Chmeee dio un salto tremendo para colocarse sobre el disco antes que Luis. Éste pensó que cuando convenía, el kzin también sabía obedecer, aunque se guardó de expresar tal idea.
Los Ingenieros miraban hacia el exterior del casco, pero no hacia el mar (que era sólo un espectáculo monótono de azul oscuro abajo y azul celeste arriba, estriado de nubes, hasta el infinito), sino contemplando un holograma del tamaño de una pantalla de cine. Cuando Chmeee hizo su aparición sobre el disco receptor, tuvieron una reacción de espanto, pero luego, procuraron disimular.
Luis dijo:
—Chmeee, te presento a Harkabeeparolyn y a Kawaresksenjajok, bibliotecarios de la ciudad flotante. Nos han prestado un gran servicio con sus informaciones.
—Bien. ¿Cuál es el problema, Inferior? —dijo el kzin. Luis le tiró del pellejo y le indicó un punto en el cielo.
—Sí —dijo el titerote—. El sol.
El sol aparecía en el holograma aumentado y con el brillo atenuado. Cerca de su centro, una mancha brillante cambiaba de forma, se retorcía y se desplazaba.
—¿No hacía eso mismo, el sol, justo antes de que abordáramos la zona de los espaciopuertos? —preguntó Chmeee.
—Cierto. Estás contemplando la defensa antimeteoritos del Mundo Anillo. ¿Qué hacemos ahora, Inferior? Podemos reducir la velocidad, pero no veo ningún modo de salvar el módulo.
—Lo primero que se me ocurrió fue tratar de salvar vuestras valiosas personas —contestó el titerote.
Debajo mismo de la «Aguja» en vuelo, el océano arrojó un haz de luz que se fue intensificando cada vez más, y adquirió un tinte violáceo. Por un momento, el brillo se hizo intolerablemente intenso; luego se dibujó una mancha oscura en el casco, debajo de sus pies.
Y una línea de un negro intenso, rodeada de un halo violeta blanquecino, se alzó en el horizonte hacia el sentido del giro, una columna vertical que iba del suelo al cielo. Por encima de ella no se veía la atmósfera.
El kzin masculló algunas palabras en la Lengua del Héroe.
—Todo esto está muy bien —dijo el Inferior en Intermundial.
—¿No está el mapa de la Tierra en esa dirección? —preguntó Luis.
—Sí, y también una buena cantidad de agua y de paisaje del Mundo Anillo.
Cuando el rayo tocó el suelo, se alzó un resplandor blanco que inundó todo el horizonte. Chmeee seguía hablando en la Lengua del Héroe, en voz baja, pero Luis le entendió.
—Si tuviese un arma así, reduciría la Tierra a cenizas.
—Que te calles.
—Ha sido una idea instintiva, Luis.
—Ya.
El rayo se cortó de súbito. Luego volvió a tocar la tierra algo más lejos, varios grados más a babor.
—¡Nej y maldita sea! Subamos un poco, Inferior, para poder usar el telescopio.
En el mapa de la Tierra se veía un punto incandescente, blanco amarillento. Parecía el impacto de un asteroide de gran tamaño.
Más lejos, en la orilla distal del Gran Océano, aparecía otro punto similar.
La actividad del sol había disminuido y empezaba a perder coherencia el rayo.
—¿Había aviones o naves espaciales en esa dirección? ¿Algún objeto que se moviese con rapidez?
—Tal vez los instrumentos hayan registrado algo —dijo el Inferior.
—Averígualo. Y bájanos a kilómetro y medio de altitud. Creo que será mejor aproximarnos al mapa de Marte a nivel inferior al de la plataforma continental.
—¿Luis?
—Haz lo que te digo.
—¿Tienes alguna noción de cómo se produce ese rayo láser? —preguntó Chmeee.
—Luis te lo contará —dijo el titerote—. Voy a estar ocupado.
La «Aguja» y el módulo se reunieron sobre el mapa de Marte procedentes de dos direcciones distintas. El Inferior los mantuvo en paralelo de manera que fuese posible pasar de uno a otro vehículo.
Luis y Chmeee se trasladaron al módulo para almorzar. Chmeee estaba hambriento, y consumió varias libras de carne cruda, un salmón y cinco litros de agua. A Luis se le quitó el apetito al verle, y se alegró de que no estuviesen allí sus invitados.
—No entiendo por qué has recogido a esos pasajeros —comentó Chmeee—. A no ser para aparearte con la mujer, pero… ¿a qué viene entonces el muchacho?
—Son Ingenieros —replicó Luis—. Los de su raza fueron los dueños de casi todo el Mundo Anillo. A esos dos los saqué de una biblioteca. Háblales, Chmeee. Pregunta lo que se te ocurra.
—Me temen.
—Tú eres un diplomático melifluo, ¿no lo recuerdas? Invitaré al chico para que visite el módulo. Cuéntale cosas. Háblale de Kzin y de los grandes cazadores, y de la Casa del Patriarca. Cuéntale cómo se aparean los kzinti.
Luis pasó a la «Aguja», habló con Kawaresksenjajok y ambos pasaron a la naveta antes de que Harkabeeparolyn cayera en la cuenta de lo que tramaban.
Chmeee le enseñó a pilotar. El módulo hizo cabriolas y dio saltos en el aire bajo la acción de los mandos, y el chico estaba en la pura gloria. Chmeee le mostró la magia de los binoculares, de la tela superconductora y de las corazas de impacto.
El muchacho quiso saber detalles sobre las costumbres amatorias de los kzinti.
¡Chmeee se había apareado con una hembra capaz de hablar! Aquello le había abierto perspectivas nuevas para él. Le contó a Kawaresksenjajok cuanto éste quiso saber (y que a Luis le pareció bastante aburrido), y luego hizo que el chico le hablase de apareamientos y de rishathra.
Kawaresksenjajok carecía de práctica pero se sabía bien la teoría.
—Grabamos a todas las especies, si nos lo permiten. Tenemos archivadas todas las cintas. Algunas especies hacen otras cosas en vez de rishathra, o les gusta mirar o hablar de ello. Unos se aparean siempre en la misma postura, y otros sólo en la temporada de celo, y al final todo se sabe. Lo cual es útil para las relaciones comerciales. Hay diferentes tipos de ayudas. ¿Te ha contado Luhiwu lo del perfume de vampiro?
Apenas se dieron cuenta de que Luis había regresado solo a la «Aguja».
Harkabeeparolyn estaba preocupada.
—¿Y si le hace daño a Kawa, Luhiwu?
—Se llevan muy bien —explicó Luis—. Chmeee es mi compañero de tripulación y le gustan los niños de todas las especies. Kawa está perfectamente a salvo con él. Si quieres ser amiga suya también, ráscale detrás de las orejas.
—¿Y cómo te hiciste esas heridas en la frente?
—¡Ah! Eso fue un descuido. Mira, ya sé cómo tranquilizarte.
E hicieron el amor… o mejor dicho, rishathra, sobre la cama de agua y con el aparato de masaje en marcha. Tal vez fuese verdad que aquella mujer hubiese odiado su estancia en el edificio Panth, pero le había servido para aprender un montón de cosas. Dos horas después, Luis estaba seguro de que no podría volver a moverse jamás y Harkabeeparolyn le acariciaba la mejilla.
—Mi período de apareamiento acaba mañana. Entonces, podrás descansar.
—Por un lado lo celebro y por otro, no —bromeó él.
—Me sentiría más tranquila si te reunieras con Chmeee y con Kawa, Luhiwu.
—Muy bien. Fíjate como me pongo en pie, macilento. ¿Me ves sobre el disco teleportador? Allá voy. ¡Puf!, y desaparezco.
—Luhiwu…
—Bueno, como quieras.
El mapa de Marte, aquella línea negra, aumentó de tamaño hasta convertirse en muro que les cerraba el paso. Mientras Chmeee reducía la velocidad, los micrófonos instalados en el exterior del casco del módulo captaron una especie de susurro continuo, más intenso que el viento debido al rozamiento del aire.
Se acercaban a una catarata que era una inmensa pared de agua.
Desde un kilómetro de distancia, parecía infinitamente recta e infinitamente larga. El borde superior de la catarata quedaba a treinta kilómetros sobre sus cabezas, mientras la base desaparecía en medio de la niebla. El trueno del agua los ensordeció hasta que Chmeee desconectó los micrófonos, pero luego llegó a penetrar a través del casco de la naveta.
—Es como los condensadores de agua de la ciudad —observó el muchacho—. Así fue como debieron aprender los míos a construir condensadores de agua. ¿Te he contado lo de los condensadores de agua, Chmeee?
—Sí, y si los Ingenieros de las Ciudades llegaron tan lejos, me pregunto qué más hallaron por aquí. ¿Dicen algo vuestras leyendas acerca de un continente hueco?
—No.
—Todos los magos de sus leyendas tienen la anatomía de los protectores de Pak —observó Luis.
El muchacho preguntó:
—Luis, esta catarata enorme… ¿por qué ha de ser tan grande?
—Estoy seguro de que rodeaba toda la periferia del mapa. Es para eliminar el vapor de agua. La parte superior del mapa ha de estar perfectamente seca —dijo Luis—. ¿Me oyes, Inferior?
—Sí. ¿Cuáles son tus órdenes?
—Daremos una vuelta con el módulo, utilizando el radar de profundidad y los demás instrumentos. Tal vez encontremos una entrada debajo de la catarata. La «Aguja» nos servirá para explorar al mismo tiempo la plataforma superior. ¿Cómo andamos de combustible?
—Tenemos lo necesario, habida cuenta de que no vamos a regresar a casa.
—Bien. Vamos a desmontar la sonda y haremos que siga a la «Aguja», digamos… a unos quince kilómetros de distancia y rozando el suelo, diría yo. Mantén abiertos los enlaces teleportadores y los micrófonos. ¿Quieres pilotar el módulo, Chmeee?
—A la orden, señor —dijo el kzin.
—Perfecto. Ven aquí, Kawa.
—Preferiría quedarme —dijo el chico.
—¡Para que me despelleje Harkabeeparolyn! Acompáñame.
La «Aguja» se elevó treinta kilómetros y vieron ante ellos la extensión del planeta rojo.
Kawaresksenjajok comentó:
—Qué aspecto tan espantoso.
Luis ignoró la observación.
—Al menos, sabemos que estamos buscando una cosa de gran tamaño. Imagina un parche lo bastante grande como para tapar el cráter de Puño-de-Dios. Buscamos un tinglado de tamaño suficiente como para esconder ese parche más el vehículo que pudiera servir para transportarlo. ¿Dónde situarías eso en el mapa de Marte, Inferior?
—Debajo de la catarata —replicó el Inferior—. ¿Quién iba a verlo? El océano está vacío, y la caída del agua lo oculta todo.
—Sí, es lógico. Ya tenemos a Chmeee buscando por ese lado. ¿Qué otras posibilidades hay?
—¿Si tuviera que esconder la planta de un almacén gigantesco en un paisaje marciano? Buscaría una forma irregular, con salida a través de un cañón largo y estrecho. O tal vez debajo de un casquete polar, fundiendo y volviendo a congelar el hielo cada vez que tuviera que entrar o salir.
—¿Existe algún cañón así?
—Sí. He hecho mis estudios. Pero los polos son la mejor posibilidad. Los marcianos jamás se acercaban a los polos; el agua era mortal para ellos.
El mapa era una proyección polar; el polo sur venía a coincidir con la periferia exterior.
—Bien, pues llévanos al polo norte. Si no encontramos nada allí, empezaremos a buscar en espiral. Mantén la altura y todos los instrumentos en funcionamiento. No me importa demasiado que disparen contra la «Aguja». ¿Nos oyes, Chmeee?
—Os oigo.
—Cuéntanos todo lo que veas. Es más probable que encuentres tú lo que buscamos. No intentes hacer nada.
Se preguntó si sería obedecido en ese aspecto, y agregó:
—No vamos a invadir nada con el módulo. Somos unos intrusos, de manera que, si hay tiros, será mejor recibirlos dentro de un casco de la General de Productos.
El radar de profundidad se detenía ante el fondo de scrith. Por encima de éste, aparecían montes y valles como si fuesen translúcidos. Había océanos de polvo marciano tan fino, que fluía como si fuese un líquido aceitoso. Debajo del polvo, dormían una especie de ciudades: edificios de piedra más densa que el polvo, de paredes curvilíneas, esquinas redondeadas y numerosísimas ventanas. Los Ingenieros de las Ciudades las contemplaron con asombro, y lo mismo Luis Wu, porque en el espacio humano los marcianos habían desaparecido cientos de años antes.
El aire era tan transparente como el mismo vacío. Hacia estribor, y rozando casi el horizonte, se alzaba una montaña más alta que ninguna de las de la Tierra. Mons Olympus, naturalmente. Y flotaba sobre el cráter una partícula blanca.
La «Aguja» cayó, y detuvo su caída a poca altura sobre las dunas semicirculares. La estructura todavía era visible, flotando a unos cincuenta o sesenta metros sobre la cúspide, y la «Aguja» también debía ser perfectamente visible para sus ocupantes.
—¿Chmeee?
—A la escucha.
Luis reprimió su primer impulso, que había sido de hablar en voz baja.
—Hemos encontrado un rascacielos flotante. De unos treinta pisos de altura, con ventanas saledizas y una plataforma de aterrizaje para vehículos. Tiene forma de doble cono. Se parece mucho al edificio del que nos apoderamos en nuestra primera expedición, la excelente nave «Improbable».
—¿Idéntico?
—No del todo, pero muy similar. Y está flotando sobre la montaña más alta de Marte como un condenado semáforo.
—Podría ser una señal dirigida a nosotros. ¿Me acerco?
—Todavía no. ¿Has visto algo?
—Creo que he descubierto el contorno de una compuerta inmensa debajo de la catarata. Sería suficiente para dejar pasar toda una flota de guerra, o el parche que sirviera para taponar el Puño-de-Dios. Quizá se abra por medio de señales. No lo he intentado todavía.
—No lo hagas. Quédate en régimen de espera. ¿Inferior?
—Tengo diagramas de radiación e imágenes del radar de profundidad. El edificio irradia poca energía. La levitación magnética no precisa grandes potencias.
—¿Qué hay dentro?
—Mira.
El Inferior les pasó una imagen. Bajo el radar de profundidad, la estructura se mostraba de un gris traslúcido. Por lo visto, se trataba de un edificio flotante modificado para servir de transporte, con depósitos de combustible y un motor atmosférico instalado en la decimoquinta planta. El titerote explicó:
—Construcción sólida, de muros de hormigón o algo de parecida densidad. No hay vehículos en el muelle. Los instrumentos que se ven en la torre y en la base son telescopios u otros detectores parecidos. No se detecta si está habitado.
—Ése es el problema, en efecto. Quiero delinear una estrategia, y vosotros me diréis qué os parece. En primer lugar, nos situaremos con la mayor rapidez posible sobre la parte más alta.
—Convirtiéndonos en unos blancos perfectos.
—También lo somos ahora.
—No si las armas están en el interior del Mons Olympus.
—¡Qué tontería! ¿No estamos dentro de un casco de la General de Productos? Si nadie dispara contra nosotros, pasamos a la segunda fase: exploración del cráter mediante el radar de profundidad. Si encontramos cualquier cosa que no sea un fondo de scrith pelado, vamos a la tercera fase: vaporizar ese edificio. ¿Podemos hacerlo con rapidez?
—Sí, aunque no tenemos reserva de potencia para hacerlo dos veces seguidas. ¿Cuál es la cuarta fase?
—Entrar deprisa, como sea. Chmeee se quedará fuera, para acudir en nuestro socorro si fuese necesario, y si le es posible. Ahora dime si vas a echarte atrás en algún punto de este programa.
—No me atrevería.
—Espera un momento. —Luis se había dado cuenta de que sus acompañantes nativos estaban lívidos de pánico, y le explicó a Harkabeeparolyn—: Si hay algún lugar desde donde pueda salvarse este mundo, es aquí, debajo de nosotros. Creemos haber encontrado la entrada. Alguien más la encontró también. No sabemos quién es o quiénes son. ¿Comprendes?
—Tengo miedo —dijo la mujer.
—También yo. ¿Podrás tranquilizar al muchacho?
—¿Podrás tranquilizarme a mí? —dijo ella con una risa nerviosa—. Lo intentaré.
—Adelante, Inferior.
La «Aguja» se elevó hacia el cielo a 20 g, giró sobre su propio eje y se acercó al edificio en vuelo invertido, hasta quedar casi flotando junto a él. Luis sentía su estómago también del revés. Los dos Ingenieros chillaban de terror, y Kawaresksenjajok atenazaba el brazo de Luis.
A simple vista, el cráter estaba taponado de lava antigua. Luis se volvió hacia la imagen del radar de profundidad.
¡Allí estaba! Un agujero en el scrith, un embudo invertido que llevaba arriba, o mejor dicho abajo, a través del cráter de Mons Olympus. El pasadizo era, con mucho, demasiado pequeño para dejar pasar la maquinaria de reparación del Mundo Anillo. Se trataba de una mera compuerta de emergencia, pero más que suficiente para la «Aguja».
—Fuego —dijo Luis.
La última vez, aquel haz había sido usado como proyector por el titerote, pero a corta distancia, sus efectos eran devastadores. El edificio flotante se convirtió en un chorro incandescente que brotaba de una cabeza de cemento hirviente. Parecía un cometa. Luego, no fue más que una nube de polvo.
—En picado —dijo Luis.
—¿Luis?
—Ofrecemos blanco aquí. No tenemos tiempo. En picado he dicho, a 20 g. Nos abriremos la puerta nosotros mismos.
El paisaje ocre se cerró como un techo sobre sus cabezas. El radar de profundidad mostraba un agujero en el scrith que se dilataba para recibirles, pero todos los demás sentidos mostraban el cráter lleno de lava solidificada, que bajaba a una velocidad terrible para aplastarles.
Kawaresksenjajok clavó las uñas en el brazo de Luis hasta sacarle sangre. Harkabeeparolyn parecía petrificada. Luis se apoyó para resistir el choque.
Oscuridad total.
La pantalla del radar reflejaba una claridad lechosa, sin forma alguna. De alguna parte, les llegaban resplandores tenues rojos, verdes y anaranjados. Eran los instrumentos de la cabina de mandos.
—¿Inferior?
No hubo respuesta.
—¡Danos un poco de luz, Inferior! ¡Usa el proyector, que veamos al menos lo que nos amenaza!
—¿Qué ha pasado? —preguntó Harkabeeparolyn en tono quejumbroso.
Cuando sus ojos se acostumbraron a la semioscuridad, Luis la vio acurrucada en el suelo, con los brazos alrededor de las rodillas.
Las luces de la nave se encendieron de nuevo y el Inferior dejó los mandos. Parecía arrugado, ya medio encogido sobre sí mismo.
—No lo aguanto más, Luis.
—Nosotros no sabemos manejar estos mandos, te consta. Monta un proyector para que podamos ver lo que hay afuera.
El titerote tocó varios elementos de mando con la boca, y se vieron bañados por una luz blanca y difusa procedente de la proa, a la altura de la cubierta.
—Estamos empotrados en algo —una de las cabezas miraba abajo; la otra agregó—: Lava. El exterior del casco está a setecientos grados. Han echado lava sobre nosotros mientras estábamos en estasis, y ahora se está enfriando.
—Al parecer, alguien se había preparado para recibirnos. ¿Estamos todavía cabeza abajo?
—Sí.
—Entonces, no podemos acelerar hacia arriba. Siempre hacia abajo.
—Sí.
—¿Quieres intentarlo?
—¡Qué pregunta! Yo lo he intentado todo desde el momento que fundiste el motor de hiperpropulsión…
—Pues adelante.
—Mejor dicho, desde que decidí secuestrar a un hombre y a un kzin. Ese fue mi error, seguramente.
—Estamos perdiendo el tiempo.
—No hay espacio adonde irradiar el exceso de calor de la «Aguja». Usar los reactores sólo nos aproximaría una hora o dos a la situación de tener que entrar en estasis para esperar acontecimientos.
—Espera un momento pues. ¿Qué sacas del radar de profundidad?
—Roca ígnea en todas direcciones, agrietada por el enfriamiento. Deja que aumente el alcance… ¿Luis? Un fondo de scrith a unos diez kilómetros por debajo de nosotros, bajo el techo de la «Aguja». Un techo de scrith mucho más delgado, a veintitrés kilómetros por encima.
Luis empezaba a sentir pánico.
—¿Estás oyendo todo eso, Chmeee?
Fue contestado de una manera que no esperaba.
Oyó un aullido de dolor inhumano y de rabia, al tiempo que Chmeee salía por el disco teleportador, tapándose los ojos con los brazos. Harkabeeparolyn se apartó de su camino. Tropezó con las rodillas en la cama de agua y cayó cuan largo era sobre ésta y en el suelo.
Luis había saltado en dirección a la ducha. La abrió a chorro máximo, saltó sobre la cama de agua, metió el hombro bajo la axila de Chmeee y lo alzó. La piel del kzin ardía debajo del pelo.
El kzin se puso en pie y se dejó conducir bajo el chorro de agua fría; luego se volvió, dejando que el agua le recorriese por todas partes, y finalmente, se bañó la cara con el chorro.
—¿Cómo lo supiste? —logró articular.
—Lo olerás dentro de un momento —explicó Luis—. Piel chamuscada, pelo quemado. ¿Qué pasó?
—De súbito, me vi ardiendo. En el panel de mandos todas las luces rojas estaban encendidas. Salté hacia el disco transportador. El módulo debe seguir con el piloto automático, si no ha quedado destruido.
—Quizá necesitemos averiguarlo. La «Aguja» está empotrada dentro de la lava. ¿Inferior?
Luis se volvió hacia la cabina de mandos. El Inferior estaba enrollado sobre sí mismo, con las cabezas ocultas debajo de su barriga.
Aquel golpe había sido demasiado para él. Resultaba fácil descubrir por qué. En la cabina, una pantalla mostraba una cara medio conocida.
La misma cara, pero aumentada, miraba por el rectángulo correspondiente a la proyección del radar de largo alcance. Más que una cara parecía una máscara, como un rostro humano moldeado en cuero viejo. Pero no del todo. Carecía de cabello. Las mandíbulas eran dos semicírculos endurecidos y sin dientes. Bajo un grueso arco superciliar, un par de ojos miraban con curiosidad a Luis Wu.