierna con el pecho, lo cual era la señal de que quería que lo cogiera en brazos.

Wrath se inclinó y levantó los cuarenta kilos de peso en sus brazos. Mientras acomodaba las cuatro patas, la melena y la cola de manera que todo quedara apoyado, pensó que era una suerte para el perro que él fuera tan alto. Las piernas largas ofrecían un regazo más grande.

El ejercicio de acariciar todo ese pelaje lo calmó, aunque no tranquilizó su mente.

Su padre había sido un gran rey, capaz de resistir incontables horas de ceremonias, noches eternas empleadas en la redacción de proclamas y decretos, meses y años enteros de protocolo y tradición. Y todo eso antes de sumergirse en la constante corriente de chismes procedentes de todos los rincones: cartas, llamadas telefónicas, correos electrónicos… aunque, claro, las llamadas telefónicas y los correos no eran problema en la época de su padre.

Wrath antes era guerrero. Y uno muy bueno.

Entonces levantó la mano y se palpó el cuello hasta encontrar el lugar por el que había entrado aquella bala…

El golpe en la puerta resonó con nitidez e intensidad, era una exigencia más que una respetuosa solicitud.

—Pasa, V —gritó Wrath.

El astringente aroma a nuez de nogal que precedía al hermano era una clara señal de que estaba enojado.

—Por fin he concluido las pruebas de balística. Se tarda una eternidad en analizar esos malditos fragmentos.

—¿Y? —preguntó Wrath.

—Coincide al cien por cien. —Cuando Vishous se sentó en el asiento que estaba frente al escritorio, el pobre mueble dejó escapar un chirrido—. Los tenemos.

Wrath exhaló con alivio. Parte de la impotencia que lo inquietaba abandonó su cerebro.

—Bien —dijo y deslizó la mano desde la cabeza de George hasta sus costillas—. Entonces ya tenemos la munición que necesitamos.

—Sip. Así lo que iba a suceder de todas maneras ahora es legal y correcto.

Desde el comienzo, la Hermandad estaba segura de quién había accionado el gatillo del tiro que casi había matado a su rey el otoño pasado y el deber de atrapar a la Pandilla de Bastardos uno por uno era algo que esperaban con ilusión y que consideraban algo más que un deber sagrado para con la raza.

—Escucha, tengo que ser sincero contigo.

—¿Y cuándo no lo has sido? —dijo Wrath arrastrando las palabras.

—¿Por qué demonios nos atas las manos?

—No sabía que os hubiera atado las manos.

—Con lo de Tohr.

Wrath reacomodó a George para que el peso del perro no cortara por completo el flujo sanguíneo hacia su pierna izquierda.

—Él me pidió que hiciera la proclamación.

—Todos tenemos derecho a matar a Xcor. Ese maldito es el premio que todos queremos. No debería estar restringido exclusivamente a Tohr.

—Él lo pidió.

—Pero es que eso dificulta más la tarea de matar a ese desgraciado. ¿Qué pasaría si alguno de nosotros se lo encuentra allá afuera y Tohr no está presente?

—Entonces el que se lo encuentre deberá traerlo aquí. —Hubo un largo y tenso silencio—. ¿Me has oído, V? Quien lo encuentre deberá traerlo aquí para que Tohr cumpla con su deber.

—Pero el objetivo es eliminar a la Pandilla de Bastardos.

—¿Y cuál es el problema? —Al ver que no obtenía respuesta alguna, Wrath sacudió la cabeza—. Tohr estaba en aquella furgoneta conmigo, hermano. Él me salvó la vida. Sin él…

Wrath dejó la frase sin terminar. V maldijo entre dientes, como si estuviera recreando mentalmente ese recuerdo y llegara a la conclusión de que el hermano que había tenido que cortar un tubo de plástico de su bolsa de hidratación para hacerle a su rey una traqueotomía en medio de un vehículo en movimiento, a kilómetros de cualquier centro médico, tal vez sí tenía un poco más de derecho a matar al asesino.

Wrath esbozó una sonrisa.

—Te diré lo que haremos, y solo porque soy buena gente. Te prometo que todos tendréis la oportunidad de golpearlo antes de que Tohr mate a ese gusano con sus propias manos. ¿Vale?

V se rio.

—Bueno, eso lo hace más soportable.

El golpe en la puerta que interrumpió su conversación resonó con sigilo y respeto: un par de golpecitos suaves que parecían sugerir que quien quiera que estuviera fuera estaría encantado tanto si lo echaban a patadas como si tenía que esperar o si le concedían una audiencia inmediata. Cualquier cosa le parecería bien.

—¿Sí? —dijo Wrath.

El aroma a una colonia cara anunció la llegada del abogado: Saxton siempre olía bien y eso encajaba con su personalidad. Wrath recordaba que, aparte de la fantástica educación y la claridad de pensamiento que lo caracterizaban, Saxton se vestía a la manera de un distinguido hijo de la glymera. Es decir, perfectamente.

Aunque la verdad era que hacía mucho que Wrath no lo veía.

El rey se puso sus gafas oscuras a toda prisa. Quedar expuesto frente a V era una cosa, pero eso no iba a suceder frente al joven y eficiente macho que estaba atravesando la puerta, con independencia de lo mucho que Wrath confiaba en Sax.

—¿Qué tienes para mí? —dijo Wrath mientras George movía la cola a manera de saludo.

Hubo una larga pausa.

—Tal vez debería volver más tarde.

—Puedes decir lo que sea en presencia de mi hermano.

Otra larga pausa, durante la cual V probablemente estaba mirando al abogado como si quisiera arrancarle un pedazo de ese trasero de niño bonito por sugerir que había una cierta confidencialidad en la información que debía ser respetada.

—¿Aunque se trate de la Hermandad? —dijo Saxton con tono indiferente.

Wrath pudo sentir literalmente la manera como los helados ojos de V giraron ciento ochenta grados para clavarse en el abogado y, claro, enseguida el hermano vociferó:

—¿Qué pasa con nosotros?

Al oír que Saxton permanecía en silencio, Wrath entendió de qué se trataba.

—¿Puedes permitirnos un minuto, V?

—¿Estás bromeando?

Wrath tomó a George y lo puso en el suelo.

—Solo necesito cinco minutos.

—Está bien. Que te diviertas, mi lord —espetó V mientras se ponía de pie—. Genial.

Un momento después, la puerta se cerró de un golpe.

Saxton carraspeó.

—Podría haber regresado después.

—Si quisiera eso, te lo habría pedido. Te escucho.

Entonces Wrath oyó que el civil tomaba aire y lo soltaba poco a poco, como si estuviese contemplando la puerta y preguntándose si la rabiosa partida de V podría hacer que se despertara muerto un poco más tarde.

—Ah… la revisión de las Leyes Antiguas ha concluido y puedo proporcionarte una lista completa de todas las secciones que necesitan modificaciones, junto con una propuesta para la nueva redacción y un cronograma para la realización de dichos cambios si…

—Sí o no. Eso es lo único que me importa.

A juzgar por el sigiloso sonido de unos mocasines sobre la alfombra Aubusson, Wrath dedujo que su abogado había comenzado a pasearse. Entonces recordó de memoria cómo era su estudio, con aquellas paredes azul claro, sus adornadas molduras de yeso y todos aquellos delicados muebles franceses antiguos.

Saxton se veía mejor en esa habitación que Wrath, con sus pantalones de cuero y su camiseta ajustada.

Pero era la ley la que decidía quién debía ser el rey.

—Tienes que empezar a cantar ya, Saxton. Te garantizo que no serás despedido si me dices de una vez por todas cómo están las cosas. Pero si tratas de endulzar la verdad, de suavizarla, te prometo que te pondré de patitas en la calle y no me importa con quién te acuestes.

Oyó otro carraspeo, y luego aquella culta voz que le llegaba desde el otro lado del escritorio.

—Sí, puedes hacer lo que deseas. Sin embargo, me preocupa un poco el tema de si este será el momento oportuno.

—¿Por qué? ¿Porque te va a llevar un par de años hacer las modificaciones?

—Estás haciendo un cambio fundamental en una sección de la sociedad que protege a la especie y eso puede desestabilizar aún más tu gobierno. No soy ajeno a las presiones que estás soportando y sería un descuido por mi parte no señalar lo obvio. Si alteras la regulación sobre quién puede entrar a la Hermandad de la Daga Negra, eso puede abrir una grieta más por la cual se cuele el descontento. Esto no se parece a ninguna otra cosa de las que has hecho durante tu reinado y llega en un momento de extrema agitación social.

Wrath inhaló profunda y lentamente a través de la nariz, pero no captó ninguna evidencia que sugiriera que el abogado lo estuviese engañando o no quisiese hacer el trabajo.

Además tenía razón.

—Agradezco la preocupación —dijo Wrath—. Pero no estoy dispuesto a inclinarme ante el pasado. Me niego a hacerlo. Y si tuviera dudas sobre el macho en cuestión no estaría haciendo esto.

—¿Y qué opinan los otros hermanos?

—Eso no es de tu incumbencia. —De hecho, todavía no les había comunicado su idea. Después de todo, no tenía sentido molestarse en hacerlo si no había posibilidades de hacer la modificación. Tohr y Beth eran los únicos que sabían con exactitud hasta dónde estaba dispuesto a llegar con este asunto—. ¿Cuánto tiempo te llevaría hacer que sea legal?

—Puedo tenerlo todo listo para mañana al amanecer… o al atardecer, como máximo.

—Hazlo. —Wrath cerró el puño y lo estrelló contra el brazo del trono—. Hazlo ahora mismo.

—Como ordenes, mi lord.

Se oyó un ruido de telas finas moviéndose, como si el macho estuviese haciendo una reverencia, y luego más pisadas suaves antes de que se abriera y se cerrara una de las puertas dobles.

Wrath se quedó mirando el vacío que le proporcionaban sus ojos ciegos.

Eran tiempos peligrosos, cierto. Y, francamente, lo que había que hacer era agregar más hermanos, no pensar en razones para no hacerlo, aunque el contraargumento a eso era que, si esos tres chicos estaban dispuestos a pelear junto a ellos sin ser admitidos en la Hermandad, ¿para qué molestarse en admitirlos?

Pero a la mierda con eso. Era una antigua práctica eso de querer honrar a alguien que ha puesto su vida en peligro para que tú puedas seguir viviendo.

Sin embargo, el verdadero problema, incluso aparte de las leyes, era… ¿Qué pensarían los demás?

Más que cualquier complicación legal, eso era lo que de verdad podía frenar sus planes.

‡ ‡ ‡

Horas después, al caer de la noche, Qhuinn yacía desnudo en medio de sábanas revueltas y, aunque estaba dormido, ni su mente ni su cuerpo parecían descansar.

En sus sueños se veía de nuevo en aquella carretera, alejándose de la casa de su familia. Llevaba un morral colgado del hombro, una proclama en la que constaba cómo su familia lo había desheredado metida entre el cinturón y el pantalón y una billetera que solo contenía once dólares.

Todo se veía con claridad meridiana, no había ninguna distorsión debida a fallos de memoria: desde la humedad de la noche de verano hasta el sonido que producían sus botas nuevas al pisar las piedrecitas del arcén… hasta la certeza con que su conciencia reconocía que no le esperaba nada en el futuro.

No tenía adónde ir. Ningún hogar al que regresar.

No tenía planes. Ya ni siquiera tenía pasado.

Cuando sintió que un coche se acercaba por detrás pensó que se trataba de John y Blay…

Solo que no. No eran sus amigos. Era la muerte en forma de cuatro machos vestidos con túnicas negras que se bajaron por las cuatro puertas del coche y lo rodearon.

Una Guardia de Honor. Enviada por su padre para que le dieran una paliza por deshonrar el apellido familiar.

Qué ironía. Uno supondría que acuchillar a un sociópata que estaba tratando de violar a tu amigo sería considerado una cosa buena. Pero no cuando el asaltante era tu perfecto primo.

Qhuinn se puso en posición de combate, preparado para repeler el ataque. No había ningún par de ojos a los que mirar directamente, ningún rostro en el cual fijarse… y eso tenía una explicación: el hecho de que las túnicas ocultaran la identidad de los atacantes era la forma de comunicarle al transgresor que era toda la sociedad la que reprobaba sus actos.

Mientras lo rodeaban y se acercaban cada vez más, Qhuinn pensó que seguramente terminarían por vencerlo, pero estaba dispuesto a hacerles todo el daño que pudiera en el proceso.

Y lo hizo.

Pero tenía razón: después de lo que parecieron varias horas de lucha, terminó de espaldas contra el suelo y ahí fue cuando comenzó la verdadera paliza. Acostado sobre el asfalto, se cubrió la cara y los genitales lo mejor que pudo para soportar la lluvia de golpes. Las túnicas negras volaban en el aire como alas de cuervos.

Después de un rato dejó de sentir dolor.

Se iba a morir allí, sobre el arcén…

—¡Esperad! ¡No hay que matarlo!

La voz de su hermano penetró el estruendo de la paliza, causándole más daño del que le habían causado los golpes…

Qhuinn despertó con un grito y se cubrió la cara con los brazos mientras encogía las piernas para protegerse la pelvis…

Pero nadie lo estaba atacando con puños ni palos.

Y tampoco estaba a un lado de la carretera.

Después de encender algunas luces con el pensamiento, Qhuinn miró la habitación en la que dormía desde que fue expulsado de la casa de su familia. Nada allí encajaba con su personalidad: ni el papel ni las antigüedades, que por su calidad y buen gusto bien podrían haber sido elegidas por su madre. Sin embargo, en ese momento, el hecho de contemplar toda esa basura que algún desconocido había elegido, comprado y colgado, le dio tranquilidad.

Incluso mientras el recuerdo se desvanecía.

Dios, el sonido de la voz de su hermano.

Su propio hermano formaba parte de la Guardia de Honor que le habían enviado. Claro, esa era la forma que tenía su familia de decirle a la glymera que se habían tomado muy en serio todo aquel asunto. Además, su hermano había recibido un magnífico entrenamiento. Había aprendido artes marciales, aunque, naturalmente, nunca le habían permitido pelear. Joder, apenas le habían permitido practicar.

Era demasiado valioso para su linaje. ¿Qué pasaría si lo hirieran? Aquel que iba a seguir los pasos del padre y llegaría a ser leahdyre del Consejo no podía correr riesgos.

Eso sería una lesión catastrófica para la familia.

Qhuinn, por otro lado, había sido matriculado en el programa de entrenamiento antes de ser repudiado, quizás con la esperanza de que recibiera una herida mortal en el campo de batalla y tuviera la elegancia de morir de forma honorable.

«¡Esperad! ¡No hay que matarlo!».

Esa fue la última vez que oyó la voz de su hermano. Poco después de que Qhuinn fuese expulsado de la casa, la Sociedad Restrictiva los atacó y los asesinó a todos: al padre, la madre, la hermana y a Luchas.

Todos estaban muertos. Y aunque una parte de él los odiaba por todo lo que le habían hecho no le deseaba a nadie esa clase de muerte.

Qhuinn se restregó la cara.

Hora de ducharse. Eso era lo único que sabía.

Se puso de pie, se estiró hasta que la espalda le crujió y cogió su móvil. Había un mensaje general que anunciaba que había una reunión en el estudio de Wrath… y una rápida mirada al reloj le informó de que no tenía casi tiempo.

Lo cual no era malo; se puso en acción y corrió al baño, sintiendo un gran alivio por tener que concentrarse en cosas reales en lugar de seguir hurgando en el pasado.

No había nada que pudiera hacer salvo maldecir. Y Dios sabía que ya había más que agotado ese recurso.

Hora de despertarse, pensó Qhuinn.

Hora de ir a trabajar.