Cómo hacer que todos me odien…
No me hice de rogar y fui terriblemente indiscreta en cuanto me preguntaron con quién quedaba últimamente, pero bueno, ya sabéis, si vosotras tuvierais algo, lo que fuera, con vuestro actor favorito, nop, pensadlo después, ahora hacedme caso, ¿acaso no lo contaríais también? Presumí de cómo nos habíamos besado y de lo romántica que era nuestra relación, tan lenta, tan platónica.
—¿Me estás diciendo que llevas dos semanas saliendo con un tío y no te ha metido mano ni una sola vez? ¿Que ha esperado toda una semana para meterte la lengua en la boca y nada más?
Pasé de contarles que había intentado yo meterle mano a él y había sido educadamente rechazada. Dadas sus caras mejor me lo guardaba para mí.
—Con un tío no, con Anthony Richardson.
—¡Me importa un pito! Tíos buenos hay a patadas en esta ciudad, y actores también por más que me guste Vengeance. Pero en una relación no hay actores, Victoria.
—Bueno, quizá en la suya sí haya una actriz —se mofó Monique—. Y el Oscar a la secundaria es para… ¡Victoria Adams!
Rieron, pero el chiste no me hizo ninguna gracia. Nin-gu-na.
—¿Se puede saber de qué estáis hablando? —¿Acaso insinuaban que mi novio estaba con otra? Sí, quizá exageraba en lo de novio, pero empezaba a perder los nervios.
—Victoria —era Monique—, tiene que estar con otra y te usa de algún modo.
No le conocían, Anthony era una buena persona, un hombre íntegro. Se preocupaba por Maria, participaba en varias asociaciones benéficas relacionadas con su enfermedad, era todo un caballero. Sí, eso era parte del problema, que era tan caballero que no habíamos pasado de unos buenos besos. Y porque yo había profundizado en ellos, sino seguirían siendo castos. Pero ¿qué sentido tenía que saliera conmigo si no quería estar conmigo? Podía tener a cualquier otra, ¿por qué tomarme el pelo? Me negaba a pensar que era tan estúpida para no entender las señales de un tío. Otra vez. Ni siquiera yo podía ser tan fracasada. ¿O sí? Dios, que no fuera el caso; me hundiría si no entendía algo tan básico como que un hombre pasara de mí, de verdad que me hundiría para siempre. ¿Ashley primero y Anthony ahora? No lo superaría.
—No sabes de lo que hablas. Anthony me respeta.
—¿Te estás escuchando? —La francesa se estaba riendo de mí; la malnacida se reía de mí—. Estamos en el siglo XXI, ahora los hombres no respetan a las mujeres, o no así. Victoria, está con otra, y deberías haberte dado cuenta tú solita.
¿Me estaba llamando inútil emocional? ¿Acaso me insultaba abiertamente? ¿Ella? ¿Ella que tenía una relación patética se atrevía a decirme a mí que la mía no avanzaba? ¿Pero de qué iba aquella gabacha?
—Lo dices por experiencia, ¿no? Porque tú llevas años metida en una relación de mierda, de ahí que las reconozcas a la primera.
El silencio fue fiero, opresivo. Alberta gimió e intentó arreglarlo.
—Quizá no sea eso, tal vez es homosexual y usa a Victoria de tapadera.
Arreglarlo tarde y mal.
¿Homosexual? ¿Quería decir homosexual como Ashley, no? Sentí las lágrimas calientes en las córneas pidiendo permiso para salir. Permiso denegado. Aquello era una cuestión de dignidad, y hoy yo moría matando.
—Otra experta en parejas, ¿no? La que dice que tiene una relación abierta, lo que debe significar que ella es fiel mientras su «novio» se cepilla a todo lo que se mueve.
Aún no me explico como no me lincharon. Supongo que entendieron que en aquel momento yo era frágil, que lo de Luis seguía escondido dentro de mí, que las reacciones de Ashley me estaban matando, y que Anthony me frustraba. Que no entendía nada y me sentía perdida. No sé si me compadecieron o fue amistad, pero Monique me salvó de un buen bofetón de Alberta y zanjó la discusión antes de que siguiera avergonzándome a mí misma comportándome de manera tan indigna. Nunca había sido así, nunca había reaccionado con tanta virulencia contra nadie.
—Victoria Adams, eres gilipollas. Cuando descubras la clase de tío que has dejado que se cuele en tu vida ya vendrás llorando.
Supe, incluso enfadada, que había superado todos los límites superables, así que dejé de atacar, pero la rabia no me permitía callar.
—Lo que tú digas. —Ya me pedirían que se lo presentara y veríamos quién se reía de quién—. Creo que subiré a la terraza, el aire aquí es irrespirable.
—Eso, vete a la terraza —cada palabra de Alberta destilaba frustración, quizá por mí, quizá por Monique o quizá por ella misma—, cambia el tío que se mete en la cama de otra por el tío gay que nunca se meterá en tu cama; de mal en peor y que no se diga. Victoria Adams, definitivamente eres gilipollas y espero impaciente el día en que te escondas aquí para lamerte las heridas.
Subieron el volumen de la tele mientras desaparecía por la puerta, llaves en mano y sin dar un portazo: las señoritas no dan portazos.
Vacía, la maldita terraza estaba vacía. ¿Dónde estaba Ashley cuándo se le necesitaba? Aquél no era mi maldito día de suerte.
Saqué una botella de Ribera del Duero del armarito que Ashley había comprado a modo de bodega privada, la descorché y me serví en mi copa.
—¿Bebiendo sola?
Me volví enfadada. ¿Por qué llegaba tarde? No, no habíamos quedado, pero estaba enfurruñada. Tenía una relación que no lo era y unas compañeras que me odiaban. En aquel momento incluso yo me odiaba. Ya podía estar cuando se le necesitaba, si no tendría más de él, ¿no? Sí, era injusto, pero cuando estamos muy, muy enfadadas, todas somos injustas. La que esté libre de pecado que tire la primera piedra, pero no nos las tiremos las unas a las otras o nos haremos daño.
—Qué casualidad, vecino, tú por aquí —no soné casual ni de cerca, pero para lo que me importó y nada…
—Casualidad es verte a ti, hace dos semanas que me avisas a última hora de que no subirás. Entiendo que todo va viento en popa en tu paraíso terrenal montado con Tony —Anthony detestaba que le llamaran así; y además no habían sido todas las noches, otras él había estado de guardia o cansado—. ¿Por qué no estás con él esta noche, acaso había que rodar alguna toma nocturna? ¿Quizá una escena de cama?
No pensaba decirle que no había pasado de los besos. Me negaba en rotundo a reconocer lo que fuera que tenía que reconocer y que no veía. Que le dieran a Ashley y a su sarcasmo; estaba enfadada y lo pagaría el mundo entero, empezando por el que tenía más a mano. ¿Acaso no había empezado él todo aquello haciéndome creer que le gustaba? Por su culpa ahora no entendía nada así que, justicia divina, que soportara mi mosqueo.
—Estoy con la regla. —Mentí con satisfactoria altanería, pretendiendo incomodarle con asuntos tan íntimamente femeninos con los que no estaría familiarizado.
—¿Y? ¿Acaso si estás con la regla no quiere estar contigo? —Ni siquiera se sonrojaba, el desgraciado. Claro que con tres hermanas los tampones y el síndrome premenstrual debieron ser el pan de cada día en casa de sus padres—. ¿Sólo es cama o qué? Si mi chica me importara de veras dormiría con ella, regla o no, sólo por el placer de abrazarla.
Aquello dolió, dolió y mucho. Así que, igual o peor que con las chicas, pues del mismo modo que él me hacía sentir la mujer más feliz del mundo con sólo una sonrisa, me podía también hacer sentir la más miserable, no medí la respuesta. Ashley llegaba donde nadie más lo hacía. Aquel hombre sacaba lo mejor y lo peor de mí.
—Dudo mucho que entiendas de esto dado que tu chica nunca tendrá la regla. —Me había pasado. No necesitaba ver el hielo en que sus ojos verdes se convirtieron para saberlo; mi alma se quebró de tristeza en cuanto pronuncié la última palabra—. Ashley, yo…
—Cállate. —Estaba tan enfadado que apenas controlaba la voz, así que le hice caso, llamadme cobarde, llamadme precavida, pero el reproche en su mirada me encogía el corazón todavía más que sus sonrisas llenas de picardía—. Victoria, no sé qué te ha pasado en estas dos semanas que no nos hemos visto, pero no pareces la misma. Te falta… alegría, creo. Ilusión. El brillo en esos ojos negros y preciosos que tienes y que parece querer rivalizar con la luz de la luna. Hay algo que te agobia, sólo hay que conocerte un poco para darse cuenta.
Definitivamente me tenía calada. Y pillada. Y desesperanzada. Ojalá todo fuera distinto. Ojalá… ¿de qué me servían los ojalá esa noche, eh?
—Ashley, lamento lo que he dicho, es sólo que estoy hecha un lío. Y acabo de insultar a las chicas tanto como a ti. No, no es cierto, lo que te he dicho a ti es imperdonable, es…
Puso dos dedos sobre mis labios, acercándose íntimamente, haciéndome callar con su cercanía, y me susurró con cariño.
—¿Quieres hablar de eso que está sacando lo peor de ti?
Sí, claro que sí, me encendí de nuevo. Quería hablar con él de lo mucho que me frustraba que sólo con acercarse a mí, como acababa de hacer, todo mi cuerpo temblara de anticipación; y que buscara como sustitutivo a un actor por el que llevaba cinco años suspirando y que al parecer no quería acostarse conmigo. Di un paso atrás y me froté la cara en un gesto nervioso.
—¿Qué más te da? Tú y yo nunca hablamos de relaciones, ¿recuerdas? Hablamos de cualquier cosa que no sea importante.
Me miró largamente. Esta vez sí, las lágrimas rodaron por mis mejillas sin que pudiera negarles que lo hicieran. Me aborrecía a mí misma, me detestaba. Y le odiaba a él porque hacía que me sintiera insegura y frágil y débil.
—Victoria, en serio, dejando que Anthony te reduzca a este estado sólo demuestras que eres gilipollas. —¿También él, aunque malinterpretara la situación? Pues qué bien, igual me hacía una camiseta que dijera que yo era gilipollas—. Pero ¿sabes qué? —me dijo, acercándose todo lo que era físicamente posible sin que nuestros cuerpos llegaran a tocarse, para secarme entonces la mejilla con suavidad en un gesto de infinita ternura, mientras bajaba la voz y sus gestos se relajaban hasta observarme con la calidez acostumbrada, con esa ternura mezclada con deseo a la que no me atrevía a poner nombre—, que no te lo tendré en cuenta. Cuando descubras la clase de hombre que es Tony Richardson estaré aquí para consolarte, para abrazarte y susurrarte que eres maravillosa y que no te merece. No puedo evitar el daño que va a hacerte pero haré lo imposible para que vuelvas a estar bien. Y prometo que no diré «te lo dije».
Y alejándose de mi piel me miró con una mezcla de preocupación y ánimo y me dejó a solas con una especie de pelota en el estómago, haciéndome sentir mal conmigo misma por razones que iban mucho más allá de la afrenta directa que le había espetado.
—¿Y tú qué opinas, Londres? —pregunté a la única a la que no podía mentir.
Un relámpago cubrió la ciudad y apenas tres segundos después se escuchó un trueno ensordecedor y las primeras gotas de lluvia comenzaron a caer.
Sí, ya lo entendía, Londres también parecía creer que yo era gilipollas.
—¿Todo bien con Anthony?
Sólo un día después de discutir con todos mis conocidos Maria parecía agobiada por algo. Se había emocionado con mis citas con su primo desde el principio, pero su alegría inicial había ido dando paso a la preocupación, a pesar de que yo no le había contado nada sobre cómo nos iba, o después de una noche de poco sueño y muchas reflexiones mejor decía sobre cómo no nos iba, y hubiera jurado que tampoco él le había hablado de nosotros.
—Todo bien. Bueno, ya sabes, es el principio, pronto para hablar de nada.
Sentí cómo su cuerpo se tensaba, como ocurría cada vez que dudaba si contarme algo. La dejé, sabía que hablaría cuando lo considerara. Afortunadamente para mí lo hizo enseguida. Maria y yo éramos amigas de verdad. Tal vez le debía más honestidad, me dije con un nudo de culpabilidad en el estómago.
—Pensé que quizá las fotos de The Heaven te habrían trastocado, pero debí imaginar que no crees en ciertas noticias, que tú estás hecha de otra pasta. No es la primera vez que alguna advenediza se le cuelga del brazo buscando popularidad, ¿sabes? Me alegro de que no hayáis discutido. O algo peor.
¿De qué hablaba? ¿Qué ponía en el periódico para que asumiera que debía estar preocupada? ¿Acaso esa «advenediza» iba a ser la otra de la que Monique había hablado? Si era cierto, si encima de ridícula había insultado a los que me querían teniendo ellos razón… Mi enfado conmigo y con Monique, y con Alberta y con Ashley por la noche anterior me hicieron hablar en un tono seco, casi desagradable.
—No te preocupes, todo va bien. Cosas de pareja, ya sabes. —No, ella no sabía de cosas de pareja, lo que fue de muy mal gusto por mi parte. Y además os tengo que insistir que mi tono fue muy cortante. Por su mirada vi cuánto le había herido, y aun así algún sentimiento incontrolable me obligó a callar y a no disculparme.
¿Pero qué demonio me había poseído? Aquélla no era yo. ¿Por qué estaba tan a la defensiva? Me puse a contar desde la última regla… quizá estuviera ovulando…
—Disculpa por ser tan indiscreta —me dijo, contrita.
—No importa —y encima se disculpaba ella. Se diría que me había convertido en una arpía despiadada de la noche a la mañana. Tenía que explicarme, y disculparme; tenía que decirle cuanto sentía…—. ¿Seguimos con las barras? Levántate, por favor.
Y en qué mala hora se lo pedí. Sufrió un desmayo al poner las plantas de los pies en el suelo y pedir a sus piernas que la sostuvieran. Me vino justo tomarla de las axilas para evitar que cayera, inerte.
—¿Maria? ¡¡Maria!!
No respondía. La tumbé como pude sobre el parqué y lo que vi me gustó tan poco que casi por instinto me acerqué a la alarma que tenía conectada directamente a Urgencias cuando entraron sus padres, que debían haberme oído gritar. La activé e intenté calmarlos, pero su madre gritaba, su padre gritaba también, y me temo que me dejé llevar por la histeria y no estuve a la altura, a pesar de que yo no grité. Me mantuve al lado de Maria intentando aparentar calma pero sin hacer nada realmente útil.
Le tomé las pulsaciones, débiles pero constantes, e intenté despertarla dándole golpecitos en la mejilla, suaves al principio y no tanto después.
El equipo móvil contactó con nosotros y me dio instrucciones sobre cómo colocarla, me preguntaron sobre su pulso, por la medicación de aquel día… No sé qué les dije. Supongo que no debí decir nada descabellado pues ni sus padres, ya callados pero aterrorizados, me corrigieron, ni los enfermeros se extrañaron. Pero si hoy me contaran que había jurado que se desmayó bailando la Lambada, no lo negaría.
Maria estaba inerte y yo muerta de miedo. Cuando llegó el médico con los camilleros y un equipo de reanimación regresó el «modo-fisio», la Victoria profesional, y hablé con el doctor mientras la preparaban y yo hacía los arreglos oportunos para seguirles.
Ahora entendía porqué los especialistas no trataban a sus familiares: Maria no era sangre de mi sangre y os juro que durante unos minutos perdí el norte. No podía hacer nada, sólo pensaba que hubiera dado todo lo que tenía porque se pusiera bien. Y por cambiar mis últimas palabras con ella también.
Fue llevada al hospital donde trabajaba Ashley ya intubada. Su madre iba con ella, su padre y yo en el coche familiar. Por más que habían insistido en que no era necesario que les acompañara no había querido escucharles. Y sabía por sus caras que agradecían mi compañía. Tanto como yo agradecía que me permitieran ir con ellos. Quería estar con Maria, pero era más que eso: necesitaba estar con ella.
Me supe una miserable por hacerle pagar mis frustraciones con Anthony, con Ashley y conmigo misma, desde luego, pero no era ésa la razón porque la asistí, aunque no dejaba de pedir a Dios, por atea que fuera, que me dejara volver a hablarle con el cariño que merecía, y no como lo había hecho cegada por un impulso indigno de mí que había pagado quien no debía. Mi empeño en ir en aquel coche tenía mucho que ver con el amor que sentía por ella, con las tardes que habíamos pasado juntas confesándonos cosas; mi condición de su fisio o mis remordimientos poco o nada significaban en comparación con la enormidad de mis sentimientos por aquella mujercita.
En el sentido más platónico, Maria me había robado el corazón.