CAPÍTULO XV

Un débil sol de otoño brillaba por entre el follaje amarillo de los castaños.

Ante Wolf se abría un camino en suave pendiente. El suelo estaba seco y un poco polvoriento en el centro, y era más oscuro en los bordes, donde quedaban algunas aureolas de barro fino, sedimentos que habían dejado los charcos de un chubasco reciente.

Por entre las hojas crujientes relucían los dorsos de color caoba de las castañas, algunas de las cuales estaban envueltas en sus zurrones de color incierto, del beige oxidado al verde almendra.

A uno y otro lado del camino, un descuidado césped ofrecía su irregular superficie a las caricias del sol. La hierba amarillenta se erizaba de esporádicos cardos y granadas plantas vivaces.

El camino parecía desembocar en unas ruinas rodeadas de un zarzal no muy alto. Sobre un banco de piedra blanca, delante de las ruinas, Wolf distinguió la silueta de un anciano sentado que llevaba un traje de lino. Cuando estuvo más cerca comprobó que lo que había tomado por un traje era en realidad una barba, una vasta barba plateada que daba cinco o seis vueltas al cuerpo del hombre.

A su lado, en el banco, había una plaquita de cobre bien bruñido con un nombre grabado en negro en el centro: señor Perle.

Al aproximarse, Wolf observó que la cara del viejo estaba arrugada como un globo rojo medio desinflado. Tenía una nariz enorme, con dos grandes orificios erizados de pelos, cejas prominentes sobre dos ojos centelleantes, y pómulos brillantes como pequeños pomos o pómulos. Su pelo blanco, tieso y corto como el de un cepillo, recordaba una carda de algodón. Sus manos deformadas por la edad, con grandes uñas cuadradas, reposaban sobre sus rodillas. Por todo vestido llevaba un bañador pasado de moda, a rayas verdes y blancas, y unas sandalias demasiado grandes para sus pies llenos de callos.

—Me llamo Wolf —dijo Wolf.

Señaló la placa de cobre:

—¿Es ése su nombre?

El viejo asintió.

—Soy el señor Perle —dijo—. Efectivamente. León-Abel Perle. Bueno, señor Wolf, le toca a usted. Veamos, veamos, ¿de qué podría usted hablarme?

—No sé —dijo Wolf.

El viejo adoptó la expresión de asombro y condescendencia de quien se hace una pregunta a sí mismo y no espera ni la más mínima reacción ajena.

—Claro, claro, no lo sabe —dijo.

Farfullando por dentro de su barba, sacó de pronto, de no se sabe dónde, un legajo de fichas, que se puso a consultar.

—Veamos… veamos… —dijo—. Señor Wolf sí… nacido el… en… muy bien, bueno… ingeniero… sí… sí, todo esto está muy bien. Bueno, señor Wolf, ¿puede usted hablarme detalladamente de sus primeras manifestaciones de inconformismo?

Wolf encontraba al viejo un poco extraño.

—¿Y qué… y a usted qué le importa? —preguntó por fin. El viejo hizo ttt… ttt… con la lengua contra los dientes.

—Venga, venga —dijo—, supongo que le habrán enseñado a contestar de otro modo, ¿no?

Empleaba el tono que se pone a disposición de un interlocutor dotado de una fuerte carga de inferioridad. Wolf se encogió de hombros.

—No veo por qué le interesa —contestó—. Y menos si se tiene en cuenta que no he protestado en mi vida. Triunfé cuando creí poder hacerlo, y en el caso contrario ignoré siempre las cosas que sabía que me iban a oponer resistencia.

—O sea que no las ignoraba tanto como para no saber por lo menos esto —dijo el viejo—. Las conocía usted lo suficiente como para simular que las ignoraba. Venga, procure responder honestamente y no andarse por las ramas. Y en realidad, ¿no ocurría que sólo existían cosas que le oponían resistencia?

—Señor —dijo Wolf—, no sé quién es usted, ni con qué derecho me hace estas preguntas. Pero dado que suelo esforzarme, en cierta medida, por ser respetuoso con los ancianos, voy a responderle en pocas palabras. Verá, yo siempre me he creído capaz, objetivamente, de ponerme en la situación de todo lo que me fuera antagonista; en consecuencia, jamás pude luchar contra lo que se me oponía, ya que me daba cuenta de que un planteamiento opuesto no podía sino equilibrar el mío, ante quien no tuviera razón subjetiva alguna para preferir lo uno o lo otro. Eso es todo.

—Es un poco grosero —dijo el viejo—. Según mis fichas, usted ha tenido más de una vez razones subjetivas, como usted dice, y ha elegido. A ver… aquí está… veo aquí una circunstancia…

—Lo eché a cara o cruz —dijo Wolf.

—Oh —dijo el viejo, asqueado—. Es usted repugnante. Bueno, ¿quiere decirme entonces a qué ha venido aquí?

Wolf miró a derecha e izquierda, suspiró y, por fin, se decidió:

—Para hacer un repaso de mi vida.

—Muy bien —dijo el señor Perle—. Eso es exactamente lo que le estoy proponiendo y usted no hace más que ponerme dificultades.

—Es usted demasiado desordenado… —dijo Wolf—. No puedo contárselo todo, así, sin orden ni concierto, al primero que se presenta. Hace ya diez minutos que me está interrogando y no ha progresado lo más mínimo. Quiero preguntas concretas.

El señor Perle se acarició la enorme barba, agitó el mentón de arriba abajo y un poco hacia los lados, y miró a Wolf con expresión severa.

—¡Ah! —dijo—. Ya veo que las cosas no van a ser nada fáciles. Así que se imagina usted que le estaba interrogando al azar, sin un plan preestablecido.

—Es evidente —dijo Wolf.

—Usted sabe perfectamente lo que es una muela, claro —dijo el señor Perle—. Pero ¿sabe de qué está hecha?

—No las he estudiado especialmente —dijo Wolf.

—Una muela —dijo el señor Perle— está hecha de granos de abrasivo, que son los que hacen el trabajo; por una parte, y por otra de aglomerante, que mantiene los granos unidos y que debe desgastarse antes que ellos, para que puedan irse liberando. Los que actúan son los cristales, es cierto: pero el aglomerante es también indispensable; sin él, no existiría más que un amasijo de piezas no exentas de brillo y dureza, pero tan desorganizadas e inútiles como una recopilación de máximas.

—Bueno —dijo Wolf—, ¿y qué?

—Pues que tengo un plan —dijo el señor Perle—, sí, señor, y que voy a hacerle preguntas muy concretas, duras y aceradas; pero la salsa con que usted aderezará los hechos es para mí tan importante como los hechos mismos.

—Comprendido —dijo Wolf—. Hábleme un poco de ese plan.