11

Blay dejó caer la cabeza mientras maldecía y la puerta del cuarto de pesas se cerraba lentamente. Y, claro, desde aquel punto de observación, lo único que podía ver era su polla.

Lo cual no ayudó.

Levantó de nuevo la mirada y se quedó observando la barra horizontal. Tenía que hacer algo. Allí sentado, medio borracho y con la polla toda excitada no estaba exactamente en una posición en la que le gustaría que alguien lo viera. ¿Y si un hermano como Rhage llegaba a entrar y lo veía? Blay nunca se podría quitar de encima las burlas. Además, estaba con su ropa de hacer ejercicio, rodeado de máquinas de gimnasia, así que bien podría ocuparse en algo; levantaría unas cuantas pesas y, con suerte, el Señor Feliz terminaría deprimiéndose por la falta de atención.

Buen plan.

De verdad.

Sip.

Cuando miró su polla un rato después, se dio cuenta de que habían pasado quince minutos y todavía no estaba ni siquiera cerca de hacer algo útil, a menos que la respiración contara.

Su erección le sugirió algo.

Y su mano reaccionó enseguida, ubicándose entre sus piernas, encontrando aquella…

Pero se levantó enseguida y se dirigió a la puerta. Ya era suficiente, iría al inodoro de los vestidores para sacar algo de alcohol de su organismo, y luego se subiría a la cinta andadora para sudar el resto del alcohol.

Después de lo cual sería hora de subir a acostarse y allí, si todavía necesitaba un escape erótico, hallaría el lugar perfecto para desfogar sus energías.

La primera señal de que su nuevo plan tal vez solo lo había hecho adentrarse más en la boca del lobo se produjo cuando empujó la puerta de los vestidores: el sonido de agua corriendo significaba que alguien se estaba duchando. Sin embargo, estaba tan preocupado por hacer lo que tenía que hacer que no se molestó en preguntarse quién estaría allí.

Eso tal vez lo hubiese hecho detenerse, dar media vuelta y dirigirse a otro sanitario.

Pero en lugar de eso Blay pasó frente a los casilleros e hizo lo que tenía que hacer. Luego, cuando se estaba lavando las manos, empezó a hacer algunas deducciones.

Y entonces su cabeza giró en dirección a las duchas.

«Tienes que largarte de aquí», se dijo.

Cerró el grifo; el suave chirrido de la llave le pareció como un grito y se negó a mirarse en el espejo. No quería ver lo que había en sus ojos.

Sal de aquí. Solo sal de aquí. Solo…

El hecho de que su cuerpo no lograra seguir esa orden tan sencilla no era un simple ejercicio de rebelión física. Por desgracia, era un modelo de comportamiento.

Y Blay se arrepentiría de eso después.

En ese momento, sin embargo, cuando tomó la decisión de acercarse y asomarse al otro lado de la pared donde estaban las duchas, cuando se mantuvo oculto y espió al macho al que no debería estar espiando… el flujo de emociones le resultó tan dolorosamente familiar que fue como una capa a la medida de su locura.

Qhuinn estaba de espaldas, con una mano apoyada contra la pared de baldosas y la cabeza inclinada bajo el chorro de agua. El agua bajaba por sus hombros y por aquella inmensa extensión de piel tersa que cubría su poderosa espalda… y luego se deslizaba por su magnífico trasero… y seguía más allá, más allá de aquellas piernas largas y fuertes.

En el último año, el guerrero se había vuelto más fornido. Qhuinn tenía un cuerpo grande desde la transición y había crecido todavía más durante aquellos primeros meses. Pero hacía tiempo que Blay no lo veía desnudo y… joder, los ejercicios del gimnasio a los que se había sometido con tanta disciplina eran evidentes en toda esa musculatura…

De repente Qhuinn cambió de posición y dio media vuelta, echó su cabeza hacia atrás y dejó que el agua corriera por su pelo negro, mientras arqueaba aquel increíble cuerpo.

Todavía llevaba el piercing príncipe Alberto.

Y, puta mierda, estaba excitado…

Blay sintió un orgasmo que amenazaba con llegar hasta la punta de su polla y le apretaba las pelotas.

Entonces dio media vuelta y salió de los vestidores como si fuese una bala de cañón, atravesando la puerta y saltando al corredor.

—Ay, mierda… puta… mierda…

Iba casi corriendo. Trató de sacarse esa imagen de la cabeza recordándose que él tenía un amante, que ya había superado todo eso y que uno no se podía pasar toda la vida autodestruyéndose por el mismo motivo.

Y cuando nada de eso funcionó, repasó en su cabeza el discurso que le había largado a Qhuinn en la grúa…

¿Dónde diablos estaba la oficina?

Blay se detuvo en seco y miró a su alrededor. Ah, fantástico. Había corrido en la dirección contraria y ahora estaba más allá de la clínica, en la parte de las aulas del centro de entrenamiento.

A kilómetros de la entrada al túnel.

—… es una laceración muy profunda, pero él no quiere aceptarlo.

Primero oyó la voz ronca de Manny Manello y luego apareció el médico. Un segundo después apareció la doctora Jane detrás de él, con una historia clínica en la mano, que parecía estar revisando con atención.

Blay se escurrió por la primera puerta que encontró…

Y se estrelló contra un muro de oscuridad. Tanteó con las manos en busca de un interruptor, porque estaba demasiado aturdido como para encender las luces mentalmente; por fin encontró uno y lo encendió. Una fuerte luz invadió sus ojos dejándolo ciego.

—¡Ay!

El dolor que sintió y que lo hizo temblar desde la punta de los pies hasta la cabeza le indicó que acababa de estrellarse con algo grande.

Ah, un escritorio.

Estaba en una de las pequeñas oficinas que rodeaban las aulas, y eso era una buena noticia, pues debido a que el programa de entrenamiento seguía aún suspendido a causa de los ataques, allí abajo no había nadie y no era probable que a alguien se le ocurriera pensar en una razón para estar allí.

Por fin podría tener un poco de intimidad durante un rato… lo cual era una bendición. Dios sabía que no tenía intenciones de regresar a la mansión de momento. Con su suerte, probablemente terminaría encontrándose con Qhuinn y lo último que necesitaba era estar cerca de él.

Blay rodeó el escritorio, se sentó en el mullido asiento y subió las piernas para apoyarlas en la mesa, estirándose a través de la superficie sobre la que debería haber un ordenador, una planta y un vaso lleno de lapiceros y bolígrafos. En lugar de eso estaba vacío, aunque, por supuesto, no tenía ni una mota de polvo. Fritz jamás permitiría que eso pasara, ni siquiera en un lugar al que nunca iba nadie.

Mientras se frotaba el pie que se había golpeado, pensó que con seguridad pronto tendría un buen moretón. Pero al menos el dolor lo distrajo de lo que lo había llevado hasta allí.

Aunque eso no duró mucho.

Cuando echó la silla hacia atrás y cerró los ojos, su cerebro regresó al vestidor.

«¿Acaso esa tortura nunca llegaría a su fin?», pensó.

Y, Dios, su polla seguía palpitando.

De momento se quedaría allí, se dijo. Apagó las luces con el pensamiento, cerró los ojos y le ordenó a su mente que se quedara en blanco y se durmiera. Si lograba dormir un par de horas ahí abajo, se despertaría sobrio, tranquilo y listo para enfrentarse de nuevo al mundo.

Bueno, ese sí era un buen plan y también era el lugar perfecto. Oscuro, un poco frío y tan silencioso como solo podía serlo un túnel subterráneo.

Se acomodó mejor en la silla, cruzó los brazos sobre el pecho y se dispuso a permitir que el tren del sueño llegara a la estación.

Pero al ver que eso no sucedía empezó a imaginarse toda clase de situaciones «raras», como aspiradoras que se desconectaban de la pared, fuegos que se apagaban con agua y pantallas de televisión que se volvían negras…

Qhuinn estaba tan absolutamente follable así, con aquel cuerpo esbelto y suave, esculpido con esmero, y la polla tan gruesa y orgullosa. Toda esa agua debía hacer que su cuerpo estuviera liso y caliente… y, querida Virgen Escribana, Blay habría dado casi cualquier cosa por acercarse hasta la pared de baldosas, ponerse de rodillas y tomar esa polla entre su boca, para sentir sobre la lengua aquel glande enorme con su piercing, mientras él lo lamía de arriba abajo…

El gruñido de disgusto que emitió hizo eco por toda la habitación y le pareció que retumbaba con más fuerza de lo que probablemente lo había hecho.

Abrió los ojos, tratando de deshacerse de cualquier fantasía que implicara chupar algo. Pero toda aquella oscuridad no ayudaba; simplemente se convertía en la pantalla perfecta para seguir proyectando sus fantasmas.

Blay lanzó entonces una maldición y decidió intentar aquel ejercicio de yoga que consiste en ir relajando la tensión de cada parte de tu cuerpo, empezando por la cara y siguiendo por los rígidos tendones que van desde los hombros hasta la base del cráneo. También tenía el pecho tenso, los pectorales contraídos por alguna razón y los bíceps apretados en los brazos.

Se suponía que debía concentrarse primero en los abdominales y luego en el trasero, los muslos, las rodillas y las pantorrillas… hasta recorrer todo el cuerpo.

Pero no logró llegar tan lejos.

Desde luego, convencer a su polla de que regresara a un estado de total relajación habría requerido unos poderes de persuasión que su cerebro medio borracho estaba lejos de poseer.

Por desgracia, solo había una manera segura de deshacerse del Señor Feliz. Y en medio de la oscuridad, a solas, protegido por la certeza de que nadie lo sabría nunca, ¿por qué no darle gusto, desfogarse y quedarse dormido? Eso sería mejor que despertarse en mitad del sueño con una erección… porque Dios sabía que no había ninguna conexión emocional. Y, además, todavía estaba borracho, ¿no? Así que eso le valdría.

No estaba traicionando a Saxton, se dijo entonces Blay. Porque no estaba con Qhuinn y Saxton era la persona a la que él deseaba…

Durante un rato siguió considerando los pros y los contras, pero luego su mano tomó la decisión por él y, antes de que se diera cuenta, la palma de su mano se estaba deslizando por debajo del resorte del pantalón de deporte y…

El silbido que dejó escapar cuando se agarró la polla fue como un disparo en medio del silencio, al igual que el gruñido que emitió la silla cuando la sacudida de sus caderas empujó los hombros contra el respaldo de cuero. Ardiente y dura, gruesa y larga, su polla estaba implorando que le prestaran atención, pero el ángulo no era el correcto y no tenía espacio para acariciarse por debajo de los malditos pantalones.

Por alguna razón, la idea de desvestirse de la cintura para abajo hizo que se sintiera sucio, pero su sentido de la propiedad se fue por el desagüe con rapidez cuando vio que lo único que podía hacer era apretarse la polla. Entonces Blay levantó el trasero de la silla, se bajó los pantalones… y luego se dio cuenta de que iba a necesitar algo con que limpiar el desastre que iba a montar.

Entonces se quitó también la camiseta.

Desnudo en medio de la oscuridad, estirado cuan largo era entre la silla y el escritorio, se entregó al placer, abriendo las piernas y bombeando hacia arriba y hacia abajo. La fricción hizo que entornara los ojos y lo hizo morderse el labio inferior… Dios, las sensaciones eran tan fuertes y fluían a lo largo de todo su cuerpo…

Mierda.

Estaba pensando en Qhuinn. Qhuinn estaba en su boca… Qhuinn estaba dentro de él, los dos se movían juntos…

Pero esto no estaba bien.

Blay se quedó paralizado de repente. Simplemente frenó en seco.

—Mierda.

Se soltó la polla, aunque el solo proceso de dejar escapar la fantasía lo hizo crujir los dientes.

Entonces abrió los ojos y se quedó viendo la oscuridad. El sonido de su respiración entrando y saliendo de su pecho lo hizo maldecir de nuevo. Lo mismo que la palpitante necesidad de llegar al orgasmo… a la cual se negaba a ceder.

No iba a seguir con esto…

De repente, como por arte de magia, la imagen de Qhuinn con el cuerpo arqueado bajo el chorro de agua cruzó por su mente y se apoderó de todo. Contra su mejor juicio, y su lealtad, y su sentido de la justicia… su cuerpo sufrió un cortocircuito y el orgasmo llegó hasta su polla, estallando antes de que pudiera detenerlo, antes de que pudiera decirle que no, que eso no estaba bien… antes de que pudiera decir «No otra vez. Nunca más».

Ay, Dios. Aquella dulce y punzante sensación siguió repitiéndose una y otra vez hasta que Blay se preguntó si alguna vez se iba a detener… aunque él no estuviera ayudando a prolongarla.

Pero aunque esa reacción física estaba fuera de su control, su respuesta a ella no.

Cuando por fin se quedó quieto, estaba respirando agitadamente y la sensación de frío que tenía en la piel desnuda del pecho le sugirió que estaba bañado en sudor. Mientras su cuerpo se recuperaba de aquella descarga, su conciencia fue regresando… y la polla flácida fue como un barómetro de su estado de ánimo.

Entonces buscó a tientas sobre el escritorio hasta encontrar la camiseta, la enrolló hasta formar una bola y se la pasó por las piernas.

Aunque el resto del desastre en que se encontraba no iba a ser tan fácil de limpiar.

‡ ‡ ‡

Al otro lado de la ciudad, en el piso dieciocho del Commodore, Trez se encontraba sentado en una estilizada silla de cuero y metal situada frente a un gran ventanal con vistas al río Hudson. El sol del mediodía brillaba desde un cielo transparente y todo se veía diez veces más deslumbrante gracias a la nieve que había caído durante la noche.

—Sé que estás ahí —dijo de manera seca, mientras le daba un sorbo a su taza de café.

Al ver que no había respuesta, giró su silla sobre la base y, tal como lo sospechaba, vio a iAm, que acababa de salir de su habitación y estaba sentado en el sofá, con el iPod sobre las piernas y deslizando el dedo por la pantalla. Desde luego, debía de estar leyendo la edición online del New York Times; todas las mañanas hacía lo mismo al levantarse.

—Bueno —dijo Trez con renuencia—. Adelante.

Pero la única respuesta que obtuvo fue que iAm levantara una ceja. Durante, más o menos, una fracción de segundo.

El desgraciado ni siquiera levantó la vista para mirarlo.

—Debe de ser un artículo fascinante. ¿De qué se trata? ¿De un hermano testarudo?

Trez pasó un rato acunando su café caliente.

—iAm. De verdad. Esto es una mierda.

Después de un momento, su hermano levantó la mirada oscura; los ojos que lo miraron estaban, como siempre, libres de cualquier emoción o duda y de todas esas caóticas mezcolanzas con las que luchan los viles mortales. iAm era extraordinariamente sensible… casi como una cobra: vigilante, inteligente, listo para atacar, pero no le gustaba usar el poder si no era estrictamente necesario.

—Qué —rugió Trez.

—Resulta redundante decirte lo que tú ya sabes.

—Por favor, dame ese gusto. —Trez le dio otro sorbo al café y se preguntó por qué diablos se estaba sometiendo voluntariamente a esa tortura—. Adelante.

iAm apretó los labios tal como hacía siempre cuando estaba pensando una respuesta. Luego cerró la tapa roja del iPod y lo dejó a un lado; descruzó la pierna y se inclinó hacia delante, apoyando los codos sobre las rodillas. Tenía los bíceps tan gruesos que las mangas de la camisa parecían a punto de estallar.

—Tu vida sexual está fuera de control. —Trez hizo un gesto irónico, pero su hermano no le hizo caso y siguió hablando—. Estás follando con tres o cuatro mujeres por noche, a veces más. Y no tiene nada que ver con la necesidad de alimentarse, así que no desperdicies nuestro valioso tiempo escondiéndote tras esa excusa. Estás poniendo en peligro los estándares profesionales de…

—Dirijo un lugar que vende licor y prostitutas. ¿No crees que es un poco exagerado…?

iAm tomó el iPod y lo movió hacia delante y hacia atrás.

—¿Debería volver a mi lectura?

—Solo estoy diciendo que…

—Me pediste que hablara. Si esto es un problema, la solución no es ponerse a la defensiva porque no te gusta lo que estás oyendo. La respuesta es no invitarme a hablar.

Trez apretó los dientes. Ese siempre era el problema con su maldito hermano. Era demasiado razonable.

Sin poder permanecer quieto por más tiempo, Trez comenzó a caminar por el salón abierto. La cocina era como el resto del ático: moderna, espaciosa y ordenada. Lo que significaba que, mientras se servía un poco más de cafeína, Trez podía ver a su hermano por el rabillo del ojo.

Joder, a veces odiaba ese lugar: a menos que estuviera en su habitación con la puerta cerrada, no podía escapar de aquella maldita mirada.

—Entonces ¿voy a leer o a hablar? —dijo iAm tranquilamente, como si le diera lo mismo.

Joder, Trez deseaba con desesperación decirle que volviera a meter su nariz en el Times, pero eso sería como darse por vencido.

—Adelante, sigue. —Trez regresó a su silla y se sentó a oír otra regañina.

—No te estás comportando de manera profesional.

—Pero tú comes tu propia comida en Sal’s.

—Porque mis linguine con salsa de calamares no se cabrean si, a la noche siguiente, me decido por la salsa Fra Diavolo.

Buena metáfora. Y, de alguna manera, eso le dio ganas de ponerse casi violento.

—Sé lo que estás haciendo —dijo iAm con tono neutro—. Y por qué.

—Tú no eres virgen, claro que lo sabes…

—Sé lo que está pasando.

Trez se quedó paralizado.

—¿Cómo?

—Te llamaron, y como tú no respondías me llamaron a mí.

Trez apoyó el pie sobre la alfombra y se volvió a girar en la silla para quedar de nuevo frente al río. Mierda. Se había imaginado que podría mejorar un poco las cosas, darle a su hermano la oportunidad de regañarlo un rato para que los dos pudieran volver a la normalidad. Por lo general eran como uña y mugre, y la relación con su hermano era fundamental para él.

Era capaz de controlar casi cualquier cosa excepto las discusiones con su hermano.

Por desgracia, los problemas a los que se había aludido allí eran quizás lo único que no podía manejar.

—Hacer caso omiso del problema no lo hará desaparecer, Trez.

iAm dijo esto último con un cierto grado de amabilidad, como si el tío se sintiera mal por él.

Trez contempló el río, imaginando por un momento que estaba en su club, rodeado de humanos, de dinero que pasaba de mano en mano y de mujeres que desempeñaban su oficio en el fondo del local. Bien. Normal. Controlándolo todo, absolutamente cómodo con la situación.

—Tienes responsabilidades.

Trez apretó la taza entre las manos.

—Pero yo no me ofrecí voluntariamente para eso.

—No importa.

Trez se giró con tanta velocidad que el café caliente salió volando y aterrizó en su pierna. Pero hizo caso omiso de la quemadura.

—Pues sí debería importar. Claro que debería importar. No soy un objeto inanimado que se le puede ofrecer a cualquiera. Todo eso es una mierda.

—A algunos les parecería un honor.

—Pues a mí no. No me voy a aparear con esa hembra. No me importa quién es ella, ni quién arregló todo el asunto, ni lo «importante» que esto es para el s’Hisbe.

Trez se preparó para una descarga de pues-sí-debería-importarte. Pero en lugar de eso, su hermano lo miró con tristeza, como si él tampoco deseara la maldición.

—Lo diré de nuevo, Trez. El problema no va a desaparecer como por arte de magia. Y follar como un loco para olvidarte de todo no solo es un esfuerzo inútil sino que es potencialmente peligroso.

Trez se restregó la cara.

—Las mujeres no son más que humanas. No tienen ninguna importancia. —Volvió a mirar hacia el río—. Y, francamente, si no hago algo me voy a volver loco. Un par de orgasmos tienen que ser mejores que eso, ¿no?

Al ver que el silencio volvía a reinar, Trez comprendió que su hermano no estaba de acuerdo. Pero la prueba de que su vida estaba acabada era el hecho de que la conversación terminara en ese punto.

Al parecer a iAm no le gustaba hacer leña del árbol caído.

Fuera como fuese, a Trez no le importaba lo que se esperaba de él, no iba a regresar para quedar condenado a una vida de esclavitud.

No le importaba que se tratase de la hija de la reina.