Capítulo XIV

TEODORO hizo la salida de Vercelli el viernes al romper el día. Estuvo bien planeada, pues el marqués no era ningún novicio, y antes de que hubiera entrado en acción la mitad de su golpe, había cedido el paso emprendiendo la fuga.

Esto no era más que el preludio de lo que se proponía hacer Teodoro, que, con todas sus fuerzas, tomó la carretera de Casale para caer sobre Bellarión, que ya había logrado su objeto: sacar al marqués y a su ejército de entre aquellas murallas casi inexpugnables.

Apenas hubo pasado Teodoro con su gente, Carmagnolo, enterado de su partida, reunió sus maltrechas huestes y, al compás de tambores y trompetas, y a banderas desplegadas, entró como conquistador en la indefensa ciudad de Vercelli. Por la resistencia que había hecho, la sujetó a cruel saqueo, dando amplia licencia a los apetitos de la soldadesca, y por la noche escribió a Filippo María el siguiente documento histórico:

Muy alto y poderoso señor duque:

Tengo la inmensa alegría de informar a Vuestra Alteza, que con las reducidas fuerzas que me quedaron después de la deserción del príncipe de Valsassina y de algunos otros capitanes, he tenido la suerte de arrojar de Vercelli al ambicioso Teodoro de Montferrato. Hemos reñido una gloriosa batalla en las llanuras de Quinto, y con mis fuerzas, numéricamente inferiores, he logrado poner al marqués en fuga. Desistiendo de la persecución, por no internarnos en territorio montferratino, he ocupado la plaza, reintegrándola a los territorios de vuestra magnificencia, que supongo quedará plenamente satisfecho del celo, actividad y pericia, demostrados en tan noble hecho de armas.

La marcha de Teodoro a Casale estaba muy lejos de parecer una fuga. El considerable tren de sitio que arrastraba por aquellas pantanosas planicies entorpecía tanto su marcha, que ya mediaba la fría tarde de noviembre cuando alcanzó Villanova, y allí supo de boca de un espía que un importante ejército, mandado por el príncipe de Valsassina, marchaba hacia el norte, desde Terranova.

La noticia, por lo imprevista, produjo cierta alarma.

Teodoro avanzaba confiado, teniendo la seguridad de encontrar al enemigo encerrado en Casale. De ahí el voluminoso tren de sitio que tanto había retrasado su marcha. El que Bellarión, despreciando las ventajas que le ofrecían las fuertes murallas de Casale, las abandonara para combatir a campo abierto. Y en éste, como en otros casos, lo imprevisto de la táctica favoreció a Bellarión. Obligado Teodoro a obrar con premura, sin saber cuándo caería sobre él la tropa enemiga, tomó disposiciones sin madurarlas como el caso requería.

La primera de ellas fue mandar que se suspendieran los preparativos que se hacían para acampar durante la noche, y ponerse inmediatamente de nuevo en marcha. Ésta se reanudó con cierto desorden, producido, principalmente, por el cansancio de las tropas.

El objetivo de Teodoro, y muy acertado por cierto, era ganar la extensa llanura de tierra firme que se extiende entre Corno y Pópolo. Las colinas que la rodeaban defenderían sus flancos, y el enemigo tendría que atacar sobre un frente estrecho.

Pero a poco más de una milla de Villanova, ya se presentó Bellarión sobre el ala izquierda y la retaguardia. Con la capacidad propia de aguerrido veterano, el marqués formó sus tropas en media luna, colocando la infantería de un modo que mereció la completa aprobación de su contrario. Después intentó visiblemente batirse en retirada, a fin de lleva su ejército hasta la ambicionada posición.

Pero la infantería no estaba a la altura de su jefe y carecía de práctica en esos movimientos estratégicos. No supo resistir la furiosa carga de la caballería pesada a las órdenes de Trotta, que arrolló la muralla humana. Un contraataque de Teodoro generalizó la batalla, y para un encuentro de esa magnitud, no podía ser más desfavorable la posición de Teodoro, con los pantanos de Dalmazzo a su izquierda y dando la espalda a la impetuosa corriente del Po. Con pasmosa serenidad, el montferratino varió la dirección de sus tropas de modo que la retaguardia estuviera en línea de la gran explanada de tierra firme; oyóse en aquella dirección el cada vez más cercano galope de muchos caballos y un instante después la condotta de Ugolino había embestido por la espalda a la retaguardia del marqués.

Da Tenda siguió al pie de la letra las órdenes de Bellarión. Saliendo de Balzola al mediar el día, avanzó con gran cautela, hasta emboscarse en el lugar indicado por el jefe. El nuevo golpe, tan violento como inesperado, descompuso la retaguardia de Teodoro. Los hombres se dispersaron, metiéndose muchos en las tierras pantanosas, en la que se hundieron hasta el pecho. Esto produjo tal pánico y trastorno, que el frente fue hecho pedazos por los renovados ataques de Bellarión.

En menos de tres horas de combate, exceptuando algunos jinetes que huyeron hacia Trino, de todo el ejército de Teodoro no quedaba combatiente con vida que no se hubiera rendido. Desposeídos de las armas y privados de los caballos, recibieron la orden de ir adonde quisieran, con tal de que fuera lejos del territorio de Montferrato. Los heridos del ejército de Teodoro fueron llevados por sus compañeros a las aldeas de Villanova y Grossi.

Hacia las tres de la madrugada de aquella misma noche, el ejército vencedor hizo su entrada triunfal en Casale, que parecía un ascua de oro por las muchas fogatas y antorchas que alumbraban las calles, en tanto que las campanas de la catedral repicaban anunciando la victoria. Bellarión fue aclamado con delirante entusiasmo por haber salvado al pueblo de los horrores de un sitio y de la peligrosa venganza de marqués Teodoro.

Éste marchaba a pie, con porte altivo, a la cabeza de un grupo de prisioneros de calidad, retenidos por sus opresores para obtener rescate. La multitud le dirigía insultos Y burlas, como hace siempre el populacho con todos los vencidos. Muy pálido, pero con la cabeza erguida, aparentaba Teodoro no oír aquellas expresiones de la bajeza humana, muy convencido de que, si hubiera triunfado, habrían sido para él las aclamaciones que saludaban a su contrario.

Fue conducido a Palacio y al mismo aposento en que por espacio de tantos años había regido el estado de Montferrato. Allí encontró a sus sobrinos esperándole, al entrar entre Ugolino da Tenda y Giasone Trotta.

Con la cabeza descubierta, despojado de la armadura y un poco inclinado, parecía un reo ante el Tribunal, y desde aquel mismo sitial en que planeó la, supresión de su sobrino, alzóse la voz de éste, para decir:

—Espero que reconoceréis vuestras culpas, señor —la voz de Gian Giacomo era clara y fría, y la viril dignidad de su apostura le hacía muy distinto del mozuelo a quiera él trató de perder física y moralmente—. Bien sabéis el mal paso que habéis dado a la confianza que en vos puso mi padre y señor, que esté en gloria. ¿Tenéis algo que alegar?

El exregente tuvo que hacer un esfuerzo antes de poder decir:

—En la hora de la desgracia, sólo puedo entregarme a vuestra clemencia.

—¿Sois, por ventura, digno de ella?… ¿Olvidáis la causa que os ha traído a vuestro presente Estado?

—Ya sé que estoy en vuestras manos prisionero e indefenso… no pretendo tener derecho a piedad… la espero, nada más.

Los dos hermanos cambiaron una mirada.

—No soy el que ha de juzgaros, y me alegro —dijo Gian Giacomo—. Pues aunque vos hayáis olvidado que soy de vuestra sangre, yo no olvido que sois el hermano de mi padre. ¿Dónde está Su Alteza el príncipe de Valsassina?

Teodoro retrocedió un paso, diciendo:

—¿Vais a ponerme a merced de ese falsario?

—Muchos títulos ha ganado nuestro campeón —dijo con frialdad Valeria— desde la hora en que para combatir vuestras infamias, se convirtió en vuestro espía. Pero el título que acabáis de darle, viniendo de vuestros labios, es el más alto que ha recibido. Ser un falsario a los ojos de un traidor es ser un hombre honrado entre los de rectas miras.

El pálido rostro de Teodoro se contrajo con una maliciosa sonrisa; mas nada pudo decir, pues en aquel mismo instante se abrió la puerta para dar paso a Bellarión.

Venía sostenido por dos suizos y seguido de cerca por Stoffel.

Habíanle despojado de la armadura, las mangas del coleto y camisa colgaban vacías y ensangrentadas, mientras que sobre el pecho se veía el bulto del brazo inerte y pegado al cuerpo. Estaba muy pálido y evidentemente sufría atroces dolores.

Valeria púsose en pie y casi más pálida que él, preguntó:

—¿Estáis herido, príncipe?

Bellarión, con sonrisa algo irónica, respondió:

—Suele suceder cuando se va a un combate. Pero, según creo, el señor marqués Teodoro es el que ha recibido la herida más profunda.

Stoffel acercó un sitial en el que los suizos dejaron caer suavemente a Bellarión, quien dirigiéndose a Teodoro, dijo:

—Uno de vuestros caballeros me ha traspasado el hombro en la última carga.

—Ojalá os hubiera traspasado el pescuezo.

—Ése era su propósito —dijo el herido con pálida sonrisa—, pero ya sabéis que me llaman Bellarión el Afortunado.

—Mi señor tío acaba de daros otro sobrenombre —dijo Valeria, y Bollarían observó la mirada de odio y desprecio que arrojó a Teodoro, pareciéndole que la animosidad con que durante tanto tiempo le abrumó, pasaba al fin a quien en derecho correspondía—. El señor marqués Teodoro —prosiguió ella— es un hombre temerario, que no quiere molestarse en halagar al árbitro de su destino. Me parece que ha perdido su proverbial sagacidad, al mismo tiempo que su ejército.

—Sí —contestó Bellarión—; se lo hemos quitado todo; hasta la máscara de magnanimidad ha desaparecido.

—¿Hasta cuándo he de soportar vuestras burlas? —preguntó con rabia contenida Teodoro—. ¿Os complace tenerme aquí…?

—No, por mi vida —interrumpió el herido—. Vuestra presencia no ha sido nunca grata para mí.

Llévatelo, Ugolino, y tenle en lugar seguro… Mañana se te juzgará.

—¡Perro! —exclamó el vencido con venenosa mirada, disponiéndose a salir.

—Ésa es mi divisa, lo mismo que el ciervo es la vuestra… Pensaba en vos cuando la adopté.

—Bien castigado estoy por mi debilidad —observó Teodoro deteniéndose—. Si hubiera yo dejado que el Podestá os colgara cuando estuviste aquí preso…

—Os pagaré en la misma moneda —interrumpió Bellarión—. Se respetará vuestro pescuezo, y hasta conservaréis el principado de Génova con tal de que no intentéis salir de él —e hizo una perentoria seña a Ugolino, que salió rápidamente con el prisionero.

Tan pronto como se cerró la puerta, Bellarión, que sólo se sostenía por un supremo esfuerzo de voluntad, al aflojar las riendas de ésta perdió el sentido.