Tal vez Eva supiera qué hacer en esta situación, tal vez ella fuera más útil que tú en este momento concreto de la guerra. Tal vez. Pero ahora no está, no superó la primera criba. Posiblemente no consiguió sobrevivir. No. Tú no serás tan útil en el futuro, pero ahora eres el que estás aquí.
Estás.
Estáis.
Los tres, la niña también. Una niña, una futura mujer, un recuerdo. En tu cabeza no deja de repetirse la escena de la muerte de Alberto. Es un bucle infinito que te atormenta y te impide centrarte en la realidad. Un recuerdo que se ha enquistado en tu memoria. Una egoísta porción del pasado que exige su lugar en el presente.
Salva tiene que estar pasando por algo parecido. Una tortura cíclica, un tormento innecesario. Por eso huye cada mañana, por eso te deja solo con la niña todos los días. Cada noche regresa con la maza cubierta de sangre y con pocas ganas de hablar. Tú cuidas de la niña. Cuidas de ella e intentas recuperarla, intentas que vuelva a hablar.
Lo intentas, una noble intención.
Ahora enciendes un cigarro para pasar el tiempo. Un cigarro con el que olvidarte de esto y recuperar a Eva, recuperarla antes de que empezara esta guerra. El calor del humo en tus pulmones simula de una forma bastante eficiente el calor que sentías al abrazarla. Un placebo, una farsa, una impostura para sobrellevar estos días en los que no sabes muy bien qué debes de hacer.
La niña pasa los días encerrada en los libros que habéis encontrado en las estanterías.