…Llévese las cápsulas de cualquier manera, señor Romaña —repetía el doctor Raset, en la puerta de su consultorio—. Así estará más tranquilo. A lo mejor el mismo miedo le cura las hemorroides.
Con las justas logró entregármelas. Y con las justas logré darle un apretón de manos, antes de que Inés empezara a gritar.
—¡Te van a matar! ¡Estoy harta! ¡Hasta cuándo vas a aguantar!
Partió sin despedirse nunca del doctor Raset.
Esto último fue más o menos lo que le pasó conmigo en el aeropuerto de París.