III. LOS VÍNCULOS HUMANOS
¿Es natural la monogamia?

Respira allí un hombre de piel tan dura, ¿quién dice que dos sexos no bastan?

SAMUEL HOFFENSTEIN

Cuando Darwin acuñó el concepto supervivencia del más apto no se refería a la belleza de los rasgos físicos ni a lo abultado de la cuenta bancaria; lo que hacía era ocuparse de nuestros hijos. Si traemos niños al mundo que traerán a su vez a otros, somos lo que la naturaleza define como aptos. Hemos traspasado nuestros genes a la siguiente generación y, en términos de supervivencia, ganamos la batalla. De modo que los sexos están atrapados en una danza de apareamiento, en la cual buscan eternamente la recíproca adaptación de los movimientos. Sólo en un tándem pueden hombres y mujeres reproducirse y mantener el pulso de la vida humana.

Esta danza de apareamiento —nuestra «estrategia de reproducción» humana básica— comenzó mucho, mucho tiempo atrás, cuando el mundo era joven y nuestros antepasados primigenios evolucionaron hasta adoptar dos sexos diferenciados.

¿POR QUÉ EL SEXO?

Las distintas especies responden de distinta manera. Algunas, como una variedad de lagartijas de cola azotadora, han eliminado por completo lo sexual. Esos pequeños reptiles recorren los chaparrales semiáridos del Sudoeste norteamericano. Durante la época de cría cada uno desarrolla de ocho a diez huevos no fertilizados que empollarán como perfectas réplicas de sí mismos. Semejante tipo de reproducción asexuada —la partogénesis o alumbramiento virgen— tiene sus ventajas. Las lagartijas de cola azotadora no pierden tiempo ni energía cortejándose. No mezclan sus genes con los de otros ejemplares, individuos que podrían tener características genéticas inferiores. No necesitan acarrear pesadas cornamentas como el ante macho a fin de pelear con otros pretendientes, ni extravagantes plumas en la cola como los pavos reales para seducir a las hembras. Ni siquiera atraen a los depredadores mientras se cortejan o copulan. Y sus crías presentan el ciento por ciento de su ADN.

¿Es necesario el amor entre sexos? No para las lagartijas de cola azotadora de las praderas desérticas, para las matas de diente de león o de mora, para los álamos crespos o los asexuados pastos silvestres. Estas especies sencillamente prescinden del apareamiento[62].

Y sin embargo, a pesar de las enormes ventajas darwinianas de la asexualidad, nuestros antepasados y muchas otras criaturas eligieron la vía sexual de reproducción por al menos dos razones. Los individuos que se aparean introducen en sus crías una característica vital: la variedad. Un collie y un caniche pueden dar origen a un cachorro que no se asemejará a ninguno de los dos. Ello puede tener consecuencias negativas: algunas veces la mezcla da por resultado un mal producto. Pero la recombinación crea nuevas «personalidades» genéticas. Algunas morirán. Pero otras vivirán y resistirán el eterno esfuerzo de la naturaleza por eliminar a los más débiles.

Recientemente los biólogos propusieron una explicación más sutil para el hecho de que nuestros ancestros evolucionaran hacia la reproducción sexual: confundir al enemigo[63]. Esto se conoce como la hipótesis de la Reina Roja, en referencia a un incidente en el libro de Lewis Carroll A través del espejo.

La Reina Roja toma a Alicia del brazo, y cogidas de la mano se lanzan a correr en forma alocada. Pero cuando se detienen, están exactamente en el lugar de partida. La Reina explica esta extraña circunstancia a Alicia diciendo: «Bueno, como ves, es necesario correr todo lo posible para permanecer donde uno estaba». Traducido al lenguaje evolucionista, esto significa que las criaturas que cambian con regularidad son biológicamente menos vulnerables a las bacterias, virus y demás parásitos que las atacan. De ese modo, la reproducción sexual evolucionó para eludir los gérmenes personales[64].

Pero ¿por qué dos sexos: masculino y femenino? ¿Por qué nuestros primeros progenitores no eligieron una estrategia reproductora que permitiera a cualquier individuo intercambiar su material genético con el de otro individuo?

Las bacterias lo hacen. Los organismos simplemente se juntan e intercambian ADN. A puede aparearse con B; B puede aparearse con C; C puede aparearse con A; todos y cada uno pueden aparearse con quien se les antoje. Las bacterias no tienen diferencias sexuales[65]. Sin embargo, a diferencia de las bacterias, los remotos antepasados del hombre (y de muchas otras criaturas) se diferenciaron en dos grandes grupos: hembras con grandes óvulos indolentes que contienen ADN y sustanciosos nutrientes, y machos con espermatozoides pequeños y ágiles, desprovistos de todo salvo de sus genes.

Nadie sabe cómo los dos sexos se diferenciaron de la pegajosa sustancia inicial. Una posible explicación es que nuestros primeros antepasados sexuados tuvieron ciertas semejanzas con las bacterias pero fueron de mayor tamaño, formas multicelulares de vida que producían células sexuales (gametos) que contenían la mitad de su ADN. Como las bacterias, cada individuo producía gametos capaces de combinarse con cualquier otro gameto. Pero algunos organismos diseminaron grandes gametos rodeados de una gran cantidad de citoplasma nutritivo. Otros esparcieron células sexuales más pequeñas con menos alimento. Un tercer grupo eyectó pequeños gametos casi desprovistos de nutrientes.

Todas estas criaturas sexuadas lanzaron sus células sexuales en las corrientes marinas. Sin embargo, cuando dos gametos pequeños se juntaban carecían de los nutrientes suficientes para la subsistencia. Si se unían dos células sexuales grandes, eran demasiado torpes para seguir adelante. Pero cuando un gameto pequeño, ágil y libre de trabas, una protoesperma, se unía con un gameto recubierto de nutrientes, un protóvulo, el nuevo organismo sobrevivía a sus precarios comienzos. Y con el tiempo evolucionaron dos sexos separados, uno que portaba los óvulos, el otro que llevaba la esperma[66].

Hay aspectos de ésta teoría que son objetables, y además existen otras hipótesis[67]. Lamentablemente, no disponemos de organismos vivos que reflejen los hábitos de nuestros primeros antepasados sexuados. Sin embargo y de alguna manera, miles de millones de años atrás aparecieron individuos de dos razas complementarias. Más tarde surgieron dos sexos separados. Sus crías, siempre diferentes, vivieron y se multiplicaron a lo largo de la eternidad de nuestro inquieto y cambiante pasado.

SENDEROS SEXUALES QUE NUESTROS ANTEPASADOS NO EXPLORARON

Sorprende que nuestros rudos antepasados no hayan optado por la vida sexual de las fresas, las cuales, como la lagartija de cola azotadora, pueden reproducirse asexualmente pero que también se aparean sexualmente. Cuando las fresas se sienten seguras, la zona no ha sido explotada y el entorno es estable, se reproducen por clonación. ¿Para qué molestarse por el sexo? Cuando el espacio es escaso, forzando a las fresas a dispersarse por tierras que no tenían previstas, emiten flores y se aparean. Después de que las pioneras se instalan, recurren nuevamente a la reproducción clónica.

Los gusanos de tierra utilizan otra variante de la sexualidad. Estos animales son al mismo tiempo macho y hembra; pueden autofecundarse. Pero la mayoría de las plantas y animales hermafroditas se toman grandes trabajos para evitar la autofertilización, un proceso que presenta los déficits tanto de la sexualidad como de la asexualidad.

Tal vez la forma más excéntrica de reproducción, comparada con la humana, sea la de ciertos individuos capaces de adoptar un sexo u otro. Entre éstos se encuentran unos peces que habitan la Gran Barrera de Arrecifes de Australia. Conocidos como peces limpios o Labroides dimidiatus, esos habitantes de los arrecifes viven en grupos formados por un macho y cinco o seis hembras. Si el único macho muere o desaparece, la hembra más poderosa comienza a metamorfosearse en macho. En pocos días «ella» se convierte en «él».

Si los hombres y las mujeres fueran capaces de reproducirse por clonación, si pudiéramos tener ambos sexos a la vez, o si pudiéramos transformarnos totalmente en pocas horas pasando de un sexo a otro, es probable que nunca hubiésemos desarrollado nuestra mirada seductora, nuestra expresión para el flirteo o la fisiología cerebral que nos prepara para el enamoramiento y el apego. Pero los antepasados de la especie humana, como la mayoría de las demás especies vivientes, no eligieron la vida sexual de las fresas clónicas, de los gusanos hermafroditas o de los peces transexuales. Nos convertimos en hombres y mujeres, en subespecies que debemos mezclar nuestros genes o deslizamos al olvido.

La cópula no es la única forma que tenemos de garantizar nuestro futuro genético. Una segunda forma de que los organismos sexuados propaguen su ADN es la conocida como selección por parentesco[68]. El nombre deriva de una realidad de la naturaleza: todo individuo comparte su estructura genética con sus parientes. De la madre el niño recibe la mitad de sus genes; del padre, la otra mitad. Si un niño tiene hermanos o hermanas de los mismos padres, comparte la mitad de sus genes con cada uno de ellos. Un octavo de sus genes es compartido con sus primos, etcétera. De modo que si un hombre o una mujer pasan toda la vida criando a parientes genéticos, están en realidad contribuyendo al desarrollo de su propio ADN. Cuando los parientes genéticos sobreviven, uno sobrevive, de allí el concepto de «aptitud inclusiva»[69]. No en vano todos los pueblos del mundo tienden a favorecer a sus consanguíneos.

Sin embargo, el camino más directo a la posteridad es el apareamiento. En realidad, todos nuestros rituales humanos relacionados con el galanteo y el apareamiento, el casamiento y el divorcio, pueden ser considerados como guías a través de las cuales hombres y mujeres se seducen entre sí a fin de reproducirse, lo que los biólogos denominan estrategias reproductivas. ¿En qué consisten estos juegos de apareamiento?

Los hombres, del mismo modo que las mujeres, tienen dos alternativas que se reconocen fácilmente con sólo contar cabezas. El hombre puede formar pareja con una sola mujer por vez: monoginia (del griego mono, «uno», y ginia, «hembra»), o puede tener varias parejas simultáneas: poliginia (varias mujeres). Las mujeres tienen dos posibilidades semejantes: la monandria (un hombre) o la poliandria (varios hombres). Son los términos que suelen utilizarse para describir los diferentes tipos de matrimonios humanos. De este modo, el diccionario define monoginia como «la situación o costumbre de tener una sola esposa por vez», monandria como «un marido», poliginia como «varias esposas», y poliandria como «varios maridos». Monogamia significa «un cónyuge»; poligamia connota «varios cónyuges», sin definición de sexo[70].

Por lo tanto, monogamia no implica fidelidad.

Es importante tener esto en cuenta: la palabra monogamia casi siempre se emplea de forma equivocada. El Oxford English Dictionary define la monogamia como «la condición, regla o costumbre de estar casado con sólo una persona a la vez». Esto no implica que los integrantes de la pareja sean sexualmente fieles entre sí. Los zoólogos James Wittenberger y Ronald Tilson emplean el término monogamia para referirse a «una asociación prolongada y una relación de apareamiento esencialmente exclusiva entre un hombre y una mujer»[71]. Pero la fidelidad no es tampoco un elemento central de esta definición científica. Agregan: «Con las palabras “esencialmente exclusiva” queremos decir que la existencia de apareamientos furtivos ocasionales fuera del vínculo de la pareja (o sea, “engaños”) no significa que la monogamia no exista».

Por lo tanto, monogamia y fidelidad no son sinónimos. Es más, el adulterio generalmente va de la mano de la monogamia, así como de la de otras estrategias reproductivas aquí enumeradas[72].

EL PEYTON PLACE DE LA NATURALEZA

Los mirlos de alas rojas macho, por ejemplo, controlan un gran territorio pantanoso durante la época de apareamiento. Varias hembras se unen a un solo macho en su parcela de territorio y copulan sólo con él: monandria. Al menos eso se cree. Hace poco un grupo de científicos realizaron vasectomías de algunos de estos machos antes de la época de apareamiento[73]. Las hembras se unieron luego a los machos neutralizados, copularon con ellos e hicieron nido dentro de su espacio: nada extraordinario.

Sin embargo, muchas hembras pusieron huevos fértiles. Resulta evidente que las hembras monándricas en cuestión no habían sido fieles a sus parejas. Para asegurarse de este hecho, los científicos tomaron muestras de sangre de los pichones de treinta y una hembras de mirlo de alas rojas. Casi la mitad de los nidos contenían uno o más pichones cuyo padre no era el dueño de la casa. La mayoría de las hembras habían copulado con «vecinos», es decir, con machos que vivían en la parcela de al lado[74].

El adulterio es común también en otras especies. Los ornitólogos han observado estas cópulas extramaritales, o «traiciones», en más de cien especies de pájaros monogámicos. Los tití, pequeños monos sudamericanos, en su variedad femenina de marmosetos y tamarinos, así como muchas otras hembras mamíferas monogámicas que se pensaba eran el paradigma de la virtud, también «engañan». Los pantanos, las praderas, los bosques que cubren la superficie de la tierra, serían algo así como el Peyton Place de la naturaleza.

El que no haya verificado por sí mismo la combinación de monogamia e infidelidad en las hembras de mirlo o en las monas tití, seguramente habrá verificado la existencia de la infidelidad entre la gente. Todos los hombre y mujeres de los Estados Unidos son, por definición, monógamos. La bigamia está penada por la ley. Según cálculos recientes, más del 50% de los norteamericanos casados son asimismo adúlteros[75]. Nadie puede comprobar la precisión de estas cifras. Pero nadie negará que el adulterio existe en todas las culturas del mundo.

He aquí, entonces, lo que nos importa. En algunas culturas los hombres tienen una sola esposa mientras otros, en otras sociedades, tienen un harén. Algunas mujeres se casan con un solo hombre, mientras que otras tienen varios maridos a la vez. Pero el matrimonio es sólo una parte de nuestra estrategia de reproducción humana. Las relaciones sexuales extramaritales son con frecuencia un componente secundario y complementario de nuestras tácticas mixtas de apareamiento. Por otra parte, antes de explorar la amorfa confusión del adulterio humano, querría ver qué ocurre con los modelos humanos de apareamiento que están a la vista, nuestros sistemas de matrimonio[76].

Quizá la más curiosa característica compartida por ambos sexos sea que deseen casarse. El matrimonio es culturalmente universal; predomina en todas las sociedades del mundo. Más del 90% de los hombres y mujeres norteamericanos se casan. Los registros a través de censos modernos se remontan hasta mediados del siglo pasado[77]. Mediante el estudio de registros parroquiales y judiciales, y de listados de defunciones y matrimonios, en noventa y siete sociedades industrializadas y agrícolas, el Departamento de Estadística de las Naciones Unidas reunió información sobre casamientos realizados a partir de 1940. Entre 1972 y 1981 un promedio del 93,1% de las mujeres y 91,8% de los hombres estaban casados al llegar a la edad de cuarenta y siete años[78].

El matrimonio también es la norma en regiones donde aún no se llevan registros. Para los indios cashinahua de Brasil el casamiento es una cuestión secundaria. Cuando una adolescente comienza a interesarse en la posibilidad de contraer matrimonio y obtiene la autorización de su padre, le pide al futuro marido que la visite en su hamaca cuando la familia se retira a dormir. El pretendiente debe desaparecer antes del amanecer. Gradualmente va trayendo sus posesiones a la casa de la familia. Pero al matrimonio no se le presta mayor atención hasta que la mujer queda embarazada o la relación tiene como mínimo un año de existencia. En la India, en cambio, los padres le eligen marido a su hija a veces antes de que la niña aprenda a caminar. Existen varios ritos de esponsales sucesivos. Tiempo después de haberse consumado el matrimonio, las familias de la novia y el novio continúan intercambiando propiedades de acuerdo con los términos negociados con años de antelación.

Las costumbres varían en lo que respecta al casamiento. Pero desde las estepas de Asia hasta los arrecifes coralinos del Pacífico occidental, la enorme mayoría de los hombres y de las mujeres se desposan. Más aún, en todas las sociedades tradicionales el matrimonio marca el umbral de la entrada a la vida adulta; las solteras y los solteros son raros.

¿Cuáles son las estrategias matrimoniales de hombres y mujeres? Si bien sostengo que la monogamia, o vínculo de pareja, es la marca de fábrica del animal humano, es incuestionable que una minoría de hombres y mujeres se guían por otros cánones. Los hombres son más variables como sexo, de modo que empecemos por ellos.

LA FORMACION DE UN HAREN

«Hogamus, higamus, los hombres son polígamos», dice la cantilena. Sólo el 16% de las ochocientas cincuenta y tres culturas estudiadas prescriben la monoginia, en la cual al hombre se le permite sólo una esposa por vez[79]. Las culturas occidentales son parte de ese 16%. Somos una minoría, por lo tanto. Un clamoroso 84% de todas las sociedades humanas permiten que el hombre tome varias esposas a la vez: poliginia.

A pesar de que los antropólogos han gastado mucha tinta y papel para describir hipotéticos motivos culturales que expliquen la difundida tolerancia con los harenes, se la puede explicar con un simple principio de la naturaleza: la poliginia proporciona a los hombres enormes beneficios genéticos[80].

Según los datos de que disponemos, el hombre que mayor éxito tuvo en la formación de harenes fue Moulay Ismail el Sanguinario, un emperador de Marruecos. El Libro Guinness de los récords mundiales informa que Ismail engendró 888 niños con sus múltiples esposas. Pero es posible que lo hayan superado. Algunos emperadores chinos muy «trabajadores» copulaban con más de mil mujeres, las cuales se turnaban de modo que visitaran los aposentos reales en el momento de mayor fertilidad. Estos privilegiados jefes de Estado, sin embargo, no son los únicos que han experimentado los harenes. La poliginia es extremadamente común en algunas sociedades del África occidental, donde más o menos el veinticinco por ciento de los hombres mayores tienen dos o tres esposas al mismo tiempo.

En términos occidentales, el ejemplo más pintoresco de formación de harenes es el de los tiwi, que habitan la isla Melville, a unos cuarenta kilómetros de la costa norte de Australia.

En esta gerontocracia la tradición establecía que todas las mujeres debían casarse, incluso las que aún no habían sido concebidas. Así pues, tras la primera menstruación las niñas púberes emergían del aislamiento provisional de los bosques para saludar a su padre y a su futuro yerno. Tan pronto como encontraba a estos hombres, la niña se echaba en la hierba y fingía dormir. Delicadamente, el padre colocaba una lanza de madera entre sus piernas, a continuación entregaba esa arma ceremonial a su compañero, que la palmeaba, la abrazaba y se dirigía a ella como a su esposa. Mediante esta simple ceremonia, el amigo del padre —hombre de unos treinta años— acababa de contraer matrimonio con todas las hijas no concebidas que la niña púber daría a luz algún día.

Debido a que se comprometían con bebés que todavía no habían sido gestados, los hombres tenían que esperar hasta pasar los cuarenta años para hacer el amor a sus esposas púberes. Los hombres jóvenes copulaban, naturalmente; los amantes se escapaban al bosque constantemente. Pero los muchachos ansiaban el prestigio y el poder que aportaba el matrimonio. De modo que aprendían a negociar, a trocar promesas, comida y trabajo por riquezas y esposas potenciales para más adelante. Así, mientras acumulaban consortes y engendraban hijos, los hombres lograban el control de las hijas no concebidas de sus hijas, a las que casaban con sus amigos a cambio de aún más esposas potenciales[81]. Al llegar a los setenta años de edad, un hábil caballero tiwi podía haber acumulado hasta diez esposas, si bien la mayoría tenía muchas menos.

Este tradicional sistema tiwi de enlace se mantuvo vigente hasta la llegada de los europeos. A causa de las grandes diferencias de edad entre los cónyuges, los hombres y las mujeres se casaban varias veces. A medida que avanzaban en edad, las mujeres tiwi preferían que sus nuevos maridos fueran hombres jóvenes. Los hombres y las mujeres maduras disfrutaban de la ingeniosa negociación que esto implicaba.

Y según decían los tiwi, todo el mundo gozaba de la variedad en materia sexual.

Las mujeres en la mayoría de las sociedades intentan impedir que sus maridos desposen a mujeres jóvenes, si bien están más dispuestas a aceptar como coesposa a una hermana menor. Las mujeres tampoco quieren ser la esposa más joven. Además de los celos crónicos y de las batallas para llamar la atención del esposo, las mujeres casadas con el mismo hombre tienden a enfrentarse por la comida y los demás recursos que suministra el marido común. Sin embargo, llega un punto en que las mujeres desean entrar en un harén, un Rubicón conocido como el umbral de la poliginia[82].

Esta era la situación entre los indios piesnegros, habitantes de las praderas de Norteamérica a fines del siglo XIX. A esas alturas la guerra se había vuelto crónica y las bajas eran enormes, de modo que los hombres piesnegros disponibles se volvieron muy escasos. Las mujeres necesitaban maridos. Al mismo tiempo, los hombres necesitaban más esposas. Los caballos y las armas de fuego adquiridas a los europeos permitían a los indios cazar más búfalos que los que mataban a pie, con arco y flechas. Los cazadores más hábiles necesitaban manos extra para teñir las pieles, columna vertebral de su poderío comercial. Esto inclinó la balanza. Las jóvenes solteras preferían ser la segunda esposa de un hombre rico a ser la única de uno pobre, o a permanecer solteras[83].

La poliginia también se practica en los Estados Unidos. A pesar de que la formación de harenes es ilegal aquí, algunos hombres mormones toman varias esposas por razones religiosas. Sus precursores en la Iglesia de los Santos de Jesucristo de los Ultimos Días, fundada en 1831 por Joseph Smith, originalmente establecían que los hombres debían tomar más de una esposa. Y si bien la Iglesia mormona dio oficialmente la espalda a la poliginia en 1890, algunos devotos fundamentalistas mormones aún practican los matrimonios plurales. No sorprende descubrir que muchos mormones que practican la poliginia son además hombres acaudalados[84].

Si la poliginia estuviera permitida en Nueva York, Chicago o Los Ángeles, un feligrés de la Iglesia episcopal con un patrimonio de doscientos millones de dólares posiblemente también atraería a varias mujeres jóvenes dispuestas a compartir su amor y su billetera[85].

De modo que los hombres desean la poliginia para desparramar sus genes, mientras que las mujeres ingresan en los harenes para obtener recursos y asegurar la supervivencia de sus hijos. Pero es importante recordar que éstas no son motivaciones conscientes. Si se le pregunta a un hombre por qué desea una segunda esposa, quizá responda que lo seduce su ingenio, su talento para los negocios, su espíritu dinámico o sus soberbias caderas. Si se le pregunta a una mujer por qué está dispuesta a «compartir» a un hombre, podría responder que le encanta la forma en que sonríe o los lugares a los que la lleva de vacaciones.

Pero al margen de las razones que ofrezcan las personas, la poliginia permite al hombre engendrar más hijos, y en las circunstancias adecuadas también la mujer obtiene beneficios reproductores. De modo que tiempo atrás los hombres ancestrales que buscaron la poliginia y las mujeres ancestrales que se avinieron a la vida de harén, sobrevivieron desproporcionadamente, inducidos en su selección por estos motivos inconscientes. No es para sorprenderse que los harenes surjan donde puedan.

El HOMBRE: UN PRIMATE MONOGÁMICO

A causa de las ventajas genéticas que la poliginia proporciona a los hombres y de que tantas sociedades permiten la poliginia, muchos antropólogos piensan que la formación de harenes es una característica del animal humano. Yo no estoy de acuerdo. Evidentemente es una estrategia reproductiva secundaria oportunista. Pero en la gran mayoría de las sociedades en las que la poliginia está permitida, sólo del 5% al 10% de los hombres tiene en realidad más de una esposa a la vez[86]. A pesar de que la poliginia es un tema de discusión tan difundido, no es muy practicada.

En realidad, tras analizar doscientas cincuenta culturas, el antropólogo George Peter Murdock resume la polémica de la siguiente manera: «Un observador imparcial que empleara el criterio de la preponderancia numérica, se inclinaría a definir como monogámicas a casi todas las sociedades humanas conocidas, a pesar de que la abrumadora mayoría prefiere y de hecho practica la poliginia»[87]. En todo el mundo los hombres tienden a casarse con una sola mujer a la vez.

«Higamus, hogamus, las mujeres son monógamas». En efecto, las mujeres también tienden a tomar un solo marido: monandria. Todas las mujeres de las así llamadas sociedades monogámicas tienen un solo marido a la vez; nunca tienen dos esposos al mismo tiempo. En las así llamadas sociedades poliginias, la mujer también toma un solo marido, a pesar de que puede compartirlo con varias otras coesposas. Dado que en el 99,5% de las culturas del mundo la mujer se casa con un solo hombre a la vez, es razonable concluir que la monandria, un único esposo, es el modelo matrimonial abrumadoramente predominante para la hembra humana.

Esta afirmación no implica que las mujeres jamás formen un harén de hombres. La poliandria es rara. Sólo el 0,5% de las sociedades permiten a la mujer tomar varios maridos al mismo tiempo[88]. Pero, en ciertas circunstancias peculiares, por ejemplo cuando las mujeres son muy acaudaladas, el caso se presenta.

Los indios tlingit de Alaska meridional eran muy ricos antes de la llegada de los europeos. Vivían, como lo siguen haciendo, a lo largo de la costa de la región pesquera más abundante del mundo: el archipiélago de Alaska. Durante los meses de verano los hombres tlingit se dedicaban a la pesca del salmón y atrapaban miríadas de animales en los bosques contiguos a la costa. Las mujeres se unían a sus maridos durante la temporada estival de pesca y caza, cosechaban frutas pequeñas y plantas silvestres y convertían lo obtenido en pescado seco, ricos aceites, carnes ahumadas, pieles y valiosos bienes de intercambio como madera y corteza. Luego, en el otoño, hombres y mujeres recorrían la costa en expediciones de trueque.

Pero el comercio para los tlingit era esencialmente diferente del europeo. Las negociaciones estaban a cargo de las mujeres. Ellas establecían los precios, se ocupaban del regateo, cerraban los tratos y se embolsaban las ganancias. Las mujeres ocupaban con frecuencia lugares de prestigio[89]. Y no era raro que las mujeres adineradas tomaran dos maridos.

También se verifica la práctica de la poliandria en los Montes Himalaya, si bien por razones ecológicas muy diferentes. Las familias tibetanas opulentas de la región montañosa de Limi, en Nepal, están decididas a mantener sus tierras unidas. Si dividen sus territorios entre los herederos, el precioso patrimonio se devaluará. Por otra parte, los padres necesitan varios hijos para trabajar la tierra, cuidar los rebaños de yaks y cabras y trabajar para los amos. De modo que, si una pareja tiene varios hijos, los inducirán a compartir la esposa. Desde el punto de vista de la mujer, esto es poliandria.

No es de extrañar que los coesposos tengan problemas entre sí. Los hermanos son a menudo de diferente edad, y una esposa de veintidós puede encontrar que su marido de quince es inmaduro y en cambio su marido de veintisiete es excitante. Los hermanos menores tienen que avenirse al favoritismo sexual para poder permanecer en la tierra de la familia, aunque rodeados, de joyas, tapices, caballos: la buena vida. Pero los resentimientos fermentan.

La poliandria es rara entre las personas, y también entre los animales, por poderosas razones de orden biológico[90]. Los pájaros hembra y los mamíferos pueden engendrar sólo un número limitado de crías a lo largo de sus vidas. La gestación requiere tiempo. Los cachorros a menudo precisan de cuidados especiales hasta el destete. Las hembras necesitan intervalos fijos entre sucesivas gestaciones. Las mujeres, por ejemplo, no pueden gestar más de unos veinticinco hijos durante su vida. El récord lo batió una mujer rusa que dio a luz sesenta y nueve hijos, la mayoría nacimientos múltiples, a través de veintisiete embarazos. Pero esto es excepcional. La mayoría de las mujeres pertenecientes a culturas de economía agrícola-cazadora no dan a luz más de unas cinco criaturas[91]. La poliandria puede asegurar la subsistencia de los descendientes de una mujer, pero no hará que una mujer engendre más de un número limitado de criaturas.

Para los hombres, la poliandria puede significar un suicidio genético. Los mamíferos macho no son los que engendran a sus hijos, no les dan de mamar. De modo que, tal como hacían los antiguos emperadores chinos, cualquier hombre puede engendrar miles de crías, si logra organizar un desfile de parejas y soporta el agotamiento sexual. Por lo tanto, si un hombre integra el harén de una sola mujer, mucho esperma suyo se desperdiciará.

LA VIDA EN LAS HORDAS

Todavía más fuera de lo común que la poliandria es el «matrimonio de grupo», la poliginandria, término derivado del griego «muchas mujeres y varones». Esta táctica sexual merece ser mencionada no a causa de su frecuencia, sino porque pone de manifiesto el rasgo más importante en los vínculos humanos.

Pueden contarse con los dedos de la mano los pueblos que practican este tipo de matrimonio. Entre ellos están los pahari, una tribu del norte de la India. Allí las esposas son tan costosas que algunas veces dos hermanos juntan su dinero para poder pagar «el precio de una esposa» al padre de una muchacha. Esta se casa con ambos a la vez. Luego, si los hermanos prosperan, compran una segunda esposa. Aparentemente, las dos esposas hacen el amor con ambos maridos[92].

Los enlaces grupales se llevan a cabo en los Estados Unidos en las comunas sexuales que surgen cada década[93]. Pero el ejemplo clásico es la comunidad oneida, y lo que ocurrió en ella ilustra cómo funciona el más esencial aspecto de los juegos humanos de apareamiento.

Esta colonia de vanguardia comenzó a funcionar en la década de 1830 a instancias de un fanático religioso, John Humphrey Noyes, un hombre osado y sexualmente enérgico que deseaba fundar una utopía cristiano-comunista[94]. En 1847 esta comunidad se instaló en Oneida, Nueva York, donde funcionó hasta 1881. Cuando estaba en su apogeo, más de quinientas mujeres, hombres y niños trabajaban las tierras comunales y fabricaban las trampas de acero que vendían al resto del mundo. Todos vivían en el mismo edificio, Mansión House, que sigue existiendo. Cada mujer u hombre adulto tenía su propio dormitorio, pero todo lo demás era compartido, incluso los niños que aportaban a la comunidad, sus ropas y sus parejas.

Noyes gobernaba. El amor romántico por una persona en particular era considerado egoísta y vergonzante. Los hombres tenían prohibido eyacular a menos que una mujer hubiese pasado la menopausia. Ningún niño debía nacer. Y se suponía que todos copulaban con todos.

En 1868 Noyes levantó la prohibición de reproducirse y, autorización especial mediante, varias mujeres dieron a luz. Noyes y su hijo engendraron a doce de los sesenta y dos niños que nacieron en los dos o tres años siguientes. Pero los conflictos entre los integrantes de la comunidad fueron aumentando. Se esperaba que los hombres más jóvenes fecundaran a las mujeres mayores, mientras que Noyes tenía prioridad sobre todas las niñas púberes. En 1879 los hombres se rebelaron y acusaron a Noyes de violar a varias jóvenes. El hombre huyó. En pocos meses la comunidad se disolvió.

Lo más interesante del experimento sexual oneida es lo siguiente: a pesar de su tiránico reglamento, Noyes nunca fue capaz de evitar que hombres y mujeres se enamoraran y formaran parejas clandestinas. La atracción entre las personas era más poderosa que sus decretos. En rigor, ningún experimento occidental de matrimonios grupales ha logrado sostenerse por muchos años. Como dice Margaret Mead: «No importa cuántas comunidades se inventen, la familia siempre vuelve a infiltrarse»[95]. El animal humano parece estar psicológicamente condicionado para formar pareja con una sola persona.

¿Es natural la monogamia?

Sí.

Por supuesto, hay excepciones. Si se les da la oportunidad, los hombres a menudo eligen tener varias esposas para ampliar su perdurabilidad genética. La poliginia también es natural. Las mujeres se integran en harenes cuando los recursos que obtendrán pesan más que las desventajas. La poliandria es natural. Pero las coesposas entran en conflicto. Los coesposos también se pelean. Tanto hombres como mujeres tienen que ser persuadidos por los bienes materiales para decidirse a compartir al cónyuge. Mientras los gorilas, los caballos y los animales de muchas otras especies siempre forman harenes, entre los seres humanos la poliginia y la poliandria parecen ser opciones excepcionales y oportunistas. La monogamia es la regla general[96]. No es casi nunca necesario persuadir a los seres humanos de que formen pareja. Lo hacemos naturalmente. Flirteamos. Nos enamoramos. Nos casamos. Y la inmensa mayoría de nosotros se casa con una sola persona a la vez.

El vínculo de a dos es una característica del animal humano.

EL AMOR CONVENIDO

No por eso pensamos que todos los hombres y mujeres llegan al matrimonio enamorados uno del otro. En casi todas las sociedades tradicionales el primer matrimonio del hijo o la hija es negociado[97]. En los casos en que las familias se valen del matrimonio para lograr alianzas —por ejemplo, entre muchos pueblos agricultores tradicionales de Europa y África del norte, así como en la India, China y Japón preindustriales—, una pareja joven puede llegar a contraer enlace sin siquiera haberse conocido previamente. Pero en la enorme mayoría de las culturas se busca el acuerdo del varón y la mujer antes de seguir adelante con los planes de la boda.

Los egipcios modernos son un buen ejemplo. Los padres de los potenciales cónyuges organizan un encuentro entre los jóvenes. Si se gustan, los padres comienzan a proyectar el casamiento. Aun en plena ciudad de Nueva York, los chinos, coreanos, judíos originarios de Rusia, hindúes occidentales y árabes tradicionales con frecuencia presentan a sus hijos e hijas a pretendientes adecuados y los inducen a casarse.

Resulta interesante que en muchos casos estas personas se enamoran. En la India el fenómeno está bien documentado. A los niños hindúes se les inculca que el amor marital es la esencia de la vida. De modo que hombres y mujeres a menudo ingresan en la vida de casados llenos de entusiasmo, confiando en que florecerá un idilio. Y, en efecto, a menudo surge el idilio. Como explican los hindúes: «Primero nos casamos, luego nos enamoramos»[98]. No me sorprende. Dado que el amor puede ser disparado por una sola mirada en un determinado momento, no es de extrañar que algunos matrimonios convenidos se conviertan rápidamente en vínculos amorosos.

¿A qué hemos llegado, entonces? La estrategia reproductora humana básica es por lo tanto la monogamia, un cónyuge, a pesar de que los seres humanos a veces viven en harenes. Pero no es posible destruir el amor romántico. Aun en los casos en que hombres y mujeres viven con varios esposos a la vez, hay una pareja a la que prefieren. En las comunidades de sexo libre hombres y mujeres tienden a formar pareja. Aun cuando los matrimonios son el resultado de convenios estrictos y el amor romántico está proscrito, el amor aparece, como tan bien ilustra la novela La familia, de Ba Jin.

Jin describe la vida en un hogar chino tradicional en la década de 1930. Oscilando entre el ancestral mandato chino del amor filial y los valores modernos del individualismo, los jóvenes hijos de un tiránico anciano luchan por otorgar sentido a sus vidas. El mayor acepta su destino y un matrimonio convenido. Pero cada día sufre por su amada, una novia que muere de amor por él. La sirvienta de la familia se arroja a las aguas de un lago y se ahoga; no pertenece a la clase social adecuada para casarse con el hijo del que está enamorada y quiere evitar el matrimonio convenido con un viejo desagradable. Bajo la luz de la luna, el hijo menor abandona la propiedad familiar buscando realizarse en una ciudad de la China occidental donde las costumbres son más modernas. Mientras todos estos hechos ocurren, el viejo patriarca cena con su concubina, una mujer de la que se enamoró años antes.

Durante cientos de años la tradición china intentó doblegar el enamoramiento. El destino, la resignación y la obediencia eran inculcados a los jóvenes. Y la más denigrante de todas las prácticas del mundo —la de vendarles los pies, que tiene más de mil años de antigüedad— mantenía a la joven esposa en su telar, evitando que huyera de la casa del esposo. Hoy en día, sin embargo, los chinos han comenzado a abandonar la tradición de convenir los matrimonios. Cada vez más personas compran novelas románticas, cantan canciones sentimentales, se dan cita, se divorcian de parejas a las que nunca amaron y eligen sus propios cónyuges. Llaman a estas nuevas convenciones «amor libre».

Existen tabúes, mitos, rituales y un sinfín de invenciones culturales que instan a los jóvenes del mundo entero a formalizar matrimonios convenidos. Sin embargo, donde estos casamientos pueden disolverse, como en Nueva Guinea, en los atolones del Pacífico, en gran parte de África y en el Amazonas, es común que las personas se divorcien y vuelvan a casarse con personas que eligen por sí mismas. Flirtear, enamorarse, formar pareja, es característico de la naturaleza humana.

¿Por qué algunos de nosotros rompemos nuestros votos de fidelidad sexual?