30. Ruedas dentro de ruedas

—Me parece que habéis perdido a vuestro piloto —dijo el intruso del rostro de cuero que flotaba fuera del casco: la cabeza deformada y los hombros amelonados de un protector, imagen espectral en medio del basalto negro en que estaban sepultados.

Luis no pudo sino asentir con la cabeza. Las sorpresas habían sido demasiado rápidas y procedentes de demasiadas direcciones inesperadas. Advirtió que Chmeee estaba a su lado, chorreando agua y estudiando en silencio al posible enemigo. Los Ingenieros de las Ciudades estaban callados y, si Luis no se equivocaba al interpretar la expresión de sus caras, parecían más próximos al éxtasis o al temor sagrado que al miedo.

El protector dijo:

—Con eso quedáis atrapados por completo. Pronto tendréis que pasar a estasis, y no hace falta discutir lo que ocurrirá después de eso. Es un alivio. Me preguntaba si sería capaz de mataros.

—Os creíamos desaparecidos por completo —dijo Luis.

—Los Pak se extinguieron hace un cuarto de millón de años —los labios y encías deformados del protector distorsionaban algunas consonantes, pero, desde luego, hablaba en Intermundial. ¿Por qué en Intermundial?—. Una epidemia se los llevó. Tenías razón al suponer que estaban desaparecidos. Pero el árbol de la Vida sobrevive estupendamente bajo el mapa de Marte. De vez en cuando, alguien lo redescubre. Sospecho que la droga de la inmortalidad se inventó aquí cuando algún protector necesitó financiación para algún proyecto.

—¿Cómo aprendiste el Intermundial?

—Desde la infancia. Luis, ¿no me conoces?

Fue como una puñalada en el vientre.

—Teela, ¿cómo es posible?

El rostro era rígido como una máscara. ¿Cómo podría reflejar ninguna expresión? Ella contestó:

—Un poco de saber… Ya conoces el dicho. El Caminante buscaba la base del Arco, y yo le hice una demostración de mi superior sapiencia: le dije que el Arco no tenía base, que el mundo era un anillo. Eso le contrarió sobremanera. Le dije que si buscaba el lugar desde donde se gobernaba el mundo, tendría que encontrar la factoría de construcción.

—El Centro de Mantenimiento —dijo Luis.

Una ojeada hacia el puente de mando le mostró al Inferior en figura de taburete blanco elegantemente decorado con piedras preciosas.

—Por supuesto, con el tiempo se convertiría en centro de mantenimiento, y en el centro del poder también —dijo la protector—. El Caminante recordaba algunas leyendas del Gran Océano. Parecía la opción lógica, protegido por las barreras naturales de la distancia, las tormentas y una docena de ecologías predadoras. Los astrónomos habían estudiado el Gran Océano desde puntos de observación idóneos de distintos lugares del Arco, y el Caminante recordaba lo suficiente como para dibujar unos mapas.

»Nos costó dieciséis años cruzar el Gran Océano. Supongo que esa expedición también habrá dado lugar a leyendas. ¿Sabías que los mapas se abastecen con regularidad? Los kzinti han colonizado el mapa de la Tierra. No hubiéramos podido continuar, a no ser porque logramos capturar un barco kzinti colonizador. En el Gran Océano hay islas que son seres vivos enormes, con los lomos cubiertos de vegetación, y que se hunden cuando el marino menos lo espera…

—¡Teela! ¿Cómo ha podido pasarte eso?

—Un poco de saber, Luis. Jamás llegué a deducir los orígenes de los constructores del Mundo Anillo, hasta que fue demasiado tarde.

—Pero, ¡tenías tanta suerte!

La protector asintió.

—Criada para tener suerte por los titerotes, que intervinieron las leyes de la Fertilidad terrestres e idearon la Lotería. Tú creíste que había funcionado. A mí siempre me pareció algo absurdo, pero tú, Luis, deseabas creer que seis generaciones de la Lotería habían producido un ser humano extraordinariamente afortunado.

Él no contestó.

—¿Sólo uno? —Se hubiera dicho que se burlaba de él—. Consideremos la suerte de los descendientes de todos los ganadores de la Lotería de la Procreación. Dentro de veinte mil años tendrán que salir por cualquier medio de la galaxia, para huir de la explosión del núcleo galáctico. ¿Por qué no abordar el Mundo Anillo? Tres millones de veces la superficie habitable de la Tierra, y es posible moverlo, Luis. El Mundo Anillo es el que tiene la suerte de esos descendientes no nacidos todavía de los que fueron seleccionados para ser afortunados. Si logro salvar el Mundo Anillo, entonces la suerte de sus habitantes habrá sido que nosotros visitáramos esto hace veintitrés años, y que el Caminante y yo encontrásemos la entrada de Mons Olympus. La suerte de ellos, pero no la mía.

—¿También le ocurrió a él?

—El Caminante murió, como era natural. Ambos enloquecimos de apetito por la raíz del árbol de la Vida, pero al Caminante le sobraban mil años de vida, y le mató.

—No debimos abandonarte —dijo Luis.

—No os di ninguna oportunidad. Ni la tuve nunca yo misma… Si crees en la suerte. Ahora tengo pocas opciones. Los instintos son muy dominantes en un protector.

—¿Crees en la suerte?

—No —dijo ella—. Me gustaría poder creer.

Luis hizo un gesto de abatimiento con los brazos y se volvió. Siempre había sabido que volvería a encontrarse con Teela Brown. ¡Pero no de aquella manera! Hizo un gesto para poner en marcha el campo sómnico y se echó a flotar.

El Inferior había tenido la mejor ocurrencia: esconderse en su propio ombligo.

Pero los humanos no pueden esconder las orejas. Luis flotaba medio encogido, cubriéndose la cara con los brazos, pero aun así hubo de escuchar:

—Intérprete-de-Animales, te felicito por tu juventud recuperada.

—Mi nombre es Chmeee.

—Disculpa —dijo la protector—. ¿Cómo viniste a parar aquí, Chmeee?

El kzin dijo:

—Estoy triplemente acorralado. Secuestrado por el Inferior, condenado por Luis a quedarme aquí, y atrapado bajo tierra por Teela Brown. Va siendo una costumbre de la que habrá que prescindir. ¿Vas a luchar contra mí, Teela?

—Sólo si logras llegar hasta donde yo estoy, Chmeee.

El kzin se volvió.

—¿Qué quieres de nosotros?

Era Kawaresksenjajok, desafiador, hablando en la lengua de los Ingenieros, a la que hacía eco la traductora en Intermundial.

—Nada —contestó Teela en la lengua de los Ingenieros.

—Entonces, ¿qué hacemos aquí?

—Nada, yo me he ocupado de que no podáis hacer nada.

—No lo comprendo. —El chico estaba a punto de llorar—. ¿Por qué quieres enterrarnos?

—Hago lo que debo, muchacho. Tengo el deber de evitar uno coma cinco por diez elevado a las doce muertes.

Luis abrió los ojos.

Harkabeeparolyn intervino en la discusión.

—¡Pero si es lo que hemos venido a hacer nosotros! ¿No sabes que está descentrado y va a chocar con el sol?

—Lo sé. Yo formé el equipo que ha vuelto a montar los reactores de posición del Mundo Anillo, para deshacer el mal hecho por los de tu especie.

—Luhiwu dice que no son suficientes.

—No lo son.

Luis estaba ya totalmente pendiente de aquella conversación.

La bibliotecaria meneó la cabeza.

—No lo entiendo.

—Con los reactores de posición en marcha prolongamos la vida del Mundo Anillo casi en un año. Un año más para tres por diez elevado a la trece seres inteligentes viene a ser como dar mil años de vida a cada habitante de la Tierra, una cosa digna de intentarse. Mis colaboradores lo admitieron así, incluso aquellos que no son protectores.

Luis trataba de recordar las líneas del rostro de Teela Brown a través de la máscara de cuero de la protector. Bultos en las articulaciones de la mandíbula, el cráneo deformado para dar cabida a más tejido cerebral…, pero se trataba de Teela, y le dolía terriblemente. ¿Por qué no se va?, pensó.

Los hábitos son lo último que se pierde, y Luis tenía una mente analítica. Pensó: ¿Por qué no se va? ¿Un protector moribundo en un mundo artificial condenado a la destrucción? Parece como si le sobrase tiempo para charlar con un grupo de criadores atrapados. ¿Qué cree estar haciendo?

Se volvió para mirarla de frente.

—¿Dices que tú formaste el grupo de reparación? ¿Quiénes son?

—Mi aspecto me ayudó. La mayoría de los homínidos escucha mis palabras, por lo menos. Reuní un equipo de varios centenares de miles de individuos de diversas especies. A tres los traje aquí para convertirlos en protectores: uno del pueblo de las montañas derramadas, otro del Pueblo de la Noche y un vampiro. Lo hice por si veían otra solución diferente, para mí oculta, ya que respondían a mentalidades distintas. El vampiro, por ejemplo, era insensible antes del cambio… Pero me fallaron —dijo Teela.

Desde luego, pensó Luis, se comportaba como si dispusiera de mucho tiempo. ¡Tiempo para distraerse con extraterrestres y criadores atrapados hasta que el anillo chocase con las pantallas de sombra!

—No vieron ninguna solución mejor. Y así montamos los reactores Bussard, que pudimos recuperar. Ahora los tenemos todos montados, excepto el último. Bajo la dirección del último protector que sobreviva, mi equipo arreglará esa nave espacial restante para emigrar del Mundo Anillo hacia alguna estrella próxima. Un cierto número de anillícolas sobrevivirá.

—Eso nos devuelve a la pregunta inicial —dijo Luis—. Tu equipo está trabajando. ¿Qué haces aquí?

Estoy en lo cierto, pensó Luis. Intenta decirnos algo.

—He venido para evitar el asesinato de tantos millones de homínidos inteligentes. Detecté los neutrinos expulsados por motores construidos en el espacio humano, y vine al único lugar posible del crimen. Esperé, y no tardasteis en aparecer.

—Aquí estamos —admitió Luis—. Pero sabes muy bien que no íbamos a cometer asesinato alguno.

—Sí los habríais cometido.

—¿Por qué?

—Eso no puedo revelarlo.

Y, sin embargo, no se le advertía ninguna prisa por terminar la conversación. Teela jugaba a un juego extraño, cuyas reglas habría que adivinar sobre la marcha. Luis preguntó:

—Supongamos que fuese posible salvar el Mundo Anillo, pero matando a un billón y medio de sus treinta billones de habitantes. Una protector lo haría ¿no? El cinco por ciento para salvar al noventa y cinco por ciento parece un… rendimiento elevado.

—¿Tú eres capaz de ponerte en el lugar de tantísimos seres, Luis, o sólo concibes las muertes una a una, desempeñando el papel estelar?

Él no contestó.

—Treinta mil millones de personas viene a ser toda la población del espacio humano. Imagínatelos a todos muertos. Imagina cincuenta veces esa población, digamos envenenada por las radiaciones. ¿Te haces cargo del dolor, de los remordimientos, de los sentimientos mutuos de tanta gente? Son números demasiado grandes. Tu cerebro no puede con ellos. Pero el mío sí.

—¡Ah!

—No podía permitir que ocurriese. Sabía que era mi deber venir a deteneros.

—Imagina una pantalla de sombra barriendo la superficie del Mundo Anillo a mil kilómetros por segundo, Teela. Imagina una población mil veces superior a la del espacio humano, extinguida cuando se desintegre el Anillo.

—Ya lo hago.

Luis asintió. Piezas de un rompecabezas. Teela les daría cuantas pudiera, pero no les entregaría el cuadro terminado. Así que no quedaba otro remedio sino seguir buscando piezas.

—¿Dijiste el protector que sobrevive? ¿Erais cuatro, y ahora sólo quedáis tú y otro? ¿Qué se hizo de los otros dos?

—Dos protectores abandonaron la brigada de reparación al mismo tiempo que yo, y por separado. Quizá hallaron las pistas anunciadoras de vuestra llegada. Consideré necesario seguirles y detenerles.

—¿De veras? Si fueran verdaderos protectores, no podrían matar a un billón y medio de homínidos pensantes, como tú tampoco puedes.

—Tal vez se las arreglarían para conseguirlo, de alguna manera.

—De alguna manera.

Cuidado con las palabras ahora. Se alegró de que nadie más quisiera intervenir, ni siquiera Chmeee, el diplomático melifluo.

—De alguna manera dejamos que unos criadores lleguen al único lugar del Mundo Anillo donde podría cometerse el crimen. ¿Habría sido ésa su estrategia, si tú no lo hubieras impedido?

—Quizá.

—Hagamos que esos criadores, cuidadosamente elegidos, no puedan olfatear de alguna manera el árbol de la Vida.

¡Los trajes presurizados! ¡Por eso Teela buscaba un navío interestelar!

—Hagamos que, de alguna manera, se den cuenta de la situación. Y, de alguna manera, un protector ha de anticiparse a esa situación para liquidarlos antes de que ellos adivinen la solución y maten a una cantidad astronómica de criadores con el fin de salvar a muchos más. ¿Es eso lo que crees haber evitado?

—Sí.

—¿Y era éste el lugar idóneo?

—¿Por qué, si no, estaría yo aguardando aquí?

—Queda un protector. ¿No vendrá a por ti?

—No. La protector del Pueblo de la Noche es la única que queda para dirigir la evacuación. Si viniese a matarme y yo acabase antes con ella, los criadores abandonados a su suerte podrían perecer durante el viaje.

—Hablas de muertes con mucha soltura —dijo amargamente Luis.

—No. Soy incapaz de acabar con un cinco por ciento de la población del Mundo Anillo, y no creo ser capaz de matarte a ti, Luis. Eres un criador de mi especie; en todo el Mundo Anillo eres único, en ese sentido.

—Pensé diferentes maneras de salvar el Mundo Anillo —dijo Luis Wu—. Si supierais de algún aparato de transmutación a gran escala, sabríamos usarlo.

—Desde luego, los Pak jamás tuvieron ninguno. No ha sido un gran acierto tuyo esa deducción, Luis.

—Si pudiéramos taladrar un agujero debajo de uno de los grandes océanos y controlar el caudal de la fuga de agua, la reacción resultante podría servir para devolver el Anillo a su posición correcta.

—Muy hábil. Pero no puedes hacer el agujero, ni tienes con qué taparlo. Además, hay otra solución menos dañina, pero aun así, es demasiado dañina y no la toleraré.

—¿Cómo salvarías tú el Mundo Anillo?

La protector dijo:

—No puedo.

—¿Dónde estamos? ¿Qué ha ocurrido en esta parte del centro de mantenimiento?

Pasó un buen rato antes de que la protector contestase:

—No puedo decirte más de lo que ya sabes. No veo cómo pudierais escapar, pero he de considerar la posibilidad.

—Me rindo —dijo Luis Wu—. Me doy por vencido. ¡Nej con tu estúpido juego!

—Muy bien, Luis. Al menos, no morirás nunca.

Luis cerró los ojos y se enroscó para flotar en caída libre. «Condenada santurrona», pensó.

—Os acompañaré hasta que os veáis precisados a entrar en estasis —dijo Teela—. No puedo hacer más por vosotros. En cuanto a vosotros, ¿cómo os llamáis y cuál es vuestra procedencia? Veo que sois de la raza que conquistó el Mundo Anillo y las estrellas.

Hablar por hablar. ¿Por qué no nacerían las personas con tapaderas en las orejas? ¿Existiría algún homínido con semejante órgano?

Kawaresksenjajok preguntó:

—¿Cuál es la opinión de los magos con respecto al rishathra?

—Es importante cuando establece uno contacto con una especie nueva, ¿verdad, muchacho? Mi opinión es que el rishathra es para los criadores. Nosotros preferimos hacer el amor.

El chico se lo pasaba enormemente bien. Su sentido de lo maravilloso se veía forzado casi al límite de su capacidad. Teela le contó su gran travesía. Su grupo de exploradores se había visto atrapado por los grog en el mapa de Down, y fueron luego puestos en libertad por los habitantes autóctonos. En Kzin vivían homínidos importados del mapa de la Tierra y criados para desarrollar características especiales, hasta diferenciarlos tanto como las razas de perros en el espacio humano. El grupo de Teela se ocultó entre éstos. Luego robaron un navío colonizador de los kzinti, y dieron muerte a uno de los monstruos marinos, un gigante comedor de krill cuya carne metieron en un depósito vacío de los utilizados para el hidrógeno líquido. Les sirvió de alimento durante meses.

Al fin oyó que ella decía:

—Me voy a comer ahora, pero volveré pronto.

Y se hizo el silencio.

Los escasos minutos de silencio terminaron cuando unos dientes aferraron con suavidad la muñeca de Luis.

—Despierta, Luis, Tenemos poco tiempo.

Luis se dio la vuelta y desconectó el campo sómnico. Luego se tomó un segundo para saborear el interesante espectáculo de un titerote en la misma habitación que un kzin pletórico de fuerzas.

—Pensé que habías decidido pasar de todo esto.

—Ilusión válida y muy cercana a la realidad; en efecto, he tenido la tentación de dejar que las cosas siguieran su curso —dijo el titerote—. Teela Brown dijo la verdad cuando afirmó que no moriremos. La mayor parte del Mundo Anillo se hará cisco y saldrá despedida hasta más allá del halo cometario. Incluso puede que nos encuentren algún día.

—Empezaba a sentirme igual, a punto de abandonar.

—Los protectores estaban extinguidos desde hace un cuarto de millón de años. ¿Quién me persuadió de eso?

—Si tuvieras un poco de sentido común dejarías de hacerme caso.

—Todavía no, si no te importa. Tengo la impresión de que la protector intentaba decirnos algo. Los protectores de Pak eran tus antepasados, y Teela de tu misma cultura. Aconséjanos.

—Quiere que seamos nosotros quienes hagamos el trabajo sucio —explicó Luis—. Es su doble juego de siempre. ¿Acaso no estudiaste las conversaciones con Brennan después de que éste se convirtiera en protector? Los protectores tienen instintos muy imperiosos y una inteligencia sobrehumana; entre lo uno y lo otro pueden suscitarse fácilmente contradicciones.

—No entiendo a qué te refieres con eso del trabajo sucio.

—Ella sabe cómo salvar el Mundo Anillo. Lo supieron todos. Hay que sacrificar un cinco por ciento para salvar el noventa y cinco por ciento. Pero ellos no son capaces de hacerlo. Ni siquiera pueden admitir que lo haga otro, pero han de conseguir que ese otro lo haga. Doble juego.

—¿Y concretamente qué?

En aquellos números había algo que cosquilleaba el subconsciente de Luis. ¿Por qué? ¡Nej! De momento, mejor dejarlo.

—Teela escogió ese edificio porque era parecido a la cárcel flotante de Halrloprillalar, la que nos sirvió durante la primera expedición. Tenía que llamar nuestra atención de algún modo. Y lo dejó donde quería vernos. No sé lo que pasa en esta parte del centro de mantenimiento, pero éste es el punto álgido de todo este cajón de muchos millones de metros cúbicos. Se supone que lo demás hemos de adivinarlo nosotros.

—¿Pues qué? ¿Acaso no está segura de tenernos atrapados?

—Hagamos lo que hagamos, ella procurará impedirlo. Tendremos que matarla. Eso era lo que nos decía. Sólo tenemos una ventaja, y es que ella luchará deseando perder.

—No te sigo —dijo el titerote.

—Ella quiere que el Mundo Anillo sobreviva. Quiere que acabemos con ella. Nos lo ha dado a entender en la medida de lo posible. Pero, aunque nosotros lleguemos a descubrirlo todo, ¿seremos capaces de acabar con tantos seres inteligentes?

—¡Pobre Teela! —dijo Chmeee.

—Sí.

—¿Cómo vamos a matarla? Si estás en lo cierto, habrá previsto algo para ayudarnos.

—Lo dudo. Como mucho, habrá procurado no adivinar todo lo que seríamos capaces de intentar, puesto que entonces se vería obligada a impedírnoslo. Estamos abandonados a nuestros propios recursos. Y no olvidemos que matan a los alienígenas por instinto. En mi caso, quizá titubee esa fracción de segundo que es esencial.

—Muy bien —dijo el kzin—. Todas las armas pesadas están a bordo del módulo. Aquí nos vemos empotrados en la roca. ¿Está todavía abierto el enlace teleportador con el módulo?

El Inferior regresó a la cubierta de mandos para averiguarlo.

—El enlace está abierto —comunicó—. El mapa de Marte es de scrith, pero su espesor sólo es de centímetros, ya que no ha de resistir los esfuerzos tremendos del suelo del Anillo. Mis instrumentos lo atraviesan, y lo mismo los discos teleportadores. Hasta aquí ha funcionado nuestra buena fortuna.

—Muy bien. ¿Me acompañas, Luis?

—Claro. ¿Cuál es la temperatura a bordo del módulo?

—Algunos de los sensores se han quemado. No puedo decíroslo —dijo el Inferior—. Si el módulo está en condiciones de uso, todo irá bien. De lo contrario, recoged vuestro equipo y regresad a toda prisa. Y si las condiciones son intolerables, regresad sin demora. Necesitamos saber con qué contamos.

—El paso siguiente y obvio: ¿qué hacemos si el módulo no es utilizable? —dijo Chmeee.

—Aún nos queda otra vía de salida, pero necesitamos los trajes presurizados —respondió Luis—. No nos esperes, Inferior. Localiza nuestra posición y localiza a Teela. Debe de hallarse en un lugar abierto, en algún lugar idóneo para cultivos.

—A la orden. Supongo que estamos a cierta profundidad debajo de Mons Olympus.

—Yo no contaría con eso. Quizá nos haya disparado con un haz láser muy potente para obligarnos a entrar en estasis, y para remolcarnos luego al lugar preparado a fin de cubrirnos de roca fundida. Y ese lugar va a ser el escenario del asesinato.

—¿Tienes alguna idea de lo que espera de nosotros, Luis?

—Sólo la más vaga, pero calla ahora.

Luis se pidió un par de toallas de baño y entregó una de ellas a Chmeee. Luego añadió un par de zuecos de madera.

—¿Preparado?

Chmeee se colocó de un brinco sobre el disco teleportador, y Luis le imitó.