Día 0

Ella está sentada junto a ti sin decir nada. Lleva varios días en silencio, mirando por la ventana. Tiene miedo, el mismo miedo que tú. Es una sensación que os recorre el cuerpo y que no os permite dormir.

Los gritos, las explosiones, los silencios. Todo lo que ocurre en la calle llega hasta vuestro búnker. Un refugio de ochenta y cinco metros cuadrados y paredes de ladrillo. Una fortaleza que tiene como única ventaja ser igual que el resto de la ciudad.

La ciudad.

Las luces de la ciudad.

La oscuridad.

Anochece y vosotros seguís allí, callados. No tenéis hambre. Ella se toca el pelo sucio que le llega hasta los hombros. Sigue mirando por la ventana. Te acercas y la acaricias. Ni un sobresalto, ni su cabeza buscando el roce de tus manos, nada. Sigue mirando y tú continúas esperando una respuesta.

Silencio.

No sabes cuantos días lleváis encerrados. La comida se acaba, el tabaco también. Has estado controlando los cigarros, pero el último paquete del último cartón está ya en tu bolsillo. Una tranquilidad. Una certeza. Te acercas a la ventana y la abres un poco para dejar escapar el humo. Miras a la mujer que hay a tu lado, pero ya ni siquiera reacciona ante el tabaco. Ya no le molesta, no le molesta nada, simplemente sigue callada, casi no come. La suciedad le ha ido cubriendo el cuerpo. Sacas el paquete de tabaco, miras el solitario cigarro y te acercas a ella.

—Hoy dejo de fumar.

No hay respuesta. Habrías llorado de alegría si, como siempre, te hubiera dicho «hasta cuándo». Pero no hay nada en ella. Miras en tus manos y no ves ningún compromiso. Nada te ata a aquella casa, a aquella persona. Te preguntas hasta dónde debes aguantar, cuál debe de ser tu papel en esta historia. Luego la miras.

Reconstruyes su cara, la ves igual que era antes de esa guerra y vuelves a sentirla dentro de ti.

Después viene la lucha.

Tras la lucha el silencio.

El silencio de una nueva casa en la que esconderse en soledad. El silencio de las calles vacías. El silencio de los rumores lejanos. Al principio lloraste sin poder culparte de nada. Te hubiera gustado hacerlo, la culpa habría sido una respuesta.

No pudiste.

Hoy sigues sin hacerlo.

Llevas casi un año sin encender un cigarrillo, más de trescientos días sin que el humo invada tus pulmones. Once meses luchando en una guerra sucia y miserable sin el calor en tu garganta. Demasiado tiempo para permanecer sin vicios. Demasiado tiempo para estar solo.

Demasiado.