Día 04

—Ahora ponte en ese lado y empuja hacia allí.

—¿Así?

—Sí, empuja, no te preocupes por el coche.

El vehículo golpea contra una furgoneta que está aparcada en la acera. Escuchas un fuerte ruido. Sudas. Alberto anda unos pasos y mira hacia el último piso de la finca. Salvador baja los prismáticos. Escuchas el silbido. Uno. Podéis seguir trabajando, nada se ha movido después del choque.

—En serio, Alberto, ¿por qué no los encendemos y los apartamos?

—Porque podrían oírnos.

—Sería un momento.

—No podemos arriesgarnos.

No puedes hacerlo, pero te sientes tan cansado, te duelen tanto los brazos, que estás deseando acabar ya con esta calle. Este es el segundo día en el que os dedicáis a despejar las zonas más cercanas a vuestra casa.

—Además ahora es más sencillo, somos dos aquí abajo. Hasta que llegaste tú teníamos que ir turnándonos Salva y yo. Uno aparcaba, otro vigilaba.

Se le resbala el rifle. Lo tiene colgado en la espalda y cada vez que hace un movimiento brusco se mueve de su sitio. Nunca se separa de él.

—Sigo sin entender por qué lo hacemos.

—Porque tenemos que limpiar el barrio. Dejarlo habitable.

—Me parece una pérdida de tiempo.

—A mí una inversión. Si no quieres seguir empujando súbete arriba.

Continúas bajo el sol apartando las barricadas que muchos utilizaron para protegerse. Recuerdas que en un primer momento los coches fueron la mejor idea. Veías como se marchaban corriendo, embistiendo muertos a toda velocidad en las calles. Pero pronto paraban. Siempre había otro vehículo cruzado, ardiendo en la esquina siguiente. Allí lo abandonaban e intentaban huir a pie, pero el ruido del motor había alertado a los muertos que deambulaban por la zona. Demasiados perdieron la vida así.

Ahora tus compañeros están dejando las calles transitables, están apartando los coches para que aquello se parezca cada vez más a una ciudad, a la imagen que los tres tenéis de ella. Crees que es un esfuerzo vacío y que deberíais estar haciendo otras cosas. Pero no quieres insistir. Eres el nuevo, el último en llegar, y debes permanecer callado. Además, te sientes incómodo hablando, comentando, aceptando responsabilidades.

Al final termináis esa calle y regresáis a la casa. El sol de invierno deja de calentar y te enfrías con rapidez. Los tres estáis cansados. Los tres. Ves que Alberto os deja solos en cuanto habéis comido algo. Se marcha de la cocina. Carga con demasiado peso en su espalda. Tu imaginación se pone a funcionar y lo ves sentado en su cama pensando en su esposa muerta, en la mujer que abandonó. Salvador te interrumpe.

—¿Sabes? Siempre he visto esta guerra como esos combates en los videojuegos en los que tienes que pulsar una secuencia de botones en el orden correcto o acabas muerto.

—¿Cómo en el God of War?

—Sí. ¿Sabes a lo que me refiero?

Claro que lo sabes. Videojuegos, nadie mejor que tú para hablar de videojuegos. Botones, más botones, combinaciones perfectas. Victoria final. Claro que sabes a lo que se refiere.

—Pues eso, que a veces tengo esa sensación. ¿Sabes? Hasta ahora creo que he pulsado los botones correctos en el momento correcto. Pero ¿y si fallo?

«Pues si fallas, mueres y te conviertes en uno de ellos». No hay vuelta atrás, no hay continues, no se puede salvar la partida. Hay que pasarse el juego con una sola moneda, con una sola vida. Si lo haces todo bien y te equivocas en el último instante acabas como John Travolta en Pulp Fiction, muriendo de la forma más patética que existe.

Durante un rato seguís hablando de videojuegos, de historias comunes, de referentes compartidos. Notas como se va fortaleciendo algo entre vosotros. Aun así pones barreras, creas un gran muro. No quieres encariñarte, no quieres generar ningún tipo de vínculo emocional con esa persona.

Tú eres tú, no vosotros. En esta historia muere demasiada gente. Son muchos los que se equivocan en el último botón de la secuencia y acaban con las tripas abiertas en mitad de la calle.

Termina la conversación y te sientes aliviado. Con un par de excusas te encierras en la habitación. Te tumbas en la cama y notas como se va haciendo de noche. Aunque tenéis linternas, aunque podríais encender velas, no lo vais a hacer. Ninguna luz puede salir de esta casa. No podéis revelar tan fácilmente vuestra ubicación. Así que dejas pasar el tiempo.

Se hace de noche, hoy no hay guardias. Estás tan cansado que sin darte cuenta te vas durmiendo. Vuelves a ver telarañas en tus sueños. Robert Smith regresa con su voz de niño asustado. Lullaby. Una nana. Te duermes.