I. EL CORTEJO
Juegos que juega la gente

Motivados por la fuerza del amor, fragmentos del mundo se buscan entre sí para que pueda haber un mundo.

PIERRE TEILHARD DE CHARDIN

En una historia apócrifa, un colega se dirigía al gran genetista británico J. B. S. Haldane de esta manera: «Dígame, señor Haldane, sabiendo de sus trabajos sobre la naturaleza, ¿qué puede decirme acerca de Dios?». Haldane respondía: «Que siente una asombrosa simpatía por los escarabajos». Realmente, hay en el mundo más de trescientas mil especies de escarabajos. Yo agregaría que a «Dios» le encantan los juegos humanos de apareamiento, ya que ningún otro aspecto de nuestra conducta es tan complejo, tan sutil o tan penetrante. Y a pesar de que las estrategias sexuales varían de un individuo a otro, la coreografía esencial del cortejo, del amor y del casamiento entre los seres humanos tiene una miríada de diseños que parecen inscritos en la mente humana como resultado del tiempo, la selección y la evolución.

Comienzan en el momento en que hombres y mujeres, con nuestras formas de flirtear, entramos en el terreno del galanteo.

El LENGUAJE DEL CUERPO

En la década de los sesenta, Eibl-Eibesfeldt, un etólogo alemán[1], creyó descubrir un curioso esquema de conductas femeninas de flirteo. Eibl-Eibesfeldt había utilizado una cámara con una lente secreta: cuando la apuntaba al frente en realidad estaba fotografiando lo que tenía al costado. De este modo podía enfocar objetos cercanos y fotografiar expresiones faciales no ensayadas de las personas que tenía junto a él. En sus viajes a Samoa, Papúa, Francia, Japón, África y Amazonia, registró numerosas secuencias de cortejo. Después, en su laboratorio del Instituto Max Planck de Fisiología de la Conducta, ubicado cerca de Munich, Alemania, analizaba cuidadosamente, cuadro por, cuadro, cada episodio de cortejo.

Un esquema universal del flirteo femenino comenzó a surgir. Aparentemente, mujeres de lugares tan diferentes como la jungla amazónica, los salones de París y las tierras altas de Nueva Guinea, flirtean con la misma secuencia de expresiones.

En primer lugar, la mujer sonríe a su admirador y levanta las cejas con una sacudida súbita mientras abre bien los ojos para observarlo. Luego baja los párpados, ladea y baja la cabeza y mira hacia otro lado. Con frecuencia también se cubre el rostro con las manos, riendo nerviosamente mientras se oculta tras las palmas. Esta secuencia gestual de flirteo es tan característica que Eibl-Eibesfeldt está convencido de que es innata, una táctica femenina de cortejo a la que la hembra humana llegó millones de años atrás para indicar interés sexual.

Otras estrategias utilizadas por la gente quizá también provengan de nuestro pasado primitivo. La mirada tímida es un gesto en el cual la mujer tuerce la cabeza y levanta los ojos tímidamente hacia su pretendiente. El opósum hembra hace lo mismo, y gira la cabeza hacia el macho, ladeando el hocico para mirarlo directamente a los ojos. Es frecuente que los animales muevan la cabeza para llamar la atención. Las mujeres lo hacen comúnmente mientras flirtean: alzan los hombros, arquean la espalda y echan el pelo hacia atrás con un único movimiento de balanceo. El albatros tuerce la cabeza y hace crujir el pico entre tandas de movimientos afirmativos, reverencias y restregamiento mutuo del pico. Las tortugas de barro extienden y retraen sus cabezas, hasta llegar casi a tocarse las narices. Las mujeres no son las únicas criaturas que recurren a la cabeza para flirtear[2].

Los hombres también utilizan tácticas de cortejo similares a las que se observan en otras especies. ¿Ha entrado usted alguna vez en la oficina de su jefe y lo ha visto recostado contra el respaldo de su sillón, las manos cruzadas detrás de la cabeza, los codos levantados y el pecho echado hacia adelante? Tal vez salió de detrás del escritorio, caminó hacia usted, sonrió, arqueó la espalda y echó hacia adelante, en su dirección, la parte superior del torso. Si fuera así, cuidado. Podría estarle anunciando inconscientemente el dominio que ejerce sobre su persona. Si usted es una mujer, en cambio, tal vez le esté haciendo la corte.

El «pecho hacia adelante» es parte de un mensaje postural básico utilizado en todo el reino animal: «el cuerpo bien enhiesto». Los animales muy poderosos se hinchan. Los bacalaos agrandan la cabeza y avanzan las aletas pelvianas. Las víboras, sapos y escuerzos insuflan sus cuerpos. Los antílopes y camaleones se ponen de costado para parecer de mayor tamaño. Los cariacús miran de reojo para mostrar la cornamenta. Los gatos se erizan. Las palomas se dilatan. Las langostas se elevan sobre las puntas de sus patas y extienden las pinzas bien abiertas. Los gorilas se golpean el pecho. Los hombres simplemente echan el pecho hacia adelante.

En la confrontación con un animal más poderoso, muchas criaturas se contraen. Las personas doblan hacia dentro los dedos de los pies, encogen los hombros y bajan la cabeza. Los lobos meten la cola entre las patas y huyen furtivamente. Las langostas sumisas se agazapan, y muchas especies se inclinan. Un bacalao sometido dobla el cuerpo hacia dentro. Las lagartijas mueven todo el cuerpo de arriba abajo. En señal de respeto los chimpancés sacuden la cabeza afirmativamente tan rápida y repetidamente que los primatólogos lo llaman meneo.

Estas actitudes de «encogerse» y «asomarse» observadas en cantidad de animales se manifiestan asimismo en el cortejo. Recuerdo una tira cómica de una revista europea. En el primer cuadro un hombre en bañador está de pie en una playa desierta: la cabeza le cuelga, la barriga le sobresale, el pecho es cóncavo. En el siguiente cuadro, una mujer atractiva aparece caminando por la playa cerca del hombre: ahora la cabeza del hombre está erguida, la barriga metida para adentro, el pecho inflado. En el último cuadro, la mujer ha desaparecido y él ha vuelto a su habitual postura desgarbada. No es raro ver que hombres y mujeres se hinchen o encojan a fin de indicar importancia, vulnerabilidad y disponibilidad.

LA MIRADA «COPULATORIA»

La mirada es posiblemente la más asombrosa técnica humana de cortejo: el lenguaje de los ojos. En las culturas occidentales, donde el contacto visual entre los sexos está permitido, hombres y mujeres a menudo miran fijamente a una pareja potencial por dos o tres segundos durante los cuales sus pupilas pueden dilatarse: una señal de extremo interés. Luego el o la que mira baja los párpados y aparta la vista[3].

No es extraño que la costumbre del velo haya sido adoptada en tantas culturas. El contacto visual parece tener un efecto inmediato. Dispara una parte primitiva del cerebro humano, y provoca una de dos emociones básicas: interés o rechazo. Los ojos de otra persona fijos en los propios no pueden pasar inadvertidos, es necesario responder de alguna manera. Uno puede sonreír e iniciar una conversación; puede desviar la mirada y dirigirse a la puerta disimuladamente. Pero primero es probable que uno se toque el lóbulo de la oreja, se acomode el suéter, bostece, juegue con las gafas o realice cualquier otro movimiento sin importancia —un «gesto sustituto»— destinado a aliviar la tensión mientras uno decide cómo reaccionar ante la invitación, por ejemplo abandonando el lugar o permaneciendo allí y aceptando el juego del cortejo.

Esta mirada, identificada por los etólogos como la mirada copulatoria, bien podría estar inscrita en nuestro psiquismo evolutivo. Los chimpancés y otros primates miran al enemigo para amedrentarlo; se miran profundamente a los ojos también para reconciliarse después de una batalla. La mirada se emplea asimismo antes del coito, como puede observarse en los chimpancés «pigmeos», unos monos íntimamente emparentados con el chimpancé común pero más pequeños y tal vez más inteligentes. Varios de estos animales casi humanos viven en el zoológico de San Diego, donde machos y hembras copulan con regularidad. Pero, inmediatamente antes de tener relaciones, la pareja pasa unos momentos mirándose a los ojos fijamente[4].

Los babuinos o mandriles también se miran a los ojos durante el cortejo. Esos animales quizá sean un desprendimiento de nuestro árbol evolutivo humano, ocurrido más de diecinueve millones de años atrás, y sin embargo la semejanza en el flirteo aún subsiste. Como dijo la antropóloga Barbara Smuts respecto del galanteo de dos babuinos en las montañas Eburru de Kenia: «Me parecía estar observando a dos principiantes en un bar para solteros»[5].

La relación comenzó una noche cuando una babuina joven, Thalia, giró sobre sí misma y descubrió a un joven macho, Alex, mirándola fijamente. Estaban a unos cinco metros de distancia uno de otro. De inmediato, él apartó la mirada. Entonces ella lo miró a él, hasta que Alex volvió a mirarla. En ese momento, ella comenzó a mover los dedos de los pies con extrema concentración. Y así continuaron. Cada vez que ella lo miraba, él apartaba los ojos; cada vez que él la miraba, ella se ocupaba de sus pies. Hasta que al fin Alex la pescó mirándolo: la «mirada de respuesta».

A continuación él aplastó las orejas contra la cabeza, entrecerró los ojos, y comenzó a chasquear los labios, con el gesto de simpatía por excelencia en la sociedad de los babuinos. Thalia quedó helada. Entonces, durante un largo rato, lo miró a los ojos. Justo después de producido este contacto visual, Alex se aproximó a ella, momento en el cual Thalia comenzó a acicalarlo. Era el comienzo de una amistad y de un vínculo sexual que seis años más tarde, cuando Smuts regresó a Kenia para estudiar la amistad entre los babuinos, habían preservado toda su intensidad.

Tal vez sean los ojos —y no el corazón, los genitales o el cerebro— los órganos donde se inicia el idilio, ya que es la mirada penetrante la que con frecuencia provoca la sonrisa humana.

«Hay una sonrisa de amor / y una sonrisa mentirosa», escribió el poeta William Blake. En realidad, los seres humanos tienen un repertorio de por lo menos dieciocho tipos de sonrisas diferentes[6], de las cuales sólo usamos algunas durante el flirteo. Tanto hombres como mujeres usan «la sonrisa simple», un gesto con la boca cerrada con el cual se saluda a un conocido que pasa cerca. En esta expresión los labios están cerrados pero extendidos y no se ven los dientes; a menudo el gesto se acompaña de un movimiento de cabeza que expresa reconocimiento. Las personas que le sonrían de este modo posiblemente no se detengan para entrar en conversación.

En las personas, la «sonrisa de mitad superior» indica un interés más marcado. En esta expresión se descubren los dientes para indicar que se tienen intenciones positivas. La sonrisa de mitad superior a menudo se acompaña de un relampagueo de cejas de un sexto de segundo en el cual las cejas se elevan y vuelven a bajar. Eibl-Eibesfeldt observó esa sonrisa entre europeos, balineses, indios amazónicos y bosquimanos de África del Sur, e informa que se utiliza en todo tipo de contactos cordiales, entre ellos el flirteo. Los chimpancés y los gorilas utilizan esta media sonrisa cuando juegan, pero muestran los dientes inferiores en lugar de los superiores. De este modo ocultan los colmillos superiores, afilados como dagas, que muestran para amenazarse.

«La sonrisa abierta», en la cual los labios están del todo separados y se ven tanto los dientes superiores como los inferiores, es la que solemos utilizar para «animarnos» unos a otros. La sonrisa del expresidente Jimmy Cárter es un ejemplo notable. Cárter cortejaba nuestras mentes, nuestros votos, nuestras opiniones; de haber combinado esta «supersonrisa» con la secuencia de flirteo: la actitud tímida, el ladeo de cabeza, el avance del pecho o la mirada penetrante, sus intenciones habrían sido inconfundiblemente sexuales.

Otro tipo de gesto humano, la «sonrisa social nerviosa», cumple un papel claramente negativo en el cortejo. Surge de la antigua costumbre de los mamíferos de mostrar los dientes cuando se ven arrinconados. Una vez presencié un soberbio ejemplo durante una entrevista por televisión. Mi anfitriona era hostigada verbalmente por la otra invitada. No podía ser descortés ni abandonar el lugar. Entonces entreabrió los labios y mostró los dientes, firmemente apretados. En ese momento se quedó congelada, manteniendo mientras tanto su sonrisa nerviosa.

Los chimpancés utilizan la sonrisa social nerviosa, «muestran los dientes», cuando los desafía un superior. Lo hacen para expresar una combinación de miedo, cordialidad y deseo de aplacar al otro. Nosotros también recurrimos a la sonrisa social nerviosa en situaciones sociales difíciles, pero jamás cuando flirteamos. De modo que si un posible pretendiente le sonríe con dientes apretados, puede tener la seguridad casi absoluta de que piensa más en sobrevivir a la situación que en flirtear con usted.

SEÑALES UNIVERSALES DEL CORTEJO

A pesar de la evidente correlación entre los gestos de cortejo de los seres humanos y los de los de otros animales, ha hecho falta más de un siglo de investigaciones para demostrar que las personas de todo el mundo realmente comparten muchas señales no verbales. Darwin fue el primero en preguntarse qué papel desempeña la herencia en las expresiones faciales y en las posturas del cuerpo del ser humano. Para confirmar su sospecha de que todos los hombres y mujeres recurren a los mismos gestos y posturas a fin de expresar las emociones humanas básicas, en 1867 envió un cuestionario a colegas de lugares tan remotos como las Américas, África, Asia y Australia.

Entre las muchas preguntas relativas a los aborígenes figuraban las siguientes: «Cuando un hombre está indignado o adopta una actitud desafiante, ¿frunce el ceño, endereza los hombros y la cabeza, y aprieta los puños?». «¿Expresan la repugnancia doblando el labio inferior hacia abajo y alzando ligeramente el superior, con una exhalación repentina?». «Cuando están contentos, ¿sus ojos echan destellos y la piel presenta pequeñas arrugas alrededor y debajo de los ojos, mientras la boca aparece ligeramente curvada hacia abajo en las comisuras?»[7]

Las respuestas que Darwin recibió de parte de científicos, periodistas, misioneros y amigos de todo el mundo fueron afirmativas, y él quedó convencido de que la alegría, la felicidad, la sorpresa, el miedo, así como muchas otras emociones humanas, se expresaban de acuerdo con modelos gestuales comunes a todos los seres humanos, provenientes de un pasado evolutivo común. Estas señales no verbales incluían la sonrisa humana. Como escribió más tarde en su libro La expresión de las emociones en el hombre y los animales (1872): «En todas las razas humanas la expresión de la alegría es aparentemente la misma y se la reconoce con facilidad».

Más de un siglo había transcurrido cuando el psicólogo Paul Ekman y sus colegas confirmaron la convicción de Darwin de que los mismos gestos faciales básicos son utilizados por diferentes pueblos de todo el mundo. Cuando mostró fotografías de rostros norteamericanos a indígenas de la tribu fore de Nueva Guinea, a aldeanos sadong de Sarawak, a brasileños y japoneses, y les pidió que identificaran las expresiones, esos hombres y mujeres de tan diversos orígenes reconocieron fácilmente las expresiones de pena, sorpresa, repugnancia, miedo y cólera, así como la sonrisa norteamericana[8].

Aparentemente nacimos para sonreír. Algunos bebés comienzan a imitar la sonrisa de su madre a las treinta y seis horas de nacidos, y todos los niños comienzan a tener sonrisas sociales a los tres meses de edad[9]. Hasta los niños ciegos y sordos de nacimiento estallan en radiantes sonrisas, a pesar de que nunca han visto este gesto facial en los que los rodean.

Al igual que la sonrisa, la secuencia del flirteo —la actitud tímida, el ladeo de cabeza, el pecho hacia adelante y la mirada penetrante— es probablemente parte de un repertorio estándar de gestos humanos que, utilizado en ciertos contextos, evolucionó como un código para atraer a la pareja.

¿Podrían estas señales de cortejo formar parte de una danza humana de apareamiento más extensa?

David Givens, un antropólogo, y Timothy Perper, un biólogo, así lo creen. Ambos científicos pasaron varios cientos de horas en reuniones sociales de los Estados Unidos observando cómo hombres y mujeres se seducían mutuamente. Givens llevó a cabo su investigación en pubs de la zona del campus que la Universidad de Washington tiene en Seattle. Perper bebía cerveza observando a jóvenes solos de ambos sexos y tomando notas en el Main Brace Lounge, en The Homestead y otros bares de Nueva Jersey, Nueva York y el Canadá oriental. Ambos jóvenes científicos voyeurs verificaron el mismo esquema general de conducta en el proceso de flirteo[10].

Según estos investigadores, el cortejo en los bares norteamericanos frecuentados por personas solas tiene varios estadios, cada uno con etapas progresivas precisas. Las dividiré en cinco. La primera es la fase de «llamar la atención». Los hombres y mujeres jóvenes utilizan técnicas ligeramente diferentes. En cuanto entran en el bar, es típico que tanto unos como otros establezcan sus territorios: un asiento, un espacio donde apoyarse, un lugar junto a la máquina tocadiscos o cerca de la pista de baile. Una vez instalados, comienzan a llamar la atención hacia ellos.

Las tácticas varían. Los hombres tienden a avanzar y mover los hombros, se estiran, se yerguen hasta alcanzar su máxima estatura, y pasan el peso del cuerpo de un pie a otro de un modo ondulante. También exageran los movimientos del cuerpo. En lugar de usar sólo la muñeca para mezclar una bebida, los hombres a menudo usan todo el brazo, como si revolvieran barro. El ademán normalmente suave que se requiere para encender un cigarrillo se convierte en un movimiento de todo el cuerpo, que culmina en una elaborada sacudida desde el codo a fin de apagar el fósforo. Utilizan el cuerpo entero para emitir una carcajada alegre, a la cual se le imprime volumen suficiente para atraer a una multitud. De ese modo los gestos más simples son adornados, sobreactuados.

Luego está el balanceo hacia adelante y hacia atrás que es tan frecuente en los hombres jóvenes. Los babuinos machos en África oriental también se balancean cuando prevén un posible encuentro sexual. El gorila macho avanza y retrocede rígidamente mientras observa a una hembra de reojo. Esta puesta en escena es conocida por los primatólogos con el nombre de «estar al acecho». Los machos de muchas especies también «acomodan sus plumas». Los machos humanos se acomodan el cabello y la ropa, se frotan el mentón, o realizan otros movimientos de autocontacto o de acicalamiento que difunden la energía nerviosa y mantienen el cuerpo en acción.

Los hombres de más edad tienen recursos diferentes, y anuncian su disponibilidad por medio de alhajas o ropas costosas u otros adornos que denotan éxito. Pero todas estas señales pueden reducirse a un triple mensaje básico: «Aquí estoy; soy importante; soy inofensivo». Una combinación de señales difíciles de trasmitir simultáneamente: importancia y disponibilidad. Sin embargo, los hombres lo logran; las mujeres por regla general cortejan a los hombres.

«Es mejor que te miren de arriba abajo a que no te miren», dijo Mae West una vez. Y las mujeres lo saben. Las más jóvenes abren la fase de «llamar la atención» con muchas maniobras iguales a las de los hombres: sonríen, miran fijamente, se balancean, cambian de pie, están al acecho, se estiran, se mueven dentro de su territorio para llamar la atención. A menudo incorporan además una serie de gestos femeninos. Enredan los dedos en los rizos del cabello, tuercen la cabeza, alzan los ojos con timidez, ríen nerviosamente, levantan las cejas, hacen chasquear la lengua, se lamen los labios, se sonrojan, y ocultan la cara para enviar la señal de «aquí estoy».

Algunas mujeres utilizan también una forma característica de caminar cuando tratan de seducir: arquean la espalda, empujan hacia adelante los pechos, menean las caderas y se pavonean. No es sorprendente que tantas mujeres usen tacones altos. Esta extráña costumbre occidental, inventada por Catalina de Médicis en el 1500, arquea antinaturalmente la espalda, levanta las nalgas y resalta el pecho de la mujer, otorgándole una pose de «aquí estoy». El sonido agudo de sus tacones de aguja ayuda a llamar la atención.

Con ese andar que les dan los tacones altos, con labios fruncidos, caídas de ojos, bailoteos de cejas, manos desplegadas, pies levemente torcidos hacia dentro, cuerpos cimbreantes y dientes deslumbrantes, las mujeres indican a los hombres su disponibilidad.

CHARLA DE ENAMORADOS

La etapa dos, la del «reconocimiento», comienza cuando se encuentran las miradas; entonces uno de los dos amantes potenciales reconoce la maniobra con una sonrisa o un leve cambio de postura corporal, y la pareja está en condiciones de iniciar una conversación[11]. Esto puede ser el comienzo de un idilio.

Pero no implica ni la mitad del riesgo que el siguiente punto de la escalada, la etapa tres: «la charla». Esta conversación lánguida, a menudo inconsecuente, que Desmond Morris identifica como charla de enamorados, se distingue porque casi siempre las voces se vuelven más agudas, más suaves y más acariciantes, con los tonos que muchas veces también se emplean para expresar afecto a los niños e interés por aquéllos que necesitan cuidados.

La charla de enamorados comienza con comentarios tan inocentes como: «Me gusta tu reloj» o «¿Está buena tu comida?». Las frases para romper el hielo varían tanto como lo permite la imaginación humana, pero las mejores aperturas son los cumplidos o las preguntas, ya que ambas demandan respuestas. Más aún, lo que se dice muchas veces importa menos que cómo se dice. Esto es fundamental. Desde el momento en que se abre la boca para hablar, uno delata sus intenciones por medio de las inflexiones y entonaciones. Un «hola» agudo, suave y melifluo es con frecuencia señal de interés sexual, mientras que un saludo cortante, grave, concreto o impersonal, rara vez conduce al idilio. Si un pretendiente ríe un poco más de lo que la situación justifica, él o ella probablemente también estén flirteando.

Hablar es peligroso por una razón importante. La voz humana es como una segunda firma que revela no sólo las intenciones de su dueño, sino también su ambiente social, su grado de educación e intangibles idiosincrasias de carácter que pueden atraer o repeler al pretendiente en un instante. Los actores, los oradores públicos, los diplomáticos y las personas acostumbradas a mentir, conocen el poder de las entonaciones de la voz, y por lo tanto modulan sus voces habitualmente. Los actores y actrices de cine elevan sus voces casi una octava para adoptar tonos dulces y fluidos cuando flirtean frente a la cámara. Un mentiroso hábil evita engañar por teléfono, un medio puramente auditivo que permite reconocer con más facilidad las sutiles inconsistencias de énfasis y entonación. Desde chicos se nos enseña a controlar las expresiones faciales, como cuando nuestros padres nos dicen «sonríele a la abuelita», pero casi nadie es consciente del poder de la voz.

Tanto Givens como Perper observaron cómo numerosos idilios potenciales fracasaban enseguida de iniciarse la conversación[12]. Pero si una pareja sobrevive a esta embestida perceptiva —y cada uno comienza a escuchar activamente al otro—, casi siempre pasan a la etapa siguiente: el contacto físico[13].

El tocarse comienza con «señales de intención»: inclinarse hacia adelante, apoyar un brazo sobre la mesa próximo al de la otra persona, acercar un pie si ambos están de pie o palmear el propio brazo como si fuera el del otro. Luego el clímax: uno de los dos toca al otro en el hombro, el antebrazo, la muñeca, o cualquier otra parte del cuerpo socialmente aceptable. Por regla general, la mujer toca primero, rozando con la mano el cuerpo de su festejante de modo casual pero perfectamente calculado.

Qué insignificante parece este contacto y, sin embargo, qué importante es. La piel humana es como una pradera en la que cada hoja de hierba equivale a una terminación nerviosa, sensible al más leve contacto, y capaz de dibujar en la mente humana el recuerdo del instante. El receptor percibe este mensaje de inmediato. Si vacila, la seducción se terminó. Si retrocede, por poco que sea, la emisora puede no intentar tocarlo nunca más. Si no se da por aludido, tal vez ella lo toque otra vez. Pero si se inclina en su dirección y sonríe, o si retribuye el contacto con un contacto deliberado, han superado una barrera enorme, bien conocida en la comunidad animal.

La mayoría de los mamíferos se acarician cuando flirtean. Las ballenas azules se frotan mutuamente con las aletas. Las mariposas macho golpean y frotan el abdomen de sus parejas mientras se aparean. Los delfines se mordisquean. Los topos restriegan sus narices. Los perros se lamen. Los chimpancés se besan, se abrazan, se palmean y se toman de las manos. Los mamíferos, en general, golpetean, acarician u hociquean antes de copular.

El tacto ha sido definido como la madre de todos los sentidos. Sin duda es verdad, ya que todas las culturas humanas tienen códigos que indican quién puede tocar a quién, y cuándo, dónde y cómo. Imaginativos y creativos en su riqueza de recursos, estos juegos son esenciales también en la seducción humana. De modo que si la pareja que observamos continúa charlando y tocándose —balanceándose, torciéndose, mirando fijamente, sonriendo, meciéndose, flirteando—, en general alcanza la última etapa del ritual del cortejo: la sincronía física total.

SEGUIR EL RITMO

La sincronía física es el componente final y más enigmático de la seducción. Cuando los enamorados en potencia llegan a sentirse cómodos, giran sobre sí mismos hasta que, con los hombros alineados, quedan frente a frente. La rotación hacia el otro puede comenzar antes que la charla u horas después, pero pasado cierto tiempo el hombre y la mujer pasan a moverse en espejo. Al principio, ligeramente. Cuando él levanta su copa, ella hace lo mismo. Luego desincronizan sus movimientos. Sin embargo, a medida que pasa el tiempo, vuelven a copiar los movimientos cada vez más. Cuando él cruza las piernas, ella cruza las suyas; cuando él se inclina hacia la izquierda, ella se inclina hacia la izquierda; si él se pasa la mano por el pelo, ella hace otro tanto. Se mueven con ritmo perfecto mirándose profundamente a los ojos.

Este compás del amor, de la sexualidad, de la eterna reproducción del hombre, puede verse interrumpido en cualquier momento. Pero si la pareja está llamada a perpetuar la especie, recuperarán el ritmo y continuarán con su danza de apareamiento. Las parejas que logran una total sincronía de los cuerpos suelen salir juntas del bar.

¿Son universales las cinco etapas de la seducción para hombres y mujeres? No lo sabemos. Por cierto, no todo el mundo cumple con la totalidad de los esquemas de conducta que Givens y Perper observaron en los bares estadounidenses para personas solas. La gente de la mayoría de las sociedades no se conoce en bares. Muchos ni siquiera flirtean abiertamente; en cambio, sus matrimonios son concertados. Además, pocos antropólogos han estudiado las posturas, ademanes y expresiones de hombres y mujeres que interactúan en otras culturas. Pero hay muchos datos que indican que algunos de estos modelos son comunes a toda la humanidad.

En Borneo, por ejemplo, una mujer dusun a menudo ladea la cabeza y mira fijamente al posible amante. Cuando le alcanza el vino de arroz durante una fiesta, también toca sus manos como al pasar[14]. En realidad, la mayor parte de los viajeros sabe que no es necesario conocer la lengua local para flirtear con éxito. La mirada fija, la sonrisa, la caricia delicada se interpretan de la misma forma en todas partes.

Hay más pruebas aún de que la sincronía física es universal en el flirteo humano. En toda sociedad donde hombres y mujeres pueden elegir libremente a sus parejas, los solteros se conocen en fiestas o festivales, y bailan. ¿Y qué es el baile sino gestos rítmicos, movimiento corporal en espejo?

Los medlpa de Nueva Guinea incluso han ritualizado la mímica. Entre esta gente las mujeres solteras conocen a sus potenciales esposos en un tanem het, una habitación colectiva en la casa de sus padres. Varios cónyuges potenciales, ataviados de pies a cabeza con finas ropas, se reúnen y se sientan de dos en dos. Las fiestas en que «ruedan las cabezas» comienzan al son del cántico de las parejas. Entonces las parejas potenciales balancean la cabeza, se frotan recíprocamente la frente y la nariz, y se hacen mutuas y reiteradas reverencias, todo al compás de un ritmo muy fuerte. Para los medlpa, la sincronía es armonía. Dicen que mientras mejor mantenga una pareja el ritmo, más probable es que luego se lleven bien[15].

En realidad, la sincronía corporal es fundamental en muchas interacciones sociales, de las cuales el flirteo es sólo una. En la década de los sesenta, un estudiante del antropólogo Edward Hall llevó una cámara a un patio de juegos del Medio Oeste de los Estados Unidos. Con el fin de grabar y filmar, se puso en cuclillas detrás de un automóvil abandonado y logró tomas de los movimientos que realizaban los niños durante la interacción de un recreo. Analizando cuidadosamente las secuencias filmadas, Hall notó un ritmo sincronizado, uniforme en los movimientos corporales de los niños. Aparentemente todos los niños jugaban moviéndose en espejo, con un cierto ritmo. Más aún, una niña muy activa saltaba con un pie alrededor del patio de juego, estableciendo el compás. Los demás niños inconscientemente seguían su ritmo[16].

Este mecanismo de espejo humano recibe el nombre de sincronía interaccional y comienza en la infancia. Al segundo día de vida el recién nacido ha comenzado a sincronizar sus movimientos corporales con los esquemas rítmicos de la voz. Y actualmente es sabido que en muchas culturas los individuos adaptan sus ritmos cuando se sienten a gusto unos con otros. Existen fotografías y filmaciones en cámara lenta tomadas a personas en bares, estaciones de ferrocarril, supermercados, fiestas y otros lugares públicos de diversas sociedades que ilustran esta tendencia humana a adoptar las posturas del otro.

Y el ritmo continúa. Cuando se les han tomado electroencefalogramas —mediciones de la actividad cerebral— a dos amigos, los trazos captados demuestran que incluso las ondas cerebrales entran en sincronía cuando dos personas mantienen una conversación armoniosa. En realidad, si uno observa cuidadosamente a su alrededor durante una comida familiar, es posible dirigir la conversación con la mano mientras los presentes conversan y comen. Las sílabas enfatizadas normalmente marcan el ritmo. Pero aun los silencios son rítmicos; mientras una persona se palmea la boca con la servilleta, otra se estira para tomar el salero, al mismo tiempo. Los descansos y las síncopas, las voces amortiguadas, los codos levantados marcan el pulso de la vida tanto como el del amor[17].

Nuestra necesidad de mantener el compás del otro responde a una mímica rítmica que es común a muchos otros animales. En múltiples oportunidades, al internarse en el sector de los chimpancés de un centro de investigaciones con primates, el primatólogo Wolfgang Kohler se encontró con un grupo de machos y hembras trotando en torno a un poste «a más o menos el mismo ritmo». Kohler dice que los animales movían la cabeza a un lado y a otro mientras corrían, y que todos avanzaban con el mismo pie. Es también frecuente que los chimpancés se balanceen lateralmente mirándose fijamente a los ojos justo antes de copular. En realidad, no hay nada más básico en el cortejo entre animales que el movimiento rítmico. Los gatos describen círculos. Los ciervos rojos hacen cabriolas. Los monos aulladores flirtean con movimientos rítmicos de lengua. Los peces espinosos realizan una especie de danza en zigzag. Durante los prolegómenos amorosos todos los animales, desde los osos a los escarabajos, ejecutan rituales rítmicos para expresar sus intenciones.

La danza es algo natural. Me parece por lo tanto razonable sugerir que la sincronía corporal es una etapa universal del proceso humano de flirteo: en la medida en que nos sentimos atraídos por otro, comenzamos a compartir un ritmo.

EL CORTEJO FUNCIONA CON MENSAJES

El cortejo humano tiene otras semejanzas con su equivalente en los animales «inferiores». Normalmente, las personas avanzan despacio en el proceso de seducirse. La cautela durante el cortejo también es característica de las arañas. La araña-lobo macho, por ejemplo, debe penetrar en el largo y oscuro túnel que conduce al habitáculo femenino a fin de galantear y copular. Esto lo hace lentamente. Si se pone ansioso, ella lo devorará.

Hombres y mujeres que se muestran demasiado apremiantes al comienzo del proceso de cortejar también sufren consecuencias desagradables. El que se acerca demasiado, toca antes de tiempo o habla en exceso, probablemente será rechazado. Igual que entre las arañas-lobo, los babuinos y muchas otras criaturas, la seducción entre los seres humanos se desarrolla por medio de mensajes. En cada coyuntura del ritual los participantes deben responder correctamente, si no el cortejo fracasa.

En realidad, Perper comenzó a observar una curiosa división del trabajo en este intercambio de señales. En los Estados Unidos, la mujer es en general la que inicia la secuencia de cortejo, a partir de sutiles señales no verbales tales como un leve cambio en el apoyo del peso del cuerpo, una sonrisa o una mirada de soslayo. Dos tercios de las conquistas observadas por Perper fueron iniciadas por las mujeres. Y aquéllas a las que más tarde entrevistó tenían plena conciencia de haber inducido a una pareja en potencia a la conversación, rozándola cuidadosamente aquí o allá, estimulándola a avanzar más y más con miradas coquetas, preguntas, cumplidos y bromas.

La osadía femenina no es un fenómeno exclusivo de los Estados Unidos, por supuesto. En la década de los cincuenta, Clellan Ford y Frank Beach, conocidos tabuladores de prácticas sexuales interculturales, confirmaron que si bien la mayoría de las personas piensa que la iniciativa en los escarceos amorosos debe recaer en los hombres, en la práctica son las mujeres las que, en todo el mundo, inician los vínculos sexuales. Esto sigue siendo así. Hombres y mujeres de setenta y dos sociedades —de un total de noventa y tres que fueron estudiadas en la década de los setenta— sostuvieron que ambos sexos comparten la iniciativa sexual en niveles parejos[18].

La poderosa iniciativa sexual de las mujeres es un reflejo de la conducta en otros ámbitos del reino animal. Todos los mamíferos hembras se excitan, y cuando aparece el celo buscan activamente al macho, conducta que se conoce con el nombre de proceptividad femenina.

Una chimpancé hembra en celo, por ejemplo, caminará serenamente hacia un macho, le apuntará con sus nalgas a la nariz y lo hará poner de pie para copular. Cuando el macho haya terminado, ella copulará con prácticamente todos los demás machos de la comunidad. En el entorno de un laboratorio, las chimpancés cautivas iniciaron hasta el 85% de los apareamientos[19]. Los orangutanes cautivos tienden a quedarse dormidos después del coito, pero en el clímax del celo las hembras molestarán al macho y lo mantendrán despierto para un segundo asalto. Si el lector no ha tenido oportunidad de observar la determinación sexual de los simios hembra, al menos seguramente habrá notado las travesuras de las perras. Es necesario poner candado en la puerta si se desea mantener casta a una perra en celo.

Esta persistencia sexual femenina tiene una explicación biológica. Como señaló Darwin, los que se reproducen sobreviven. Por lo tanto, es de interés genético para una hembra provocar la cópula.

En realidad, es curioso que los occidentales sigan aferrados al concepto de que son los hombres los que seducen y las mujeres las receptoras pasivas y sometidas a la iniciativa masculina. Semejante error conceptual es probablemente una reliquia de nuestro prolongado pasado agrícola, cuando las mujeres eran como los peones de ajedrez en los complejos intercambios de patrimonio que rodeaban al matrimonio, y su valor dependía de su «pureza». De ahí que las niñas fueran estrictamente vigiladas y que sus impulsos sexuales resultaran negados. Sin embargo, actualmente la mujer occidental ha recuperado su libertad sexual. Liberada del mundo de las dotes arregladas y del subyugamiento sexual, a menudo va tras lo que le interesa.

Sin embargo, algún día el hombre debe responder a la iniciativa femenina si el vínculo ha de prosperar. Como una mujer le dijo a Perper: «Llegado cierto momento, el hombre debería captar el mensaje y, a partir de ahí, hacerse cargo».

Los hombres parecen darse cuenta de este cambio en el liderazgo, un cambio que Perper denomina transferencia de la iniciativa. Normalmente ocurre enseguida de que una pareja sale del bar. Ahí el varón debe dar sus propios «pasos»: poner el brazo alrededor de los hombros de la mujer, besarla, emitir las señales que la predispongan para el coito. Es interesante observar lo bien que los hombres conocen su papel. Cuando Perper interrogó a treinta y uno de sus informantes masculinos pidiéndoles que describieran la secuencia de la seducción, todos salvo tres omitieron mencionar las primeras etapas, dirigidas por la mujer. Sólo un hombre pudo recordar en detalle quién había hablado primero, quién tocó a quién y cuándo, o cómo cada uno expresó su interés por el otro. Pero los treinta y un hombres hablaron extensamente de sus propias responsabilidades, y de cómo habían comenzado a besar, acariciar y conducir a la mujer a la cama.

¿Quién, entonces, es el cazador y quién la presa? ¿Quién seduce y quién es embrujado? Es evidente que ambas partes desempeñan papeles esenciales. Si uno u otro interpreta mal una señal, la secuencia se corta. Cuando se han recibido todas las señales y cada uno de los dos responde correctamente, el ritmo continúa. Pero, como los demás animales entregados a un flirteo, los seres humanos deben reaccionar adecuadamente para que la seducción tenga éxito.

Los bares norteamericanos para gente sola se asemejan de un modo peculiar a los puntos de reunión de ciertos pájaros: los lek. Lek es un término ornitológico sueco que alude al territorio donde pájaros macho y hembra se encuentran, se mezclan y se aparean. No son muchas las especies de aves que copulan en un lek, pero entre las que lo hacen está la chachalaca norteamericana. A comienzos de marzo la chachalaca macho aparece en zonas que van desde California oriental a Montana y Wyoming. Allí, en puntos específicos de la pradera que utilizan anualmente para aparearse, cada macho establece un pequeño territorio de «exhibición» que usa para promocionarse. Mantiene esta actitud durante varias horas a partir del amanecer y a lo largo de seis semanas. Dicha actividad consiste en pavonearse, limpiar y acomodar sus plumas, bramar y resoplar para resaltar su importancia ante las hembras que sobrevuelan el territorio[20].

Las chachalacas hembra migran al lek después de que los machos se han instalado. La hembra empieza por pavonearse dentro de los límites de los territorios establecidos por los machos y les pasa revista, proceso que puede llevarle de dos a tres días. Entonces descansa dentro del territorio del individuo que encontró atractivo. De inmediato, el dueño de casa y su visitante dan comienzo a la danza del cortejo, adaptándose mutuamente al ritmo del otro y paseándose, como prueba de afecto antes de la cópula.

¿Son acaso fundamentalmente diferentes de esto los juegos que personificamos en un cóctel o en la vida social de nuestra parroquia, o durante los almuerzos de trabajo, o en los bares y puntos de reunión nocturna? Como antropóloga, no puedo pasar por alto el hecho de que tanto las personas como las chachalacas establecen territorios de exhibición, que unas y otras despliegan actitudes destinadas a seducir al otro, y que ambas comparten la sincronía de movimientos frente a la pareja. Aparentemente, la naturaleza tiene algunas reglas básicas para el flirteo.

LA INVITACION A CENAR

Hay dos aspectos del cortejo que son menos sutiles: la comida y las canciones. Probablemente no exista entre los potenciales amantes de Occidente un ritual más difundido que «la invitación a cenar». Si el hombre festeja a la mujer, paga la cuenta; y la mujer casi instintivamente sabe que su compañero la pretende. En realidad, la técnica de seducción más difundida es ofrecer comida con la esperanza de obtener favores sexuales a cambio. En todo el mundo los hombres dan regalos a las mujeres antes de hacerles el amor. Un pescado, una porción de carne, dulces y cerveza son algunas de las innumerables delicias que los hombres han inventado como ofrendas[21].

Esta táctica no es exclusiva del hombre. La mosca rastrera macho a menudo caza pulgones, arañas de patas largas o moscas domésticas sobre el suelo del bosque. Cuando atrapa una presa especialmente sabrosa, exuda secreciones olorosas de una glándula abdominal, que transportadas por la brisa, anuncian el éxito de una expedición de caza. Muchas veces una hembra que pasa cerca se detiene a disfrutar la comida, no sin copular mientras come. Los pájaros macho también alimentan a la hembra que pretenden. La golondrina macho común a menudo trae un pequeño pescado de regalo a su amada. El correcaminos macho obsequia pequeñas lagartijas. Los chimpancés macho que habitan a lo largo del lago Tanganica, en África oriental, ofrecen un bocado de gacela, liebre u otro animal que han capturado y matado. La hembra en celo consume el regalo y luego copula con el donante[22].

«El camino al corazón de un hombre pasa por el estómago», reza el dicho.

Tal vez. Algunas hembras mamíferas alimentan a sus enamorados; las mujeres están entre ellas. Pero en ningún lugar del mundo las mujeres alimentan a sus pretendientes con la frecuencia que los hombres las alimentan a ellas[23]. En aquellos casos en que la comida no resulta un regalo adecuado o socialmente aceptado, los hombres dan a sus mujeres tabaco, alhajas, ropa, flores, o algún otro objeto pequeño pero apreciado como prenda de amor y como delicado estímulo a una retribución.

El «alimento seductor», como se llama a esta costumbre, probablemente sea anterior a los dinosaurios, porque cumple una importante función reproductora. Al entregar comida a las mujeres, los machos prueban su habilidad como cazadores, proveedores y valiosos compañeros de procreación.

«Si la música es el alimento del amor, deja que suene». Shakespeare rindió elegante tributo a la última de las primitivas técnicas de seducción: la melodía. Cantar o tocar un instrumento a fin de llamar la atención de la persona deseada es práctica común en el mundo entero. Observaciones de los indios hopi, habitantes del Sudoeste de los Estados Unidos, revelan que los hombres tradicionalmente les cantan una complicada canción de amor a sus cortejadas. Lo mismo hacían los hombres de Samoa, sobre el Pacífico occidental; los chiricahua del Sudoeste de los Estados Unidos, y los sanpoil, de lo que hoy es la porción oriental del Estado de Washington. El hombre apache confiaba conducir a su enamorada al monte tocando una serenata con la flauta, y tanto los hombres como las mujeres ifugao, de la zona central de Luzon, Filipinas, utilizaban el arpa del amante para generarle pasión amorosa[24].

Sin embargo, quizá la sociedad más cautivada por la música sea la nuestra. Tanto las radios que los adolescentes escuchan a todo volumen por la calle como los altavoces que a volumen atronador están casi siempre presentes en los lugares públicos de reunión son prueba de que la música reina dondequiera que hombres y mujeres se congreguen. Y cuando a uno lo invitan a la casa «de él» o «de ella» a cenar, con seguridad recibirá algo más que una pizza o un bistec: también le darán música.

Tal como es de esperar, la música del galanteo humano tiene su correlato en las melodías de la comunidad animal. Sólo es preciso salir a la puerta de la propia casa una noche agobiante de verano para oír la batahola. Los sapos croan, los grillos cantan. Los gatos maúllan. Los insectos zumban. Los puercoespines emiten un gemido agudo. Los cocodrilos braman. En todo el reino animal, las apremiantes llamadas de los machos —desde el tamborileo de la vejiga de aire de los bacalaos y el sordo rumor que emiten los elefantes hasta el gritito de la minúscula salamandra— sirven como potentes mensajes de cortejo.

Algunas décadas atrás, Otto Jespersen, el filólogo danés, incluso consideraba posible que los primeros sonidos humanos de cortejo hubiesen promovido el desarrollo del lenguaje. «El lenguaje nació cuando hombres y mujeres empezaron a cortejarse; las primeras formas verbales murmuradas por la humanidad las imagino como algo a mitad de camino entre la llamada nocturna de amor del gato sobre los tejados y las melodiosas canciones de amor del ruiseñor», sostenía Jespersen[25]. Esto suena rebuscado. Posiblemente hubo múltiples razones por las cuáles hombres y mujeres necesitaron una comunicación más avanzada. Pero las canciones de amor, como los himnos patrióticos, pueden ciertamente «poner los pelos de punta».

Me gustaría pensar que el cortejarse empieza cuando «él» o «ella» hacen una broma maravillosa sobre un político al que nadie quiere, una crítica ingeniosa sobre la economía mundial o un comentario profundo acerca de un espectáculo teatral o de un encuentro deportivo: algo divertido, inteligente. Pero el enamoramiento puede comenzar a partir de un leve movimiento de cabeza, de una mirada, de un roce delicado, de una sílaba tierna, de una chuleta de carne asada en un restaurante sofisticado o de una melodía susurrada durante el baile. En seguida el cuerpo se precipita, y deja para el intelecto la tarea de desentrañar el enigma que hay detrás del enamoramiento: «¿Por qué él?». «¿Por qué ella?».