EPÍLOGO

Nos vimos en la cafetería del Ateneu, dice Carme Román. A Toni le había conocido unos días antes en la retrospectiva que el Palau de la Virreina había dedicado a la obra de Ferran Coll, su abuelo, muerto un par de años atrás. La exposición incluía una serie de dibujos titulada El Rata, 1969. Yo ya sabía que Justo Gil había sido confidente de la policía y que le llamaban el Rata: lo había leído hacía mucho tiempo en un reportaje del Tele/Exprés. Toni me pidió que le contara todo lo que sabía. Al principio no entendí los motivos de su curiosidad. Luego intuí que se sentía en el deber de completar una investigación que su abuelo había dejado a medias.

—Cuéntamelo todo —repitió—. Háblame.

—¿Pero de qué?, ¿de qué quieres que te hable?

—De lo que te apetezca. De tu vida. De ti, de Justo…

Respiré hondo, me arreglé el peinado y comencé:

—Se puede decir que Justo y yo fuimos socios. Eso fue en 1964, dos años después de que mis padres y mi hermano murieran en la riada y yo me viniera a Barcelona a vivir con mis tíos…