No obstante su agitación, Johann pudo terminar finalmente su gran cuadro. Lo agobiaba el estado de Pierre y le fue doblemente difícil concentrarse en su labor artística, en la que residía su remanso espiritual y el secreto de su potencia creativa. Debido a su gran voluntad y contra lo adverso de las circunstancias, aquella tarde pudo quedar terminada la gran obra.
Dio los toques finales y sentado frente al caballete sintió de repente un gran vacío. Presentía que en ese cuadro había algo extraordinario una proyección de su propia personalidad; pero también percibía algo yermo e incompleto. Desafortunadamente, no tenía a nadie con quien comentarlo. Otto estaba ausente. Pierre enfermo. No había nadie más. Poco importaba la opinión de los críticos y de los expertos en su anónima lejanía, lo que anhelaba era la reacción de un ser querido, un premio a su esfuerzo y dedicación.
Absorto, lo contempló sin moverse de su sitio: ese lienzo que había acaparado todas sus energías, horas y semanas de entrega a su labor e inspiración.
En su interior pensaba en venderlo y con el producto costear los gastos del viaje al Oriente; pero sin llegar a una resolución salió del estudio. Tenía que ver el estado de su chico, a quien encontró aparentemente mejorado y sumido en un sueño profundo.
—¡Es notable como reaccionan los niños! —susurró Adele, y por el tono de su voz el pintor sintió alivio por el estado de Pierre.
Pero pensar en comer en compañía de su mujer y de Albert no le halagaba, así que les dijo que iría a comer a la ciudad y que regresaría por la noche.
Se fue dejando a Pierre quietamente dormido en su cama.
El niño soñaba que caminaba por el jardín, pero ahí todo había cambiado y no podía llegar a ningún sitio. Todo resplandecía en un mundo de colores, cuyo aspecto era cristalino y misterioso. Se veía cruzando un seto de arbustos con enormes flores. Había una mariposa azul. Todo estaba quieto y le parecía caminar sobre algo muelle y alfombrado. En su paseo le pareció distinguir a su madre, pero ella no lo reconocía, tenía una mirada seria y triste, parecía un espectro y no se fijaba en él. Por otro, sendero vio llegar a su padre y luego a Albert, pero caminaban en una dirección y no reparaban en Pierre, eran como esos seres encantados, errantes, que seguirían su camino hasta el fin del mundo…
Lo más terrible es que Pierre no podía llamarlos, no por algún impedimento físico, sino simplemente por falta de ganas, pero sentía que así debería ser y que no había forma de modificarlo.
Seguía deambulando en sueños entre la belleza del jardín florido. Una y otra vez tropezaba con su madre, su hermano y con su padre, pero siempre pasaban de largo sin verlo, como almas errantes.
Supuso que había pasado mucho tiempo y que todo el mundo de alegría y de aventuras, de felicidad, se perdía en el pasado. ¿Acaso había sido siempre así como en los sueños y no algo ilusorio?
Se fue acercando hasta el depósito de agua para el regadío, donde una vez pudo atrapar dos ranitas, pero el agua estaba inmóvil y apenas reflejaba el amarillo de las flores cercanas. Era un cuadro triste.
Pierre se inclinaba sobre el borde del estanque y vio su imagen reflejada en el agua; pero se encontró pálido, envejecido, y esto lo atemorizaba. Se apartó de ahí desconcertado. Volvió a invadirle la angustia y el terror de su situación. No podía gritar, ningún sonido salía de su garganta.
Trató de incorporarse y le pareció ver venir a su padre; se esforzó por romper el encantamiento, calmar su desesperación y huir del terror buscando auxilio paterno; pero en el estúpido sueño Johann no era sino una forma espectral que no lo distinguía.
Quiso gritarle, pero no salía sonido de su boca; sin embargo, la fuerza de su angustia parecía llegar como un mensaje a la figura errante y solitaria del pintor. Éste, finalmente se volvió y lo miró con una mirada penetrante y extraña, como lo hacía cuando estaba frente a sus cuadros. Le sonrió levemente, compasivo y amable, pero sin la intención de darle consuelo, como si no hubiera forma de ayudarlo. Hubo entonces algo como un chispazo de amor y pesar por el dolor del niño… en ese instante eran como dos almas en comunión, dos hermanos desvalidos y angustiados…
Luego, el padre esquivó la mirada y siguió su peregrinación con apatía e indiferencia. Pierre lo seguía con la mirada hasta verlo desaparecer. El risueño estanque, el jardín y el camino quedaron sumidos en la niebla.
Pierre despertó. Sentía dolor en las sienes, en la garganta seca y ardiente. Se encontró solo y a oscuras en su cuarto. Procuró recordar lo que había pasado, pero su memoria estaba embotada. Presa del cansancio se acostó sobre el otro costado.
Lentamente pudo coordinar lo que había sucedido entre lo real y lo soñado. Sintió cierto alivio, pero se daba cuenta de que estaba enfermo, cosa que en el fondo encontró soportable después de lo terrible de su sueño.
No se explicaba por qué sentía tantos dolores, ni el objeto ni las molestias de enfermarse. ¿Sería acaso un castigo? Pero no encontraba el motivo; no había comido nada prohibido, como aquella vez que comió ciruelas verdes y sufrió un empacho por desobediente. No comprendía esos vómitos por lo que le daban de comer ni esas punzadas en la cabeza.
Seguía despierto cuando volvió a entrar su mamá, que descorrió las cortinas y le preguntó si se sentía mejor, si había descansado.
Pierre no respondió. Se concretó a sostener la mirada de su madre, siempre seria e interrogante. Adele confirmó que no había fiebre y le preguntó si deseaba algo de comer. El chico rehusó.
—¿Te gustaría algo especial?
—Agua —replicó con voz ahogada.
Tomó un pequeño sorbo del vaso, se recostó y cerró los ojos. En la sala de abajo se oía sonar el piano.
—¿Te gusta la música? —preguntó cariñosamente. Pierre abrió los ojos y en su rostro se reflejó una mueca de dolor.
—¡No! —exclamó—. ¡Déjame solo!
Se tapó los oídos y se revolvió en la cama con inquietud. Adele suspiró y salió para pedirle a Albert que dejara de tocar. Al regresar encontró a Pierre nuevamente dormido.
Rosshalde quedó en silencio. Johann se había marchado y Albert, indignado por la suspensión de su música se metió en su cuarto malhumorado. Adele lo imitó, pero dejó abierta la puerta de la alcoba de Pierre.