Un falan después: diez rotaciones del Mundo Anillo.
Lejos, Arco arriba, veintiuna llamas brillaban con fuerza, tan intensas como la corona de aquel sol hiperactivo vista al borde de una de las pantallas de sombra.
La «Aguja» seguía empotrada en basalto bajo el mapa de Marte. Su tripulación contemplaba una ventana holográfica por amabilidad de las cámaras de la sonda, ésta instalada al borde del mapa de Marte, en una zona cubierta de nieve carbónica donde no era probable que se aventurasen los marcianos.
Entre aquellos dos círculos de llamas, como velas de un pastel, estarían muriendo plantas, animales y seres humanos, en cantidades tales que harían parecer desértico el espacio humano. Las plantas se marchitarían o mostrarían crecimientos anormales; los insectos y otros animales se reproducirían, pero no con arreglo a las leyes de su especie. Valavirgillin se preguntaría las causas de la muerte de su padre, o por qué sufría vómitos ella misma con demasiada frecuencia, y si sería parte de un apocalipsis general o si el extranjero del Pueblo de las Estrellas sería capaz de hacer algo para remediarlo.
Pero nada de eso era visible a noventa millones de kilómetros de distancia. Unicamente se distinguían los chorros de los reactores Bussard, quemando combustible enriquecido.
—Tengo el placer de anunciar que el centro másico del Mundo Anillo tiende a coincidir de nuevo con su sol —dijo el Inferior—. Dentro de otras seis o siete rotaciones podremos ajustar de nuevo la defensa contra meteoritos tal como la encontramos, para que dispare contra los cuerpos intrusos. Un cinco por ciento de la capacidad de los reactores de posición será suficiente para estabilizar la estructura.
Chmeee gruñó en señal de satisfacción. Luis y los Ingenieros de las Ciudades siguieron contemplando el holograma que brillaba en medio de la profundidad de basalto negro.
—Hemos ganado —dijo el Inferior—. Tú, Luis, me propusiste una misión de envergadura únicamente comparable a la construcción del propio Mundo Anillo, y pusiste mi vida en peligro. Puedo admitir tu arrogancia ahora que hemos vencido, pero hay límites para todo. Quiero escuchar tu felicitación, o te cortaré el aprovisionamiento de aire.
—Te felicito —dijo Luis Wu.
La mujer y el muchacho que estaban a su lado se echaron a llorar.
Chmeee dijo con un resoplido de desdén:
—El vencedor tiene derecho a glorificarse, cuando menos. ¿Os afligís por los muertos y los moribundos? Si hubieran sido dignos de vuestro respeto se habrían ofrecido a ayudaros.
—No les dimos esa oportunidad. Mira, nadie quiere que te sientas culpable…
—¿Y por qué habría de sentir yo eso? No es mi intención ofender, pero esos muertos y moribundos son homínidos. No son de tu raza, Luis, ni desde luego tampoco de la mía, ni de la del Inferior. Me considero un héroe. He salvado lo que prácticamente equivale a dos mundos habitados, cuyos pobladores sí son de mi especie, o casi.
—Muy bien. Comprendo tu punto de vista.
—Y ahora, con el apoyo de una tecnología superior, pienso forjar un imperio.
Luis se sonrió:
—¡Claro! ¿Por qué no? ¿En el mapa de Kzin?
—He estado pensándolo. Creo que prefiero el mapa de la Tierra. Según nos dijo Teela, exploradores kzin se hicieron los amos del mapa de la Tierra. A mi modo de ver, es posible que ésos se asemejen más a mi raza de conquistadores que los decadentes del mapa de Kzin.
—Seguramente tienes razón.
—Además, los del mapa de la Tierra han realizado un antiguo sueño de mi raza.
—¿Cuál?
—Han conquistado la Tierra, ¡idiota!
Hacía mucho tiempo que Luis Wu no reía tanto. ¡Conquistar un planeta de simios de las llanuras! ¡Sic transit gloria mundi!
—¿Cómo piensas llegar allí?
—No creo que sea muy difícil sacar la «Aguja» y conducirla a Mons Olympus…
—La nave es mía —dijo el Inferior en tono suave, pero cortándole decididamente la palabra a Chmeee—. Los mandos me obedecen a mí y la «Aguja» irá donde yo diga.
—Y ¿adónde sería eso? —replicó Chmeee con cierta acritud.
—A ninguna parte —contestó el Inferior—. No experimento ninguna necesidad de justificarme. No sois de mi especie, y además, ¿qué daño podríais hacerme? La hiperpropulsión no puede quemarse otra vez. Sin embargo, sois mis aliados y os concederé una explicación.
Chmeee se precipitó contra el mamparo, como queriendo ir al encuentro del titerote, con las garras sacadas y el pelo del cuello erizado. Naturalmente.
—He violado la tradición —continuó el Inferior—. He seguido actuando en situaciones en que rondaba la muerte. Me he jugado la vida durante casi dos decenios, bajo un crecimiento casi asintótico del riesgo. Ahora el riesgo ha pasado y soy un exiliado, pero vivo. Deseo descansar. ¿Podéis comprender mi necesidad de tomarme un largo descanso? En la «Aguja» tengo más comodidades que en ningún otro lugar de los que se encuentran a mi alcance. Mi nave está bien segura, encerrada en la roca, entre dos capas de scrith cuya solidez es comparable a la del propio casco de la «Aguja». Dispongo de paz y tranquilidad. Si más adelante volviese a sentir la necesidad de explorar, tengo a mi lado los millones de kilómetros cúbicos del Centro de Mantenimiento. Estoy exactamente donde deseo estar, y pienso quedarme.
Luis y Harkabeeparolyn hicieron rishathra aquella noche. (O no: hicieron el amor). Llevaban bastante tiempo sin hacerlo. Luis había llegado a temer que hubiese desaparecido el deseo. Luego ella se lo contó.
—Me he apareado con Kawaresksenjajok.
Él lo había observado, aunque esta vez, sin duda, se aludía a algo más permanente.
—Felicidades.
—Éste no es lugar para criar un hijo.
No se había molestado en anunciarle que estuviese embarazada. Pero desde luego, lo estaba.
—Creo que encontrarás Ingenieros en cualquier lugar del Mundo Anillo. Podrás establecerte donde quieras. En realidad, me gustaría acompañaros. Hemos salvado el mundo, conque supongo que somos unos héroes, caso de que alguien quiera creerlo.
—¡Pero si no podemos salir, Luis! ¡Ni siquiera podemos respirar en la superficie! Nuestros trajes presurizados están hechos trizas, y nos hallamos en medio del Gran Océano.
—La situación no es desesperada —dijo Luis—. ¡Hablas como si nos hubiéramos quedado desnudos en medio de la Nebulosa Magallánica! La «Aguja» no es nuestro único medio de transporte. Tenemos miles de esos discos flotantes. Hay un transportador espacial tan grande, que el Inferior pudo distinguir hasta detalles con el radar de profundidad. Encontraremos algo intermedio entre lo uno y lo otro.
—¿No tratará de detenernos tu aliado bicéfalo?
—Todo lo contrario. ¿Nos oyes, Inferior?
—Sí.
Se oyó una voz procedente del techo, que sobresaltó a Harkabeeparolyn.
Luis continuó:
—Estás en el lugar más seguro del Mundo Anillo. Tú mismo lo has dicho. El peligro más imponderable que te amenaza es la presencia de seres de otras razas a bordo de tu propia nave. ¿Te gustaría verte libre de nosotros?
—¡Y cómo! Tengo algunas sugerencias. ¿Quieres que despertemos a Chmeee?
—No. Hablaremos mañana.
Justo al borde del acantilado empezaba a condensarse el agua y de ahí fluía en catarata hacia abajo. Era como un río vertical, una cascada de treinta kilómetros de altura. Abajo, el mar era una niebla que se extendía a cientos de kilómetros de la costa.
La cámara de la sonda que miraba mar afuera del mapa de Marte no mostraba otra cosa sino agua que caía y niebla de agua pulverizada.
—Bajo la luz infrarrojo, el panorama es bien distinto —dijo el Inferior—. Fijaos…
La niebla ocultaba un barco. Era de un raro diseño triangular, sin mástiles. Pero, ¡un segundo!, pensó Luis. A treinta kilómetros de distancia…
—¡Pero si esa cosa debe de tener un kilómetro y medio de longitud por lo menos!
—Casi —admitió el Inferior—. Teela nos dijo que había robado una nave kzinti.
—Muy bien.
Luis había decidido en un instante.
—Separé un filtro de deuterio intacto de la sonda que luego destruyó Teela —dijo el Inferior—. Puede servir para propulsar ese barco. El viaje de Teela fue espantoso, pero el vuestro no tiene por qué serlo. Podéis llevar discos Botadores para las exploraciones y para que os sirvan de mercancía de trueque en las costas.
—Buena idea.
—¿Quieres un contactor en buen estado de uso?
—No me preguntes eso nunca más, ¿quieres?
—De acuerdo, pero tu contestación es una evasiva.
—Muy bien. ¿Puedes desmontar un par de discos transportadores de la «Aguja» y pasarlos al barco? Eso nos suministraría una escapatoria en caso de que tropezásemos con verdaderas dificultades. —Vio que las cabezas del titerote se miraban la una a la otra, y se apresuró a añadir—: Y también podrían salvarte a ti. Aún queda por ahí un protector, y ahora no necesita abandonar el Mundo Anillo, gracias a nosotros.
—Puedo hacerlo —dijo el Inferior—. Bien, ¿os parece adecuado este medio de transporte para alcanzar la plataforma continental?
Chmeee contestó:
—Será un largo viaje…, un viaje de ciento cincuenta mil kilómetros. Entre los tuyos, Luis, se decía que los viajes por mar eran tonificantes.
—En este mar, quizá sean además entretenidos. No es necesario poner rumbo directamente hacia el giro. Hacia el antigiro queda el mapa de un mundo desconocido, y está apenas el doble de lejos.
Luis se volvió hacia los Ingenieros de las Ciudades, sonriendo:
—Kawaresksenjajok, Harkabeeparolyn, ¿queréis que vayamos a verificar algunas de esas viejas leyendas? Y tal vez a crear otras tantas por nuestra cuenta.