Fue una mujer respetable toda su vida, maridos a la puerta de la iglesia tuvo cinco.
GEOFFREY CHAUCER, la esposa de Bath
«Ay, ojos míos, sed fuertes. Adoráis a una persona y ella os abandonará». Safia, una beduina de mediana edad del Desierto Occidental egipcio, reprimió las lágrimas mientras recitaba este triste poema a la antropóloga Lila Abu-Lughod[152]. El año anterior, tras casi veinte años de matrimonio, su esposo se le había acercado mientras cocinaba para decirle: «Considérate divorciada». En ese momento Safia había actuado con displicencia. Aún fingía indiferencia, y dijo a la antropóloga: «No me importó en lo más mínimo cuando se divorció de mí. Nunca lo quise». Pero Safia ocultaba su angustia. Sólo en un breve poema reveló cuán vulnerable era y todo su anhelo o apego.
A pesar de que sus canciones y sus relatos expresan la pasión entre hombres y mujeres, los beduinos consideran que el amor romántico es vergonzante. En esta sociedad los individuos deben casarse según los intereses familiares. Sólo debe sentirse amor profundo por los padres, hermanos, hermanas e hijos, no por el cónyuge. De modo que los beduinos se horrorizan ante las manifestaciones públicas de afecto entre marido y mujer. Y a pesar de creer que los cónyuges pueden enamorarse profundamente, la gente respetable debe cuidar su hasham: la discreción y el decoro sexuales. La pasión desembozada sólo se expresa en unos cortos versos[153].
Actualmente estos nómadas han formado asentamientos donde crían ovejas, cultivan higos y olivos, hacen contrabando u otras actividades comerciales, pero llevan dentro un antiguo amor por el amor.
Antes de que llegara el ferrocarril, antes de que aparecieran los camiones Toyota, sus antepasados atravesaban el desierto del norte de África transportando dátiles y otros productos por medio de caravanas que iban de un oasis a otro a través de las arenas del valle del Nilo. Traían con ellos sus costumbres tribales árabes: amor por la independencia, honor, coraje, caballerosidad y hospitalidad, propensión a las venganzas y, sobre todo, afición a las mujeres, al vino y a las canciones[154]. El breve poema de Safia, como toda la poesía beduina moderna sobre las penas de amor o la exaltación del idilio, es una reminiscencia de los grandes maestros de la canción, desaparecidos mucho tiempo atrás.
«Me divorcio de ti; me divorcio de ti; me divorcio de ti». Estas palabras, también, vienen de la época preislámica. En aquellos días las mujeres eran honradas y respetadas. También significaban un bien muy apreciado. Las muchachas eran pupilas de la familia. Después de la boda, las mujeres se convertían en propiedad del esposo y podían ser despedidas si no lo satisfacían. De acuerdo con la descripción que hace al-Ghazali, el extraordinario intelectual y escritor del siglo XI, el divorcio en la antigua sociedad árabe se obtenía con facilidad[155]. Bastaba con declararse divorciado tres veces.
En el siglo VI de la era cristiana, el profeta Mahoma basó sus argumentos en esta costumbre tribal. A diferencia de los padres del cristianismo que veneraban el celibato, Mahoma pensaba que el coito era uno de las mayores alegrías de la vida y que el matrimonio ayudaba a hombres y mujeres a ponerse a salvo del mundo sin religión de la promiscuidad. Por lo tanto insistía en que sus seguidores se casaran. Según sus palabras: «Yo ayuno y como, hago vigilia y duermo, y estoy casado. Y si alguien no está dispuesto a seguir mi Sunna (tradición), no me pertenece»[156]. No habría celibato en el islam.
La doctrina de Mahoma produjo una influencia que perdura todavía y que los científicos definen como una cultura islámica sexual positiva, una sociedad que venera el amor, el sexo y el matrimonio entre un hombre y una mujer. La sociedad occidental, en cambio, es definida algunas veces como sexualmente negativa porque históricamente nuestros preceptos religiosos alabaron el celibato y el monasticismo.
El sello de Mahoma aparece también en otras tradiciones. Si bien consideró a las mujeres como seres subordinados a los hombres, una creencia heredada de los pueblos preislámicos, Mahoma introdujo una serie de códigos sociales, morales y legales para proteger a las mujeres, así como una lista explícita de derechos y deberes de cada cónyuge. Entre ellos figuraba que ningún hombre podía tener más de cuatro esposas y debía distribuir sus atenciones entre todas en noches consecutivas. Por encima de todo, el esposo debía proveer a las necesidades de todas sin favoritismos.
La esposa también tenía obligaciones, en especial las de parir hijos, criarlos, cocinar y obedecer al marido. En el islam, el matrimonio se basaba en un contrato legal. A diferencia del casamiento cristiano, que se volvió un sacramento y por lo tanto indisoluble, el compromiso matrimonial musulmán podía quebrarse. El mandato del profeta venía de Dios.
En la actualidad, este procedimiento tradicional para divorciarse sigue vigente en gran parte del mundo islámico, si bien en algunos lugares el divorcio se volvió algo más difícil de lograr. La forma más aceptada de divorcio sigue siendo Talaqus-Sunna, de acuerdo con los dictados del profeta. Esta forma de talaq o divorcio puede llevarse a cabo de dos maneras ligeramente diferentes, ambas aceptadas. Una de ellas, talaq ahsan, consiste en una simple declaración: «Me divorcio de ti; me divorcio de ti; me divorcio de ti», que debe hacerse en un momento en que la esposa no esté menstruando y después de tres meses de abstinencia sexual. El divorcio se revoca si el esposo retira sus palabras o si la pareja vuelve a tener relaciones sexuales durante los tres meses de espera.
La ley islámica establece una cantidad de estipulaciones más en relación con el divorcio —cuándo es apropiado que la esposa deje al esposo y cómo cualquiera de los dos puede negociar la separación con sensatez—, ya que Mahoma apreciaba la armonía entre hombres y mujeres, estuvieran o no juntos. Como prescribe el Corán: «Entonces, llegado el momento, acéptalo otra vez con amabilidad o sepárate con amabilidad»[157].
Aun así, Safia sufrió cuando su esposo la dejó.
SEPARARSE
Todos tenemos problemas. Pero posiblemente una de las situaciones más difíciles de vivir es la de abandonar a un cónyuge. ¿Existe alguna forma de hacerlo bien?
Lo dudo. Pero las personas han ideado muchos métodos para dar por terminado un matrimonio. En algunas sociedades existen tribunales o consejos especiales para negociar los divorcios. A veces el jefe de la aldea escucha los casos de divorcio. Con mayor frecuencia se considera el divorcio como un asunto privado que deben arreglar los interesados y sus familias[158]. Esto puede ser tan sencillo como trasladar una hamaca de una chimenea a otra, o puede perturbar a toda una comunidad, como ocurrió recientemente en la India.
En 1988 el New York Times informó sobre el divorcio de una joven hindú, Ganga, que abandonó al hombre con el que llevaba casada cinco años después de que éste la golpeó duramente[159]. Al día siguiente más de quinientas personas se reunieron en un campo cerca de la aldea para escuchar lo que la pareja y su parentela contestarían a ciertas preguntas formuladas por los ancianos de la casta. Pero cuando Ganga acusó a su suegro y al hermano de su suegro de haber intentado abusar de ella sexualmente, estalló la polémica. Los insultos derivaron rápidamente en una pelea con garrotes y en pocos minutos varios hombres golpeados y cubiertos de sangre yacían en el campo. La batahola sólo se detuvo cuando corrió la voz de que la policía estaba por llegar. Las deliberaciones del divorcio sin duda continuaron con amargas palabras detrás de los muros de adobe. Sea con furia o desapasionadamente, con todas las de la ley o con un mínimo de escándalo, el divorcio es indudablemente parte de la condición humana. En casi todos los países del mundo el divorcio está permitido. Los antiguos incas no lo practicaban. La Iglesia católica apostólica romana se negaba a admitirlo. Algunos otros grupos étnicos y sociedades no aceptan la disolución matrimonial[160]. En algunas culturas los divorcios son difíciles de obtener[161].
Pero, desde las tundras de Siberia a la selva amazónica, la gente acepta el divorcio como algo lamentable, pero algunas veces necesario. Tiene procedimientos sociales o legales específicos para el divorcio. Y, efectivamente, se divorcia. Más aún, a diferencia de muchos occidentales, los pueblos tradicionales no hacen del divorcio una cuestión moral. Los mongoles de Siberia expresan sintéticamente lo que en realidad es la opinión de todo el mundo: «Si dos personas no pueden vivir juntas armoniosamente, mejor será que se separen»[162].
¿Por qué se divorcian las personas? Las discusiones amargas, los comentarios hirientes, la falta de sentido del humor, ver demasiada televisión, la incapacidad de escuchar, el alcoholismo, el rechazo sexual: los motivos que hombres o mujeres dan para querer interrumpir el vínculo matrimonial son tan variados como los que tuvieron para casarse. Pero hay algunas circunstancias comunes a todas las personas que eligen terminar una relación.
El adulterio manifiesto encabeza la lista. En un estudio sobre 160 sociedades, la antropóloga Laura Betzig demostró que la infidelidad desembozada, en especial por parte de la mujer, es la ofensa más comúnmente alegada para desear el divorcio. La esterilidad y la impotencia le siguen. La crueldad, sobre todo por parte del marido, aparece en tercer lugar entre las razones esgrimidas en el mundo para el divorcio de una pareja. Luego sigue un conjunto de acusaciones acerca de la personalidad y la conducta del cónyuge. Entre las razones más aducidas están: el mal carácter, celos en exceso, hablar demasiado, regañar constantemente, no ser respetuoso, que la esposa es vaga, que el marido no aporta los recursos necesarios, la indiferencia sexual, la violencia, el estar siempre ausente o la existencia de otra pareja[163].
No me sorprende que el adulterio y la infertilidad sean considerados tan graves. Darwin sostenía la teoría de que las personas se casan sobre todo para reproducirse. Es indudable que mucha gente llega al matrimonio para obtener un cónyuge económicamente valioso o para acumular hijos que los mantengan cuando envejezcan; otros lo hacen para cimentar vínculos políticos con parientes, amigos o enemigos. Pero como demuestra Betzig, Darwin tenía razón: dado que las principales razones esgrimidas para el divorcio están íntimamente relacionadas con la sexualidad y la reproducción, se deduce que las personas se casan para reproducirse[164].
También debería ocurrir que la mayoría de las personas divorciadas en edad de reproducirse volvieran a casarse. Y así lo hacen[165]. A pesar de los sueños frustrados, del recuerdo fresco de las amargas peleas, indiferentes a la prueba de que el matrimonio puede ser irritante, aburrido y doloroso, la enorme mayoría de la gente divorciada vuelve a casarse. En los Estados Unidos el 75% de las mujeres y el 80% de los hombres que se separan vuelven a contraer matrimonio[166]. Y como el matrimonio nos define como adultos en la mayoría de las culturas, las personas divorciadas del mundo buscan una nueva pareja.
Parecería que somos eternamente optimistas acerca de la nueva oportunidad.
EL DINERO TIENE LA PALABRA
Samuel Johnson definió el nuevo matrimonio como el triunfo de la esperanza sobre la experiencia. Los norteamericanos bromean acerca de la «comezón del séptimo año». Los‘antropólogos definen este hábito humano como «monogamia en serie». Llámesela como se quiera, la tendencia humana a divorciarse y volver a casarse es un fenómeno mundial. Y tiene otras características notables.
En primer lugar, el divorcio es frecuente en las sociedades donde tanto las mujeres como los hombres son dueños de tierras, animales, dinero en efectivo, información u otros bienes valiosos o recursos, y donde ambos tienen el derecho de distribuir o intercambiar sus patrimonios fuera del círculo de la familia inmediata. Si una persona es la dueña de un banco en la ciudad de Nueva York, o tiene la concesión sobre la explotación del único pozo de agua en el Desierto de Kalahari, en el África meridional, o si transporta cereales a Nigeria y vuelve a casa con dinero que puede ahorrar, invertir, prestar o regalar, esa persona es rica. Cuando hombres y mujeres no dependen uno del otro para la supervivencia, una pareja con problemas puede divorciarse, y de hecho a menudo lo hace.
Un ejemplo que ilustra el poder de la autonomía económica lo dan los bosquimanos !kung del desierto de Kalahari. Es frecuente entre ellos que hombres y mujeres se casen más de una vez[167]. Y no creo que sea una coincidencia que las mujeres !kung sean también económica y socialmente poderosas.
A pesar de que los !kung están adoptando rápidamente los valores y la tecnología moderna del mundo occidental, su alta tasa de divorcios no es un hecho nuevo. Cuando en la década de los sesenta los antropólogos registraron sus formas de vida, durante la temporada de las lluvias esa gente vivía en pequeños grupos de diez a treinta individuos. Luego, cuando el clima cambiaba y el sol abrasador de octubre secaba la superficie, se agrupaban en comunidades mayores en torno a los pozos de agua permanentes. Pero aun cuando los !kung se desparramaban por la espesura, hombres y mujeres se visitaban con regularidad en las diferentes comunidades. Esto mantenía una fluida red de comunicación entre varios cientos de parientes.
Las mujeres !kung se trasladaban hasta el lugar de trabajo, aunque no todas las mañanas. Pero cada dos o tres días, cuando las provisiones disminuían, las esposas debían ir a buscar comida. Llevaban al bebé de pecho amarrado a la espalda dentro de una pañoleta y dejaban a los niños mayores a cargo de amigos o familiares para agregarse a un grupo de mujeres y marchar a través del chaparral.
Cada expedición de cosecha era diferente de las anteriores. Algunas veces la mujer regresaba con frutas de baobab, con cebollas silvestres, melones de tsama y dulces nueces de mongongo. Otro día traía ciruelas agrias, bayas de tsin, verduras de hoja y raíces acuáticas. También eran alimento la miel, las orugas, las tortugas y los huevos de pájaro. Y lo que la mujer siempre encontraba era información valiosa. Por la huella de los animales que descubría en su recorrido podía saber qué bestias habían pasado, cuándo, cuántas integraban el grupo y adonde se dirigían.
Los hombres !kung salían de caza dos o tres veces por semana en busca de ciervos, guacos, liebres de primavera, puercoespines, un antílope o incluso una jirafa. Algunas veces el marido volvía a casa con carne apenas suficiente para alimentar a su mujer y sus hijos; otras, un grupo de hombres abatía a una bestia lo bastante grande para compartirla con los compañeros de caza, parentela y amigos. La carne era un refinamiento, y a los buenos cazadores se los honraba. Pero los hombres traían carne a casa sólo cada cuatro días.
En consecuencia, las mujeres aportaban de un 60% a un 80% de la cena de todos los días. Las mujeres también compartían los derechos sobre los puntos del desierto que tenían agua, una situación no demasiado diferente de ser dueña del banco local. Durante los años aptos para la fecundación las mujeres tenían gran prestigio como reproductoras. Las mujeres mayores a menudo se convertían en chamanes y también en líderes de los asuntos de la comunidad.
De modo que las mujeres !kung eran poderosas.
Y cuando un hombre y su esposa se encontraban en una situación desesperada como pareja, uno u otro generalmente empaquetaba sus escasas pertenencias y se iba a otro campamento. ¿Por qué? Porque se lo podían permitir. Los cónyuges !kung en general discutían durante meses antes de tomar la decisión de separarse. Palabras duras y lágrimas amargas corrían por las arenas del desierto. Los vecinos terminaban siempre involucrados, pero con el tiempo la mayoría de las relaciones desgastadas se interrumpían. De los 331 matrimonios !kung declarados por las mujeres a la antropóloga Nancy Howell en la década de los setenta, 134 terminaron en divorcio[168]. Luego tanto hombres como mujeres contrajeron nuevos enlaces. Algunas mujeres !kung tuvieron hasta cinco esposos consecutivos.
Esta correlación entre independencia económica y divorcio se verifica en numerosas culturas[169]. Por ejemplo, entre los yoruba del África occidental son las mujeres quienes controlaban el complejo sistema económico. Manejaban el cultivo, luego transportaban la cosecha hasta el mercado semanal, un mercado que controlaban por entero mujeres. Como resultado de esto, las mujeres traían a casa no sólo provisiones sino también dinero y artículos suntuarios, riqueza independiente. Hasta un 46% de los matrimonios yoruba terminaban en divorcio[170].
Los hadza habitan en las praderas alrededor del desfiladero de Olduvai, Tanzania. A pesar de que el área es seca y rocosa, abundan las raíces, las frutas y los pequeños ciervos, y durante la temporada de lluvias es normal que los cónyuges abandonen individualmente los campamentos para obtener sus propios alimentos. Luego, en la temporada de sequía, se forman grupos que acampan en torno a los pozos de agua permanente, los hombres salen de caza y traen grandes presas y todos juntos danzan, juegan, chismorrean y comparten la carne. Pero los hombres y mujeres hadza no dependen unos de otros para llenar la olla diaria de comida. Y sus parejas reflejan este espíritu de independencia. En la década de los sesenta su tasa de divorcio era una cinco veces más alta que la de los Estados Unidos[171].
La autonomía económica personal genera libertad para separarse. Y, a mi juicio, la más innegable prueba de esta correlación la proporcionan los navajos del Sudoeste norteamericano, sin duda porque en 1968 viví con ellos durante varios meses.
Si se toma la Ruta 66 Oeste en Gallup, Nuevo México, y tras unos cuarenta y cinco minutos de automóvil se dobla en dirección al norte por un ancho camino de tierra que atraviesa el chaparral, el polvo y el aroma a salvia, luego se pasa el almacén de ramos generales de Pine Springs hasta la choza abandonada (una cabaña de troncos de siete lados) y se dobla a la derecha después del pino grande, subiendo por la ladera de flores silvestres, aparece nuestra casa de madera. Tiene una estufa panzona para dar calor, una hornalla para cocinar pan frito, café y sopa de cordero, dos grandes camas de bronce, una mesa de cocina y tres lámparas de queroseno que usamos de noche para sentarnos a conversar. Disfruto de mi casa, con su puerta de entrada que mira al éste, los dos grandes depósitos de preciosa agua potable anidando en el bosquecillo de pinos, y el cañón anaranjado atravesando como una cinta frente al enorme jardín.
Mi «madre» navajo organizaba la vida cotidiana. Juntaba escrofularias y otras flores silvestres, cardaba y teñía lana y tejía las típicas mantas de los navajos para mantener a su familia de cinco. Además, era dueña de toda la tierra que la rodeaba. Los navajos son matrilineales; sus hijos rastrean la ascendencia a través del linaje materno, de modo que las mujeres tienen grandes propiedades. También son ellas las que realizan los diagnósticos médicos y desempeñan un papel de vital importancia en la vida ritual de los navajos[172]. Examinan a los enfermos, identifican las enfermedades físicas y espirituales, y prescriben la ceremonia curativa apropiada para cada caso. Por lo tanto, las mujeres tienen mucho prestigio; participan de todos los asuntos comunitarios y aproximadamente una de cada tres se divorcia[173].
«No tiene sentido casarse para ser desgraciado el resto de la vida», dicen los micmac del Canadá oriental[174]. Casi todo el mundo está de acuerdo. Donde mujeres y hombres pueden permitirse dejar al cónyuge, la gente que no es feliz a menudo lo hace. Y en general después vuelven a casarse.
Las tasas de divorcio son mucho más bajas cuando los cónyuges dependen unos de otros para la subsistencia. La más notable correlación entre dependencia económica y una baja tasa de divorcios se verifica en la Europa preindustrial y en todas la sociedades que trabajan la tierra con arado, como es el caso de la India y China[175]. Algunas personas atribuyen el bajo índice de divorcio entre los europeos cristianos históricos a razones religiosas, por razones comprensibles. Jesucristo prohibía el divorcio[176]. Y como ya lo mencioné, en el siglo XI después de Cristo el matrimonio cristiano se había convertido en un sacramento; el divorcio era imposible para los cristianos.
Pero la cultura a menudo se complementa con las leyes de la naturaleza, y los bajos índices de divorcio de las sociedades europeas preindustriales se debían también a una ineludible realidad ecológica: las parejas de agricultores se necesitaban mutuamente para sobrevivir[177]. Una mujer que viviera en una granja dependía de su marido para quitar las rocas, talar los árboles y arar la tierra. El marido precisaba de ella para sembrar, quitar la maleza, cosechar, acondicionar y almacenar los vegetales. Hombro a hombro trabajaban la tierra. Y además, si uno de los dos elegía dejar al otro, tenía que hacerlo sin llevarse nada. Ninguno de los cónyuges podía coger la mitad del trigo y volverlo a plantar en otro lado. Los agricultores estaban atados a la tierra, uno al otro, y a una compleja parentela que conformaba una red inalterable. En estas circunstancias ecológicas, el divorcio no era una alternativa práctica.
No es extraño que el divorcio fuera algo fuera de lo común en la Europa preindustrial, a todo lo ancho del granero formado por la región caucásica y entre los varios pueblos agricultores que habitaban las tierras que llegan hasta el borde del Pacífico.
La Revolución Industrial modificó la relación económica entre hombres y mujeres, y contribuyó a estimular el surgimiento de modelos más modernos de divorcio (véase el capítulo XVI).
Los Estados Unidos son un buen ejemplo. Cuando aparecieron las fábricas detrás de los graneros de la América agrícola, mujeres y hombres comenzaron a abandonar las granjas para buscar trabajo. ¿Qué traían a casa si no dinero: patrimonio trasladable, divisible? Durante buena parte del siglo XIX la mayoría de las mujeres seguían a cargo del gobierno de la casa. Pero en las primeras décadas del siglo XX las mujeres norteamericanas de clase media comenzaron a incorporarse al mercado laboral en cantidades cada vez mayores, lo cual les dio autonomía económica.
No es casualidad que el índice de divorcio en los Estados Unidos, que empezó a aumentar con el advenimiento de la Revolución Industrial, haya seguido creciendo lenta pero constantemente. Porque el marido dejará a la esposa que trae a casa un sueldo con mayor facilidad que a la mujer que le desmaleza el jardín. Y la mujer que cobra un sueldo será probablemente menos tolerante con los problemas matrimoniales que una que depende de él para tener qué comer cada día. Numerosos observadores identifican el trabajo femenino fuera de casa —y el consiguiente control de su propio dinero— como el factor principal en este aumento de las tasas de divorcio[178].
Ya se observó antes en la historia de Occidente un incremento correlativo de la tasa de divorcio y de la autonomía económica femenina. Cuando en los siglos anteriores al nacimiento de Cristo los romanos ganaron varias guerras en el extranjero, los monopolios del comercio generaron una riqueza sin precedentes en el Imperio. Surgió una clase alta urbana. Los acaudalados patricios se mostraron entonces menos dispuestos a traspasar grandes dotes a manos de sus yernos. De modo que, en el siglo I antes de Cristo, mediante una serie de nuevas reglamentaciones del matrimonio, las mujeres de clase alta pasaron a controlar una mayor porción de sus fortunas, y de su futuro. Y en la medida en que esto daba pie a la aparición de una nueva clase —la de las mujeres financieramente independientes—, en la antigua Roma el divorcio se volvió epidémico[179].
LAZOS QUE ATAN
«All you need is love» (Todo lo que necesitas es amor) cantaban los Beatles. Y no es así. Existen muchos otros factores culturales además de la autonomía económica que contribuyen a la estabilidad o a la inestabilidad del matrimonio.
Tradicionalmente, los índices de divorcio eran más altos en los Estados Unidos en el caso de los cónyuges provenientes de medios socioeconómicos, étnicos y religiosos diferentes[180]. Esto, sin embargo, tal vez esté cambiando. En un estudio sobre una población de 459 mujeres de Detroit, el sociólogo Martin Whyte descubrió que estos factores tenían escasa incidencia en el destino de una relación. En cambio, las características de personalidad semejantes, los hábitos compartidos, los intereses paralelos, los valores en común, las actividades recreativas compartidas y los mismos amigos eran la base de los mejores pronósticos de estabilidad matrimonial. Resulta interesante el hecho de que Whyte también llegara a la siguiente conclusión: «Es un buen pronóstico casarse en la madurez, si se está muy enamorado, si se es de color blanco y se proviene de un hogar donde hubo comunicación y amor»[181]. Las personas que no presentan estas características corren más riesgos.
Los psicólogos informan que las personas inflexibles forman parejas inestables[182]. Los terapeutas afirman que las parejas unidas por lazos más fuertes que los factores que tienden a separarlos suelen mantenerse unidas[183]. La forma en que los cónyuges se adaptan uno a otro, negocian entre sí, se pelean, se escuchan y se persuaden, también tiene importancia en los resultados; cuando las transacciones son escasas, las parejas son más propensas a disolverse[184]. Los demógrafos demuestran que, cuando abundan los hombres o escasean las mujeres, las esposas se convierten en un bien preciado y las parejas se separan menos[185]. Las parejas norteamericanas con un hijo varón tienen, estadísticamente, una mayor posibilidad de permanecer juntas[186]. Esto es también aplicable a las esposas con hijos en edad preescolar[187]. Por otra parte, las parejas que se casan muy jóvenes suelen divorciarse[188].
Los antropólogos agregan una perspectiva transcultural a nuestro análisis del divorcio[189]. El divorcio es común en las culturas matrilineales como la de los navajos, probablemente porque la esposa dispone de recursos, los hijos son miembros de su propio clan y el marido tiene más responsabilidades respecto a los hijos de su hermana que a los propios. Por lo tanto, los cónyuges son compañeros, no socios económicos vitales. Cuando el marido está obligado a «pagar por la novia» a la familia de su pretendiente a cambio del privilegio de desposarla, el índice de divorcio suele ser inferior porque, en caso de divorcio, hay que devolver dichos bienes. La endogamia —el matrimonio dentro de la propia comunidad— está asociada a relaciones más duraderas porque los parientes, amigos y obligaciones en común tienden a cimentar el vínculo dentro de una red que ambos comparten[190].
La poliginia tiene un curioso efecto sobre el divorcio. Cuando un hombre tiene varias esposas, éstas tienden a luchar por la atención y los beneficios del marido que comparten. Los celos originan confrontaciones y divorcios. Más aún, un hombre con varias esposas puede prescindir de los servicios de una de ellas, mientras que el que tiene sólo una lo pensará dos veces antes de abandonar a la única mujer que cocina para él. En realidad, los índices de divorcio han disminuido en las sociedades musulmanas a partir del contacto con las costumbres occidentales[191]; nuestra tradición monogámica está estabilizando la vida de familia en el islam.
«No hay ninguna sociedad en el mundo en la cual la gente haya permanecido casada sin una enorme presión de la comunidad para que así lo hagan», afirmó Margaret Mead[192]. Y tenía razón. La tasa de divorcio de muchas sociedades tradicionales es tan alta como la de los Estados Unidos[193].
Esto puede parecer extraño. Después de tantas sonrisas y miradas, de la embriagadora sensación del enamoramiento, de los secretos compartidos y las bromas privadas, de los hermosos momentos en la cama, de los días y las noches con la familia y los amigos, a pesar de los hijos que trajeron al mundo, del patrimonio que acumularon juntos, de las divertidas experiencias vividas durante horas, meses y años de reír y amarse y luchar hombro con hombro, ¿por qué hombres y mujeres dejan atrás relaciones tan ricas?
Quizá esta inestabilidad sea generada por corrientes ocultas en nuestra mente, fuerzas reproductoras profundas que han evolucionado a través de millones de apareamientos cotidianos a lo largo de nuestro ignoto pasado.
LA COMEZON DEL CUARTO AÑO
Con la esperanza de lograr una mejor comprensión de la naturaleza del divorcio, recurrí a las publicaciones demográficas anuales de las Naciones Unidas. Estos libros comenzaron a aparecer en 1947, cuando los censistas de países tan diferentes en lo cultural como Finlandia, Rusia, Egipto, Sudáfrica, Venezuela y los Estados Unidos empezaron a interrogar a sus habitantes sobre el tema del divorcio. De dicha información, reunida cada década por la Oficina de Estadística de las Naciones Unidas en distintas sociedades, seleccioné las respuestas a tres preguntas: ¿Cuántos años llevaba casada/o al divorciarse? ¿Qué edad tenía cuando se divorció? ¿Cuántos hijos tenía en el momento de divorciarse?
Surgieron tres tendencias notables.
Y las tres aluden a las fuerzas evolutivas.
Lo más notable es que el divorcio se produce a los pocos años del casamiento —con una mayor concentración aproximadamente en la época del cuarto año— y los porcentajes bajan en la medida en que aumentan los años de convivencia[194]. En realidad, me decepcionó descubrir esto; esperaba que la mayor concentración se diera alrededor del séptimo año de matrimonio[195]. Pero no fue así. Finlandia representaba un ejemplo típico. En 1950 el número de divorcios fue en su mayoría de parejas que llevaban casados unos cuatro años; el porcentaje declinaba gradualmente en parejas de períodos más prolongados. En 1966 los divorcios en Finlandia ocurrían con mayor frecuencia durante el tercer año de matrimonio. En 1974, 1981 y 1987 los porcentajes volvían a concentrarse en torno al cuarto año[Apéndice, gráfico 1].
Al comparar estos cuatro picos porcentuales del divorcio en Finlandia y los picos en sesenta y una culturas más, según una tabulación general de todos los años disponibles[Apéndice, gráfico 2], resultó evidente que en todos estos pueblos el divorcio solía llegar a su punto máximo alrededor del cuarto año de matrimonio. La comezón del séptimo año no existía; lo que en cambio aparecía era la comezón del cuarto año.
Por supuesto, había diferencias en el pico del cuarto año. En Egipto y otros países musulmanes, por ejemplo, el divorcio se producía con mayor frecuencia durante los primeros meses de matrimonio, en absoluto cerca del pico de los cuatro años[Apéndice, gráfico 3].
Sin embargo, tales variaciones no eran sorprendentes. En estas culturas la familia del novio tiene que devolver a la nuera a sus padres si ella no se adapta bien al nuevo hogar, algo que los suegros hacen sin dilación cuando toman una decisión[196]. Más aún, el Corán exceptúa al marido musulmán de pagar la mitad del estipendio por matrimonio si disuelve la unión antes de consumarla[197]. De ese modo, la presión social y los incentivos económicos empujan a egipcios y a otros musulmanes con matrimonios desgraciados a divorciarse sin demora. Finalmente, dichas estadísticas incluyen los «divorcios revocables», decretos provisionales que requieren pocas reparaciones financieras. Los divorcios revocables hacen que el proceso de separación sea rápido y sencillo, y acortan el período de matrimonio[198].
El pico de divorcio en los Estados Unidos oscila algo más abajo de la media de cuatro años, y también resulta muy interesante especular sobre semejante diferencia. Durante algunos años, como en 1977, el pico de divorcios se concentró en torno al cuarto año de matrimonio[199]. Pero en 1960, 1970, 1979, 1981, 1983 y 1986, el pico se produce antes, entre el segundo y el tercer año desde la boda[Apéndice, gráfico 4][200]. ¿A qué se debe esto?
Sé que este pico de divorcios en los Estados Unidos no guarda relación alguna con el creciente porcentaje de divorcios en el país. El porcentaje de divorcios se duplicó entre 1960 y 1980, y sin embargo durante dicho período las parejas se divorciaban alrededor de dos años después de casarse. Sé que tampoco se explica por el creciente número de parejas que viven juntas. La cantidad de hombres y mujeres que se fueron a vivir juntos sin casarse casi se triplicó en la década de los setenta, pero el pico de divorcios en los Estados Unidos no aumentó[201].
Puramente a modo de conjetura, yo diría que el pico norteamericano de divorcios puede estar relacionado con la actitud norteamericana ante el matrimonio en sí mismo. Nosotros no solemos casarnos por razones económicas, políticas o de interés familiar. En cambio, como señala el antropólogo Paul Bohannan: «Los norteamericanos se casan para enriquecer su mundo interior, una región en general muy secreta»[202].
El comentario me parece fascinante, y correcto. Nos casamos por amor y para subrayar, equilibrar o enmascarar partes de nuestro mundo interior. Esa es la razón de que a veces un discreto funcionario se case con una exuberante rubia o de que una científica se case con un poeta. Tal vez no sea casualidad que el pico de divorcios en los Estados Unidos se corresponda tan perfectamente con la duración promedio del enamoramiento: de dos a tres años. Si los cónyuges no están satisfechos con la pareja, se separan poco después de que el clímax del enamoramiento quede atrás.
De modo que hay algunas excepciones a la comezón del cuarto año.
Estos datos presentan algunos problemas[203].
En algunas sociedades el hombre y la mujer se hacen la corte durante meses; en otras se casan de inmediato. El tiempo empleado en los preparativos de la boda, los meses o años que una persona soportará un matrimonio desdichado, lo simple o complicado que resulte obtener un divorcio y el tiempo que transcurrirá hasta que el trámite de divorcio se complete también varían de una cultura a otra. En realidad, entonces, las relaciones humanas comienzan antes de quedar legalmente registradas y fracasan antes de ser legalmente finiquitadas.
No hay manera de medir todas las variables que afectan a estos datos reunidos por las Naciones Unidas. Pero he aquí un asunto que es central en este libro: dada la enorme cantidad de factores culturales y diferencias individuales puestos en juego por un matrimonio o un divorcio, cabría esperar que no aparecieran coincidencias ni remotamente significativas; es sorprendente que un patrón cualquiera se manifieste. Sin embargo, a pesar de la gran variedad de tradiciones matrimoniales, del sinfín de opiniones que definen el divorcio en el mundo, y de la diversidad de procedimientos para separarse, hombres y mujeres se abandonan mutuamente más o menos de la misma manera.
Algunas personas son banqueros, otros se ganan la vida haciendo jardinería, criando ganado, pescando o con un comercio. Algunos son universitarios; otros son analfabetos. Entre los cientos de millones de hombres y mujeres pertenecientes a 62 culturas, los individuos hablan diferentes idiomas, tienen diferentes oficios, usan ropas diferentes, llevan en sus bolsillos monedas diferentes, entonan diferentes plegarias, temen a diferentes demonios, y acarician diferentes esperanzas y diferentes sueños. Sin embargo, sus divorcios se arraciman siempre en torno al pico de los cuatro años.
Este patrón transcultural no se relaciona con los índices de divorcio. Se presenta en sociedades donde la tasa de divorcio es alta y en culturas donde el divorcio es algo fuera de lo común[204]. Es una constante que se mantiene a lo largo del tiempo, incluso dentro de la misma sociedad, a pesar de la gran incidencia del divorcio. Qué peculiar: el matrimonio tiene un patrón transcultural de decadencia.
Este patrón de vinculación humana está presente incluso en la mitología occidental. Durante el siglo XII los trovadores ambulantes europeos convocaban a damas y caballeros, nobles y plebeyos, a oír la dramática saga épica de Tristán e Isolda: el primer idilio occidental moderno. Decía un poeta: «Mis señores, si desean oír una maravillosa historia de amor y muerte, aquí está la de Tristán y la reina Isolda. Cómo para su bien y alegría, pero también para su pena, se amaron, y cómo al fin murieron un día juntos de ese mismo amor: ella a manos de él, y él a manos de ella»[205].
Como el escritor francés Denis de Rougemont dijo acerca de este mito sobre el adulterio: «Es una especie de arquetipo de nuestros más complejos sentimientos de inquietud». Su observación es más sagaz todavía de lo que él pensaba. La historia comienza cuando un joven noble y una hermosa reina beben juntos un elixir que saben induce al amor durante aproximadamente tres años.
¿Existe un punto débil inherente a los vínculos humanos de pareja? Tal vez.
También existen otros.
EL DIVORCIO ES PARA LOS JOVENES
Entre 1946 y 1964 nacieron alrededor de setenta y seis millones de norteamericanos. Bienvenido el baby boom, un auge de nacimientos en masa que siguió a la Segunda Guerra Mundial. Hoy en día estas personas tienen entre casi treinta años y más de cuarenta. Y como ven que sus pares se divorcian suponen que la disolución del matrimonio predomina en la edad madura. No es así. El pico más alto de divorcios se da en los más jóvenes.
En los Estados Unidos el riesgo de divorcio para hombres y mujeres alcanza el punto más alto entre los veinte y los veinticuatro años, edad un poco baja en comparación con la media mundial. En las veinticuatro sociedades sobre las cuales los anuarios de las Naciones Unidas ofrecen información, el riesgo de divorcio alcanza su pico máximo entre los veinticinco y los veintinueve años para los hombres, mientras que el riesgo de divorcio para las mujeres tiene un doble pico máximo, entre los veinticinco y los veintinueve, y entre los veinte y los veinticuatro años. En los grupos de mayor edad, el divorcio se vuelve menos y menos frecuente. Y ya en la edad madura el divorcio es un fenómeno raro. El 81% de todos los divorcios ocurre antes de los cuarenta y cinco años en el caso de las mujeres; el 74% de todos los divorcios ocurre antes de los cuarenta y cinco años en el caso de los hombres[206].
Resulta sorprendente. Parecería más natural pensar que, con el transcurso de los años, los cónyuges se aburren o se sacian uno de otro, o que abandonan la vida conyugal una vez que los hijos dejan el hogar a causa del trabajo o del ingreso en la universidad. No ocurre así. En cambio, hombres y mujeres se divorcian con una regularidad impresionante entre los veinte y los treinta años, cuando están en el punto más alto de su capacidad reproductora y parental.
También nos separamos cuando hay hijos.
Un tercer patrón que se deduce de la información de las Naciones Unidas se relaciona con «el divorcio de padres con hijos dependientes».
Entre los cientos de millones de parejas de cuarenta y cinco sociedades que, según los registros, se divorciaron entre 1950 y 1989, el 39% no tenía hijos dependientes; el 26% eran parejas con un solo hijo dependiente; el 19% eran parejas con dos; el 7% eran parejas con tres; el 3% eran parejas con cuatro, y las parejas con cinco o más hijos raramente se separaron[207]. Por lo tanto, parecería que, cuantos más hijos tiene una pareja, menos probable es que los cónyuges se divorcien.
Los datos de la ONU son menos concluyentes sobre este tercer patrón que sobre los dos anteriores[208]. Sin embargo, lo sugieren con insistencia y además tiene sentido desde la perspectiva genética. Desde el punto de vista del darwinismo, es lógico que las parejas sin hijos se separen; ambos cónyuges formarán una nueva pareja y probablemente tengan hijos, y así garantizarán su futuro genético. En la medida en que las parejas tienen más hijos se sienten menos capacitadas económicamente para abandonar una familia en expansión. Y es genéticamente razonable que permanezcan juntos para cuidar de su cría.
Pero esto sí es «innegable»: un cuarto de todos los divorcios corresponde a parejas con un solo hijo dependiente; casi el 20% se da en parejas con dos hijos. Mucha gente se divorcia después de traer al mundo uno o dos hijos.
A menudo me preguntan: «¿Cuál de los dos sexos abandona con mayor frecuencia al otro?».
Nunca lo sabremos. Las leyes y las costumbres a menudo indican cuál de los cónyuges debe iniciar los trámites de divorcio. Pero qué individuo inicia realmente la separación emocional, física y legal no es un dato mensurable. Después de que las discusiones y las lágrimas terminan, a veces ni los mismos interesados saben con certeza quién dejó a quién. Pero una cosa es evidente: la enorme mayoría de las personas vuelven a casarse.
Es «típico» que las mujeres norteamericanas se casen de nuevo unos cuatro años después del divorcio, mientras que «típicamente» los hombres dejan pasar tres años desde la ruptura del vínculo anterior para volver a casarse[209]. El período promedio entre divorcio y nuevo casamiento es de tres años[210]. Y el tiempo promedio entre divorcio y nuevo casamiento en función de la edad varía entre los tres y los cuatro años y medio[211]. Más aún, el 80% de todos los varones divorciados norteamericanos y el 75% de las mujeres divorciadas norteamericanas vuelven a casarse[212].
En 1979 la edad pico para el nuevo matrimonio de los varones se ubicaba entre los treinta y los treinta y cuatro años; para las mujeres oscilaba entre los veinticinco y los veintinueve años. El porcentaje de hombres y mujeres pertenecientes a otras culturas que vuelven a casarse no fue calculado por los censistas de las Naciones Unidas. Pero en las 98 culturas analizadas entre 1971 y 1982, la edad pico para un nuevo matrimonio era, entre los varones, de los treinta a los treinta y cuatro años, y para las mujeres, de los veinticinco a los veintinueve, igual que en los Estados Unidos[213].
¿ESTA CAYENDO EN DESUSO EL VINCULO DE PAREJA?
Tal vez. El matrimonio muestra, sin duda, diversas modalidades de decadencia. Los cálculos estadísticos de divorcio apuntan a los cuatro años. El riesgo de divorcio es mayor en el caso de los cónyuges de entre veinte y treinta años, o sea, de las personas en la cima de su capacidad reproductora. Un gran número de divorcios afecta a parejas con uno o dos hijos. Las personas divorciadas vuelven a casarse mientras son jóvenes. Y cuanto más tiempo permanece casada una pareja, es decir, a medida que envejecen los cónyuges, y probablemente cuantos más hijos tengan, menos probable es que los cónyuges se separen[214].
Ello no significa que todo el mundo se ajuste a este modelo. George Bush, por ejemplo, no lo hizo. Pero Shakespeare sí. A fin de continuar con su carrera de dramaturgo, a los tres o cuatro años de casado dejó a su esposa, Anne, en Stratford y partió hacia Londres[215]. En coincidencia con las características del matrimonio de Shakespeare, los casos de divorcio registrados en el mundo trazan un mapa, un diseño primitivo. El animal humano parece destinado a cortejar, enamorarse y contraer matrimonio con una persona a la vez; luego, en la cima de su capacidad reproductora, a menudo con un solo hijo, se divorcia; algunos años más tarde, vuelve a casarse.
¿Cómo se escribió este guión? La explicación de los patrones de conducta humana para formar pareja es el nudo de los próximos capítulos de esta obra.
A lo largo de los afluentes del Amazonas, en los atolones coralíferos del Pacífico, en los desiertos árticos y en las llanuras australianas, así como en otros lugares remotos del mundo, hombres y mujeres también se separan. Pocos científicos o censistas han tenido acceso a dicha gente para preguntarles cuánto duraron sus matrimonios, a qué edad se divorciaron o cuántos niños habían tenido. Pero vale la pena echar una vistazo a la escasa información de que disponemos.
Entre los yanomano, un pueblo tradicional de Venezuela, casi el 100% de los niños vive con su madre natural, la mayoría convive además con su padre natural. Pero la convivencia de los padres biológicos declina rápidamente cuando los niños alcanzan los cinco años de edad, no sólo porque uno de los padres muere, sino porque los padres se divorcian[216]. En la comunidad de los ngoni de Fort Jameson (África meridional), el pico más alto de divorcio también se manifiesta entre el cuarto y el quinto año de matrimonio[217]. Estos datos confirman la comezón del cuarto año.
También la información disponible sobre el divorcio entre los jóvenes coincide con los datos de las Naciones Unidas. En las islas Truk de Micronesia, y entre varios pueblos dedicados a la horticultura y la caza en Nueva Guinea, África, la costa del Pacífico y el Amazonas, los matrimonios son muy frágiles entre las personas que rondan los veinte años[218].
La gente de todo el mundo afirma que el nacimiento de un hijo fortalece el vínculo de sus padres[219]. Por ejemplo, en el Japón rural es frecuente que las autoridades a cargo de llevar los registros ni siquiera anoten los casamientos hasta que la pareja tiene un hijo[220]. Los isleños andaman de la India no consideran que un matrimonio esté realmente consumado hasta que los esposos se convierten en padres[221]. Y los tiv de Nigeria hablan de «matrimonio de prueba» hasta que un hijo cimenta el lazo de la pareja[222].
Pero no deberíamos dar por sentado que el nacimiento de un niño necesariamente genera una relación para toda la vida[223]. Sospecho que los aweikoma del Brasil oriental son un buen ejemplo de las tendencias en las sociedades tradicionales. Para ellos «una pareja con varios hijos permanecerá unida hasta la muerte…, pero las separaciones antes de que nazcan varios hijos son incontables»[224]. Este es exactamente el patrón que se deduce de los datos de las Naciones Unidas.
Hay excepciones, naturalmente. Las estadísticas demuestran que el divorcio entre los musulmanes kanuri, de Nigeria, alcanza el pico máximo antes del primer aniversario. El antropólogo Ronald Cohen opina que este pico temprano de divorcio se debe a que «las muchachas jóvenes tienden a separarse de sus primeros maridos con los cuales los padres las fuerzan a casarse»[225]. Resulta interesante comprobar que los bosquimanos !kung también se divorcian poco después de casarse, y que también ellos negocian el primer matrimonio[226].
Hasta esto coincide con los ejemplos de las Naciones Unidas, a pesar de ser una excepción y no la regla. Como el lector recordará, Egipto y otros países musulmanes muestran sin excepción un pico máximo de divorcio anterior al primer año de matrimonio. Dichos países tienen una alta incidencia de matrimonios convenidos, y un matrimonio convenido puede llevar a cualquiera a separarse rápidamente, y de esta forma se anticipa la comezón del cuarto año.
Todo tipo de hábitos culturales desvirtúan los patrones de conducta en los vínculos humanos: la autonomía económica femenina, el urbanismo, el secularismo y los matrimonios convenidos representan sólo una parte. A pesar de tales influencias, el apareamiento humano presenta algunas reglas generales: hombres y mujeres, desde Siberia occidental hasta el extremo sur de Sudamérica, se casan. Muchos se separan. Otros abandonan al cónyuge alrededor del cuarto año de matrimonio. Muchos interrumpen la convivencia cuando son jóvenes. Muchos se divorcian mientras tienen un solo hijo. Y muchos vuelven a casarse.
Durante años, décadas y siglos, representamos una y otra vez este antiguo guión: nos pavoneamos, acomodamos las plumas, flirteamos, nos hacemos la corte, nos deslumbramos y nos atrapamos mutuamente. Luego hacemos nido, nos reproducimos, nos somos infieles y abandonamos el redil. A corto plazo, embriagados de esperanza, flirteamos otra vez. Con eterno optimismo, el animal humano padece de inquietud mientras está en edad de reproducirse y luego, al madurar, él y ella sientan cabeza.
¿Por qué? Creo que la respuesta se esconde entre los caprichos de nuestro pasado, «cuando el noble hombre salvaje corría libre por los bosques».