Ava estaba acurrucada en el rincón del aposento, sin un solo rasguño, pero sobre la cama se veían los restos ensangrentados del cuerpo de Xander. La habitación estaba impregnada de un olor a podrido. Yo me tapé la nariz, pero a Henry no pareció importarle cuando se puso a examinar el cadáver.
Ella y Calíope no nos habían acompañado, habían preferido quedarse en otra ala de la mansión, con Theo, que, por lo que había dicho Calíope, estaba herido pero no de gravedad.
Al parecer, para los moradores de Eden Manor pasar al más allá era el equivalente a morir en el mundo exterior: un final idéntico a la muerte para los vivos. Hasta que sus seres queridos no pasaran también al más allá, no podían volver a verlos. Xander se había ido, se había perdido en el Inframundo, y el único que podía encontrarlo ahora era Henry. Me costó asimilar que aquello no era el verdadero final, que podía perder a Ava otra vez, igual que a todas las personas con las que había trabado amistad desde septiembre, y que esta vez no reaparecerían. Aquella muerte era el paso final para los habitantes de Eden Manor. Para Xander no habría más intermedios. Pese al doloroso vacío que dejaba su muerte en la mansión, me reconfortó un poco saber que aquel lugar todavía formaba parte del mundo que yo comprendía. Un puñal en la espalda equivalía a sangre, y un exceso de sangre equivalía a la muerte.
—¿Ava? —dije al acercarme a ella.
Parecía un animal asustado, listo para huir al menor movimiento.
—Yo no quería —musitó, llorando. Tenía manchas de sangre debajo de los ojos. Debía de habérselas dejado al limpiarse las mejillas—. Pensaba… pensaba que no quería volver a verme, y Xander estaba ahí y yo…
—Está bien —dije, aunque estaba claro que no era así. Me sentía mareada y me costó un enorme esfuerzo no vomitar al ver aquella carnicería, pero aparté la mirada de ella y la fijé en Ava—. Deberíamos lavarte un poco.
La ayudé a llegar al cuarto de baño mientras Henry proseguía con su inspección. En cuanto me aseguré de que no iba a desmayarse, le busqué una bata y me puse a lavarle la sangre de la piel y el pelo. Ninguna de las dos dijo nada. Yo no quería conocer los detalles y ella estaba demasiado trémula para hablar. Cuando estuvo seca, me asomé a la habitación procurando no mirar la horrible escena de la cama.
—¿Qué quieres que haga con ella? —pregunté.
Henry no se había movido.
—Los guardias la acompañarán a otra habitación. Se quedará allí hasta que decidamos si merece castigo.
Palidecí.
—¿Esto es… es otra prueba?
Se acercó a mí en un instante, a velocidad increíble.
—No —contestó—. Xander ha pasado al otro lado. Ahora ven. Ellos se ocuparán de Ava.
Me condujo hacia la puerta, tapándome con su cuerpo la visión del cadáver. Cuando salimos entró una mujer de uniforme, pero apenas me fijé en ella.
—¿Adónde vamos? —pregunté después de respirar una bocanada de aire fresco cuando llegamos al pasillo.
—A ver a Theo —dobló una esquina y lo seguí sin protestar.
Se me encogió el estómago al pensar en qué estado podía estar Theo, pero procuré no pensarlo. Que yo supiera, estaba bien.
Pero en cuanto entramos en su aposento se hizo evidente que no era así. Ella estaba junto a la cama de su hermano. Estaba demacrada y le temblaban las manos. Cuando entramos Henry y yo, me miró con rabia y me paré junto a la puerta.
—¿Cómo está? —preguntó Henry al llegar a los pies de la cama.
Theo estaba inconsciente.
—Tiene una herida en el pecho que me preocupa. Todas las demás son superficiales, pero ha perdido mucha sangre —contestó Ella con voz ronca.
—¿Se despertará pronto? —no había ni una sola nota de pena ni de preocupación en la voz de Henry. Sonaba hueca, y ese vacío me asustó más que cualquier otra cosa esa mañana.
Ella negó con la cabeza.
—No lo sé.
—¿Podrá soportar el dolor si le despierto?
Lo miramos las dos con enfado. Busqué algún rasgo del Henry al que había besado esa noche, pero no lo encontré. Una parte de mí sintió alivio: no quería enamorarme de aquel frío cascarón. Otra parte, en cambio, se preguntó cuál de los dos era de verdad él.
—S-sí —contestó Ella, desviando la mirada después de unos segundos—. Lo soportará.
Hasta yo noté que no estaba muy segura, pero al parecer Henry no necesitaba más confirmación. Soltó mi mano y dio un paso hacia la cama, cerniéndose sobre ella. Un momento después, sin que nada indicara que se había obrado un cambio, Theo dejó escapar un gemido. Tenía los ojos tan hinchados que a duras penas pudo abrirlos el ancho de una rendija. Tosió débilmente, y el estertor de su pecho me hizo estremecerme.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Henry con calma.
Theo se esforzó por responder, abrió y cerró la boca varias veces.
—¿Ava?
—Se ha ido —dijo Ella en tono extrañamente tierno—. No tendrás que volver a verla.
En lugar de parecer reconfortado, Theo desorbitó los ojos e hizo intento de incorporarse.
—¡No! —gimió, y hasta desde el otro lado de la habitación noté cuánto sufría—. Yo no… no quería…
—Ava sigue aquí —añadió Henry, y Ella se giró, asombrada—. Xander se ha ido.
Theo se dejó caer en la cama y cerró los párpados con fuerza.
—Me atacó —farfulló—. Fui a desearle feliz Navidad a Ava y me los encontré juntos. Xander… debió de olvidar las normas. Pensó que iba a atacarle. Sacó su espada y saltó hacia mí y… tuve que defenderme.
Le costaba hablar. Yo ignoraba por qué le estaba haciendo pasar Henry por aquello cuando podía haberlo interrogado una vez recuperado. O mejor todavía, ¿por qué no le curaba, como me había curado a mí? Sospechaba que sus facultades de sanador no se limitaban a los tobillos.
—Cálmate —dijo Henry, e hizo una seña a Ella, que acercó una taza a los labios de su hermano.
Theo bebió, aunque derramó casi todo el líquido sobre su pecho. Ella lo limpió metódicamente con una toalla, como si estuviera acostumbrada a hacerlo, a pesar de que un ceño muy marcado fruncía su frente. Unos segundos después de beber aquel líquido, Theo volvió a relajarse.
—¿Esa es tu versión, entonces? ¿Que no tenías malas intenciones respecto a Xander y que fue él quien te atacó? ¿Solo te defendiste?
—A mí y a Ava —se le cerraron los ojos—. Pensó que iba a por ella.
Henry esperó mientras volvía a quedarse dormido. Cuando su respiración se aquietó, se acercó a mí y, poniéndome una mano en la espalda, me condujo fuera de la habitación.
—¿Ha dicho la verdad? —pregunté.
Henry me miró. Su semblante seguía desprovisto de cualquier rastro de humanidad.
—¿Qué crees tú?
Tragué saliva. Me sentía como si de pronto me hubiera lanzado de cabeza en medio de un lago y ni siquiera atisbara su superficie.
—Creo que necesito hablar con Ava.
Me dejó entrar sola en la habitación, aunque él y dos guardias se quedaron fuera, junto a la puerta, desde donde sin duda podría oír claramente todo lo que dijéramos. No me importó, sin embargo: no era la intimidad de Ava lo que me preocupaba, sino descubrir la verdad. Si Theo había sido sincero, entonces ella no había hecho nada de malo, ¿verdad? Xander había pasado al más allá, sin embargo, y eso no podía ignorarse.
Estaba tumbada de lado en medio de una cama grande, con las rodillas pegadas al pecho. Me senté con cuidado al borde de la cama y toqué su mano.
—¿Estás bien? —la respuesta era evidente, pero fue lo único que se me ocurrió.
—No —contestó con voz estrangulada—. Xander ha muerto.
—Ya estaba muerto —contesté con la mayor suavidad de que fui capaz—. Solo ha pasado al siguiente nivel, nada más.
Se quedó callada. Pasé los dedos por su pelo trigueño, todavía mojado de cuando le había lavado la sangre.
—¿Te han hecho daño? ¿Necesitas que te vea un médico?
—No —masculló—. Estoy bien.
Saltaba a la vista que no estaba bien, pero el trauma de haber perdido a Xander no invalidaba la posibilidad de que hubiera tenido algo que ver en el asunto.
—¿Qué ha pasado?
Dudó y por un segundo pensé que no iba a decir nada. Después habló en voz tan baja que tuve que hacer un esfuerzo por oírla, a pesar de que la habitación estaba en silencio.
—No lo sé. Solo… me desperté y Theo estaba allí, mirándonos a Xander y a mí como… No sé.
Me mordí el labio.
—¿Fue Theo quien atacó a Xander o al revés?
—No lo sé. Me desperté, vi una espada, grité y corrí al rincón. No miré. No podía… —se puso boca arriba y me miró fijamente, con los ojos rojos y llenos de lágrimas—. Había sangre y yo chillaba y ellos se insultaban y no sé qué ocurrió, ¿de acuerdo?
Asentí. Había cerrado los puños y me estaba clavando las uñas en las palmas. Me hacía daño.
—¿Quieres contarme algo más? ¿Algo que vieras u oyeras o…?
—No —se apartó de mí—. Y de todos modos, ya no importa, ¿verdad?
No supe muy bien qué ocurrió, pero fue como si algo se quebrara dentro de mí. Me había pasado meses (años, mejor dicho) intentando impedir que la gente a la que quería se muriera, y Ava, pese a que afirmaba amar a Xander, ni siquiera quería hacer el esfuerzo de averiguar qué había ocurrido.
Me levanté bruscamente y de pronto la habitación me pareció mucho más pequeña que antes.
—¿Es que no lo entiendes, Ava? Xander está muerto. Muerto de verdad, para siempre. No va a volver nunca. Y ahora mismo todo indica que Theo lo asesinó porque te pilló en la cama con él.
Pareció reaccionar. Se giró y me miró con la boca abierta.
—Te diré cómo van las cosas —añadí con vehemencia—. O Theo es inocente y fue Xander quien lo atacó, o Theo es culpable y Xander solo estaba defendiéndose. ¿Te importa siquiera, o solo estás enfadada porque has perdido un juguete?
Empecé a pasearme por la habitación, indignada. No recordaba haber estado nunca tan enfadada.
—Entiendo que estás muerta, que tu vida se ha terminado y que te estás divirtiendo mientras puedes, pero esto ya no tiene gracia, por lo menos para los demás. Estabas jugando con esos chicos como si solo estuvieran aquí para entretenerte. Te comportas como si los demás solo importaran en función de si tú obtienes lo que quieres o no, y ahora Xander está muerto.
—¿Me estás culpando? —preguntó—. Pero yo no lo he matado…
—No lo has hecho pedacitos, pero si esto ha pasado es por culpa tuya —me paré delante de la cama, pasándome los dedos por el pelo—. Ella quiere que te vayas. Y francamente, si lo único que vas a hacer es perder el tiempo acostándote con todos los tíos de la mansión y comportándote como si el mundo girara a tu alrededor, más vale que te vayas. Aquí no sirves de nada. Lo único que has hecho ha sido pelearte con Ella y conseguir que mataran a Xander.
Me arrepentí en cuanto lo dije, pero no podía retirarlo. Era la verdad, o al menos una exageración de la verdad. Cuando miré a Ava, sin embargo, vi a una chica asustada que era amiga mía, y no a la zorra egoísta y odiosa a la que acababa de retratar. Se me revolvió el estómago y la culpa me embargó tan de golpe que sentí que me ahogaba.
—Henry dejó que te quedaras porque somos amigas —logré decir, y aunque mi voz sonó más calmada, había en ella una nota de frío reproche—. Y lo somos, Ava, o al menos creo que lo éramos. Pero Henry se arriesgó por mí, y tú lo único que has hecho es conseguir que muera uno de sus hombres y que a otro lo tachen de asesino. ¿Tienes idea de lo mal que me siento?
Me miró fijamente mientras le temblaba el labio.
—Lo que pasa es que estás celosa —musitó—. Tú tienes que cargar con Henry toda la vida mientras que yo puedo estar con quien me apetezca. Reconócelo. Te estás comportando así porque yo puedo elegir y tú no.
Le lancé una mirada fulminante mientras intentaba ignorar el eco de sus palabras dentro de mi cabeza. ¿Acaso no había pensado yo lo mismo un par de meses antes? En cualquier caso, no iba a darle la satisfacción de creer que tenía razón. No la tenía, ya no.
—No intentes devolverme la pelota —dije—. Pude elegir y lo hice. Y lo que es más importante, me alegro de haber tomado esa decisión y estoy haciendo todo lo posible por hacer un buen papel. No estoy celosa de ti, Ava. Me avergüenzas.
Me dolió ver su mirada herida, pero me obligué a continuar. Tenía que entender que había ciertos límites, y que hasta que no aprendiera a dejar de lastimar a los demás, yo no podría quedarme de brazos cruzados, mirando.
—Quédate en Eden todo lo que quieras, pero no te atrevas a acercarte a mí, ni a Ella, ni a Theo, ni a ningún otro hombre de esta casa, ¿entendido? Déjalos en paz. Déjame en paz a mí. Tengo muchas cosas de las que ocuparme en estos momentos. No quiero tener que preocuparme además de si alguien más va a morir por tu culpa.
Habría reculado si Ava me hubiera mirado, así que salí de la habitación y dejé atrás a Henry, que me siguió hasta mi suite. Me dieron ganas de cerrar de un portazo, pero estaba justo detrás de mí. Pogo y Cerbero seguían acurrucados en el suelo, el uno al lado del otro. Di una patada a una almohada, y cayó a pocos centímetros de ellos.
—¿Y ahora qué? —dije volviéndome hacia Henry—. ¿Nos sentamos aquí a hablar de lo que ha pasado? ¿Qué somos nosotros? ¿Los jueces? ¿El jurado? ¿Qué va a pasar ahora?
—Nada —respondió mientras acariciaba las orejas de Cerbero—. Ya has dictado sentencia.
Me quedé callada un momento.
—¿Qué?
—Ava no volverá a tener ningún contacto romántico con un hombre, ni volverá a tener contacto contigo o con Ella —contestó, y me dejé caer en la cama—. En cuanto a Theo, no puedo pedirte que lo juzgues. Aún no.
—¿Por qué? —pregunté con la garganta seca al darme cuenta de que no volvería a ver a Ava.
Después de todo lo que habíamos pasado juntas desde septiembre, tenía la sensación de haberle fallado. Pero en cierto modo ¿no se había fallado a sí misma? Yo sabía que no era culpa suya en realidad. Ella no podía prever lo que iba a pasar. Pero aun así había sido una irresponsable, y yo se lo había permitido. Aquello pesaba también sobre mis hombros. Pero fuera de quien fuese la culpa, Xander seguía estando muerto.
—Porque todavía no tienes capacidad para descubrir una mentira —se acercó a mi armario y comenzó a mirar la ropa como si estuviéramos hablando del tiempo o de algo igual de prosaico.
Levanté las cejas.
—¿Y tú sí?
No me hizo caso.
—Y tampoco puedes entrar en el Inframundo para interrogar a Xander. Por suerte, no será necesario. Ya sé qué ha ocurrido.
Tomé a Pogo entre mis brazos y lo acerqué a mi pecho. Su calor me reconfortó. No quise preguntar, me daba miedo que Theo fuera culpable, así que no dije nada. Henry no podía seguir rebuscando en mi armario eternamente, y tarde o temprano me lo diría, aunque yo no quisiera oírlo.
Pasó un minuto. Por fin dejó unos vaqueros limpios y una sudadera blanca sobre la cama.
—Theo dice la verdad y por tanto no será juzgado. El castigo que le has impuesto a Ava es justo y no hace falta que yo intervenga. Daré orden de que se cumplan tus restricciones, y todo habrá terminado.
Asentí, aturdida. Dejé a Pogo en el suelo, recogí mi ropa y fui a cambiarme detrás del biombo del rincón. No había nada más que decir, y el peso de la sentencia que había dictado agobiaba mis hombros. ¿Había hecho lo correcto o había reaccionado movida por la furia? ¿Y cómo soportaría Ava verse privada también de Theo y de mí, sintiéndose tan sola como se sentía en aquella casa?
—Te veré en el desayuno —dijo Henry, aunque a mí se me revolvió el estómago con solo pensar en comer.
Oí que la puerta se abría, pero no la oí cerrarse. Distraída aún pensando en lo que le había hecho a mi única amiga en Eden Manor, me abroché los pantalones y salí de detrás del biombo. Henry seguía allí. Una carga invisible parecía encorvar sus hombros, y al meterse las manos en los bolsillos pensé que se parecía tanto al Henry que había visto en la habitación de Perséfone que sentí una punzada de temor. Sus ojos, sin embargo, no estaban muertos, como unas semanas antes. Estaba cansado, pero aún no se había dado por vencido.
—Lo que has hecho nunca es fácil —dijo—, pero era necesario. No puedo ni imaginar lo difícil que ha sido para ti, sobre todo teniendo en cuenta que Ava es tu amiga.
—Era mi amiga —susurré, pero no supe si me oyó.
—No te sientas culpable. Sus actos no son los tuyos. No me arrepiento de haberla invitado a quedarse. Hasta hoy ha sido una buena compañía. Tu seguridad y tu felicidad son lo que más me importa.
Asentí con un gesto y se marchó. Al mirar el reflejo que me había regalado, y que ahora reposaba sobre mi mesita de noche, me sentía más culpable que antes. Por culpable que fuera Ava, si ni siquiera podía protegerla a ella, ¿cómo iba a proteger a Henry?
Aunque aquello no hubiera sido una prueba, aún me quedaban varias por pasar. Una palabra equivocada, una idea errónea, un mal paso y todo se acabaría. La vida de Henry era tan frágil como la de Xander o la de mi madre, y sentí que empezaba a resquebrajarme. Me abrumaba tener que luchar sola por él. Henry se había quedado en el banquillo porque yo lo había obligado, porque lo había llevado allí a rastras y lo había obligado a seguir expectante, a mantenerse en guardia. No podía, sin embargo, obligarlo a que aquello le importara. Yo era la única que luchaba por él, y ya no estaba segura de estar a la altura de las circunstancias.