CAPÍTULO XI

Consciente sólo a medias, Wolf intentó un último esfuerzo para parar el timbre del despertador, pero el aparato, viscoso, se le escapó y se refugió, hecho un ovillo, en un rincón de la mesilla de noche, desde donde siguió jadeante y furioso, con su canción, hasta el agotamiento total.

Entonces el cuerpo de Wolf se distendió dentro de la depresión cuadrada llena de pieles blancas en la que descansaba. Entreabrió los ojos y las paredes de su habitación se tambalearon y se derrumbaron sobre el suelo, levantando al caer grandes olas de pasta blanca. Y luego hubo membranas superpuestas que se parecían al mar… en el centro, sobre una isla inmóvil, Wolf se hundía lentamente, en la negrura, por entre el ruido del viento que barría los grandes espacios desnudos, un ruido que no cesaba jamás. Las membranas palpitaban como aletas transparentes; del techo invisible caían capas de éter que se expandían en torno a su cabeza. Mezclado con el aire, Wolf se sentía penetrado, impregnado por lo que le rodeaba; y de pronto advirtió un olor verde, amargo, el olor del corazón encendido de las flores de áster de la China, mientras el viento se iba apaciguando.

Wolf abrió los ojos. Todo estaba en silencio. Hizo un esfuerzo, y se encontró de pie con los calcetines puestos. La luz del sol bañaba la habitación. Pero Wolf se sentía incómodo; para tranquilizarse, cogió un pedazo de pergamino y tizas de colores y se hizo un dibujo, que después contempló; pero la tiza cayó pulverizada bajo sus ojos: en el pergamino no quedaron más que algunos ángulos opacos, algunos sombríos vacíos cuyo aspecto general le recordó el de la cabeza de alguien que llevara mucho tiempo muerto. Desalentado, dejó caer su dibujo y se acercó a la silla donde se encontraba, bien doblado, su pantalón. Se tambaleaba como si el suelo cediera bajo sus pies. El olor de las flores de áster era menos reconocible; ahora se mezclaba con un aroma azucarado, el perfume de la jeringuilla en verano, cuando hay abejas. Una mezcla bastante nauseabunda.

Tenía que darse prisa. Era el día de la inauguración, y los municipales estarían esperándole.

Empezó a asearse rápidamente.