James 4

—¿Qué cojones estás diciendo? —le espetas. Parece que tu tono de voz provoca que se asuste de verás. No lo pretendías, pero tampoco te importa demasiado.

—Señor —tartamudea el muchacho—, si no le disparan en el cerebro, no dejan de moverse. Está en peligro. Apártese, por favor. Yo mataré a esa cosa…

Alzas el revolver y apuntas al muchacho con el cañón.

—¿Quieres morir, hijo de puta? —dices con un tono monocorde, sin tan siquiera mirarle, mientras tomas conciencia de que serías capaz de dispararle, ahora mismo, sin inmutarte.

El muchacho palidece y se queda mudo, cuando se percata de que morir acribillado es una opción viable en este momento.

—Tira esa puta escopeta —continúas diciendo—. Suéltala, muchacho. No estoy para bromas.

Tragas mocos y saliva y limpias con el dorso de la mano las pocas lágrimas que se te escapan.

—Tienes que creerme —solloza el muchacho—. Esa mujer no está viva. Murió cuando la atacaron aquellas cosas. Yo lo vi.

Sin dejar de apuntar con el cañón de tu revolver al muchacho, vuelves a fijar tu atención en el rostro de Vera.

Te sorprende encontrar sus ojos abiertos, e inexpresivos, porque estás convencido de que los escondiste bajo los párpados. Escrutas detenidamente su expresión. Da la impresión de estar muerta, pero algo te da mala espina.

Bajas el brazo que empuña el arma, y te retiras hacia atrás, un par de pasos.

—Cómo te llamas muchacho —preguntas, esta vez con un tono de voz menos desdeñoso.

—Matt —balbucea el muchacho.

—Yo me llamo, James —dices.

El muchacho asiente varias veces, estúpidamente.

—Vete, Matt —dices, sin tan siquiera mirarlo—. Déjame acabar esto a mí…

Matt duda, y se lleva una mano a la boca, como si quisiera decir algo y no se atreviera. Finalmente, obedece, y se marcha corriendo.