Capítulo XIV

ME quedé allí postrado esperando que pasaran el vértigo y las náuseas. Sabía que tenía que soportarlos. Cuanto más quieto permaneciera, tanto más rápidamente pasarían. Ya había amanecido. Tuve suficiente dominio de mí mismo como para mirar el reloj. Eran las cinco y veinte. Si permaneciera aún un cuarto de hora sin moverme, todo se arreglaría. Si la gente de la granja de Treesmill se hubiera levantado, era muy poco probable que alguien viniera a este cobertizo, que se encontraba al lado de un muro en un huerto casi abandonado. La corriente pasaba a pocos pasos de ese sitio. Era todo lo que quedaba de la marea furiosa en la ensenada y en el valle…

Mi corazón latía fuertemente, pero pronto se calmó. El temible vértigo no era tan malo como el que había experimentado al volver en mí en Gratten antes de encontrarme con aquel médico en el aparcamiento.

Cinco minutos, diez, quince… Me puse de pie penosamente. Salí del huerto arrastrándome y me dirigí hacia lo alto de la colina. Hasta allí todo iba bien. Subí al coche y esperé otros cinco minutos. Puse en marcha el motor y conduje con mucho cuidado hacia Kilmarth. Tenía tiempo suficiente para guardar el coche en el garaje y para encerrar el pequeño frasco en el laboratorio. Lo más prudente sería subir luego a la alcoba y tratar de dormir un poco.

No había nada que hacer, me dije a mí mismo. Roger tomaría a Isolda de regreso a ese sitio llamado Tregest. El cuerpo del pobre Bodrugan estaría a salvo con los monjes. Alguien tendría que llevar la noticia a Joanna a Bockenod. Roger se encargaría de eso, yo estaba seguro. Yo tenía ahora un cierto aprecio e incluso afecto por ese hombre: se había sentido muy sinceramente conmovido por la horrorosa muerte de Bodrugan; además, habíamos compartido juntos ese macabro espectáculo. Yo había, pues, tenido razón al sentir el presentimiento de una tragedia inminente en la playa cercana a Chapel Point, antes de zarpar hacia Fowey con Vita y los niños. Vita y los niños…

Entraba en el garaje cuando me acordé de ellos. Al mismo tiempo lo comprendí todo: había conducido el coche a casa en un mundo, mientras tenía mi cerebro en el otro. Había conducido a casa con una parte de mi cerebro sensible al hecho de que tenía entre mis manos el volante del coche y que yo pertenecía al presente, mientras el resto de mí mismo vivía aún en el pasado, pensando que Roger se encontraba de camino hacia Tregest con Isolda.

Comencé a sudar copiosamente. Me quedé completamente quieto en el coche. Mis manos temblaban. Eso no debía volver a ocurrir. Tenía que dominarme. Eran justamente las seis de la mañana. Vita y los niños, y esos malditos huéspedes, dormían en el piso de arriba en ese momento: Roger e Isolda estaban muertos desde hacía seis siglos. Yo me encontraba en mi propio tiempo…

Entré por la puerta posterior de la casa. Guardé el pequeño frasco. Era completamente de día. La casa, sin embargo, estaba sumida en un silencio total. Subí las escaleras, entré en la cocina y comencé a preparar un poco de té. El remedio era una taza de té, una taza de té hirviendo. El ruido de la tetera era reconfortante; me senté a la mesa, recordando todo lo que habíamos bebido la noche anterior. La cocina conservaba aún el olor de los langostinos que habíamos comido. Me levanté y abrí la ventana.

Bebía la segunda taza cuando oí el crujido de las escaleras. En el momento en que iba a escaparme hacia el sótano y permanecer oculto, la puerta se abrió y Bill entró. Sonrió tímidamente.

—Hola dijo Dos cabezas con una misma y única idea. Me desperté, me pareció oír el ruido de un coche, y en ese momento sentí una sed tremenda. ¿Es té lo que estás tomando?

—Sí —le dije—. Toma una taza. ¿Diana se ha despertado?

—No. Y si es verdad que conozco a mi esposa un poco, no se despertará tan pronto. Estuvimos un poco pesados anoche, ¿no es verdad? Espero que no estés disgustado.

No te preocupes.

Le preparé una taza de té. Se sentó a la mesa. Presentaba un aspecto poco brillante. Su pijama, de color rosa vivo, no estaba a tono con su aspecto decaído.

—Estás vestido —dijo—. ¿Hace tiempo que te has levantado? —Sí— dije En realidad, he salido a dar una vuelta. No podía dormir.

—¿Entonces fue tu coche el que oí entrar?

—Seguramente.

El té me hacía bien, pero al mismo tiempo me hacía sudar. Podía sentir el sudor descender por mi rostro.

—Tienes un aspecto algo extraño dijo Bill mirándome con unos ojos escudriñadores

—¿Te encuentras bien?

Tomé un pañuelo del bolsillo de la chaqueta y me enjugué la frente. El corazón comenzó de nuevo a batir fuertemente. Debía de ser algo relacionado con el té.

—Lo que pasa es que he sido testigo de un crimen horrible. No lo puedo apartar de mi memoria.

Dije estas palabras despacio, arrastrándolas, como si en lugar de té hubiera tomado una fuerte dosis de alcohol y perdido el control de mí mismo.

Bill depositó la taza sobre la mesa y me miró fijamente.

—¿Qué estás diciendo?

—Necesitaba aire fresco —dije, hablando ahora rápidamente—. Así, pues, tomé el coche y me dirigí hacia un sitio que conozco y que se encuentra a unos cinco kilómetros de aquí, cerca de la bahía. Un navío había encallado. Soplaba un viento infernal, de suerte que los tripulantes tuvieron que saltar en una chalupa y tratar de llegar a la otra orilla. En el momento de desembarcar ocurrió esa cosa espantosa… —Me serví otra taza de té, a pesar del temblor de mis manos—. Esos asesinos, esos malditos asesinos de la otra orilla… El tipo de la chalupa no tenía manera de escapar. No le clavaron un cuchillo, o algo por el estilo, sino que le sumergieron la cabeza en el agua y le ahogaron.

—¡Dios santo! —dijo Bill—. ¡Dios santo, qué cosa tan terrible! ¿Estás seguro?

—Sí, lo vi con mis propios ojos. Yo vi al pobre diablo ahogarse…

Me levanté de la mesa y comencé a pasearme por la cocina.

—Y bien, ¿qué vas a hacer? —me preguntó—. ¿No sería mejor que telefonearas a la policía?

—¿La policía? La policía no tiene nada que hacer allí. En lo que estoy pensando ahora es en el hijo de ese hombre. Está enfermo y alguien tendrá que encargarse de darle la noticia a él y a los otros parientes.

—Pero, por Dios, Dick, tu deber es informar a la policía. Comprendo que no desees encontrarte mezclado en todo eso, pero se trata de un asesinato. ¿Y dices que conocías al hombre que ha sido ahogado y a su hijo?

Miré a Bill. Luego dejé a un lado la taza de té. ¡Santo Cristo, ya había sucedido lo que temía! La confusión. ¡La confusión de los dos mundos!… Tenía todo el cuerpo bañado en sudor.

—No, no les conozco personalmente. Les he visto alguna vez solamente. Tenían un yate, que mantenían anclado al otro lado de la bahía. He oído a la gente mencionar a la familia. Tienes razón, no debo mezclarme en ese asunto. Y de todos modos, yo no era el único testigo. Había alguien más observando, y él vio todo lo que pasó. Estoy seguro que él dará parte a la policía. En realidad, es probable que ya lo haya hecho.

—¿Le hablaste a ese hombre?

—No, él no me vio.

—Pues bien, no sé —dijo Bill—. Pienso todavía que debes avisar a la policía. ¿Quieres que lo haga en tu lugar?

—No, de ninguna manera. Y ni una palabra a Diana o a Vita. Júralo.

Me miró con gran extrañeza.

—Lo comprendo —dijo—. Les causaría un efecto terrible. Dios mío, debiste pasar por una prueba terrible.

—Me encuentro bien —dije—. Me encuentro bien. Me senté a la mesa de la cocina.

—Toma un poco más de té.

—No, gracias. No quiero nada.

—Todo esto prueba lo que te estaba diciendo, Dick. La criminalidad aumenta en todas partes, en todos los países civilizados del mundo. Las autoridades tienen que dominar la situación. ¿Quién hubiera pensado que podría ocurrir algo así aquí, en este rincón perdido en los mapas, en Cornwall? ¿Dices que era una banda de asesinos? ¿Tienes idea de dónde venían? ¿Eran gente de estos contornos?

Moví la cabeza.

—No, no lo creo. No tengo idea de quiénes eran.

—¿Y estás seguro de que esa otra persona vio todo lo que pasó y que fue a dar parte a la policía?

—Sí, le vi corriendo hacia la granja más cercana. Allí tienen un teléfono.

—Espero que tengas razón.

Permanecimos sentados un buen rato en silencio. Bill suspiraba y movía la cabeza.

—¡Qué experiencia has tenido! ¡Qué horrible experiencia!

Puse mis manos en los bolsillos para que Bill no notara cómo temblaban.

—Mira, Bill, creo que subiré y me acostaré. No quiero que Vita se entere que estuve fuera. Tampoco quiero que Diana se entere. Deseo que todo esto quede en absoluta reserva entre tú y yo. Nada podemos hacer ahora. Quiero que olvides todo esto.

—De acuerdo en lo de no decir nada a nadie. Pero nunca podré olvidar lo que me has dicho. Andaré con cuidado para enterarme de lo que diga la prensa o la radio. A propósito, tendremos que partir hacia las diez, si vamos a tomar el avión en Exeter. ¿Os parece bien?

Por supuesto. Lo que siento es haber estropeado tu mañana.

—Mi querido Dick, soy yo quien debe compadecerte. Vete a la cama y trata de descansar. No te molestes en levantarte para despedirnos. Ya inventaremos una disculpa. —Sonrió y extendió la mano—. Hemos pasado un tiempo delicioso con vosotros. Un millón de gracias por todo. Espero que nada venga a estropear vuestras vacaciones. Os escribiremos desde Irlanda.

—Gracias, Bill, mil gracias.

Subí las escaleras. Me desvestí en un cuarto contiguo a la alcoba. Inmediatamente tuve que dirigirme al lavabo. Vomité durante cinco minutos. El ruido debió despertar a Vita, pues la oí llamarme desde la alcoba.

—¿Eres tú? ¿Qué te pasa?

—El moscatel mezclado con el bourbon —le dije—. Lo siento, apenas puedo tenerme en pie. Me echaré en el diván. Todavía es muy temprano, son las seis y media.

Cerré la puerta y me eché en el diván. Me encontraba de nuevo en el mundo de hoy, pero sólo Dios sabía cuánto tiempo tendría que permanecer aún en este estado. Una cosa era cierta. Tan pronto como Bill y Diana se fueran, debía telefonear a Magnus.

El inconsciente es algo extraño. Estaba tan trastornado con ese asunto de la confusión de los dos mundos, que por poco le cuento a Bill todo lo concerniente al experimento; cinco minutos después de haberme echado en el diván, dormía profundamente y soñaba, no con el destino trágico de Bodrugan, sino con un partido de cricket en Stonyhurst; uno de los muchachos del equipo había sido golpeado en la cabeza con la pelota y moría veinticuatro horas más tarde; no había pensado en ese incidente en los últimos veinticinco años, por lo menos.

Cuando me desperté un poco después de las nueve, me sentí perfectamente lúcido; me molestaba un poco un entumecimiento; por otra parte, el ojo derecho se encontraba más rojo que nunca. Me bañé y me afeité. Escuché ruidos en la pieza contigua, donde se encontraban nuestros huéspedes. Esperé hasta que oí a Bill y Diana bajar las escaleras. En seguida llamé a Magnus. Mala suerte. No estaba en su apartamento. Dejé, pues, un mensaje a su secretaria en la Universidad diciéndole que necesitaba hablarle urgentemente, pero que era mejor que yo le telefoneara a él, no él a mí. Asomé la cabeza por la ventana que daba al patio y le pedí a Teddy que me trajera una taza de café. Bajaría al vestíbulo cinco minutos antes de la partida de nuestros huéspedes, ni un minuto antes.

—¿Qué le pasa a tu ojo? ¿Te caíste al suelo o te golpeaste contra algo? —me preguntó mi hijastro cuando vino a traerme el café.

—No, creo que es a consecuencia del viento que aguantamos el lunes.

—Te levantaste temprano esta mañana. Os escuché a ti y a Bill hablando en la cocina.

—Estaba preparando un poco de té. Bebimos demasiado anoche. —Creo que es eso lo que está afectando tu ojo más que el viento marino.

El muchacho me miró de una manera que me recordó las miradas irónicas de su madre. Me di la vuelta. En ese momento caí en la cuenta de que la habitación se encontraba justamente sobre la cocina; quizá había escuchado nuestra conversación.

—De todas maneras —le pregunté antes de abandonar la habitación—, ¿de qué hablábamos Bill y yo?

—¿Cómo iba a saberlo? ¿Crees que levanté las tablas del piso para enterarme?

No, pensé; en cambio, su madre sí que lo habría hecho, si hubiera escuchado a su marido conversando con alguno de sus huéspedes a las seis de la mañana.

Terminé de vestirme, terminé de beber mi café y volví al rellano de la escalera, en el momento justo para ayudar a Bill a bajar sus maletas. Me saludó con una mirada de complicidad. Las mujeres hablaban en el vestíbulo.

—¿Dormiste algo?

—Sí —le respondí—. Me encuentro muy bien ahora.

Me miraba fijamente el ojo derecho.

—No hay más explicación para esto que las copas de bourbon. A propósito, Teddy nos escuchó hablando esta mañana.

—Lo sé —me dijo—. Le oí cuando se lo dijo a Vita. Todo está bien, no te preocupes.

Me dio unas palmaditas en el hombro. Bajamos las escaleras.

—¡Cielos! —gritó Vita—. ¿Qué te ha pasado en ese ojo? —Alergia por el bourbon mezclado con los langostinos. Le ocurre eso a alguna gente.

Las dos mujeres insistían en examinarme. Sugerían toda clase de remedios, desde ungüentos hasta penicilina.

—No pudo ser el bourbon —dijo Diana—. No quiero ser indiscreta, pero el hecho es que lo noté ya a nuestra llegada ayer. Me pregunté a mí misma: «¿Qué le ha pasado a Dick en ese ojo?».

—No me dijiste nada —se quejó Vita.

Ya era bastante. Puse una mano sobre un hombro de cada una y las empujé hacia la salida.

—Ninguna de vosotras va a ganar un premio de belleza esta mañana. Y no es el bourbon lo que me despertó esta mañana, sino los ronquidos de Vita. Así, pues, callaos.

Tuvimos que instalarnos sobre las escaleras de la entrada, a fin de que Bill tomara la consabida fotografía. Eran cerca de las diez y media cuando finalmente partieron. Una vez más, el apretón de manos de Bill fue el de un conspirador a su cómplice.

—Espero que tendremos este buen tiempo en Irlanda —dijo—. Estaré alerta mirando los periódicos y escuchando la radio para enterarme de lo que pasa aquí en Cornwall.

Me miró, haciendo un gesto imperceptible con la cabeza. Quería decir que estaría atento para enterarse de los detalles del crimen alevoso.

—Enviadnos postales —dijo Vita—. Ojalá pudiéramos acompañaros.

—Tú siempre puedes hacerlo —dije—, cuando te encuentres harta de Cornwall.

No eran quizá las palabras más alentadoras y gentiles que yo podía haber dicho. Cuando terminamos de mover nuestros brazos diciendo adiós a Bill y Diana que se alejaban en el coche, nos dirigimos hacia casa; Vita tenía una expresión ausente y enigmática en sus ojos.

—En realidad creo que te alegrarías si los niños y yo nos fuéramos con ellos. Así tendrías de nuevo la casa para ti solo.

—No digas tonterías.

—Pues bien, tú manifestaste muy claramente tus sentimientos anoche, cuando te fuiste a la cama inmediatamente después de comer.

—Me fui a la cama porque me hacía maldita la gracia verte a ti acurrucada en los brazos de Bill y a Diana esperando hacer lo mismo en los míos. No valgo para esta clase de juegos de amor, y tú deberías saberlo ya a estas horas.

—¡Juegos de amor! —rio Vita—. ¡Qué tontería! Bill y Diana son mis viejos amigos. ¿Dónde está ese tan cacareado sentido del humor inglés?

—No en la misma línea que el tuyo. Yo tengo un humor más macabro: Si tiro de la alfombra sobre la que te encuentras de pie y caes patas arriba, entonces es cuando me muero de risa.

Regresamos a la casa. Justamente en ese momento sonó el teléfono. Fui a la biblioteca para contestar. Vita me siguió. Temí que fuera Magnus. Era él.

—¿Diga? —dije secamente, poniéndome en guardia.

Recibí tu mensaje, pero he estado muy ocupado. ¿El momento no es propicio?

—No.

—¿Quieres decir que hay moros en la costa? ¿Que Vita está en la habitación?

—Eso mismo.

—Lo comprendo. Contesta sí o no. ¿Ha pasado algo?

—Pues bien, hemos tenido visita. Llegaron ayer y acaban de partir.

Vita encendía un cigarrillo.

—Si es tu profesor, y no sé quién más puede ser, dale mis saludos. —De acuerdo. Vita te envía saludos.

—Devuélveselos. Pregúntale si no tiene inconveniente en que vaya ahí a pasar el fin de semana. Llegaría el viernes por la noche.

Tuve un sobresalto, de alegría o de otra cosa, no lo sé. En todo caso, sentí un gran alivio. Magnus me reemplazaría en la experiencia.

—Magnus desea saber si puede venir el viernes y quedarse el fin de semana con nosotros.

—Claro que sí —contestó Vita—. Al fin y al cabo, es su casa. Te divertirás mucho más recibiendo a tu amigo que soportando a los míos.

—Vita dice que por supuesto que sí —dije.

Espléndido. Te enviaré una nota diciéndote la hora del tren. Ahora, respecto a tu llamada urgente. ¿Es algo relacionado con nuestro otro mundo?

—Sí.

—¿Hiciste un nuevo viaje?

—Sí.

—¿Con efectos desagradables?

Me detuve un momento antes de contestar y miré a Vita. No había hecho ningún movimiento que indicara que iba a abandonar la habitación.

—En este momento me siento un poco mal; algo que comí o que bebí me ha sentado pésimamente. He tenido vómitos y tengo un ojo enrojecido. Tal vez se debe al bourbon tomado antes de la langosta.

—Todo eso combinado con el «viaje». Puedes tener razón. ¿Qué hay sobre la confusión de los dos mundos?

—Eso también. Apenas puedo distinguirlos cuando despierto. —Ya lo veo. ¿Alguien se ha dado cuenta?

Miré de nuevo a Vita.

—Pues bien, anoche nos echamos una cana al aire. Los dos hombres nos levantamos temprano esta mañana. Yo había tenido una pesadilla terrible; le conté algo de eso a Bill, el amigo de Vita, mientras bebíamos una taza de té.

—¿Cuánto le dijiste exactamente?

—¿Acerca de la pesadilla? Bueno, pues justamente eso. Fue algo muy real. Ya sabes cómo son las pesadillas. Vi a alguien atacado y ahogado por una banda de asesinos.

—Que te sirva de lección —comentó Vita—. Parece más bien que se trata de las dos raciones de langosta que del bourbon. ¿Era uno de nuestros amigos?

—Sí. ¿Recuerdas ese tipo que tenía un bote en Chapel Point hace años y que siempre venía a hacer una excursión a Par? Pues bien, la pesadilla fue acerca de él. Soñé que su barco perdió su mástil en una tormenta. Cuando el hombre logró al fin llegar a la costa, fue asesinado por un individuo que pensaba que él cortejaba a su esposa.

Vita rio.

—Si quieres mi opinión —dijo ella—, un sueño de tal naturaleza indica una conciencia que no está tranquila. Tú pensaste que yo me dejaba ganar por los encantos de Bill. Tu pesadilla tan real no es más que un resultado de todo eso. Déjame hablar con tu profesor.

Cruzó la habitación y tomó el auricular.

—¿Cómo está usted, Magnus? —Su voz estaba impregnada de un encanto muy bien calculado Me encantará verle a usted aquí en su propia casa el próximo fin de semana. Tal vez usted logrará mejorar un poco el humor de Dick. En este momento está un poco ácido—. Sonrió, mirándome. —¿Qué le pasa a su ojo derecho? No tengo la más mínima idea. Parece como si hubiera perdido un encuentro de boxeo. Sí, por supuesto, trataré de mantenerle en sus casillas, mientras usted viene, pero no es fácil, porque Dick es muy díscolo. Oh, a propósito, tal vez usted podrá ayudarme. A mis niños les encanta montar a caballo. Dick me dice que vio algunos niños cabalgando y gozando inmensamente el domingo por la mañana mientras nosotros estábamos en la iglesia. Me pregunto si no existen establos en que alquilen cabalgaduras en alguna parte al otro lado de esa aldea. ¿Cómo se llama? Tywardreath. ¿Usted no sabe? Bueno, no se preocupe, tal vez la señora Collins pueda informarme. ¿Qué? Espere, voy a preguntárselo…

Vita se volvió hacia mí:

—Dice que si los niños eran las hijas de un tal Oliver Carminowe y de su esposa. Son dos viejos amigos suyos.

—Sí. Estoy casi seguro que eran ellos. Pero no sé dónde viven.

Vita volvió al aparato.

—Dick dice que sí, aunque no comprendo cómo pueda conocerlos si nunca ha sido presentado a ellos. Ah, sí; si la madre es hermosa, él la habrá visto en alguna parte; por eso sabe él muy bien de quién se trataba. —Vita se volvió hacia mí, mientras hablaba con Magnus—. Sí, haga eso. Si usted logra verles el próximo fin de semana, podremos invitarles a que vengan a beber una copa con nosotros; así podremos presentarla a Dick. Hasta el viernes, pues.

Me pasó el auricular. Magnus estaba riendo al otro extremo de la línea.

—¿Qué es eso de entrar en contacto con los Carminowe? —pregunté.

—Me las arreglé muy bien con Vita, ¿no te parece? En todo caso, es lo que pienso hacer, si logramos desembarazarnos de ella y de los niños. Entretanto, yo haré que mi amigo averigüe algo sobre Bodrugan. Así, pues, terminó de una manera trágica. ¿Te ha sorprendido?

—Sí —le dije.

—Roger estaba allí, por supuesto. ¿Tuvo algo que ver en el asesinato?

—No.

—Me alegro de oír eso. Mira, Dick, esto es importante. Prohibido absolutamente hacer otro viaje, excepto si lo hacemos juntos. No importa lo fuerte que sea la tentación. Tienes que jurármelo, y «sudarlo». ¿De acuerdo?

—Sí.

—Como te dije antes, tendré listos los primeros resultados del laboratorio el día que te vea. Entretanto, abstenerse. Ahora debo irme. Cuídate.

—Lo trataré. Adiós.

Era como cortar el único vínculo entre los dos mundos.

—Anímate, querido —dijo Vita—. Antes de tres días estará aquí. ¿No es maravilloso? Y ahora, ¿qué tal si subimos al baño y hacemos algo por ese ojo?

Más tarde, una vez que el ojo había sido lavado y que Vita desapareció en la cocina para comunicar a la señora Collins que Magnus vendría el próximo fin de semana y para discutir con ella las preferencias gastronómicas del huésped, saqué el mapa de carreteras y busqué de nuevo Tregest. Simplemente no se encontraba allí. Los nombres de Treesmill, Treveryan, Trenadlyn y Trevennor, que se hallaban también en el Lay Subsidy Roll de 1327, aparecían en el mapa. Pero eso era todo.

Quizá Magnus encontraría la respuesta con la ayuda de su estudiante en Londres.

En ese momento entró Vita en la biblioteca.

—Le pregunté a la señora Collins sobre los Carminowe, pero ella nunca ha oído hablar de ellos. ¿Son amigos íntimos de Magnus? Me sorprendí por un momento al oírla pronunciar ese nombre. Sabía que tenía que tener mucho cuidado. De lo contrario, la confusión de los dos mundos podría producirse de nuevo.

Me parece más bien que los ha perdido de vista, y aun dudo si los ha visto últimamente. Ya sabes que Magnus viene aquí rara vez.

—No se encuentran en la guía telefónica. He mirado allí. ¿Qué hace Oliver Carminowe?

—¿Qué hace? —repetí—. En realidad, no lo sé. Creo que estuvo en el ejército alguna vez. Se trataba de algo así como de un empleo oficial. Tendrás que preguntarle a Magnus.

—Y su esposa, ¿es muy atractiva?

Bueno, lo era. Nunca he hablado con ella.

—Pero tú la has visto alguna vez, cuando has venido aquí. —Solamente de lejos. Ella no me reconocería.

—¿Estaba ella por aquí cuando vosotros veníais siendo estudiantes de la Universidad?

—Pudo haber estado, pero nunca tuve ocasión de ser presentado a ella o a su marido. Sé muy poco acerca de ellos.

—Sin embargo, sabías lo suficiente como para reconocer a sus niñas cuando las viste el otro día…

Me sentía un poco acorralado.

Querida, ¿qué quieres? Magnus hacía alusión de vez en cuando a sus amigos y conocidos; los Carminowe se encontraban entre ellos. Eso es todo. Oliver Carminowe estaba ya casado; Isolda es su segunda mujer; tienen des niñas. ¿Estás satisfecha?

—¿Isolda? Qué nombre tan romántico.

—No más romántico que Vita. ¿Podemos dejarla en paz?

—Es curioso que la señora Collins nunca haya oído hablar de ellos. Ella es una mina de información sobre toda la gente de la región. En todo caso, existen unos establos muy buenos subiendo por la carretera que va de aquí a Menabilly Barton, dice la señora Collins. Voy a hacer algún convenio con la gente que se ocupa de ellos.

—Qué buena suerte. ¿Por qué no lo haces inmediatamente?

Me miró fijamente un momento. Luego dio media vuelta y salió de la habitación. Disimuladamente saqué mi pañuelo y me enjugué la frente, que estaba de nuevo bañada de sudor. Era una suerte que la estirpe de los Carminowe se hubiera ya extinguido: si no, Vita desenterraría a uno de ellos y le tendríamos, con gran sorpresa suya, como invitado a comer el domingo siguiente.

Faltaban aún cerca de tres días para que Magnus viniera a rescatarme. Era difícil lograr que Vita se desentendiera de un asunto, una vez que su curiosidad había sido despertada. Era característico de su sentido malicioso del humor, el haber calificado de romántico el nombre de Isolda.

El resto del día pasó sin ningún percance, gracias a Dios. Tampoco volví a sufrir de la confusión de los dos mundos. Era tanta la alegría de verme libre de los huéspedes, que todo lo demás importaba poco. Los niños partieron a hacer una cabalgada. Vita, aunque tal vez estaba molesta después de la tormenta, de hecho tuvo el buen sentido de no manifestarlo; tampoco se hizo ninguna mención ulterior a la reunión del otro día por la noche. Nos acostamos pronto y dormimos como lirones hasta el día siguiente, jueves, que amaneció lloviendo. Eso no me importaba. En cambio, Vita y los niños lo sintieron mucho, pues habían planeado otra excursión en el bote.

—Espero que no tendremos un fin de semana lluvioso —dijo Vita—. ¿Qué haría entonces con los niños? Tú no querrás que estén en casa mientras el profesor se encuentre aquí.

—No te preocupes por Magnus. Tendrá un montón de sugerencias para los niños y para nosotros mismos. En todo caso, él y yo tendremos trabajo que hacer.

—¿Qué clase de trabajo? ¿Seguro que no os meteréis en esa habitación misteriosa del sótano?

Se encontraba más cerca de la verdad de lo que pensaba.

—No lo sé exactamente —dije con vaguedad Tiene miles de notas que quizá querrá revisar conmigo. Investigaciones históricas y cosas por el estilo. Te he hablado ya de su nueva afición.

—Pues bien, Teddy está interesado en eso, y yo también podría estarlo —contestó Vita—. Sería interesante si pudiéramos hacer un picnic en algún sitio histórico. ¿Qué tal Tintagel? La señora Collins dice que todo el mundo debe visitar Tintagel.

—No es el tipo de sitios históricos que interesan a Magnus. Hay demasiados turistas. Veremos qué desea hacer cuando llegue.

Me preguntaba cómo nos libraríamos de ellos si Magnus deseaba visitar Gratten. De todos modos, eso era problema suyo y no mío.

El día transcurría pesadamente. Una caminata monótona por las arenas de Par hizo poco para animarnos. Magnus había querido que yo jurara y que «sudara». Esa noche comprendí lo que quería decir.

Estaba bañado de sudor. Rara vez, o nunca, había pasado por esta molestia de la humanidad en un grado tan agudo. Quizá en la universidad, después de un ejercicio violento, aunque mis compañeros sudaban más copiosamente que yo. Ahora, en cambio, después de un esfuerzo moderado, o aun encontrándome en reposo, comenzaba a sudar por todos los poros; el sudor tenía un olor especialmente ácido que yo esperaba que nadie notaría.

La primera vez que me aconteció esto, después de la caminata por las arenas de Par, pensé que era simplemente consecuencia del ejercicio físico; pero no era eso: después de haber tomado una ducha y mientras Vita y los niños miraban la televisión y yo me encontraba cómodamente instalado en un sillón, el fenómeno comenzó de nuevo; al principio, una sensación súbita de frío; en seguida el sudor empezó a brotar de mi frente, mi cuello, mis brazos, mi pecho, durante cinco minutos; cuando se detuvo, mi camisa estaba empapada. Es cosa de risa, cuando eso le ocurre a otro, como el mareo. Ahora esta consecuencia de la droga me causó pánico. Desconecté el tocadiscos y subí a la alcoba para mudarme de ropa. Me preguntaba con terror qué debería hacer si el fenómeno se repetía cuando me encontrara en cama con Vita.

Mi nerviosismo no era la mejor preparación para pasar una noche tranquila. Vita pasaba por uno de sus períodos de parloteo ininterrumpido que duró esta vez todo el tiempo de desvestirnos y de meterme en la cama. Yo no me sentiría más nervioso si fuera un marido en su noche de bodas. Me eché lo más lejos posible, en mi lado de la cama, y bostecé exageradamente, como si estuviera agobiado por el sueño. Apagamos las luces. Mi respiración profunda debía indicar un sueño muy pesado; todo ello convenció o no convenció a Vita; el hecho es que después de una o dos tentativas de acercarse a mí, a las que no puse atención, Vita se volvió hacia su propio lado y se quedó dormida.

Me quedé despierto, pensando en el cúmulo de reproches que descargaría sobre Magnus cuando llegara. Náusea, vértigo, confusión del tiempo, hemorragia en el ojo, y ahora un sudor ácido; y todo eso ¿para qué? Un fragmento de tiempo revivido, que había muerto hacía siglos, que no tenía ninguna influencia sobre el presente, que no servía de nada ni para él ni para mí, y que sería de tan poco provecho para su mundo o el mío, como un olvidado cuaderno de memorias escondido en un cajón lleno de polvo. Así argumentaba yo hasta medianoche y aun más tarde. Sin embargo, el sentido común tiene la costumbre de desaparecer cuando el demonio del insomnio se apodera de nosotros; así, mientras veía las agujas del reloj que marcaban las dos y luego las tres de la mañana, recordé cómo había caminado en aquel otro inundo con la libertad de alguien que sueña, pero con la percepción de quien está despierto. Roger no era una foto instantánea en el álbum del tiempo. En esta cuarta dimensión en la que yo había penetrado sin saberlo gracias a Magnus, Roger vivía y se movía, comía y dormía debajo de mí en su casa de Kylmerth, realizando su Ahora viviente que coincidía con mi inmediato Presente.

¿Soy yo guarda de mi hermano? El grito de protesta de Caín tomó súbitamente una significación para mí en el momento en que el reloj marcaba las tres y diez. Roger era mi guarda y yo el suyo. No había ni pasado, ni presente, ni futuro. Todo lo que es viviente es una parte de la totalidad. Estamos unidos el uno al otro en el tiempo y en la eternidad; una vez que nuestros sentidos se despertasen (como lo fueron los míos por la droga) a una nueva comprensión de su mundo y del mío, la unión se consumaría, ya no habría separación posible, ya la muerte desaparecería… asta debería ser la consecuencia última de la droga: al moverse libremente en el tiempo, la muerte sería destruida. Esto era lo que Magnus no había comprendido todavía. Para él, la droga liberaba una trama en el cerebro que hacía posible la experiencia del pasado. Para mí, ella demostraba que el pasado existía en el presente, que todos éramos participantes, testigos. Yo era Roger, yo era Bodrugan, yo era Caín; y al identificarme con todos ellos, yo era más yo mismo.

Me sentía al borde de un descubrimiento cuando me quedé dormido.