31. El Centro de Mantenimiento

Fue como caer dentro de un horno. Luis tenía sus zuecos; en cambio Chmeee sólo podía contar con el revestimiento del suelo para proteger sus pies. El kzin desapareció escalera arriba, rebufando cada vez que tocaba una pieza de metal.

Luis contuvo la respiración y supuso que Chmeee estaría haciendo lo mismo. El aire ardía y hacía daño en los pulmones. El suelo tenía una inclinación de cuatro o cinco grados. Su error fue mirar al exterior, pues lo que vio le dejó petrificado de incredulidad. Fuera, en la semioscuridad, creyó ver un tiburón curioso. Agua del mar.

Le hizo perder dos o tres segundos. Subió por la escalera con más precauciones que Chmeee conteniendo la necesidad de respirar, tomando el aire a pequeñas bocanadas que le abrasaban de todos modos. Olía a quemado, a cerrado, a humo y a calor.

Chmeee, con el pelo del cuello completamente erizado, estaba curándose las quemaduras de las manos. Los tiradores de los armarios eran de metal. Luis se enrolló la toalla alrededor de la mano y empezó a abrir compartimentos. Chmeee hizo lo mismo con su toalla y se puso a vaciarlos. Trajes presurizados. Cinturones de vuelo. Una desintegradora. Tela superconductora. Luis tomó el casco de su traje presurizado, abrió la válvula del depósito de aire y después de enrollarse la toalla alrededor del cuello se puso el casco. El airecillo que le acariciaba la cara era caliente pero no abrasador, y respiró con delicia.

El casco de Chmeee no se podía desmontar del traje; tuvo que ponérselo todo y cerrarlo. Su respiración afanosa resonó de pronto en los auriculares de Luis, y daba miedo.

—Estamos debajo del agua —dijo Luis—. ¿A qué será debido este condenado calor?

—Pregúntamelo mañana. Ayúdame a llevar esto.

Chmeee recogió su cinturón volador y su coraza de impacto, una bobina de hilo negro y una buena cantidad de tela superconductora, así como el desintegrador pesado, y se encaminó con todo ello hacia la escalera. Luis le siguió, tambaleándose bajo el peso del cinturón volador de Prill, de la linterna láser y de dos trajes presurizados completos incluyendo otras tantas corazas de impacto. Empezaban a arderle las carnes.

Chmeee se detuvo delante de los instrumentos de la cabina de vuelo. Al otro lado de la ventanilla hervía un agua verdosa; a lo lejos se adivinaban grandes extensiones de algas recorridas por cardúmenes de pececillos. El kzin jadeó:

—Ahí, los instrumentos… contestan a tu pregunta. Teela me incendió con un haz de microondas… Los sistemas de control ambiental fallaron. Los repulsores de scrith fallaron… El módulo cayó. Las microondas… no pudieron atravesar el agua… pero el módulo sigue caliente porque… los intercambiadores de calor fueron lo primero que se estropeó… Demasiado bueno el aislante. Ahora no nos sirve el módulo.

—Al diablo con eso —dijo Luis, y utilizó el disco teleportador.

Dejó caer su carga, con la cara bañada en sudor. Se arrancó el casco caliente y respiró una bocanada de aire fresco. Harkabeeparolyn le apoyó y le llevó medio a rastras hasta la cama, murmurando palabras de consuelo en la lengua de los Ingenieros.

Chmeee no aparecía.

Luis se soltó, se puso de nuevo el casco y corrió a colocarse sobre el disco teleportador.

Chmeee estaba ocupado con los mandos. Puso su equipo en manos de Luis y ordenó:

—Llévate esto. No tardaré.

—A la orden, señor.

Luis casi se había puesto el traje presurizado cuando el kzin apareció en la «Aguja», y procedió a quitarse enseguida el suyo.

—No hace falta que te des tanta prisa, Luis. El módulo está inutilizado, Inferior. Lo he programado para que despegue con los motores de fusión rumbo al Mons Olympus, como mera maniobra de diversión. Quizá Teela desperdicie un par de segundos en destruirlo.

El micrófono contestó:

—Bien. Hemos hecho algunos progresos, pero no puedo mostrároslos. Es posible que Teela intercepte nuestras comunicaciones.

—¿Y bien?

El Inferior se materializó procedente de la cabina de vuelo, para poder hablar sin ayudas artificiales.

—Por supuesto, muchos de mis instrumentos han quedado inutilizados, pero al menos conozco nuestra orientación. Hay una fuente de importantes emisiones de neutrinos, probablemente una central de fusión, a unos trescientos kilómetros a babor y hacia el giro. El radar de profundidad muestra que estamos rodeados de cavidades; algunas son del tamaño de una habitación, pero hay otras tremendas, destinadas a contener la maquinaria pesada. Creo que he identificado la caverna vacía donde estuvo el andamiaje de la brigada de reparación, por el tamaño, la forma y las marcas del suelo. La salida es una compuerta inmensa, abierta en la pared del mapa, y oculta debajo de la gran catarata. He encontrado almacenes de lo que sin duda son parches para los impactos de grandes meteoritos, y otra compuerta, seguramente para naves menores, militares tal vez…, no sabría decirlo… y aún otra compuerta más. Debajo de la catarata hay seis accesos en total. He conseguido…

—¡Tus órdenes eran de encontrar a Teela Brown, Inferior!

—¿No acabas de aconsejarle paciencia a Luis Wu?

—Luis Wu es un humano y entiende lo que digo cuando hablo de paciencia. En cuanto a ti, bestia herbívora, es lo que te sobra.

—Y lo que tú propones es asesinar a la variante humana de un protector de Pak. Espero que no vayas a pensar en alguna especie de duelo, en un desafío y salto, y luchar contra Teela con las manos. No, hemos de luchar contra Teela con nuestros cerebros. Paciencia, kzin. No olvides lo que nos jugamos.

—Adelante.

—He logrado precisar nuestra situación con respecto a Mons Olympus: la montaña queda a mil trescientos kilómetros a babor y a contragiro de donde estamos. Sospecho que Teela disparó contra la «Aguja» con un láser pesado u otro dispositivo similar para mantenernos en estasis mientras nos remolcaba durante más de mil kilómetros, pero no entiendo por qué.

—Nos remolcó hasta donde tenía preparada la roca fundida para sepultamos. Este lugar va a ser el escenario de su hipotético asesinato múltiple. Aún no hemos averiguado cómo, ¡nej! ¡Es posible que haya sobreestimado nuestra inteligencia!

—Lo dirás por ti, Luis. Seguramente está debajo de nosotros. —Una de las cabezas del titerote se volvió hacia arriba—. Encima de nosotros, según la orientación de la nave, se detecta un grupo de habitaciones donde tiene lugar una actividad eléctrica importante, sin mencionar emisiones de impulsos de neutrinos como para indicar la existencia de media docena de radares de profundidad.

»Además he descubierto un hemisferio de sesenta y dos coma cuatro kilómetros de diámetro, en cuya pared se localiza otra fuente de neutrinos. Es móvil y la emisión es aleatoria, como si fuese una central de fusión. No se ha movido mucho durante los escasos minutos transcurridos desde vuestra ausencia, pero creo que en unas quince horas más menos tres habrá recorrido ciento ochenta grados del domo. ¿No te sugiere nada eso, comedor de carne, guerrero?

—Un sol artificial. Agricultura. ¿Dónde?

—A cuatro mil kilómetros hacia el borde de estribor del mapa. Pero como vuestra invasión va a tener lugar por el Mons Olympus, será a doce grados a contragiro de estribor. Tal vez habrá que penetrar alguna pared. ¿Llevas el desintegrador portátil?

—Como no soy del todo estúpido, lo llevo. Oye, Inferior, si el módulo llegase al Mons Olympus podríamos salir a través de los discos teleportadores y directamente por la escotilla de carga de la naveta. Pero Teela nos abatiría primero.

—¿Por qué? Ahora no estamos a bordo del módulo y ella lo sabe, puesto que tiene radar de profundidad.

—Brrr. Entonces vigilará el módulo, esperará hasta que aparezcamos y nos destruirá. ¿Es ésa la sapiencia que ha servido a los de tu raza para cazar lechuzas?

—Sí. Entraréis en Mons Olympus horas antes de que llegue la naveta. Programaré la sonda para que nos siga. En la sonda hay una placa receptora. Por supuesto, eso os deja sin medios para regresar a la «Aguja».

—Grrrr. Suena practicable.

—¿Qué equipo vais a necesitar?

—Trajes presurizados, cinturones voladores, láseres de mano y el desintegrador. También he traído esto —Chmeee indicó la tela superconductora—. Teela desconoce su existencia. Puede servirnos. Se podrían coser unas túnicas para recubrir nuestros trajes presurizados. Tú, Harkabeeparolyn, ¿sabes coser?

—No.

—Yo sé —dijo Luis.

—Y también yo —dijo el muchacho—. Basta con que me expliquéis cómo lo queréis.

—Lo haré. No hace falta que sea muy elegante. Hemos de suponer que Teela usará láseres y no armas lanzaproyectiles ni hacha de guerra. La coraza de impacto no podemos ponérnosla sobre el traje presurizado.

—Eso no es del todo exacto —dijo Luis—. Por ejemplo, yo podría ponerme la armadura de impacto de Chmeee por encima de mi traje presurizado.

—Embutido en todo eso no te moverás con rapidez suficiente.

—Tal vez no. ¿Cómo están esos ánimos, Harkabeeparolyn?

—Estoy confusa, Luis. ¿Lucháis a favor o en contra de la protector?

—Ella lucha contra nosotros, pero desea perder —explicó amablemente Luis—. Aunque no puede manifestarlo así; ella ha de comportarse tal como se lo dicta su cerebro y sus glándulas. ¿Puedes creer todo esto?

Harkabeeparolyn titubeó y luego dijo:

—La protector se comportaba como…, como cuando alguien se sabe vigilado por otro a quien teme, y que observa todo cuanto dice y hace. Así me sentía yo durante mi entrenamiento en el edificio Panth.

—Así es. El vigilante es la propia Teela. ¿Serías capaz de luchar contra un protector sabiendo que si pierdes puede morir todo un mundo?

—Creo que sí. En el peor de los casos serviría para distraer al protector.

—Muy bien. Te vienes con nosotros. Tenemos un equipo que iba destinado a otra mujer de tu raza. Te enseñaré lo que pueda sobre los elementos que vas a llevar. Ella llevará tu coraza de impacto, Chmeee, entre el traje presurizado y el revestimiento superconductor.

—Y que lleve el láser de Halrloprillalar. Yo perdí el mío en un descuido. Llevaré el desintegrador. Sé cómo trucar baterías de reserva para que suelten toda la carga en un milisegundo.

—Esas baterías son de mi pueblo. Las proyectamos por razones de seguridad —intervino el Inferior, desconfiado.

—Déjamelas de todos modos. A continuación cerrarás todos los canales de comunicación. Es de suponer que Teela termine de comer y regrese antes de que nosotros estemos a punto aquí. Me gustaría disponer de más tiempo. Luis, enséñale a Kawaresksenjajok cómo debe coser esos revestimientos. Hay que usar hilo también superconductor.

—Sí, ya se me había ocurrido. ¡Nej! ¡Cuánto me gustaría tener un poco más de tiempo!

Saltaron sobre los discos teleportadores entorpecidos por sus arreos.

Harkabeeparolyn estaba deforme bajo tantas capas de tela como la recubrían. Su cara, dentro del casco, tenía una expresión decidida. Traje presurizado, cinturón de vuelo, láser…, sería mucho que recordase cómo usar todo lo que llevaba, por no hablar de combatir con ello. De lejos podía asemejarse a Luis Wu por el bulto. A lo mejor serviría para que Teela titubease un instante. Cualquier detalle podía tener su importancia.

Desapareció. Luis la siguió, al tiempo que ponía en marcha su cinturón de vuelo.

Chmeee, Harkabeeparolyn, Luis Wu flotaban como bolas de papel negro sobre la parda ladera de Mons Olympus. La sonda no flotaba ya; sin duda debió navegar hasta que se le acabó el propelente y luego cayó y rodó montaña abajo. Estaba hecha añicos, pero la plataforma teleportadora se había salvado.

Los instrumentos que llevaba Luis debajo de la barbilla le dijeron que el aire era muy tenue, muy seco, y rico en dióxido de carbono buena imitación de Marte, pero la gravedad era prácticamente similar a la de la Tierra. ¿Cómo habrían sobrevivido los marcianos? Sin duda se habrían adaptado, sustentados por el mar de polvo en que vivían. Más fuertes quizá que sus primos extintos… Pero ¡al grano!

El borde del cráter estaba a sesenta kilómetros de recorrido en pendiente. Les llevó quince minutos. Harkabeeparolyn se retrasaba, luchando constantemente con los mandos.

En el fondo del cráter, la compuerta era color piedra y herrumbre, de superficie áspera. Había estallado hacia dentro, hacia abajo.

Se dejaron caer en la oscuridad.

Los cinturones de vuelo les daban sustentación. No deberían de haber funcionado, ya que las unidades repulsoras repelían placa de scrith tanto encima como debajo de ellos. Pero el techo de scrith no soportaba ningún esfuerzo y era mucho más delgado que la base del Mundo Anillo.

Luis conmutó al infrarrojo (y confió en que Harkabeeparolyn recordase las instrucciones, ya que de lo contrario tendría que seguirles a ciegas). El calor irradiado que venía de abajo aparecía como un pequeño círculo brillante. El medio que les rodeaba era vasto, indiferenciado.

Columnas de discos, provistas de escalerillas, flanqueaban tres de los muros. Y en medio del inmenso espacio, una torre inclinada hecha de formas toroidales, junto a la cual iba descendiendo, anillo tras anillo. Un acelerador lineal, tal vez orientado para pasar a través de Mons Olympus. Aquellos discos podían ser plataformas de combate para un protector, en espera de ser lanzadas al cielo.

En el suelo se veía un agujero reciente. Se dejaron caer a través de él. Harkabeeparolyn se había reunido con ellos al fin. El punto caliente seguía abajo, cada vez más ancho.

Así cruzaron doce pisos, uno tras otro, todos con el agujero coincidente. La «Aguja» había atravesado muchas capas de pastel. Incluso la última ruptura era enorme…, y salía de ella un gran resplandor infrarrojo. Debajo, la cámara estaba todavía cerca del rojo vivo. Chmeee entró en ella adelantándose a Luis. Durante un momento se mantuvo en suspensión y luego bajó decididamente hasta posarse en el suelo.

Mantenían el silencio por radio. Luis imitó a Chmeee: al pasar por el último agujero se halló envuelto en una niebla de infrarrojo. Allí se había desprendido una enorme cantidad de calor. Y un túnel que se desviaba hacia un lado brillaba más todavía.

Luis subió para reunirse con Chmeee, le hizo un gesto a Harkabeeparolyn. Ella aterrizó a su lado con cierta brusquedad.

Sí. La «Aguja» había sido remolcada por aquel túnel, al tiempo que se le inyectaba calor suficiente para mantener el campo de estasis alrededor de la nave. Un rastro fácil de seguir…, aunque no sin correr el riesgo de escaldarse. ¿Y ahora qué?

Seguir a Chmeee, que se alejaba flotando a toda velocidad. ¿Qué estaría tramando? ¡Si al menos pudieran hablar!

El espacio que cruzaban ahora era un conjunto de habitáculos, excesivamente estrecho para quien tratase de recorrerle volando a toda velocidad. Cuchitriles sin puertas, o puertas como las de una cámara acorazada, como si no hubiese bastado una simple cortina para estar al abrigo de curiosos. ¿Cómo vivían los protectores de Pak? Las ojeadas fugaces a los cubículos permitían descubrir una austeridad espartana. En el suelo de una de las cámaras, un esqueleto con las articulaciones hinchadas y el cráneo deformado. Una gran estancia llena de lo que parecían ser aparatos de gimnasia, incluyendo cuerdas para trepar que a simple vista tendrían un kilómetro de longitud.

Volaron durante horas. A veces el corredor seguía en línea recta durante kilómetros y más kilómetros. Entonces aceleraban al máximo. Otras veces se veían obligados a ir despacio para orientarse.

En ocasiones encontraban compuertas que les cerraban el paso. Chmeee se encargaba de ellas, y las convertía en polvillo monoatómico mediante el rayo del desintegrador.

Hasta que llegaron a una compuerta grande que se negó a desaparecer, aun después de haber soltado mucho polvo. Un rectángulo liso. Aquello debía de ser de scrith, pensó Luis.

Chmeee les hizo dar un rodeo por la izquierda, evitando lo que aquella puerta guardaba, fuera lo que fuese. Luis cerraba la marcha después de Harkabeeparolyn, y volaba de espaldas en espera de que apareciese por allí Teela Brown. Pero la gran compuerta continuó cerrada. Si Teela Brown hubiera estado detrás, tampoco les habría detectado a través del scrith. Hasta los protectores tenían sus limitaciones.

Podían continuar por el corredor hasta llegar a la «Aguja», pero no lo hicieron. Una vez tomada su referencia, por la situación de la «Aguja» Chmeee les llevaba doce grados de antigiro de estribor…, hacia un gran domo periférico dentro del cual giraba una fuente de neutrinos. No era mala idea.

Tan pronto como pudieron, torcieron a la derecha. Pasaron frente a otra compuerta de scrith, aunque ésta no les obstaculizaba el camino.

Lo que habían rodeado era desde luego muy grande. ¿Tal vez una sala de control de emergencia? Quizá necesitasen recordar luego dónde estaba.

Pasaron catorce horas, y recorrieron más de un millar de kilómetros antes de hacer alto para descansar. Durmieron dentro de una especie de rosquilla metálica que cubría hasta la cintura, situada en medio de una gran extensión desierta: de utilidad desconocida, pero al menos impediría que nadie se acercase furtivamente. Luis empezaba a desear algo más apetitoso que el concentrado de glucosa. Se preguntó si después de comer y ocuparse de sus asuntos, Teela habría tenido tiempo de volver a notar el hambre. Continuaron volando, hasta salir de la zona de viviendas. Aunque aun aparecían algunos cubículos por aquí y por allá, casi todo eran almacenes vacíos, tuberías y reservados diversos; otros recintos cerrados eran grandes cámaras que podían contener muchas cosas o nada.

Volaron alrededor del perímetro de lo que pudo haber sido una bomba gigantesca, a juzgar por el estrépito que siguió martilleando sus oídos hasta mucho después de haberla dejado atrás. Chmeee les condujo hacia la izquierda, desintegró una pared y se vieron en una sala de mapas tan enorme, que Luis se sintió encogido. Cuando Chmeee destruyó la pared del fondo, el gran holograma estalló en un destello y se desvaneció; ellos continuaron su camino.

Estaban cerca ya. Durmieron cuatro horas sobre un reactor de fusión que no funcionaba, antes de reanudar la correría.

De una galería que clareaba al fondo recibieron viento en las caras, hasta que acabaron por salir a la luz.

El sol acababa de pasar el cenit, en un cielo prácticamente sin nubes. Un inmenso paisaje diurno se extendía frente a ellos: estanques, masas de arbolado, campos de cereales e hileras de unas plantas color verde oscuro. Luis se sintió como un muñeco de tiro al blanco. Llevaba un carrete de hilo negro cosido a la ropa, sobre el hombro; lo desprendió y lo arrojó lejos de sí. El final del cabo también estaba cosido a su traje. Serviría para irradiar el calor si ella disparase.

¿Dónde estaría Teela Brown?

Allí no, al parecer.

Chmeee, en funciones de guía, hizo que pasaran unas lomas bajas y se encaminó hacia una charca. Luis le siguió y detrás de él, Harkabeeparolyn. El kzin empezó a desabrocharse el traje espacial. Cuando Luis se posó en el suelo, Chmeee hizo un ademán con las palmas de las dos manos hacia arriba, y luego les hizo señas de que no abriesen los trajes.

«No os abráis los trajes». Se refería a Harkabeeparolyn. Estaba advertida, pero de todos modos, Luis permanecía atento para asegurarse de que no lo hiciera.

¿Qué más hacer?

El paisaje era demasiado llano. No había por allí muchos lugares en donde esconderse: los árboles, las lomas de detrás, todo demasiado obvio. ¿Y debajo del agua? Cabía la posibilidad. Luis empezó a recoger el hilo superconductor que antes había largado. Seguramente dispondrían de muchas horas para prepararse, pero cuando llegase Teela, caería sobre ellos como el rayo.

Chmeee se había desnudado por completo, y luego se puso el traje de tela superconductora, se acercó a Harkabeeparolyn y la ayudó a quitarse la armadura de impacto, para ponérsela él mismo. Aunque ella quedaba así bastante indefensa, Luis no intervino.

¿Ocultarse detrás del sol? Aquel sol pequeño, funcionando por fusión y emisor de neutrinos, al menos no sería un escondrijo demasiado obvio. ¿Era factible? Si se dejaba colgar un hilo superconductor hasta un lago, la temperatura no podría pasar del punto de ebullición del agua.

¡Nej! ¡Era una idea astuta! Mejor habría funcionado en la superficie marciana, en donde el agua herviría a una temperatura más razonable. Pero allí estaban demasiado cerca del fondo del Anillo y la presión atmosférica era casi la del nivel del mar.

La espera podía durar días. La provisión de agua de los trajes alcanzaría, lo mismo que el concentrado de glucosa, y quizá también la paciencia de Luis Wu. Chmeee ya se había quitado el traje; tal vez encontraría incluso algo que cazar.

Pero, ¿qué sería de Harkabeeparolyn? No podía abrirse el traje, porque olfatearía inmediatamente el árbol de la Vida.

Chmeee volvió a inflar su traje presurizado y le ciñó el cinturón volador por fuera. Luego lastró los dos pies con pedruscos y ajustó el cinturón de manera que hiciese tracción hacia arriba. Aquello sí era una buena astucia de guerra. Bastaba con apartar las piedras de un puntapié para que el traje vacío echase a volar hacia arriba, a fin de distraer la atención de la atacante.

A Luis no se le había ocurrido nada comparable.

Era posible que Teela no se acercase por allí sino de tarde en tarde, sobre todo si guardaba reservas de árbol de la Vida en otro lugar.

Y bien mirado, ¿cuál sería el árbol de la Vida? ¿Se trataría de aquellos macizos cargados de hojas color verde oscuro? Luis arrancó una de las plantas. Tenía raíces gruesas, bulbosas, un poco como de ñame o de batata. La planta era desconocida para él como todas las demás formas de vida de aquel lugar. Casi todo lo que vivía en el Mundo Anillo, y desde luego todo lo que veían allí, había sido importado desde el núcleo de la galaxia.

La carcajada de Teela resonó en los oídos de Luis.