¡¡Es Anthony Richardson!!
—¡¡Anthony!!
Al fin, después de cinco semanas escuchando lo fantástico que era su primo Anthony, al parecer iba a conocerlo. La cara de Maria reflejaba genuino placer, y confieso que me di unos segundos comprobando los programas de las dos magnetos —ya os he dicho que la familia de Maria era rica riquísima— antes de volverme, pues me había puesto nerviosa como una quinceañera. Ya veis qué tontería, pero cuando habías sabido desde el principio lo guapo, encantador, romántico que era el tal Anthony, terminabas convencida de que iba a ser el hombre de tu vida. Oí cómo se acercaba y me volví lentamente a recibirlo componiendo un gesto sofisticado con cierto aire de calmosa superioridad… gesto que se fue al garete en cuanto le reconocí.
¡¡¡Era Anthony Richardson!!! Aaahhhhh.
Sí, el de la serie de Vengeance, el que os he dicho que veíamos todos los días por la noche en el piso y si no, grabábamos porque era sagrado porque la serie era genial y el «prota» —síiiii, el tío al que tenía delante era el «prota», sí, sí, sí— estaba de toma pan y moja.
Mi cara debió reflejar todo lo que os estoy contando porque Maria se echó a reír y la muy pelandusca dijo alto y claro para que él la escuchara:
—Tus babas estropearán el parqué, Victoria.
¿La he descrito como pelandusca? ¿Veis como tenía razón, aunque esté malita?
Ahí estaba yo, atascada, incapaz de cerrar la boca, adorando en persona al actor que adoraba en Fantasyland. ¡Pero si incluso lo tenía de salvapantallas en el ordenador! Ey, no me vaciléis, seguro que vosotras también tenéis a algún actor o cantante o modelo escondido en el vuestro, que ya os voy calando a todas.
—Así pues, tú eres la célebre Victoria, la maravillosa fisio que está tratando a Maria y haciendo que cada día se encuentre mejor. —Me tomó la mano y me la besó y suspiré en mi subconsciencia diciéndome que era como el señor Darcy, un caballero de los de antes, ya que desgraciadamente el señor Thornton no besaba manos sino que las estrechaba—. Un placer, soy Anthony.
¡La madre que me parió! Pues claro que sí. Maria Richardson, Anthony Richardson. La… no lo repetí porque tenía Guillen Barré, pero sabía que estaba loca por su primo y me había dejado largar sobre él un montón de tonterías y obscenidades sin confesar. Hablaríamos. Hablaríamos mucho aquella mujercita y yo.
—Creo que el placer es suyo. —Y allí seguía mi paciente, echando leña al fuego.
«Di algo, Victoria, lo que sea, cualquier cosa».
—En realidad es mérito del doctor Greenfield, hago lo que él considera mejor.
¿A qué santo venía nombrar a Ashley? Y encima en un tono aséptico y sumiso que me hacía parecer monjil. Empezaba a pensar lo peor de mí misma. Sólo me faltaba tartamudear y ponerme roja como un tomate para alcanzar el nivel de cien por cien patética, pues había batido el récord de cien por cien idiota.
—El bueno de Ash, claro. Pero ya ha enviado a otros fisios, y Maria dice que ninguno como tú, así que si no te importa te atribuiré todo el mérito.
Me derretí. Me de-rre-tí. Ahora sí que iba a estropear el suelo. Me miraron, supuse que esperando una respuesta, y yo lo intenté, os juro que lo intenté, pero de mi boca sólo salió un triste:
—Bu-bue-bueno, Ma-Maria es mu-muy…
Ahí estaba, ahora sí, tartamudeando y roja como un tomate: patética diplomada. Sentía arder la cara, las orejas me quemaban, así que adiós a mis fantasías de ligármelo, adiós, bye bye, au revoir…
—Bueno, quizá cuando termines podríamos tomar algo y discutir quién es el artífice de la sonrisa de mi prima Maria, si Ash o tú. Sea como sea, me hace feliz ver que vuelve a reír y a hacer planes.
A lo mejor no era para tanto y quería ver cosas donde no las había… Después de mi planchazo con el vecinito había quedado confirmado que no sabía nada sobre interpretar señales, pero ¡me estaba invitando a tomar algo! Cabeceé en una especie de sí, y Anthony Richardson —me encantaba decir su nombre aunque fuera sólo para mí— sonrió con un gesto de anticipación que hizo que el corazón me diera un saltito, y se puso a hablar con Maria mientras ésta hacía algunos ejercicios de muñecas sin mi ayuda y yo recolocaba mis ganchos ya perfectamente alineados y después desenrollaba y volvía a enrollar los kinesios buscando algo que hacer.
A las siete menos cuarto mi maquiavélica paciente dijo estar agotada y me despidió con picardía.
—Anthony, asegúrate de que llegue bien a casa —y riendo como una niña casamentera nos echó de allí. Tras veinte minutos de calma volvía a ser yo, o al menos una versión mejorada de mí misma.
—Si la copa sigue en pie, dame un minuto que me cambie y voy contigo.
Donde quieras llevarme, a la luna, al fin del mundo, a la era, a un pajar… Ains, que me iba con mi actor favorito a tomar algoooooo.
Me cambié, poniéndome unos vaqueros viejos, unas Pretty Ballerinas rojas y negras y un polo bermellón entallado que cubriría en parte con el anorak porque hacía ya frío y que decía… Oh, oh… noooo, ¿por qué había elegido precisamente ese día aquella maldita frase?: «Puedes quedarte al señor Grey, yo sigo loca por el señor Darcy». Si no salía corriendo al verme sería más que milagro.
Me esperaba en la entrada, Maria ya no estaba, y al verme sonrió con malicia abriendo la puerta y cediéndome el paso.
—Señorita Elizabeth Bennet. —Lo dijo con esa voz que sólo los actores ingleses que han hecho teatro tienen, voz que me puso la piel de gallina.
Nos fuimos a un pub cercano a tomar unas pintas y comenzamos hablando de Maria. Anthony Richardson era una buena persona y se veía a la legua que adoraba a su prima y que estaba muy preocupado por ella: conocía su historial, sus ataques, sus pensamientos más íntimos, esos que ella comenzaba ahora a compartir conmigo. No me sorprendía que mi paciente le echara tanto de menos cuando estaba grabando. Y era obvio que él se sentía culpable cuando no podía ir a verla.
Pero no sólo hablamos de ella; pasamos más de dos horas de cómoda conversación que lograron que me olvidara de que estaba con un actor y me centrara en un hombre que a cada frase me resultaba más fascinante. Y además tonteamos, tonteamos descaradamente: que si te aparto el pelo y te lo coloco tras la oreja, que si riéndome te toco el brazo, que si me estiro la espalda y saco pecho, que si tienes unos ojos preciosos… No es explicable, así que no lo intentaré explicar. Sólo imaginaos en un pub con vuestro actor favorito y que él parezca estar impresionado con vosotras. Ey, pensadlo después, ahora estáis leyendo mi historia, y aunque os parezca ególatra estamos hablando de mí. Y cuando la bebida y la cena improvisada en el pub se agotaron quiso acompañarme a casa y yo me dejé convencer, por lo que paseamos en silencio disfrutando del frío de la noche. Llevaríamos más o menos medio Pall Mall recorrido cuando me vino a la mente la norma de casa de hombres-fuera. ¿Buscaría él algo más que una noche de flirteo o haría como hizo Ashley? ¿Querría algo más? Maldito matasanos que se había cargado la poca autoestima que tenía. Porque si buscaba algo más fijo que me tomaba por una estrecha al no invitarle a que subiera a mi piso. Cómo no, atisbando la tragedia que iba a desarrollarse en cuanto llegáramos a mi portal quisiera o no algo conmigo, precisamente porque si quería algo me pondría histérica y si no quería nada también, fui presa de un ataque de diarrea verbal.
—Comparto piso con dos chicas y no permitimos que entren hombres allí.
Con lo bien que estábamos disfrutando del silencio, me lamenté, de nuevo roja como el Giulietta que algún día tendría.
Su gesto, interrumpiéndome gracias a Dios, alejó cualquier vergüenza o remordimiento. Se detuvo, obligándome a detenerme a mí también, y me miró a los ojos con simpatía, de una manera penetrante que si bien no hizo que mi útero diera campanadas sí me enterneció. Colocó el dedo índice en mi boca para que me callara y lo hizo resbalar con suavidad por el labio inferior haciendo que sonriera y me relajara.
—Me gusta la idea de que no entren hombres en tu habitación, Victoria.
Me tomó de la mano y me acompañó hasta el portal en silencio. Una vez en la puerta me besó en la mejilla con sentimiento, me acarició el cuello y me deseó buenas noches.
—Te veré pronto —me prometió con voz pausada pero firme.
Y se marchó sin mirar atrás. Y yo me quedé un rato en la acera, viendo cómo se alejaba, sintiéndome estúpidamente feliz.
Por supuesto habréis adivinado que subí directa a la terraza a contarle a la ciudad lo que acababa de ocurrir, como también os lo cuento a vosotras. Ashley llevaba dos días desaparecido en combate, y sus whatsapp de «no subiré» poco explicaban sobre su ausencia, para mi desazón y mi lección: tenía que olvidarme de él en cualquier sentido que no fuera amistad.
—Fue todo como muy victoriano, como en mis novelas favoritas, ¿sabes? —desde luego que sí, Londres habría albergado romances de esa época durante casi setenta años—. Fue tierno y excitante, no en plan sexual pero sí muy… romántico. Sólo espero que realmente volvamos a coincidir; sería tan decepcionante no verle de nuevo —y suspiré como una idiota.
La ciudad pareció darme la razón en todo dado que no hubo un terremoto, ni siquiera un mísero trueno o gota de lluvia que me hicieran pensar que no le convencía mi historia. Tomé un sorbo de Pinot noir, volví a dejarlo sobre la mesita cochambrosa y disfruté del silencio… unos diez segundos.
—Así que el bueno de Tony, ¿no?
Me sobresalté y me volví para ver a mi quebradero de cabeza favorito con barba de dos días y el pelo revuelto, lejos de su habitual pulcritud a pesar de que parecía recién salido de la ducha. No, en realidad parecía recién salido de la cama después de un buen polvo, y a pesar de que no sería conmigo con quien lo pegara y que la decepción me diera un pinchazo en el alma, suspiré al verlo así. Sin embargo ignoré el deseo que me atravesó, traidor, sin pedir permiso. Se suponía que ya había decidido cambiar el objeto de mis sueños por alguien a quien pudiera tener, y desde esa noche iba a ser Anthony Richardson: también estaba bueno; era un poco más bajito y tenía menos espalda, pero era más guapo. Asocié de pronto y por alguna extraña razón la frase de Ashley a otra igual que había oído unas horas antes en la boca que después había acariciado mi mejilla… «¿Así que el bueno de Ash, no?»… «¿Así que el bueno de Tony, no?» Sospechoso, demasiado sospechoso.
—¿Victoria? —Me devolvió a la realidad, bajándome de las nubes y haciendo que me estrellara contra la terraza; le respondí con resquemor.
—¿Has estado escuchando? No deberías.
—Me lo habrías contado después. —Jodidamente cierto—. Y además ya estaba en la terraza cuando has llegado, debiste mirar mejor antes de confesar tus pecados.
Me enseñó un botellín de cerveza casi vacío como prueba.
—¿Pecados? Tú no sabes lo que hago yo cuando peco. Dudo que tu mente llegue a imaginar siquiera cuán depravada puedo ser —si él me contaba qué hacía cuando pecaba me daría un patatús. Cambio de tema ¡ya!—: Tienes una pinta horrible. ¿Tony, y no Anthony Richardson?
—Dos días sin ir al trabajo porque me debían horas, así que he evitado la maquinilla de afeitar. Y sí, Tony, fuimos juntos al instituto.
Afortunadamente no entró al trapo, bendito fuera. Efectivamente, nuestra vida sexual era tema tabú en aquella terraza, o en el DDN, donde habíamos quedado un par de veces.
—Y el peine. Lo sé, me lo contó Maria sin decirme que era ese Richard, ni tú tampoco, por cierto, y sabes que me encanta Vengeance.
—Bueno, más bien he dejado apartado el bote de gomina. Y no preguntaste.
—No sabía que usaras gomina, no se nota, tienes que decirme la marca. Y no hacía falta preguntar, debiste decírmelo una de las ¿cien veces? que lo he mencionado estando contigo.
—La marca es un secreto, como la receta de mi madre de plum cake. Y no han sido tantas veces sino apenas cinco, además de que no tengo especial relación con él, no hasta que apareció por mi consulta hará unos cuatro años con una lesión en la espalda.
—He compartido contigo mi primer medio polvo post-Luis, ¿y no compartirás conmigo la marca de tu gomina? Eso dice mucho de ti y muy poco en tu favor al mismo tiempo. ¿Qué le ocurrió en la espalda para que se lesionara?
Me cogió la copa de malos modos, la dejó sobre la barandilla según su costumbre de hacer equilibrios con cualquier cosa y me tomó de los hombros como si quisiera zarandearme.
—Tener una conversación contigo ya es bastante agotador; dos es casi imposible. ¿Dejamos la gomina para otro día o dejamos a Tony para otro día?
Cretino, bien que sabía la respuesta. Ah, y aun así esperaba que lo dijera en voz alta. Desgraciado.
—Anthony. Pero dime primero qué haces aquí si estás de vacaciones.
Se encogió de hombros, apartando las manos de los míos. Cuando lo hizo sentí su ausencia y un escalofrío recorrió mi espina dorsal.
—Fui a Chelsea un par de días para apartarme —¡¿de mí?!— de la rutina, pero allí tengo a mis tres hermanas que además son mis vecinas y que para colmo me quieren, se preocupan por mí y me visitan a menudo. —Le envidié. Quería una familia numerosa que me quisiera, se preocupara por mí y me visitara a menudo—. Necesitaba un respiro. Y le he cogido el gusto a este lugar en concreto.
—A mí también me gusta. Es muy privado —me encantaba porque era nuestro lugar, suyo y mío—. Aquí siempre es de noche.
Suspiró y se pasó las manos por el pelo y la nuca. Eso significaba que lo que fuera no le agradaba. Comenzaba a descifrar sus gestos.
—Se bloqueó dos vértebras en una escena de la serie en su segunda temporada.
No quería decir cuánto le gustaba estar allí conmigo, aunque yo sabía que era así; pero como hablaba de Anthony Richardson le seguí la corriente.
—Suele hacer él las escenas peligrosas, sin permitir que le sustituya un doble. No me mires así, lo he leído en el The Heaven.
—Definitivamente una fuente fiable. Y por lo que me has contado de Vengeance lo más peligroso que puede hacer su personaje debe ser besar a dos actrices por capítulo. Lleva cinco temporadas en el papel, parece que no pasará de actor de telenovelas.
—También hace teatro, pero no me has contestado. ¿Tony? —Por un momento habría jurado que estaba celoso, pero Ashley era médico y los médicos se creen mejores que el resto de los seres humanos porque salvan vidas, y además me importaba un pito y una pelota qué opinara sobre la prensa o sobre la serie ya que estaba, o sobre su carrera como actor. Quería saber de Anthony Richardson—. No me hagas suplicarte, las señoritas no suplican.
Conocía la obsesión de mi madre, se lo había contado una noche en que hablamos sobre nuestras respectivas familias. Sabía muchas cosas sobre mí, empezaba a darme cuenta. Me pellizcó el puente de la nariz con cariño.
—Ni cotillean tampoco. Pero el día en que fuimos presentados formalmente prescindimos de copas para beber vino, así que se supone que somos íntimos —cómo dijo «íntimos», y la palabra en sí, hicieron que mi estómago se diera un revolcón de deseo. Pero acababa de cenar con Anthony y este doctor era gay y no mi actor hetero favorito—. Fuimos juntos al instituto, y no nos llevábamos especialmente bien entonces. Cosas de tíos, ya sabes. —No, no sabía, pero él no me lo explicaría, eso sí lo sabía—. Y un día apareció en la consulta. Nada más. Así de simple.
Definitivamente, los simples eran los tíos. No es que nosotras seamos cotillas, es que ellos no saben dar emoción a una historia mientras la cuentan.
—Ya.
—Entonces, ¿Tony?
—No lo sé, ya veremos, es pronto. Sólo ha sido una cena.
—Ya te he oído, todo muy victoriano. —Le quemé los ojos con los rayos láser de mi mirada de Supergirl—. Pero si es lo que quieres, entonces será Tony, y dejará de ser victoriano para ser cien por cien Victoria.
—Celebro la fe que me tienes. —Lástima que con él no funcionara, quise gritarle, pero claro, me callé porque no debía y porque se suponía que ya me daba igual.
Ashley se marchó alegando que al día siguiente quería madrugar, dejándome a solas con mi euforia.
Coincidí con Anthony dos días después. A las seis y media se presentó en el gimnasio vestido con un traje de tres piezas gris metálico, una camisa blanca inmaculada y una corbata roja de seda: estaba de infarto.
—¡Anthony! —Maria sonrió feliz, y también él.
—Hola, preciosa.
Por un momento creí que me lo decía a mí y me puse colorada. Afortunadamente, en aquel momento se acercó a las barras paralelas a besar a su prima y ninguno de los dos notaron mi confusión ni mi estupidez.
—Estás guapísimo —¡tranquilas, ésa no fui yo!
—Salgo de rodar exteriores en este momento, de ahí el traje. Estaba cerca y no he podido resistir la tentación de acercarme a verte. Hola, Victoria.
Y se acercó a mí y me besó en la mejilla. No fue un beso tan íntimo como el de hacía dos noches pero tampoco un beso impersonal.
—Hola.
—¿Qué haces a las siete, tienes planes? ¿Qué tal una copa?
¿Por qué daba por sentado que tenía que estar preparada sólo porque apareciera por allí? Aunque no tenía planes, y dejaría lo que fuera por irme a cenar con él, pero eso no venía al caso. ¿Debía hacerme la dura y decir que no? Aunque era un actor, y si decía que no seguro que sacaría una agenda llena de nombres de chicas que me pegaban mil patadas. ¿Qué haría Monique? Pasando de Alberta. ¿Le diría que sí la francesa? Tal vez podría decir que me dejara hacer una llamada… ¡Claro, eso era! Así parecía que tenía algo que hacer, un plan previo, y no parecía una aburrida ni desesperada por quedar… pero aun así mostraba demasiado interés, ¿no? Ains, el día que tuviera todas las respuestas escribía un libro y me forraba.
—¿Victoria? Mi primo te ha hecho una pregunta —la voz de Maria sonaba extrañada.
—Sí, claro, disculpa.
—Quizá se siente obligada. No puedo aparecer por aquí y dar por sentado que estará para mí sólo porque así lo deseo. Es una mujer hermosa, seguro que tiene planes.
¿Quién se resistía a eso? Yo no. Aun así seguí el método de la llamada. Saqué el móvil y lo mostré.
—Dame un segundo, Maria, ¿te importa? Haz el recorrido ida y vuelta un par de veces más si puedes. No fuerces si sientes temblores.
Y ante su negativa —es poco profesional llamar en medio de una sesión— me aparté un poco, asegurándome de que a pesar de la distancia me escucharían, y marqué el número de Ashley. Sí, lo sé, era jugar sucio, pero total, Ashley había dejado claro que pasaba de mí y seguía tonteando en la terraza rozándome a la menor ocasión, compartiendo la botella de vino y mirándome intensamente cuando lo hacía, empezando frases que después no acababa y que prometían… no sé qué prometían, pero callaba y hacía que mi corazón se acelerase. Eso también era jugar sucio, así que…
—Soy yo —dije cuando lo cogió.
—Ya sé que eres tú —dijo divertido—, pero nunca llamas, siempre mandas mensajes. ¿Va todo bien? ¿Es Maria? —Se alarmó.
—No, no, todo bien. Es sólo que me ha surgido un imprevisto y no podré ir a cenar como habíamos quedado.
—Victoria, ¿se puede saber de qué estás hablando? No hemos quedado.
—Sí, a mí también me apetecía ir al Jamie’s BBQ —recordatorio, ya que estaba—, pero me temo que ha sido algo repentino.
Le oí resoplar. Era médico pero no tonto.
—¿Qué…? ¿No estará con vosotras Tony, por casualidad? —Mi silencio fue para él tan elocuente como exacerbante—. Si estás haciendo esto para poner celoso a ese capullo, Vic… Si está ahí, te ha invitado a cenar y te estás haciendo la interesante dándome plantón a mí…
—Me alegra que seas tan comprensivo…
—Comprensivo y una mierda. —¿Palabrotas? Alguien estaba muy mosqueado—. Si dices mi nombre, si le dices que me has plantado por él… ¡¡Pero si ni siquiera hemos quedado!!
—Te resarciré.
—Más te vale. —Pareció relajarse, pero volvió a saltar—. Estás diciendo eso para ponerle celoso a él, y no por compensarme. Vic, me las vas a pagar. En cuanto te coja…
—Gracias, adiós, te veré pronto.
—No te atrevas a colgarme, no te atr…
Bip, bip, bip.
Reconocedlo una vez más: cuando quiero me salgo.
Me volví con una sonrisa triunfal. ¿Celos por mí o por Anthony? ¿A quién le importaba por quién? ¡¡Celos!! No es que me interesara, desde luego que no, como os había dicho Ashley estaba fuera de mi mente, mi corazón y mis brag… bueno, ahí no mandaba yo. Pero era divertido ver que en algo tenía yo la sartén por el mango.
—¿Lista? —me dijo Anthony, satisfecho.
—Todavía no, Maria y yo aún no hemos terminado, quiero moverle las rodillas antes de irme.
Dos sartenes, dos mangos. Ya me tocaba sentirme cómoda con un tío, ¿no?
—Buenas noches. Te llamaré.
Esta vez acarició mis labios con los suyos en una caricia sin lengua pero con la boca abierta. Fue como el beso que compartiera con Ashley, pero sólo en las formas. Aquel otro beso me trastocó hasta los cimientos. Éste me dejó extrañada y nada más.
Una velada fantástica, una charla estimulante, alguna caricia robada… y un casto beso de buenas noches. Sí, todo muy victoriano, de acuerdo. Pero las mujeres de mis novelas no sabían lo que era un buen revolcón. Yo sí, y quería uno. Quizá Anthony fuera de los de la tercera cita. Bueno, ésta había sido la segunda.
Faltaba poco.