No tenías que haber hablado con él. Ahora vas a matar a una persona, no a un desconocido. Basta con que alguien te diga su nombre para que su muerte te afecte más. Ocurre lo mismo con los animales.
Puedes matar a un ciervo que aparece de pronto, pero te parte el alma tener que matar a la mascota con la que has crecido.
El hecho de que el forastero no ofrezca resistencia, tampoco te facilita las cosas. Tienes las manos empapadas de sudor. No estás seguro de que, cuando aprietes el gatillo, el retroceso haga resbalar el arma y éste se te escabulla entre los dedos.
El forastero se pone de pie y se acerca a los barrotes.
Haces ademán de retroceder, cuando te percatas de que, si quisiera, podría asirte con solo estirar el brazo. Pero finalmente mantienes tu posición. No puede saber que estás aterrado. El forastero agarra el cañón del revolver con el pulgar y el índice y lo eleva hasta situarlo a menos de un palmo de su cara, entre los ojos.
Los nervios te van a desquiciar. Casi apretaste el gatillo cuando él alzó su mano. Estás a punto de sufrir un colapso. Será mejor que intentes relajarte un poco.
El forastero asiente con la cabeza, y suelta el cañón del arma.