XX

Desde el centro de la presa se ve la larga llanura de agua más inmensa, más desoladamente quieta. Es oscura junto a la orilla derecha, alta y rocosa, cortada verticalmente. Hay, a lo largo de esta orilla, más silencio, más quietud. El paredón de rocas permanece impasible y sombrío ante el agua que asciende por él. No pierde nada, es estéril. Quizá hubo un momento de queja en sus grietas, cuando el sol iluminó largamente todo el embalse con sus rayos paralelos a las orillas, enrojeciendo las rocas junto al agua.

La otra orilla es una ribera inclinada, casi llana, que desciende hacia el río para caer sobre él, de pronto, desmayada de sed y de cosechas imposibles. Ahora, el agua sube por ella muy despacio. Los terrenos bajos ya están cubiertos, pero hay en ellos una protesta amarilla y verde, que sube transparentándose hasta la superficie. Toda la cosecha, la mejor cosecha de muchos años, sumergida. Algunos árboles asoman todavía sus copas, su ramaje entero otros. Junto al límite del agua, un sembrado sobresale sus espigas doradas. Se balancean. Pero ya no es el viento quien las mueve. Ahora, sus tallos altos, que el viento amaba, acostumbrados al sol y al aire, ceden, se curvan, obligados por un terror desconocido. Terror a los peces, de repugnante suavidad, bruscos, lentos, fríos, rápidos, curvos. Ellas, las pobres espigas niñas que por primera vez sentían en su alto vientre el trigo creciente, no saben nada del agua. Corrientes frías y cálidas las rozan lenta y silenciosamente. Días tardó el agua en llegar al sembrado. Y ya se la veía cerca. «Un poco más», parecía, «y mojará los sembrados». Pero no. Aún no ha acabado de cubrirlos. Y así, sabiendo ya que serán víctimas del agua lenta y cruel, van perdiendo color, el amarillo de las espigas se va haciendo más pálido.

En el crepúsculo, sube hasta la superficie un resplandor amarillento y verdoso. Trozos de hierba, ramas, flores, insectos muertos, flotan entre las espigas.

Ha caído el sol. El embalse es ahora negro, una gran mancha negra que se pierde entre la tierra, lejos, casi donde el sol acaba de morir.