CAPÍTULO XXXII

Percibió un vago tumulto procedente de la casa cuando el techo se levantó para caer un poco más abajo. Caminaba sin pensar en nada, sin ver nada. Tenía solamente la sensación, de que estaba esperando algo, algo que iba a pasar muy pronto.

Cuando estuvo más cerca, reparó en el extraño aspecto de la casa y en la desaparición de la mitad del segundo piso.

Entró. Lil estaba allí, ocupada en cosas sin importancia.

Acababa de bajar.

—¿Qué pasa? —preguntó Wolf.

—Ya ves… —dijo Lil en voz baja.

—¿Dónde está Lazuli?

—Ya no existe —dijo Lil—. Y con él ha desaparecido su habitación, es todo lo que sé.

—¿Y Folavril?

—Está descansando en la nuestra. No la molestes, está muy afectada.

—Lil, ¿qué es toda esta historia? —dijo Wolf.

—Oh, no lo sé —dijo Lil—. Se lo preguntas a Folavril cuando esté en condiciones de responderte.

—¿Pero no te ha explicado nada? —insistió Wolf.

—Si —dijo Lil—, pero no la he entendido. Se ve que soy tonta.

—No digas eso —dijo Wolf, cortésmente.

Guardó silencio un instante.

—¿Será que el individuo ese le estaba mirando —dijo Wolf—, y entonces él se ha puesto nervioso y se ha peleado con ella?

—No —dijo Lil—. Lazuli ha luchado con él, y se ha matado al caer sobre su cuchillo. Folavril dice que se lo ha clavado a propósito; pero estoy segura de que ha sido un accidente. Parece ser que había montones de hombres, todos iguales que Lazuli, y que han desaparecido cuando él ha muerto. Es una historia tan increíble que podrías dormirte de pie, escuchándola.

—Todos estamos de pie —dijo Wolf—, y bien tenemos que aprovecharlo para algo. Para dormir, por ejemplo.

—Y cayó un rayo en su habitación —dijo Lil—, y todo desapareció con él.

—¿Y Folavril no estaba allí?

—Había bajado a pedir ayuda —dijo Lil.

Wolf pensó: «Los rayos hacen cosas muy raras».

—Los rayos hacen cosas muy raras —dijo.

—Sí —dijo Lil.

—Me acuerdo —dijo Wolf— de un día que fui a la caza del zorro: hubo una tormenta y el zorro se transformó en lombriz.

—Ah… —dijo Lil, sin prestar atención.

—Y otra vez —dijo Wolf—, en una carretera, un hombre quedó completamente desnudo y pintado de azul. Y además había cambiado de forma. Parecía un coche. Y si te subías funcionaba.

—Sí —dijo Lil.

Wolf se calló. Lazuli ya no existía. De todos modos, él tendría que seguir: las cosas no habían cambiado. Lil había extendido un mantel sobre la mesa y ahora abría el armario donde tenía la vajilla. Cogió platos y vasos y dispuso el cubierto.

—Dame la ensaladera de cristal —dijo.

Era una pieza que Lil apreciaba muchísimo. Era grande, de cristal transparente y trabajado, bastante pesada.

Wolf se agachó y cogió la ensaladera. Lil estaba terminando de colocar los vasos. La levantó a la altura de sus ojos y se situó frente a la ventana para ver al trasluz, los reflejos multicolores.

Luego se cansó y la soltó. La ensaladera cayó al suelo con un ruido agudo y quedó reducida a un polvo blanco y crujiente.

Lil, atónita, miró a Wolf.

—Me da igual —dijo éste—. Lo he hecho a propósito, y acabo de descubrir que me da igual. Aunque te sepa mal. Sé que estás muy disgustada, pero a pesar de ello yo no siento nada. De modo que me voy. Ya va siendo hora.

Salió sin volverse. Lil vio pasar por la ventana la parte superior de su busto.

Se le había embotado el alma y no hizo ningún movimiento para detenerle. Y, de repente, cristalizaba en ella una lúcida comprensión. Se iría de la casa con Folavril. Se irían las dos solas.

—En realidad —dijo en voz alta—, no están hechos para nosotras. Están hechos para ellos mismos. Y nosotras para nadie.

Dejaría a Marguerite, la criada, para que cuidara de Wolf.

Si volvía.