Día 30

Febrero os ha recibido con un frío inusual que os obliga a vestiros con guantes y chaquetas. En los armarios de la casa encontráis todo lo que necesitáis. Salís de la casa satisfechos por vuestra seguridad, una protección casi completa para un día como este. Varias capas de ropa, y el frío desaparece. Caminas con la niña por la calle gracias a esas prendas. Durante unos minutos agradeces llevar todo eso encima.

Ahora no.

Ahora levantas el desencofrador demasiado lento por el exceso de ropa. Tienes el muerto tan encima que has de apartarlo de una patada. La niña agarra tu pierna y la proteges usando la pared. Estás arrinconado. El infectado enseña los dientes e intenta golpearte con sus zarpas. Te mueves lento, llega a tocarte, pero la chaqueta para parte del golpe. Se raja la tela exterior, preparas el contraataque.

De atrás hacia delante. Un golpe seco con tu arma en su pecho. Retrocede. Ves su piel rasgada, no sangra. «¿Cómo pueden moverse?». No vas a pensar en ello, ahora no. Esquivas un golpe perdiendo el espacio que has ganado en tu último ataque. El espacio es suyo, el tiempo que has invertido en preparar el brazo para destrozarle la cabeza con el desencofrador, ese es tuyo.

Saltan pedazos y buscas los ojos de la niña. Está tranquila, vuelve a estar tranquila. Antes se había dejado llevar por la locura, por el miedo. Corristeis desde la gasolinera a un portal. Allí, donde estás ahora, empezó a llorar. Después vino el combate, un combate más.

Sales y ves como corre hasta la pelota. La olvidasteis ayer, la recordarás toda tu vida. La coge y vuelve hasta ti, hasta tu brazo. Durante el día parece feliz caminando contigo. Luego pasa el resto del tiempo leyendo en su cama. Aún no habla, solo lee. Como ahora. Se detiene delante de un periódico viejo y pasa las páginas con velocidad.

Aprovechas ese tiempo para registrar la gasolinera. No sabes muy bien el porqué, pero ayer no lo hiciste. Está vacía y tiene todos los cristales rotos. Debieron saquearla hace tiempo. Afortunadamente para ti tampoco hay ningún cuerpo pudriéndose. La niña sigue leyendo. Es una fijación, una obsesión.

Inventas una posibilidad.

No sabes cuánto tiempo estuvo sola en aquel colegio, pudieron ser meses. Esos días los pasó rodeada de muertos que no la detectaron. Como estaba sola hizo lo que harían todos los niños, jugar. Pero como el juego hubiera provocado que la descubrieran se puso a leer. Tal vez leyó demasiado y se olvidó de hablar. Tal vez alguna vez habló para después tener que huir. No sabes nada con certeza, pero inventarle un pasado así hace que la sientas más cerca.

—¿Vamos a casa?

Afirma con la cabeza.

—¿Cuántas veces has leído los tebeos que hay allí?

Agita la mano como un bebé. Supones que ese gesto significa que los ha leído tantas veces que se los sabe de memoria.

—¿Quieres que mañana busquemos más?

Mira hacia delante y afirma con la cabeza. Más progresos.

—¿Dónde quieres ir?

— A buscar tebeos.

— ¿Estás loco?

— No.

— ¿La cría no tiene bastantes con los de aquí?

— No, los ha leído ya demasiadas veces.

Salva ha perdido la cara de niño feliz con la que te recibió el primer día en esta casa. No queda nada de ella. La herida está mejorando. Él no. Cada vez está más triste, cada vez encuentra nuevas razones para quejarse. Buscar nuevos tebeos para la niña le irrita bastante.

—Lo que deberíamos hacer es encontrar más comida.

— Ya lo hacemos, solo te digo que la niña necesita más distracciones.

— La comida empieza a acabarse.

— Lo sé, lo sé. Pero las casas del barrio también empiezan a acabarse.

— Tenemos el campo.

— No, tenemos un campo, un pequeño campo. Además, esta niña necesita educación, necesita volver a hablar. Si no nunca será útil.

Cuando Salva escucha la palabra útil cambia su cara. Sabes que está de acuerdo con el fondo de tu argumentación. Esa niña tiene que volver a hablar, tiene que convertirse en uno más del grupo, porque dentro de un tiempo la necesitaréis también a ella.

—Conozco un par de casas en el barrio en las que podríais encontrar algo. Había un par de compañeros del instituto que coleccionaban tebeos. Deben de estar en sus cuartos. Mañana te daré la dirección.

Te dará la dirección él a ti. Perfecto. No irá de expedición contigo, con vosotros, pero no se opone. ¿Cómo iba a oponerse? Está todo el día en casa, con la pierna vendada, dejando pasar el tiempo. Esta propuesta es algo en lo que pensar, algo nuevo con lo que entretenerse unas horas.

—Hasta ahora no había pensado que la niña necesitara una educación. Me centro demasiado en el día a día.

— Es normal, piensa que llevamos un año luchando. Pero educar a esta niña es como lo que habéis estado haciendo vosotros con el barrio. Hay que dejar las cosas preparadas para el futuro. Debemos de ser optimistas.

Esa argumentación parece que le tranquiliza. Le miras y ves que lleva varios días sin afeitarse. Tiene un aspecto triste, enfermo. Sabes que dentro de un tiempo no tendrá excusa para quedarse en casa. Cuando llegue ese momento tendréis que discutir de nuevo la organización del grupo.

La niña duerme en la habitación. Ya no hay luz para seguir leyendo. El día se ha acabado para ella.