CAPÍTULO XXVI

Wolf, de nuevo en su despacho, aguzaba el oído. De arriba le llegaba el ruido de los pasos impacientes de Lazuli en su habitación. Lil debía de estar arreglando la casa, no muy lejos de allí.

Wolf se sentía acorralado, había agotado tantas distracciones en tan poco tiempo que ya no le quedaban ideas, sólo un enorme cansancio, sólo la cabina de acero; y el éxito de la operación contra los recuerdos le parecía ahora dudoso.

Se levantó, incómodo, y buscó a Lil de habitación en habitación. La encontró en la cocina, de rodillas junto a la caja del senador. Le estaba mirando con los ojos inundados de lágrimas.

—¿Qué pasa? —preguntó Wolf.

El uapití dormía entre las patas del senador, y éste babeaba, con la mirada perdida, cantando fragmentos de canciones inarticuladas.

—Es que el senador… —dijo Lil, y se le quebró la voz.

—¿Qué le pasa? —dijo Wolf.

—No lo sé —dijo Lil—. No sabe lo que dice y no contesta cuando le hablas.

—Pero parece contento —dijo Wolf—. Está cantando.

—Se diría que chochea —murmuró Lil.

El senador movió la cola y un asomo de comprensión iluminó sus ojos por espacio de un instante.

—¡Exacto! —señaló—. Chocheo, y pienso seguir así.

Y volvió a su atroz musiquita.

—Todo va bien —dijo Wolf—. Es viejo, ya sabes.

—Parecía tan contento de tener un uapití —contestó Lil, hecha un mar de lágrimas.

—Estar satisfecho o chochear —dijo Wolf— es lo mismo. Si ya no se desea nada, tanto da chochear.

—¡Oh! —dijo Lil—. Pobre senador.

—Ten en cuenta —dijo Wolf— que hay dos maneras de no desear nada: tener todo lo que se quería o estar desanimado porque no se ha conseguido.

—¡Pero no se irá a quedar así! —dijo Lil.

—Ha dicho que sí —dijo Wolf—. Es la beatitud. En su caso, se debe a que ha conseguido lo que quería. Y creo que tanto este caso como el contrario conducen a la inconsciencia.

—Me pone enferma pensarlo —dijo Lil.

El senador hizo un último esfuerzo.

—Escuchen —dijo—, voy a ser lúcido por última vez. Estoy contento. ¿Lo entienden? Yo ya no tengo ninguna necesidad de entender. Es una satisfacción absoluta, que me reduce por lo tanto a un estado puramente vegetativo, y éstas serán mis últimas palabras. Vuelvo a tomar contacto… regreso a los orígenes… desde el momento en que estoy vivo y tengo todo lo que deseo, ya no me hace ninguna falta ser inteligente. Quiero añadir que es por ahí por donde habría tenido que empezar.

Se lamió la nariz con glotonería y emitió un sonido incongruente.

—Funciono —dijo—. Lo demás son tonterías. Y ahora me retiro a mis cuarteles. Les quiero mucho, y puede que siga comprendiéndoles, pero no abriré más la boca. Tengo mi uapití. Encuentren el suyo.

Lil se sonó y acarició al senador, que movió la cola, acercó la nariz al cuello del uapití y se durmió.

—¿Y si no hubiera uapitís para todo el mundo? —dijo Wolf.

Ayudó a Lil a levantarse.

—Oh —dijo Lil—, no puedo hacerme a la idea.

—Lil —dijo Wolf—. Te quiero tanto. ¿Por qué no soy tan feliz como el senador?

—Es que soy demasiado pequeña —dijo Lil, estrechándose contra él—. O, si no, es porque te confundes. Tomas una cosa por otra.

Salieron de la cocina y fueron a sentarse en un gran diván.

—Lo he intentado casi todo —dijo Wolf—, y no hay nada que me queden ganas de volver a hacer.

—¿Ni siquiera besarme? —dijo Lil.

—Sí —dijo Wolf, haciéndolo.

—¿Y tu vieja y horrible máquina? —dijo Lil.

—Me da miedo —murmuró Wolf—. La forma en que se vuelve a pensar en las cosas, allí dentro…

Sintió una crispación de descontento en la región del cuello.

—Está hecha para olvidar, pero antes tienes que recordarlo todo —prosiguió—. Sin omitir nada. Con más detalles aún. Y sin sentir lo que sentías entonces.

—¿Tan desagradable es? —dijo Lil.

—Es insoportable, tener que arrastrar contigo lo que has sido en el pasado —dijo Wolf.

—¿No quieres llevarme? —dijo Lil, mimosa.

—Eres bonita —dijo Wolf—. Eres cariñosa. Te quiero. Y estoy decepcionado.

—¿Estás decepcionado? —repitió Lil.

—No es posible que sólo haya esto —dijo Wolf haciendo un gesto vago—, el pluk, la máquina, las amorosas, el trabajo, la música, la vida, los demás…

—¿Y yo? —dijo Lil.

—Sí —dijo Wolf—. Quedarías tú, pero no se puede estar dentro de la piel de otro. Seríamos dos. Y tú eres completa. Tú entera ya eres demasiado; y como todo merece ser conservado, más vale que seas distinta a mí.

—Métete en mi piel conmigo —dijo Lil—. Sería feliz, estando siempre contigo.

—Es imposible —dijo Wolf—. Uno no puede meterse en la piel de otro a menos que lo mate y lo desollé.

—Desóllame —dijo Lil.

—Y entonces —dijo Wolf— ya no te tendría; seguiría siendo yo con la piel de otro.

—¡Oh! —dijo Lil, triste.

—Las cosas son así, cuando se está decepcionado —dijo Wolf—. Y se puede estar decepcionado por todo. Es irremediable, siempre pasa lo mismo.

—¿No te queda ninguna esperanza? —dijo Lil.

—Esa máquina… —dijo Wolf—. Me queda esa máquina. Después de todo, aún no la he usado mucho.

—¿Cuándo vas a volver a meterte en ella? —dijo Lil—. Me da tanto miedo la cabina… Y no me cuentas nada.

—Lo dejo para mañana —dijo Wolf—. Ahora tengo que irme a trabajar. En cuanto a contarte qué pasa, no puedo.

—¿Por qué? —preguntó Lil.

La mirada de Wolf se hizo impenetrable.

—Porque no me acuerdo de nada —dijo—. Sólo sé que una vez dentro los recuerdos vuelven; pero la máquina sirve precisamente para destruirlos tan pronto aparecen.

—¿Y no te da miedo —dijo Lil— destruir todos tus recuerdos?

—Oh —dijo Wolf, evasivo—, aún no he destruido nada importante.

Aguzó el oído. La puerta de casa de Lazuli acababa de cerrarse y se oía ruido de pasos por la escalera. Se levantaron y miraron por la ventana. Lazuli se alejaba casi corriendo, en dirección al Cuadrado. Antes de llegar, se tiró al suelo cubierto de hierba roja y ocultó la cara entre las manos.

—Sube a ver a Folavril —dijo Wolf—. ¿Qué habrá ocurrido? Está agotado.

—¿No vas a consolarle? —dijo Lil.

—Un hombre se consuela solo —dijo Wolf, regresando a su despacho.

Mentía con naturalidad y sinceridad. Un hombre se consuela exactamente igual que una mujer.