Epílogo, o nuestra historia según Ashley
Victoria me ha pedido que os cuente cómo me enamoré de ella. Y bueno, ya conocéis a Vic, no parará hasta que lo haga. Así que ahora que estoy solo y no merodea por aquí os haré un resumen.
Venía del DDN café en mano, bajé a dejar un informe al coche y, al subir dispuesto a dar un paseo, encontré en el portal a una mujer preciosa discutiendo con un montenegrino sobre un traslado. Tenía un culo perfecto y cuando se volvió pensé que si estuviéramos solos intentaría llevármela a la cama más cercana, es decir, a mi piso del quinto. Además, no intentaba ganarse al transportista con sus encantos, que por cierto eran muchos, sino que discutía con él abiertamente. Me encantó, la encontré llena de pasión, de vida. Y la idea de la cama ganó muchos puntos. Tantos que mientras hablábamos no pensé dónde por pura lógica se mudaba y me delaté y tonteé con ella, y fue así como supe que quería acostarse conmigo tanto como yo con ella, eso y que estaba tan caliente que me planteé seriamente que en cuanto se marchara el chaval… Pero entonces me dijo lo que me había negado a adivinar: que iba a vivir con las enfermeras Funks y Delorme. Y me hice a la idea de olvidarla.
Pero Victoria Adams no es de las que se olvidan fácilmente.
Y cuando la encontré en el súper y me dijo aquella tontería sobre los carritos me calentó el corazón y sentí una ternura que hacía meses que nadie despertaba en mí. Así que insensato y trastornado y loco, le ofrecí un domicilio para poder verla a menudo.
Y cuando la encontré llorando por la vida de Maria Richardson me dije que estaba hasta las orejas con ella. Y que estaba metido en un lío también. Dios, cuando supe que había estado diez años viviendo con otro y que le había sido infiel, lo mío con Laura me pareció una estupidez. Quise buscar a aquel malnacido y batirme en duelo con él, como en las novelas que tanto le gustan a mi chica. Quise suplicarle que me dejara luchar cada batalla por ella. Pero me hubiera mandado a la mierda. Vic es tan romántica como independiente.
Y cuando me iba a Nueva York y casi nos lo montamos en el sótano supe que tenía que hacer algo.
Y cuando la vi cenando con mi familia supe que quería pasar el resto de mi vida con ella.
Ya sabéis, cosas de tíos.
Eso sí, nunca dejé que me creyera gay. Siempre tonteaba, o la tocaba, o intentaba excitarla un poco de algún modo. Quería que me viera como un hombre, y no sólo por orgullo masculino, sino porque en el momento en que dejara de verme como tal, dejaría de considerarme «follable».
Claro, que mientras, me hizo creer que se acostaba con el imbécil de Tony. Os confesaré, pero no se lo contéis, que en el instituto me robó una novia, de ahí el odio visceral que le tengo. Pero bueno, yo me quedé con Victoria, no hace falta decir quién se ha llevado la última mano. Cuando me dijo que en realidad no habían pasado de un par de besos me sentí utilizado, sentí que estaba jugando conmigo, abusando de mis sentimientos y mi deseo… me sentí, siendo justos, como le había estado haciendo sentirse a ella. Afortunadamente Victoria es mejor persona que yo y supo perdonarme todo aquello; y me refiero tanto a las verdades a medias como a que la acusara de mentirme habiendo hecho yo lo mismo.
Me dolió más el crío de Osteopatía, sinceramente. Su cara de satisfacción por otro en el portal tarareando Bad Romance… Y para colmo aquél fue el día en que casi nos acostamos por primera vez. Prefiero dejar ese tema, si no os importa.
Así que os hablaré de otra cosa: esta noche.
Por fin llevo a Vic al Jamie’s BBQ. Entre unas cosas y otras he conseguido retrasar una cena allí hasta hoy. He reservado mesa para dos en la ventana, con las mejores vistas.
Ella está en Harrod’s con mis hermanas, eligiendo un vestido que pagaré yo. Creí que era más derrochadora. En los seis meses que hace precisamente hoy que estamos juntos apenas ha comprado nada con mi dinero. Pero la cuestión es que mis hermanas la convencerán para que se compre un vestido largo y vaya también a un salón de belleza a que le hagan las uñas, y la maquillen y la peinen. Cuando salga le aguarda una buena sorpresa: una limusina esperándola para llevarla al restaurante.
Yo ya estaré allí, de smoking, pajarita incluida. Mientras cenamos le diré todo lo que os estoy contando a vosotras, cuánto ha significado para mí cada encuentro con ella, cómo me ha ido enamorando, cómo ha derribado todas las barreras que puse a mi alrededor cuando llevaba la bata de médico por temor a volver a decepcionarme, hasta hacerme caer rendido a sus pies. Y todo lo que aporta a mi vida: felicidad, calor, serenidad, alegría, paz, dulce locura. Ella es mi todo.
En el postre me arrodillaré y le pediré matrimonio.
He comprado un solitario en Tiffany’s. Un brillante engarzado al aire en un aro de oro blanco. Creo que le encantará. O eso espero.
Tanto como espero que me diga que sí. Sé que ella no es de matrimonios, pero que está enamorada de mí y que lo estará siempre. Porque yo no soy ningún imbécil como el desgraciado español ese, y la voy a respetar, a cuidar y a amar cada día.
Y aun así no estoy seguro de lo que me dirá, y estoy más nervioso que en mi primer día de residencia. Me están temblando las manos conforme os escribo esto.
Pero digo yo que dirá que sí, aunque sea sólo por cambiar de apellido y dejar de ser de una vez Victoria Adams para ser Victoria Greenfield, ¿no?
Claro, que para mí siempre será Victoria Adams.
La auténtica, la inconfundible, la única Victoria Adams.