SI Magnus hubiera deseado sembrar la confusión deliberadamente, no lo hubiera hecho mejor; pero no podía acusarle. Él pensaba que Vita se encontraba en Londres. Sin embargo, la redacción del telegrama era desafortunada, por no decir una cosa peor. Catastrófica, sería más preciso. Debió de producir en Vita la imagen de una excursión mía para encontrarnos con alguna chica en las Islas Scilly. Sería difícil probar mi inocencia. La seguí a la biblioteca.
—Escúchame —le dije cerrando las puertas entre las dos habitaciones en caso de que la señora Collins anduviera por allí—; este telegrama es una broma, es un deseo de tomarme el pelo por parte de Magnus. No seas tonta, y no lo tomes al pie de la letra.
Se volvió hacia mí, y me hizo frente, con la actitud clásica de la esposa ultrajada, una mano en las caderas y la otra con el cigarrillo mantenido en un cierto ángulo y con los ojos entrecerrados en medio de un rostro helado.
—Me importan un comino las bromas de tu profesor; habéis hecho tantas vosotros dos juntos dejándome a mí de lado, que ya no me importan. Si ese telegrama era una broma, buena suerte. Lo repito, siento haber estropeado tu fin de semana. Ahora lo mejor que debes hacer es comer antes de que se enfríe la comida.
Cogió un periódico del domingo y simuló leerlo. Se lo arrebaté:
—Tienes que escucharme.
Ella aplastó el cigarrillo en el cenicero; luego la tomé de ambas muñecas y, la hice levantarse.
—Tú sabes perfectamente bien que Magnus es mi más viejo amigo. Más aún, que nos ha prestado su casa, y que ha contratado a la señora Collins para servirnos. A cambio de todo esto he estado haciendo algunas investigaciones conectadas con su trabajo. El telegrama era únicamente una manera de desearme mucho éxito.
Mis palabras no la impresionaron. Su rostro estaba rígido.
—Tú no eres un científico; ¿qué clase de investigaciones puedes tú realizar y a dónde debías ir?
Solté sus muñecas y suspiré, como alguien cuya paciencia se ha terminado a causa de la curiosidad de un niño que no comprende nada.
—No iba a ninguna parte —insistí poniendo énfasis en «ninguna parte»—; tenía proyectado dirigirme a la costa y visitar uno o dos lugares que interesan a Magnus.
Sí, es muy probable —dijo ella—; no comprendo cómo tu profesor no ha montado aquí una cátedra de historia, teniéndote a ti como asistente. ¿Por qué no se lo sugieres? Por supuesto, yo os estorbaría, pero haría todo lo posible para no ser un obstáculo. Quizá a él le encantaría guardar a los niños.
—Por Dios —dije abriendo la puerta del comedor— a te estás portando como la esposa de uno de esos viejos chistes que oímos todos los días. Lo más sencillo será llamar a Magnus mañana por la mañana y decirle que tú vas a pedir el divorcio porque sospechas que deseo encontrarme con alguna mujer de vida alegre en Land’s End. Magnus perderá la cabeza.
Entré en el comedor y me senté a la mesa. La salsa era casi un trozo de hielo. Pero eso no importaba. Llené un vaso grande de cerveza para acompañar el bistec y la ensalada antes de atacar el postre. La señora Collins permanecía en silencio con prudencia; trajo el café y luego desapareció. Los niños abajo daban patadas a una piedra en el jardín. Me levanté y les llamé desde la ventana.
—Os llevaré a nadar más tarde. —Sus rostros se iluminaron visiblemente y vinieron corriendo hasta el pie de la puerta—. Dejadme tomar el café ahora; preguntaré a Vita lo que desea hacer.
Sus rostros se ensombrecieron.
—Mamá sería seguramente un obstáculo y aguaría la fiesta.
—No os preocupéis, os prometo que os llevaré.
Entré en la biblioteca. Vita estaba acostada sobre el sofá con los ojos cerrados. Me arrodillé a su lado y la besé.
—Aparta de tu mente esos sombríos pensamientos —dije Sólo existe una chica en el mundo para mí y esa eres tú, tú lo sabes. No voy a llevarte en mis brazos a la alcoba, porque dije a los niños que los llevaría a nadar. Tú no querrás estropear su día, ¿no es verdad?
Vita abrió un ojo.
—Tú has logrado estropear el mío.
—Tonterías. ¿Y qué me dices de aquel otro fin de semana que pasé con aquella chica? ¿Debo decirte lo que había pensado hacer con ella? Un espectáculo de strip-tease en Newquey. Ahora sé buena.
La besé con entusiasmo. Su reacción fue débil, pero por lo menos no me rechazó.
—Me gustaría comprenderte —dijo ella.
—Gracias a Dios que no rae comprendes —le dije—. Los maridos detestan a las esposas que los comprenden. Es monótono. Ven, vamos a nadar. Hay una pequeña playa completamente vacía al otro lado de los acantilados. Hace mucho calor y no va a llover.
Ella abrió los ojos.
—¿Qué estabas haciendo realmente esta mañana, mientras nosotros estábamos en la iglesia?
—Vagando en una cantera desierta, a un poco menos de una milla de distancia de la aldea. Antiguamente había galerías que conectaban con la antigua abadía; Magnus y yo estamos interesados en ese sitio. Luego yo no pude poner en marcha el coche que había aparcado sin mucha pericia en una cuneta.
Son noticias frescas para mí el saber que tu profesor es no sólo un científico, sino un historiador.
—Y son buenas noticias, ¿no te parece? Le hace salir un poco de esos fetos embotellados. Yo le doy ánimos para que continúe por ese camino.
Tú le animas en todo, y por eso se aprovecha de ti.
—Yo me adapto a todo por temperamento. Vamos, los niños están impacientes por salir, sube y muestra tus encantos con un bikini, pero antes ponte algo sobre él, no sea que asustes a las vacas.
—¿Vacas? —dijo ella, casi con un alarido—. Yo no voy a ningún campo donde haya vacas.
—Son vacas mansas, alimentadas con una cierta clase de hierba que las impide correr. Cornwall es famoso por sus vacas.
Creo que me creyó. Otra cuestión era saber si dio crédito a mi historia de la carretera. En todo caso, ella parecía haber aceptado la paz. Con tal que durara…
Pasamos una larga y perezosa tarde en la playa. Todos nadábamos y después, mientras los niños chapoteaban aquí y allá en busca de crustáceos inexistentes, Vita y yo nos dejamos caer sobre la arena dorada. Reinaba la paz.
—¿Has pensado en el futuro? —preguntó ella de repente—. ¿El futuro? —repetí.
De hecho estaba mirando en aquel momento al otro lado de la bahía, preguntándome si Bodrugan la había logrado atravesar aquella noche después de despedirse de Isolda. Había mencionado Chapel Point. En otro tiempo el comandante Lane nos había llevado en una excursión en bote desde Fowey hasta Mevagissey, y nos había señalado Chapel Point, que penetraba en el mar justamente antes del puerto de Mevagissey. La casa de Bodrugan debía haberse encontrado por allí cerca. Quizá el nombre existía aún. Yo podía buscarlo en el mapa de caminos.
—Sí —dije—, lo he pensado. Sería muy bueno que mañana saliéramos en bote; imposible marearse si el mar está tan tranquilo como hoy. Atravesaremos la bahía y echaremos anclas cerca de la costa. Almorzaremos y luego iremos a la playa.
Magnífico, pero no me refería al futuro inmediato. Me refería al futuro más lejano.
—¡Oh, ese! No, querida, francamente no he pensado en ello. He tenido tanto que hacer desde que me he instalado aquí… No apresuremos las cosas.
Está bien, pero Joe no puede esperar indefinidamente. Creo que él contaba recibir noticias tuyas bastante pronto.
—Lo sé, pero tengo que estar seguro. Para ti, tu país está muy bien, pues es el tuyo. Para mí es diferente. Echar raíces no será fácil.
—Tú las has arrancado ya al renunciar a tu empleo en Londres. Para ser sinceros, digamos que tú no tienes raíces. Así, pues, no hay disculpa.
Ella tenía razón en todos los asuntos prácticos.
—Tendrás que hacer algo —continuó ella—, bien sea en Inglaterra o en los Estados Unidos. Rechazar la oferta de Joe cuando nadie te ha ofrecido nada comparable en este país, parece una locura. Concedo que yo no soy imparcial —añadió ella, poniendo su mano en la mía— y que me encantaría establecerme de nuevo en casa; pero sólo si tú deseas eso también.
Yo no lo deseaba, y ese era el problema. Tampoco quería un empleo semejante al que tenía antes, en una agencia literaria o de publicidad. Era el final del camino, el final temporalmente, de una época particular en mi vida. Aún no podía hacer planes para más adelante.
—Dejemos eso de lado ahora, querida. Recibamos cada momento a medida que llega. Hoy, mañana… Reflexionaré acerca de todo ello, pronto, te lo prometo.
Ella soltó mi mano, buscando un cigarrillo en el albornoz.
—Como tú digas —añadió ella con la entonación sobre el «digas» que indicaba sus orígenes americanos—. Pero no me echarás la culpa a mí si un día Joe no puede ayudarte.
Los niños vinieron corriendo por la playa, con varios trofeos en sus manos, una estrella marina, mejillones y un cangrejo desmesuradamente grande y que apestaba a la legua. El momento de la verdad había pasado. Ahora teníamos que recoger nuestras cosas y trepar colina arriba hasta Kilmarth. En el momento de levantarme miré sobre mi hombro la bahía. La línea de la costa estaba claramente dibujada y las casas blancas por el lado de Chapel Point, a unas ocho millas de distancia, se recortaban a la luz del sol poniente.
En una noche así…
Otto saltó los muros de Bodrugan
y dejó caer su alma en un suspiro
pensando en el estuario de Treesmill
cerca de donde Isolda descansaba…
Pero ¿dormía ella allí efectivamente? Lo más seguro era que ella hubiera seguido a los niños más tarde, después de que Otto hubiera desaparecido; ¿pero hacia dónde? ¿Hacia Bockenod dónde vivía el presuntuoso sir John, hermano de su esposo? Demasiado lejos. Algo faltaba. Ella había mencionado otro nombre. Algo como Treng. Debía consultar el mapa. El problema era que casi la mitad de las granjas en Cornwall comenzaban con Treng. No se trataba de Trevennor, Treveryan o Trenadlyn. Entonces, ¿en qué sitio habían pasado la noche Isolda y sus dos hijas?
—No seré capaz de hacer esto muchas veces —se quejó Vita—. Dios, ¡qué cuesta!, es como las pistas de esquí de Vermont. Déjame cogerme de tu brazo.
La verdad era que ellos habían cruzado la corriente cerca del molino y tomado un sendero hacia la derecha; luego yo no los había visto más, a causa de aquel coche, que venía detrás de mí. Podían haber tomado cualquier dirección. Roger iba a pie. Cuando la marea subía, toda la bahía quedaba cubierta. Traté de recordar si había algún bote al lado de la forja del herrero para volver a la abadía.
—Después de este ejercicio y de respirar este aire puro, dormiré bien esta noche —dijo Vita.
—Sí —repliqué.
Había un bote. Alto y fuerte, descansando sobre el borde de la cresta. En la marea alta se aprovechaba seguramente para llevar pasajeros entre la forja del herrero y Treesmill.
—Te importa un bledo la clase de noche que yo pase y si estoy muerta de cansancio en este momento, ¿no es verdad?
Me detuve y la miré fijamente.
—Lo siento, querida, por supuesto que me importa. ¿Para qué volver a ese asunto de una noche sin sueño?
Te encontrabas a kilómetros de distancia en tus pensamientos; siempre puedo adivinarlo.
—Seis kilómetros al Norte —le dije— si realmente quieres saberlo; pensaba en un par de niñas que vi cabalgando esta mañana y me preguntaba hacia dónde se dirigían.
—¿Cabalgando?
Seguimos caminando, Vita colgada de mi brazo como un peso muerto.
—Pues bien, eso es lo más sensato que has dicho hasta ahora —comentó ella—. A los niños les encanta cabalgar. Quizá se alquilan caballos por aquí.
—Lo dudo, me imagino que venían de alguna granja.
—Bueno, en todo caso podemos informarnos. ¿Eran guapas las niñas?
—Encantadoras. Dos niñas de corta edad acompañadas de una mujer joven que debía ser la nodriza y de dos hombres.
—¿Y todos cabalgaban?
—Uno de los hombres iba a pie, teniendo las riendas de las cabalgaduras de las niñas.
—Entonces debía de tratarse de una escuela de equitación. Infórmate. Puede ser que haya algo más para los niños, además de nadar o de pasear en bote.
—Sí —dije, y pensé: «qué maravilloso sería poder hacer venir a Roger de su pasado y pedirle que ensillara dos de los caballos de Kilmarth para Teddy y Micky y enviarlos luego a una cabalgada con Robbie, que les haría galopar sobre las arenas de Par. Roger manejaría maravillosamente a Vita. Su más mínimo deseo sería obedecido por el mayordomo. Un poco de infusión de beleño preparado por el hermano Jean le proporcionaría además una noche tranquila y reposada, y si eso fallara…».
Yo me sonreí.
—¿Dónde está el chiste?
—No hay chiste. —Señalé con el dedo unos matorrales que se encontraban en la dehesa cerca de Kilmarth—. Si alguna vez tienes un ataque al corazón, no te preocupes. Tenemos digital allí. Me avisas y yo prepararé las semillas.
Muchísimas gracias. Sin duda que el laboratorio del profesor está lleno de ellas, junto con otras semillas envenenadas y con Dios sabe qué mezclas siniestras.
¡Cuánta razón tenía! Era una falta de lealtad, sin embargo, permitirle atacar a Magnus.
—Ya hemos llegado. —Pasamos la verja y entramos en el jardín—. Prepararé una bebida fresca para ti y les niños. Luego me ocuparé de la cena. Carne fría y ensalada.
Trataba de levantar un poco los ánimos. Los recuerdos de mis extravíos matutinos desaparecían en este afán de complacerles; un marido atento, un padrastro sonriente; mantengamos este clima hasta el momento de ir a la cama y un poco más.
No fue necesario esforzarme mucho. La natación, la caminata larga y fatigosa y el aire soporífero de Cornish cumplieron su cometido.
Vita, bostezando delante de un programa de televisión, se fue a la cama hacia las diez; cuando subí una hora después, estaba completamente dormida. El tiempo al día siguiente se anunciaba bueno, a juzgar por el aspecto del cielo; podríamos, pues, zarpar hacia Chapel Point. Bodrugan existía todavía, lo había encontrado en el mapa de caminos después de la cena…
* * *
Había suficiente brisa para hacernos salir del puerto de Fowey. Nuestro piloto Tom, un hombre fuerte, con una amplia sonrisa, se ocupó de las velas; los niños le ayudaban o le estorbaban; entretanto yo me coloqué cerca del timón. Conocía lo suficiente como para no dirigir el bote contra el viento, o para hacer que las velas flamearan. Ni Vita ni los niños conocían eso, de suerte que quedaron bastante impresionados con mi aire de suficiencia. Bien pronto notamos la estela del agua bajo el casco del bote. Los niños gritaron con excitación, mientras Vita se acomodaba a mi lado; como a todas las mujeres americanas, los pantalones vaqueros le sentaban muy bien; Vita estaba bien formada y el jersey rojo le caía a maravilla.
—Esto es el cielo —dijo ella, acurrucándose a mi lado y apoyando su cabeza contra mi hombro—. Fue una gran idea tuya el preparar todo esto. El agua no podía estar en mejores condiciones.
El problema fue que no continuó así por mucho tiempo. Recordé las ocasiones en que acompañábamos al padre de Magnus: después de pasar la boya de Cannis y Gribbin Head, un viento del Oeste chocaba violentamente contra la marea y aumentaba así la velocidad del bote; todo esto era un juego para la gente experimentada en este asunto, como el comandante Lane, pero hacía que el bote se inclinara hacia un lado de suerte que los pasajeros sentados a estribor se vieran a pocos centímetros del agua. Ahora el pasajero era Vita.
—¿No sería más prudente que tú dejaras conducir al piloto? dijo ella nerviosamente, después de que el bote se había inclinado a una y otra parte como un caballito de carrusel; era culpa mía por colocarme en dirección contraria al viento; pero en seguida volvió el bote a su posición correcta.
—Ni una palabra de eso —dije con entusiasmo—. Pásate al otro lado y siéntate allí.
Ella se levantó y enredó su pie en un cabo. Al inclinarme para ayudarla, descuidé mi labor de piloto, lo que hizo que una ola barriera la cubierta y nos mojara a todos.
—Una gota de agua salada no hace mal a nadie —grité, pero los niños no parecían tan seguros y, acompañados de su madre, fueron a buscar refugio en la pequeña cabina en donde se hacinaron como sardinas en lata.
—Es un viento favorable —dijo nuestro piloto Tom, con una sonrisa que cubría todo su rostro—. Estaremos en Mevagissey dentro de poco.
Descubrí mis dientes imitando su sonrisa confiada. Pero los tres rostros blancos levantados hacia mí desde la cabina no demostraban entusiasmo y tuve la impresión que ninguno de ellos compartía la opinión del piloto.
Me ofreció un cigarrillo. Después de tres chupadas vi que había sido un error aceptarla y lo dejé caer por la borda, en el momento en que él no me miraba; entretanto él encendía una enorme pipa. Una parte del humo se dirigió hacia la cabina.
—La señora sentiría menos el balanceo si se sentara en el fondo de la cabina —sugirió Tom—; lo mismo los niños.
Miré a les niños. El bote estaba bastante tranquilo; sin embargo, apretados en la oscura cabina, ellos sentían el menor movimiento; un bostezo de mal agüero apareció en el rostro de Micky. Vita, con sus ojos completamente abiertos, parecía hipnotizada por el brillante impermeable de Tom, que colgaba de un gancho a la puerta de la cabina y que se balanceaba de un lado a otro con el movimiento del bote, como el cadáver de un hombre ahorcado.
Tom y yo cambiamos una mirada maliciosa, unidos en una especie de complicidad. Mientras él me reemplazaba en el timón y fumaba su pipa, llevé la familia al fondo de la cabina, en donde Vita y el niño más pequeño estuvieron pronto mareados. Teddy resistió la prueba. Posiblemente porque mantenía su cabeza inclinada hacia atrás.
—Pronto estaremos a la altura de Black Head —dijo Tom—; allí no habrá balanceo.
El hacerse cargo Tom del timón tuvo un efecto mágico. O tal vez fue pura casualidad. El balanceo a la manera de un caballito de carrusel cesó y se convirtió en un suave deslizarse. Las caras blancas perdieron su palidez, los dientes dejaron de castañetear y los pasteles preparados por la señora Collins salieron de las servilletas; incluso Vita mostró buen apetito. Pasamos Mevagissey y anclamos en el lado occidental de Chape! Point; no había la más ligera perturbación en el cielo ni el mar y el sol brillaba en todo su esplendor.
—Es extraordinario cómo inmediatamente que Tom se encargó del bote, el viento cesó —observó Vita, quitándose el jersey y poniéndolo bajo su cabeza como una almohada.
—Nada de eso —dije yo—. Nos acercábamos a tierra, eso es todo. —Yo sólo sé una cosa— dijo ella que es Tom quien va a tomar el timón de regreso a casa.
Entretanto Tom se encargaba de los niños. Estos tenían los bañadores puestos y llevaban toallas en sus manos. Tom, por su parte, tenía todo un equipo de pesca.
—Si ustedes prefieren quedarse en el bote, yo cuidaré de que los niños no sufran ningún percance. Esta playa no ofrece ningún peligro.
Yo no quería quedarme a bordo con Vita. Lo que deseaba era atravesar los campos y encontrar a Bodrugan.
Vita se sentó y, quitándose los anteojos negros, echó una mirada a su alrededor.
La marea estaba bajando y la playa parecía tentadora, pero vi con satisfacción que estaba temporalmente ocupada por media docena de vacas que se paseaban al azar pisoteando la arena.
—Yo me quedaré en el bote —dijo Vita tajantemente—; si quiero nadar lo haré desde el bote.
Bostecé; era mi reacción inmediata al sentirme culpable.
—Iré a la playa para estirar las piernas; es demasiado pronto para nadar después de un almuerzo tan suculento.
—Haz como quieras. Es maravilloso esto. Aquellas casas blancas en el promontorio son encantadoras. Se diría que estamos en Italia. La dejé con su imaginación y monté en la chalupa con los otros.
—Desembárcame allí, a la izquierda de aquellas rocas —le pedí a Tom.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Teddy.
—Caminar.
—¿No podemos permanecer en la chalupa y pescar bacalao? —indagó.
—Por supuesto que sí, es lo mejor que podéis hacer.
Salté a la playa en medio de las vacas, libre de todo estorbo. Los niños también estaban muy contentos de librarse de mi compañía; les miré alejarse. Vita me lanzó un saludo breve, desde el bote anclado. Me volví y marché colina arriba.
El sendero corría paralelo a una pequeña corriente, luego giraba al lado de una cabaña. El mar desapareció de mi vista. El camino continuaba subiendo hasta llegar a un portal entre viejos muros; a la izquierda aparecían las ruinas de un molino. Me aventuré a través de esa puerta, la granja Bodrugan estaba allí; un gran estanque a mi izquierda debía de haber alimentado la corriente del molino; a mi derecha se levantaba la hermosa casa de la granja de hoy; era del estilo del siglo XVIII, parecida a Kilmarth; a su lado se encontraba un gran muro de piedra, mucho más antiguo, que seguramente enmarcaba la propiedad de Otto en el siglo XIV. Dos niños jugaban bajo las ventanas de la granja; no me vieron; crucé las praderas donde algunas vacas estaban paciendo, y entré en el granero a la derecha.
Este granero debía de haber estado en uso durante siglos; sin embargo, hace seiscientos años se levantaba aquí tal vez un gran comedor u otras piezas; el recinto al otro lado del pasillo podía haber sido la capilla. El conjunto era grande, mucho más grande que el espacio cubierto por montículos y baches que habían formado la casa de los Champernoune, debajo de Gratten; caí en la cuenta ahora de por qué Joanna, nacida Bodrugan en este sitio, pudo haber pensado que la casa en la cresta de Treesmill era un cambio desventajoso cuando se casó con Henry Champernoune.
Salí del granero, caminé a lo largo de los muros de piedra que rodeaban toda la granja; después, trepando las colinas del otro lado, pude ver de nuevo el mar. Aquí en la cima de la colina existía un terraplén que debió de ser en otro tiempo una especie de mirador sobre la bahía; me pregunté cuántas veces subió Otto aquí desde su casa y miró hacia Black Head y más allá, hacia los acantilados cercanos a Tywardreath y al estuario vecino; el primer acantilado descendía hasta el valle de Lampetho, el segundo hasta los muros de la abadía y el tercero hasta Treesmill y la propiedad de los Champernoune. Él debió de poder ver todo esto en un día claro; quizá también la humilde morada de Kylmerth.
Este habría sido el momento preciso para tener el pequeño frasco en el bolsillo, y lograr ver así a Otto inclinándose desde su mirador; debajo de él, en la ensenada protegida en donde pescaban hoy los niños, hubiera podido ver anclado el navío de Bodrugan listo para hacerse a la vela. O quizá regresando más lejos en el tiempo yo hubiera podido verle galopando en aquella primera rebelión contra Eduardo II en 1322; entonces, joven y fanático, había sido condenado a pagar mil marcos por el fracaso de la rebelión. Campeón de causas perdidas, sediento de frutos prohibidos… Cuántas veces, me pregunté, habría Otto atravesado aquella bahía dejando a su incolora Margaret, hermana de Henry Champernoune, recluida en la casa Bodrugan o en la otra propiedad de Trelawn.
Volví a la playa con mucho calor y cansado. Era curioso, pero parecía exigir un esfuerzo más grande el hacer frente a mi familia sin haber tomado la droga y vivido en ese otro mundo.
Me sentía agotado, sin energías. Y con una sensación extraña preñada de malos augurios. La imaginación no era suficiente; ansiaba ardientemente esa experiencia viviente que se me negaba ahora, y que yo habría podido suscitar si hubiera tomado unas pocas gotas del recipiente que contenía la droga en el armario cerrado del laboratorio de Kilmarth. Habría sido quizá testigo de escenas interesantes en aquel antiguo paraje sobre la colina, o en la granja misma; mi frustración era absoluta.
Las vacas se habían retirado de la playa. Los niños habían vuelto al bote y estaban sentados en la cabina tomando el té, mientras sus bañadores se secaban colgados del mástil.
Vita, de pie sobre la cubierta, tomaba fotos. Un grupo alegre; todo el mundo era feliz; yo era la única persona ajena a todo eso.
Vestía mi bañador debajo de los pantalones. Me los quité y entré en el agua. Me pareció fría después de la caminata; plantas marinas flotaban en la superficie, como las trenzas de Ofelia. Giré sobre mi espalda y miré al cielo. Me sentía aplastado por una sensación extraña y con un gran decaimiento, como si me encontrara condenado a muerte. Necesitaría esforzarme para estar a tono con la alegría familiar.
Tom me había visto y conducía ahora la chalupa a la playa para recoger mis prendas de vestir. Nadé hasta el bote y logré subir a él con la ayuda de una cuerda y de las manos de Vita y de los niños.
—Mira, tres bacalaos —gritó Micky—. Mamá dice que los guisará y los preparará para la cena. También hemos recogido gran cantidad de conchas.
Vita avanzó hacia mí, con el resto del té.
—Pareces un poco agotado, ¿caminaste mucho rato?
—No, sólo atravesé los campos. En otro tiempo se levantaba allí un castillo, pero ya nada queda de él.
—Debiste haber permanecido en el bote. El baño era un cielo. Sécate con esta toalla; estás temblando, espero que no atrapes un resfriado. Qué disparate zambullirte en agua fría cuando estás sudando.
Micky puso en mi mano húmeda un pastel que sabía a algodón. Tragué el insípido té. Tom subió a bordo trayendo mis vestidos y pronto levamos anclas y partimos. Tom tenía el timón. Me puse otro jersey y me senté en la cubierta. Vita se sentó a mi lado. El pequeño balanceo a mitad de la bahía, la hizo volverse a la cabina; se envolvió en el impermeable de Tom; miré hacia delante en dirección de Kilmarth que se encontraba oculto detrás de una hilera de árboles. En otro tiempo, navegando más cerca de la costa, Bodrugan debió de tener una visión más clara, mientras dirigía su navío hacia el estuario de Par; si Roger lo hubiera estado observando desde los campos, podía haberle indicado que todo iba bien.
Me preguntaba quién se sentiría más impaciente: Bodrugan mientras entraba en las aguas del canal, sabiendo que ella lo esperaba en aquella casa vacía, más allá de los muros de piedra, o Isolda, cuando descubría el mástil del navío. Ahora, con el sol a estribor, pasamos por la boya de Cannis y nos dirigimos a Fowey; entramos en el puerto con gran excitación por parte de los niños, pues en ese momento un gran navío, pintado de blanco y escoltado por dos lanchas, salía de allí.
—¿Podemos volver mañana? —exclamaron, mientras yo pagaba a Tom y le agradecía su trabajo.
—Ya veremos —dije usando la conocida fórmula de los adultos que es tan enojosa para los niños.
«¿Veremos qué?», podían preguntarse ellos. Veremos si todo está en armonía y conforme con los planes de los adultos. El éxito o el fracaso del día dependía del estado de las relaciones entre su madre y yo. Mi problema inmediato al llegar a Kilmarth era telefonear a Magnus antes de que él me llamara.
Me dirigí furtivamente hacia la biblioteca, esperando el momento propicio; los niños entraron y conectaron la televisión, de forma que tuve que subir a la alcoba. Vita se encontraba en la cocina preparando la cena; ahora o nunca. Marqué el número del teléfono y Magnus contestó inmediatamente.
—Mira —dije tranquilamente—, no puedo hablar por mucho tiempo. Ha ocurrido lo peor. Vita y los niños han llegado inesperadamente el sábado por la mañana. Casi me cogen con las manos en la masa, y tu telegrama fue una gran calamidad. Vita lo abrió. Desde entonces la situación ha sido espinosa, por no decir algo peor.
—¡Oh, querido amigo!… —dijo Magnus con el tono de una vieja tía solterona que tiene que resolver un pequeño problema con la servidumbre de la casa.
—Nada de ¡querido amigo! ¡Rayos y centellas! —exploté—. Y es el fin del camino también, en lo que respecta a nuestros famosos «viajes», ¿te das cuenta, no es cierto?
—Tranquilízate, querido amigo, tranquilízate. ¿Dices que llegó y te encontró en mitad de un viaje?
—No, volvía de uno, a las siete de la mañana. No entraré ahora en detalles.
—¿Tuvo éxito?
—No sé lo que quieres decir con tener éxito. Se trataba de una rebelión inminente contra la Corona. Otto Bodrugan estaba allí y Roger, por supuesto. Te lo contaré todo por escrito mañana, lo mismo que el viaje que hice el domingo.
—Así, pues, ¿te arriesgaste de nuevo, a pesar de la familia? Espléndido.
—Solamente porque ellos querían ir a la iglesia, y así yo podía escaparme hasta Gratten. Ahora tengo un problema concerniente al paso del tiempo, Magnus. No puedo explicármelo. El viaje parecía haber durado media hora o a lo más cuarenta minutos, pero de hecho yo estuve «fuera» dos horas y media.
—¿Qué dosis tomaste?
—Lo mismo que el viernes por la noche o unas pocas gotas más. —Sí, lo veo.
Permaneció en silencio un minuto reflexionando sobre lo que le había dicho.
—¿Y bien? ¿Qué significa eso?
—No estoy seguro. Tengo que investigar un poco. No te preocupes, no es nada serio en este momento de la experiencia. ¿Cómo te sientes ahora?
—Bien… físicamente bastante fuerte; hemos estado bogando todo el día, pero estoy en una tensión infernal, Magnus.
—Veré cómo pasa esta semana y trata de calmarte; dentro de pocos días tendré algunos resultados en el laboratorio que podremos discutir juntos; entretanto, ¡buen éxito en tus viajes!
—Magnus…
Había colgado. Afortunadamente, porque me pareció oír a Vita que subía las escaleras. En cierto sentido sentí alivio con la perspectiva de verle, aunque esto significaba tener dificultades con Vita. Magnus desplegaría su colección de encantos para calmarla y, en todo caso, sería ahora su responsabilidad y no la mía. Además, estaba preocupado por esta droga. Este sentimiento de depresión podía ser una consecuencia de ella. Me miré en el espejo del lavabo. Había algo raro en mi ojo derecho, estaba enrojecido, con una pequeña mancha en el blanco del ojo. Una pequeña vena rota tal vez, lo cual no tenía importancia; sin embargo, nunca me había ocurrido antes. Esperaba que Vita no se diera cuenta.
La cena pasó sin percances, los niños parloteaban alegremente, comentando las aventuras del día y saboreando los bacalaos (el más insípido de todos los peces para mi gusto); no quise enfriar su entusiasmo. En el momento de levantarnos de la mesa, sonó el teléfono.
—Yo contestaré —dijo Vita rápidamente—, puede ser para mí.
En todo caso no sería Magnus. Los niños y yo preparamos el lavaplatos y yo había comenzado a lavar la vajilla, cuando Vita entró en la cocina. Tenía la expresión en su rostro que yo bien conocía. Resuelta, desafiante.
—Eran Bill y Diana.
—¿Ah, sí?
Los niños desaparecieron en la biblioteca para mirar la televisión. Yo preparé el café para nosotros dos.
Van a volar a Dublin desde Exeter —dijo ella—. Ahora están en Exeter. —Luego, antes de que yo pudiera hacer algún comentario, Vita dijo rápidamente—: Están muertos de deseos de ver la casa; así, pues, les sugerí que retrasaran el viaje cuarenta y ocho horas y que vinieran mañana a almorzar con nosotros y a pasar aquí la noche. Aceptaron con entusiasmo.
Dejé mi taza de café sin probarlo y me dejé caer en la silla de la cocina.
—Dios mío —dije.