ME dirigí a mi habitación, tomé una de mis maletas, guardé en ella la pequeña botella y los documentos referentes a Bodrugan y la cerré. Luego fui al encuentro de Vita.
—¿Encontraste algo? —me preguntó.
Moví la cabeza negativamente. Vita me acompañó hasta la sala de música. Me serví un vaso de whisky.
—Deberías servirte un vaso tú también —le dije.
—No tengo ganas —me respondió. Se sentó en el sofá y encendió un cigarrillo Estoy segura que debemos telefonear a la policía.
—¿Para decir que Magnus ha tenido la idea de vagar un poco por los campos? Tonterías. Él sabe muy bien lo que hace. Debe conocer el distrito como la palma de su mano, en un perímetro de varias millas.
El reloj dio la medianoche. Si Magnus descendió del tren en Par, debía estar caminando desde hacía cuatro horas y media…
—Vete a la cama —le dije—. Pareces muy cansada. Esperaré, por si llega. Me tenderé en el sofá, si me coge el sueño. Tan pronto amanezca, si estoy despierto y si él no ha aparecido todavía, tomaré el coche y le buscaré de nuevo.
Era verdad: Vita tenía un aspecto de cansancio casi enfermizo. No trataba de desembarazarme de ella. Se puso de pie, sin saber qué hacer. Se dirigió hacia la puerta. Me miró por encima del hombro.
—Hay algo extraño en todo esto —dijo lentamente—. Tengo el presentimiento de que sabes más de lo que dices.
No había preparado ninguna respuesta para eso.
—Bien, trata de dormir un poco —continuó Vita—. Algo me dice que vas a necesitarlo.
Oí la puerta de la habitación que se cerraba. Me eché sobre el sofá, con las manos en la nuca. Traté de reflexionar. Solamente había dos alternativas. La primera, que era la que yo había imaginado al principio: Magnus había decidido encontrar el emplazamiento de Gratten; habiendo perdido el camino, o habiéndose doblado un tobillo, había decidido esperar en algún sitio hasta que amaneciera; la segunda… y esta era la que yo temía: Magnus había emprendido un «viaje». Había vertido el contenido de la botella B en algún pequeño recipiente que él llevaba en su bolsillo, había descendido del tren en Par y había caminado hacia Gratten, hacia la iglesia, hacia algún sitio de la región, y entonces había bebido el contenido y esperado… esperado a que surtiera efecto. Una vez que esto hubiera ocurrido, Magnus no sería responsable de su comportamiento. Si el tiempo lo arrastró hacia aquel otro mundo que ambos conocíamos, Magnus no sería necesariamente testigo de lo mismo que yo había visto; la escena podía ser diferente, el momento revivido anterior o posterior; en todo caso, la consecuencia funesta de tocar a alguien, sería la misma tanto para él como para mí: náusea, vértigo, confusión mental. Magnus, según me parecía, no había experimentado la droga en sí mismo desde hacía tres o cuatro meses; quizá él, aun siendo el descubridor, no tenía la misma fortaleza para resistir sus malos efectos, como yo, su conejo de Indias.
Cerré los ojos y traté de imaginarme el cuadro: Magnus que sale de la estación, que sube a la colina y atraviesa los campos hasta llegar a Gratten; luego, Magnus que bebe la droga, riendo para sí mismo: «¡ganaré una etapa sobre Dick!». Luego, el salto hacia el tiempo pasado, con la bahía allá abajo, los muros de la casa alrededor de mi amigo, Roger a su lado conduciéndole ¿a dónde?… ¿A qué encuentro extraño en la colina o sobre la playa? ¿En qué mes, en qué año? ¿Vería Magnus lo que yo vi, el barco que encallaba, sin mástiles, al entrar en el estuario y los jinetes corriendo sobre la orilla opuesta? ¿Vería a Bodrugan ahogarse? En tal caso, su reacción podía ser diferente de la mía. Conociendo yo su temperamento dramático, Magnus podía haberse lanzado de cabeza a la corriente y tratado de llegar a la otra orilla; pero entonces no había allí una corriente, sino un valle lleno de maleza, de pantano, de árboles. Magnus podía encontrarse allí ahora, en aquella tierra desértica, pidiendo auxilio, sin que nadie le oyera. No había nada que hacer. Nada, hasta la madrugada.
Logré dormirme; me desperté con un sobresalto a causa de una pesadilla que se desvaneció inmediatamente; en seguida volví a dormirme. Un sueño más profundo cayó sobre mí al amanecer, pues recuerdo que me desperté una vez y miré el reloj: eran las cinco y media; luego me dije que otros veinte minutos no me harían mal; cuando me desperté de nuevo eran las siete y diez.
Me preparé una taza de té. Subí al baño, me lavé y me afeité. Vita ya estaba despierta. No me hizo ninguna pregunta. Sabía que Magnus no había llegado.
—Voy a la estación de Par —le dije—. Allí sabrán si Magnus entregó su billete en este sitio. En seguida trataré de seguir sus movimientos desde allí. Alguien debe haberle visto.
—Será mucho más sencillo si vas directamente a la policía.
—Lo haré, si nadie puede darme razón de Magnus en la estación.
—Si tú no lo haces, lo haré yo misma —dijo Vita en el momento en que yo salía de la habitación.
Un primer contratiempo en la estación: alguien que pasaba por allí me dijo que no abrirían la oficina hasta dentro de una hora. Empleé ese tiempo en ir al puente que pasa por encima de la línea del ferrocarril y desde el cual se divisa el valle. En otro tiempo todo esto había sido un amplio estuario. El navío de Bodrugan, destrozado por la tormenta, habría pasado a la deriva por este sitio exactamente. Arrastrado por la marea y por el viento, sir Otto había buscado refugio cerca del promontorio, pero allí había encontrado la muerte. Hoy, en parte un pantano y en parte abundante maleza, era relativamente fácil trazar el curso primitivo de la corriente a través del mismo valle. Un hombre, enfermo o herido, podía yacer bajo los matorrales durante días, durante semanas, sin que nadie se enterase. El terreno sobre el que se levantaba la estación, el espacio abierto entre Par y el pueblo vecino de St. Blazey, era aún en gran parte un campo yermo; había lugares allí en los que nadie se aventuraba. Excepto quizá alguien cuya mente se encontrara sobre la cubierta de un navío que atravesaba aguas profundas, mientras su cuerpo se debatía entre el pantano y la maleza.
Volví a la estación y encontré la oficina abierta. Por primera vez tuve la evidencia de que Magnus había llegado. El empleado no sólo había recibido su billete, sino que lo recordaba. Alto, con los cabellos grises, sin sombrero, una americana y pantalones oscuros, sonriente y con un bastón. En cambio, el empleado no había visto la dirección tomada por Magnus al salir de la estación.
Subí al coche y recorrí medio trayecto de la carretera que conducía a la colina. Allí comenzaba un sendero hacia la izquierda, que Magnus pudo haber tomado. Lo seguí, atravesando los campos en dirección a Gratten. Hacía un calor húmedo, que presagiaba un día de alta temperatura. El granjero a quien pertenecía el terreno debió de haber abierto una puerta en alguna parte después de la noche anterior, pues las vacas vagaban por la ladera de la colina, entre los matorrales y los terraplenes, siguiéndome con curiosidad hasta la entrada de la cantera.
Busqué con mucho cuidado, inspeccioné cada rincón, todas las zanjas, pero sin resultado. Miré abajo, al valle, más allá de la línea del ferrocarril, hacia la masa de árboles y de maleza que cubrían lo que en otro tiempo era el lecho del río. Parecían un tapete de hilos de seda que tenían todos los matices del verde dorado. Si Magnus se encontraba allí, nadie podría encontrarlo, a no ser con perros rastreadores.
Entonces supe lo que tenía que hacer, lo que debía haber hecho antes, lo que debía haber hecho la noche anterior. Tenía que ir a la policía. Debía ir allí, como cualquier otra persona cuyo huésped no ha aparecido y han pasado ya doce horas desde la llegada del tren, y se sabe que llegó precisamente en el tren que había anunciado.
Recordé que había un puesto de policía en Tywardreath. Hice mi triste camino de regreso en esa dirección. Me sentía incómodo, culpable, como se sienten aquellas personas que nunca han tenido líos con la policía, excepto en pequeños problemas de circulación. Por otra parte, mi historia, tal como la transmití al sargento, parecía bochornosa y en cierta manera indicaba una falta de responsabilidad por mi parte.
—Quiero denunciar la pérdida de una persona.
En ese momento tuve ante mis ojos la imagen de uno de aquellos carteles en que la fotografía de un criminal aparece con las palabras «SE BUSCA» en la parte inferior. Respiré hondo y conté todo lo sucedido desde el día anterior.
El sargento tenía buena voluntad de ayudarme. Era extremadamente simpático.
—No he tenido el placer de conocer personalmente al profesor Lane, pero por supuesto todos sabemos quién es. Usted ha debido de pasar una noche llena de ansiedad.
Sí.
—No se nos ha comunicado ningún accidente —dijo el sargento—, pero, evidentemente, me pondré en contacto con Liskeard y St. Austell. ¿Quiere tomar una taza de té, señor Young?
Acepté agradecido. Entretanto, él fue al teléfono. Tuve la misma sensación dolorosa que se siente en la sala de espera de un hospital mientras están operando a un ser querido. No podía hacer nada. El sargento regresó.
No hay comunicación de ningún accidente. Están pasando aviso a los coches patrulla del distrito, y a los otros puestos de policía. Creo que lo mejor que usted puede hacer es regresar a Kilmarth y esperar allí las noticias que le comunicaremos. Quizá el profesor se torció un tobillo y pasó la noche en una de las granjas. Es verdad que la mayor parte tienen teléfono, y es extraño que él no le haya llamado a usted para avisarle. No hay precedentes de pérdida de la memoria, supongo.
—No, nunca. Estaba en muy buena forma, además. Cenamos juntos en Londres hace algunas pocas semanas, y no le noté nada.
—Pues bien, no se preocupe usted demasiado. Probablemente habrá una explicación muy simple para todo esto.
Volví al coche, con la misma sensación molesta. Me dirigí a la iglesia. Pude oír el órgano. Debían estar en un ensayo del coro. Pasé la verja y fui a sentarme sobre una de las tumbas, cerca del muro que rodeaba el huerto de la abadía en otro tiempo. El sitio en que yo me sentaba en ese momento debió de ser el dormitorio de los monjes, en la parte sur de la abadía. Cerca se hallaría la cámara de huéspedes en donde el joven Henry Bodrugan murió de viruela. En ese otro tiempo, quizá el joven estaba a punto de morir. Quizá el hermano Jean estaba preparando alguno de sus diabólicos brebajes que habrían de arreglarlo todo rápidamente; en seguida enviaría un mensaje a Roger para que diera la noticia a la madre de Henry y a su tía, Joanna Champernoune. Me sumergía en malos presentimientos referentes a uno y otro mundo: a Roger, al monje, al joven Bodrugan, a Magnus. Todos nos encontrábamos unidos como eslabones de una misma cadena a través de los siglos.
En una noche así
Medea preparaba las hierbas mágicas
que rejuvenecerían al viejo Eson…
Magnus pudo sentarse en este mismo sitio y tomar aquí la droga. Pudo encaminarse a no importa qué sitio de los que yo había visitado.
Me dirigí en coche a la granja donde había vivido Julián Polpey seis siglos antes y marché a lo largo del sendero hasta Lampetho. Si yo había atravesado este sitio pantanoso con mi cuerpo en el presente y mi cerebro en el pasado, Magnus pudo haber hecho lo mismo. Ahora no existía la marea sino la maleza y las charcas; sin embargo, el sitio me parecía conocido, como si lo hubiera visto en un sueño ya olvidado. El sendero se perdía en el fango; no podía ver la manera de atravesar el valle hasta el otro lado. Sólo Dios sabe cómo logré hacerlo de noche siguiendo a Otto y a los otros conspiradores. Volví atrás. Un viejo salió de la granja de Lampetho y llamó a un perro que corría ladrando hacia mí. Me preguntó si había perdido mi camino. Le dije que no, y le pedí excusas por haber entrado en su propiedad.
—Por casualidad, ¿no ha visto usted a alguien pasar por aquí anoche? —le pregunté—. Un hombre alto, con cabellos grises y apoyándose en un bastón.
El viejo movió la cabeza.
—No tenemos muchos visitantes que vengan por estos lados. El camino no conduce a ninguna parte, excepto a esta granja. La mayor parte se quedan en la playa de Par.
Le di las gracias y volví al coche. Pero no estaba convencido. El hombre podía haberse encontrado en el interior de la casa entre las 8,30 y las 9. Magnus podía, pues, hallarse tendido en medio de la ciénaga, abajo de la granja… Pero, de todos modos, alguien debió verlo. El efecto de la droga tuvo que haber cesado horas antes. Si la tomó a las ocho y media, o a las nueve, Magnus debió volver en sí hacia las diez, o las once, o a medianoche.
Un coche de la policía esperaba a la entrada de la casa cuando llegué. Al entrar oí a Vita decir:
—Aquí está mi marido.
Un oficial de policía y un alguacil la acompañaban en la sala de música.
—Temo que no tengamos noticias útiles para usted, señor Young —dijo el inspector Solamente una pequeña pista, que puede conducimos a algo. Un hombre de la apariencia del profesor fue visto anoche entre las nueve y las nueve y media caminando a lo largo de la ruta de Stoneybridge, arriba de Treesmill y más allá de la granja de Trenadlyn.
—¿La granja de Trenadlyn? —repetí.
La sorpresa debió reflejarse en mi rostro, pues el inspector dijo inmediatamente:
—¿La conoce usted entonces?
—Sí, claro que sí. Está mucho más arriba en el valle que Treesmill; es la pequeña granja que se encuentra al lado mismo de la carretera.
—Exacto. ¿Tiene usted alguna idea de por qué el profesor Lana podía encontrarse en ese sitio, señor Young?
—No —dije vacilando—. No… no hay nada que haya podido invitarle a seguir ese camino. Yo habría esperado más bien que caminara hacia la parte inferior del valle, más cerca de Treesmill.
—Pues bien, la información que tenemos es que un caballero fue visto por Trenadlyn entre las nueve y las nueve y media. La señora Richards, esposa del señor Richards, dueño de la granja, le vio por la ventana. En cambio, su hermano, que trabaja en la granja de Great Treveryan, no vio a nadie. Si el profesor Lane se dirigía hacia Kilmarth, parece que tomó un largo rodeo, aun en el caso de que quisiera hacer un poco de ejercicio después de estar sentado en el tren mucho tiempo.
—Sí, pienso lo mismo —dije. Luego añadí con cierta vacilación—: Inspector, el profesor Lane está muy interesado en sitios de interés histórico. Tal pudo ser la razón de su caminata. Creo que buscaba el emplazamiento de una antigua mansión feudal que debió encontrarse por ese lado. Pero no pudo ser ninguna de las granjas que usted ha mencionado, pues en ese caso, el profesor habría llamado a la puerta de una de ellas.
Ahora sabía por qué Magnus (pues debía haber sido Magnus el hombre visto por la mujer, según su propia descripción) había estado caminando más allá de Trenadlyn sobre la ruta de Stoneybridge. Era el camino tornado por Isolda y Robbie, cuando habían cabalgado hacia el estuario de Treesmill, en donde encontraron el cadáver del desgraciado Bodrugan. Era el único camino hacia el desconocido Tregest cuando el estuario estaba cubierto por la inundación del río o por la marea. Magnus, al pasar por la granja de Trenadlyn, debía encontrarse en ese tiempo, siguiendo a Roger y a Isolda.
Vita, sin poder contenerse ya más, se volvió hacia mí impulsivamente.
—Querido, todo este asunto de un interés histórico no tiene nada que ver aquí. Por favor, no te enfades si me entrometo, pero es algo esencial. —Se volvió hacia el inspector—: Estoy segura, como lo estaba mi marido anoche, de que el profesor Lane iba a visitar a algunos de sus amigos, llamados Carminowe. Oliver Carminowe no tiene su nombre en el anuario telefónico, pero ciertamente vive en este distrito, por allí por donde el profesor Lane fue visto anoche.
Es evidente para mí que él se dirigía hacia allí; cuanto antes se tome contacto con esa gente, mejor.
Hubo un corto silencio después de su intervención exaltada. El inspector me miró. La expresión de su rostro había cambiado; ya no reflejaba preocupación, sino sorpresa y aun reproche.
—¿Es verdad eso, señor Young? Usted no me dijo nada acerca de la posibilidad de que el profesor Lane visitase a algunos de sus amigos.
Sentí que mi boca temblaba en una sonrisa.
—No, inspector, por supuesto que no. Pero no se trata de una visita del profesor a algún amigo. Me temo que mi esposa se dejó tomar el pelo por el profesor; yo, tontamente, no hice nada para descubrirle la verdad y continué la broma. No existe ninguna persona que se llame Carminowe.
—¿No existe? —dijo Vita—. Pero si tú viste a sus niñas cabalgando el domingo por la mañana; dos niñas acompañadas de su nodriza. Me lo dijiste.
—Te lo dije, sí. Pero repito que te estábamos tomando el pelo.
Me miró con incredulidad. Podía decir, por la expresión de sus ojos, que creía que yo estaba mintiendo para cubrir a Magnus y a mí mismo y librarnos de una situación molesta. En seguida encendió un cigarrillo, echó una mirada al inspector y se encogió de hombros.
—Qué broma tan tonta. Excúseme, inspector.
—No se preocupe, señora —dijo el inspector, con una expresión aún más dura que antes—. Se nos toma el pelo de vez en cuando, sobre todo en nuestra profesión de policías. Se volvió en seguida hacia mí: —¿Está usted seguro de eso, señor Young? ¿No conoce usted a nadie a quien el profesor Lane hubiera querido visitar después de su llegada a la estación de Par?
—Absolutamente seguro, no. Lo que yo sé es que nosotros somos mis únicos amigos aquí y que él venía a pasar el fin de semana en nuestra compañía. La casa pertenece al profesor, como usted sabe. Nos la ha prestado durante las vacaciones. Con toda sinceridad, inspector, yo no comencé a preocuparme acerca de la suerte del profesor Lane hasta esta mañana. Conoce muy bien toda la región, pues su padre, el comandante Lane, poseía ya esta casa desde hacía mucho tiempo. Estaba seguro de que no podría perderse y de que aparecería de un momento a otro con una explicación aceptable acerca del motivo de su tardanza.
—Lo comprendo —dijo el inspector.
Nadie dijo nada durante un rato. Yo tenía la impresión de que mi historia no le convencía, como no convencía tampoco a Vita, y de que ambos pensaban que Magnus había emprendido alguna operación sospechosa en la que yo trataba de protegerle. Y realmente era verdad.
—Ahora caigo en la cuenta —dije—; yo debí de haberme puesto en contacto con usted desde anoche. El profesor Lane se habrá torcido un tobillo. Quizá ha estado pidiendo auxilio, sin que nadie le oiga.
No debe de haber mucha circulación por esa carretera, una vez que cae la noche.
—No —dijo el inspector—. Sin embargo, la gente de Trenadlyn y de Treveryan se habrán levantado pronto esta mañana; si hubiera habido un accidente en ese sitio, con alguien pidiendo auxilio, va habrían avisado. Lo más probable es que el profesor se haya dirigido hacia la carretera principal; allí ha podido tomar una de las dos direcciones, o bien hacia Lostwithiel o de regreso hacia Fowey.
—¿El nombre de Tregest no le sugiere a usted nada? —pregunté cautelosamente.
—¿Tregest? —El inspector pensó un momento, luego movió negativamente la cabeza—. No, nada en absoluto. No me suena. ¿Es el nombre de un lugar?
—Creo que existía una granja de tal nombre en este distrito, en otro tiempo. El profesor Lane pudo haber tratado de encontrarlo. Es algo que tiene relación con sus investigaciones históricas.
En ese momento tuve otra idea:
—Trelawn, ¿dónde se encuentra exactamente Trelawn?
—¿Trelawn? —repitió el inspector con sorpresa—. Es una finca situada a unas pocas millas de Looe. Debe encontrarse a unas 18 millas o más de aquí. Seguramente que el profesor no trataría de dirigirse allí a pie a las nueve de la noche.
—No, ciertamente que no. Es que estoy tratando de recordar nombres de interés histórico.
—Sí, querido —interrumpió Vita—, pero como dice el inspector, difícilmente Magnus habría tratado de buscar cosas de ese tipo a muchas millas de distancia, sin telefonearnos antes. Eso es lo que no puedo entender, por qué no trató de ponerse en contacto con nosotros por teléfono.
—Aparentemente, señora Young, el profesor Lane no telefoneó, porque pensó que el señor Young sabría hacia dónde se dirigía.
—Sí —dije— y yo no lo sabía. Y no lo sé aún. Ojalá lo supiera. El teléfono sonó repentinamente, sobresaltándonos. Era como una respuesta a nuestras palabras.
—Yo contestaré —dijo Vita, quien se encontraba cerca de la puerta.
Atravesó el vestíbulo y pasó a la biblioteca. Nosotros permanecimos en la sala de música, escuchando lo que decía.
—Sí —dijo ella brevemente—, aquí está. Le llamaré.
Volvió a la habitación y dijo al inspector que la llamada era para él. Esperamos durante tres o cuatro minutos, que nos parecieron interminables. El inspector contestaba con monosílabos, con una voz apagada. Miré mi reloj. Eran justamente las doce y media. No había caído en la cuenta de que era tan tarde. Al volver me miró. Vi en la expresión de su rostro que algo había sucedido.
—Lo siento muchísimo, señor Young, pero creo que son malas noticias.
—De acuerdo. Dígame.
Nunca se está preparado. Siempre se espera algo, en los momentos angustia: por ejemplo, que todo se resuelva bien. Ahora, en el fino de Magnus, yo esperaba, a pesar del tiempo transcurrido después de su desaparición, que el inspector me dijera que alguien le había encontrado en el camino, perdida la memoria, y que le había conducía al hospital.
Vita vino y se puso a mi lado, con su mano en la mía.
—Era un mensaje del puesto de policía de Liskeard. Una de nuestras patrullas ha encontrado el cuerpo de alguien que responde a las señas del profesor Lane, cerca de la línea del ferrocarril, a este lado del túnel de Treveryan. Parece que recibió un golpe en la cabeza, dado por un tren. Ni el conductor ni el guardia le habían visto. Parece que logró trepar a una choza abandonada un poco más arriba de la línea del ferrocarril y que allí sucumbió. Tiene el aspecto de haber muerto hace ya algunas horas.
Permanecí inmóvil, mirando al inspector. Quedé paralizado por el choque emotivo. Era como si la vida misma se retirara, dejándome vacío: un cadáver, como Magnus. Sólo sentía la mano de Vita.
—Lo comprendo dije, pero no era mi voz. —¿Qué quiere usted que haga?
—En este momento están de camino hacia el depósito de cadáveres de Fowey. Siento terriblemente tener que molestarle en estas circunstancias, pero creo que lo mejor es que vayamos allí inmediatamente para identificar el cadáver. Me gustaría pensar que no se trata del profesor Lane, tanto por usted como por la señora Young. Pero me temo que no les pueda ofrecer muchas esperanzas.
No, claro que no.
Dejé la mano de Vita y me dirigí hacia la puerta. Salimos al caliente patio exterior. Unos boy-scouts levantaban sus tiendas en el campo que se extendía más allá de las praderas de Kilmarth. Podía oírles gritar y reír, y clavar las estacas de las tiendas en el suelo.