25. Semilla de Imperio

El subsuelo del Mundo Anillo desfilaba a modo de techo arqueado.

A cincuenta mil kilómetros de distancia y mil quinientos kilómetros por segundo no era un gran espectáculo. El revestimiento no dejaba ver muchos detalles. El muchacho se quedó dormido sobre la piel anaranjada. Luis montó guardia, ya que no había otra cosa que hacer para distraer las meditaciones sobre si posiblemente estaban todos condenados a muerte por culpa de su acción.

Por fin el Inferior le ordenó a la mujer de la raza de los Ingenieros:

—¡Basta!

Luis salió de su ensimismamiento. Harkabeeparolyn se masajeó la garganta dolorida. Contemplaron cómo el Inferior cargaba en la máquina cuatro de las cintas robadas.

Fue cuestión de escasos minutos.

—Que trabaje el ordenador ahora —dijo el titerote—. He programado las preguntas. Si las contestaciones se hallan en las cintas, lo sabremos dentro de un par de horas como máximo. Dime, Luis, ¿qué haremos si no nos satisfacen las respuestas?

—Sepamos cuáles son las preguntas.

—Si hay antecedentes de actividades de mantenimiento en el Mundo Anillo, y si los hay, de dónde procedía la maquinaria utilizada en las reparaciones. Si éstas son más frecuentes en alguna región concreta. Si alguna sección del Anillo está mejor conservada que las demás. Que localice todas las referencias a seres que se parezcan a los protectores de Pak. Si los tipos de armamento varían en función de la distancia a algún punto determinado. Y cuáles son las propiedades magnéticas del suelo del Anillo en particular y del scrith en general.

—Bien.

—¿He descuidado algún punto?

—Sí. Necesitamos conocer el origen más probable de la droga de la inmortalidad. Podría ser el Gran Océano, pero vale más preguntarlo de todos modos.

—Lo haré. ¿Porqué el Gran Océano?

—¡Ah! En parte, porque es lo más visible. Y en parte porque conocemos un ejemplo viviente y sólo uno. Halrloprillalar poseía la droga, y a ella la encontramos en proximidad del Gran Océano.

Y en parte porque caímos allí, pensó Luis Wu. La suerte de Teela Brown falseaba las probabilidades. La suerte de Teela pudo llevarnos derechos al Centro de Mantenimiento la primera vez.

—¿Se te ocurre algo que hayamos olvidado, Harkabeeparolyn?

—No comprendo vuestras intenciones —replicó ella con voz ronca. ¿Cómo explicarlo?

—Nuestra máquina recuerda todo lo que contienen tus cintas. Le diremos que busque en su memoria las contestaciones a nuestras preguntas.

—Pregúntale cómo se puede salvar el Mundo Anillo.

—No, las preguntas han de ser algo más concretas. La máquina puede recordar, establecer correlaciones y efectuar operaciones matemáticas, pero no piensa por sí misma. No tenemos potencia suficiente para eso.

Ella meneó la cabeza.

—¿Y si las respuestas no son las que esperamos? —preguntó el Inferior—. No podemos escapar.

—Intentaremos otra cosa.

—He estado pensándolo. Será preciso que nos pongamos en órbita polar alrededor del sol, a fin de reducir al mínimo el peligro de resultar destruidos por un fragmento del Anillo cuando éste se desintegre. Pondré la «Aguja» en estasis hasta que alguien venga a rescatarnos. Ya sé que no habrá tal rescate, pero eso es mejor que el peligro inmediato que nos amenaza ahora.

El caso era posible, pensó Luis.

—Bien. Eso nos daría un par de años para tratar de buscar una oportunidad mejor.

—No tantos. Si…

—Cállate.

La bibliotecaria, agotada, se dejó caer en la cama de agua. La falsa piel de kzin se removió bajo su peso. Ella se quedó un instante rígida, y luego se tendió con precaución. La superficie de la cama no dejaba de agitarse. Poco a poco la mujer fue cediendo en su rigidez y se abandonó a las agradables vibraciones. Kawaresksenjajok formuló una protesta en sueños y se dio la vuelta.

El aspecto de la bibliotecaria era de lo más tentador. Luis contuvo el deseo de acostarse al lado de ella.

—¿Cómo estás?

—Fatigada, hecha migas. ¿Volveré a ver mi ciudad alguna vez? Si llega el fin… Cuando llegue… me gustaría esperarlo en la terraza de la biblioteca. Aunque para entonces todas las flores se habrán marchitado, ¿verdad? Abrasadas o congeladas.

—Sí.

Luis estaba conmovido. Él tampoco había regresado nunca a su casa natal.

—Intentaré conseguir tu regreso. Ahora lo que necesitas es dormir, después de un buen masaje en la espalda.

—No.

Qué raro. ¿Acaso no era Harkabeeparolyn de la raza de los Ingenieros, del pueblo de Halrloprillalar, aquél que había llegado a dominar el Mundo Anillo, principalmente, a través del sexo? A veces costaba recordar que las diferencias entre los individuos de una especie no terrestre podían ser tan marcadas como las existentes entre los humanos.

—Los bibliotecarios parecéis más bien miembros de una casta sacerdotal. ¿Hacéis votos de continencia?

—Mientras trabajamos en la biblioteca practicamos la continencia. Pero yo he sido continente por propia voluntad. —Se incorporó sobre un codo y le miró fijamente—. Sabemos que todas las demás especies desean hacer rishathra con los Ingenieros de las Ciudades. ¿Ocurre lo mismo contigo?

Él confesó que sí.

—Espero que logres resistirlo.

—¡Ah, nej! Sí —suspiró él—. Soy viejo, he vivido muchos falans. He aprendido a distraerme solo.

—¿Cómo?

—Por lo general, busco otra mujer.

La bibliotecaria no rio la broma.

—¿Y cuando no hay otra mujer disponible?

—¡Bah! Hago ejercicio hasta el agotamiento… Me emborracho. Me tomo unas vacaciones a solas, vagando por el espacio interestelar en una nave de una plaza. O me dedico al trabajo.

—No deberías emborracharte —dijo ella, y tenía razón—. ¿A qué otros placeres puedes recurrir?

¡El contactor! Un solo toquecito de corriente, y dejaría de importarle Harkabeeparolyn aunque la viera convertida en un asqueroso protoplasma verde allí mismo. Y además, ¿por qué había de importarle ahora? No la admiraba… o tal vez sí, un poco. Pero ella ya había cumplido con su parte. Estaban en condiciones de salvar el Mundo Anillo, o de perderlo, sin más ayuda por parte de ella.

—Tendrás tu masaje de todas maneras —dijo.

Y alargó la mano sobre la cama para tocar los mandos de la cabecera.

Ella se sorprendió un poco, y luego sonrió y se relajó totalmente, al sentirse rodeada por las vibraciones acústicas del agua. Al cabo de pocos minutos se quedó dormida. Luis dejó ajustado el grupo para que siguiera funcionando durante veinte minutos más.

Luego se encerró en sus pensamientos.

De no haber vivido un año con Halrloprillalar no le habría parecido hermosa Harkabeeparolyn, con su frente calva, sus labios delgados como cuchillos y su nariz pequeña y achatada. Pero la cuestión era que sí había vivido…

Él tenía vello donde ningún Ingeniero lo tenía. Quizás era eso. O tal vez el olor de lo que comía, o de su aliento, o alguna seña social que él desconocía.

No era lógico que el hombre que había robado una nave interestelar, que se había apostado la vida a una oportunidad de salvar miles de millones de vidas, que había vencido el peor de los hábitos estupefacientes, perdiera el sueño por una distracción tan trivial como la presencia de una compañera de habitación atractiva. Un toquecito de corriente le daría la claridad necesaria para asumirlo. Sí.

Luis se acercó al mamparo anterior.

—¡Inferior!

El titerote se dejó ver.

—Pásame las grabaciones del Pak. Las revistas y los informes médicos sobre Jack Brennan, las autopsias del extraterrestre, todo lo que encuentres.

Intentaría remediarse con el trabajo.

Luis Wu flotaba en medio del aire, en la posición del loto, y sus ropas flotaban alrededor de él. En una pantalla que flotaba también, inmóvil, en el exterior del casco de la «Aguja», un hombre muerto hacía muchísimos años pronunciaba una conferencia sobre los orígenes de la Humanidad.

—Los protectores tienen escaso libre albedrío —estaba diciendo—. Son demasiado inteligentes para dejar de ver la conducta adecuada. Pero, además de eso, existen los instintos. Cuando a un protector de Pak no le quedan descendientes vivos, por lo general muere. Deja de alimentarse. Algunos protectores son capaces de generalizar ese instinto y buscan el modo de hacer algo positivo para su especie. Eso les salva la vida. Creo que para mí ha sido más fácil que para Phssthpok.

—¿Qué ha descubierto usted? ¿Cuál es el motivo que le induce a seguir alimentándose?

—Advertiros de la existencia de los protectores de Pak.

Luis asintió, mientras recordaba los datos de la autopsia del extraterrestre. El cerebro de Phssthpok era más voluminoso que un cerebro humano, pero el aumento de volumen no abarcaba a los lóbulos frontales. En cambio, el cráneo de Jack Brennan parecía hendido por la mitad debido al desarrollo frontal humano y a la elevación de la parte posterior del cráneo.

La piel de Brennan era como una coraza de cuero muy arrugado. Tenía las articulaciones anormalmente hinchadas. Sus labios y dientes se habían fundido en un pico rígido. Pero al ex minero del Cinturón no parecía importarle tan drástica alteración de su persona.

—Todos los síntomas de la vejez son testimonios de la conversión de criador a protector —le explicaba a un interrogador de la BRAZO también desaparecido hacía mucho tiempo—. La piel se hace más gruesa y se llena de arrugas; en principio debería llegar a ser como ésta, capaz de detener una cuchillada. Se pierden los dientes para que puedan endurecerse las encías. El corazón se debilita en espera de que se forme en la ingle el segundo corazón supletorio de dos cavidades.

La voz de Brennan era un graznido.

—Las articulaciones se hinchan a fin de ofrecer palanca a una futura musculatura más poderosa. Pero nada de eso sale del todo bien sin el árbol de la Vida, y no existe en la Tierra ese árbol desde hace tres millones…

Luis se sobresaltó al notar que le tiraban del albornoz.

—Tengo hambre, Luhiwu.

—Sí.

De todas maneras estaba harto de estudiar, ya que no se enteraba de nada que pudiera serle útil.

Harkabeeparolyn aún dormía. Despertó al olorcillo de la carne asada bajo el rayo de la linterna láser. Luis pidió fruta e hirvió verduras para ellos. Les enseñó dónde podían arrojar lo que no quisieran consumir, y cenó a solas en la bodega.

Le preocupaba el tener personas a su cargo. Aunque ambos fuesen víctimas de las acciones de Luis Wu, ¡era una lata que no se les pudiera enseñar ni a guisar su propia comida! Los mandos de la cocina sintetizadora estaban rotulados en Intermundial y en la Lengua del Héroe.

¿Qué podían hacer? Era preciso inventar algo. Lo aplazó para el día siguiente.

El ordenador empezó a entregar los primeros resultados. El Inferior andaba ocupadísimo. Cuando Luis logró recabar su atención un instante, le pidió las grabaciones que había tomado de Chmeee durante el ataque al castillo.

La fortificación se hallaba en la cima de una colina. En el valle pastaban rebaños de unos animales que semejaban porcinos, de pelaje amarillo con una franja anaranjada. La naveta volaba en círculo alrededor del castillo y luego se posaba en el patio, en medio de una nube de flechas.

Durante varios minutos no pasó nada.

Luego pasaron unos destellos anaranjados, demasiado rápidos para distinguir nada concreto, por entre los soportales.

Echados en el suelo que parecían alfombras, empuñando sus armas, fueron acercándose a la base del módulo. Eran kzinti, pero parecían algo contrahechos. Habían seguido una evolución diferente durante un cuarto de millón de años.

Harkabeeparolyn habló a espaldas de Luis:

—¿Son ésos de la raza de tu compañero?

—Parecidos. Éstos son un poco más bajos y más oscuros, y… la mandíbula inferior se diría más maciza.

—Te abandonó. ¿Por qué no te desentiendes de él?

Luis rio.

—¿Para quedarte con la cama para ti sola? Estábamos en una situación de combate y dejé que una mujer vampiro me sedujera. Eso le repugnó. Desde el punto de vista de Chmeee, el desertor soy yo.

—Ningún hombre ni mujer puede resistirse a un vampiro.

—Chmeee no es ningún hombre. No desearía hacer rishathra con ningún vampiro u otro homínido.

Eran ya bastante numerosos los grandes gatos apostados en puntos estratégicos cerca del módulo. Dos de ellos acercaron un gran cilindro metálico manchado de orín. Los que estaban más cerca del módulo, como una docena, se alejaron. El cilindro desapareció en el fogonazo blanco y amarillo de la explosión. El módulo se desplazó un metro o dos de su punto de aterrizaje originario. Los kzinti aguardaron y luego se acercaron de nuevo con cautela para observar los resultados.

Harkabeeparolyn se estremeció.

—Parecen más inclinados a desearnos para zampársenos como desayuno.

Luis empezaba a enfadarse.

—Es posible, pero recuerdo una vez que Chmeee estaba muriéndose de inanición, y no me tocó ni un pelo de la ropa. ¿Qué te pasa? ¿Acaso no teníais carnívoros en vuestra ciudad?

—Sí.

—¿Y en la Biblioteca?

Creyó que no iba a contestarle. (Caras peludas detrás de las troneras. La explosión no había causado ningún daño apreciable). Pero al final habló:

—Estuve en el edificio Panth durante una temporada —dijo, apartando la mirada.

Por unos instantes él no supo a qué se refería. Luego recordó el edificio Panth. Como una cebolla puesta del revés. La reparación del condensador de agua. El dueño que quiso pagar en servicios sexuales. El olor a vampiros en los pasillos.

—¿Hiciste rishathra con carnívoros?

—Con Pastores y con gentes de la raza de la sabana y con otros del Pueblo de la Noche. Son cosas que no se olvidan.

Luis se apartó un poco.

—¿Con los hombres chacales?

—El Pueblo de la Noche es muy importante para nosotros. Nos aportan información lo mismo que al Pueblo de la Máquina. Gracias a ellos se conserva lo que resta de civilización, y nos interesa mucho no ofenderles.

—¡Hum!

—Pero fue lo que… Los chacales tienen un olfato muy desarrollado, Luhiwu. El olor a vampiros los enloquece. Me ordenaron que hiciera rishathra con un Cazador de la Noche, y sin usar la esencia de vampiro. Entonces pedí el traslado a la Biblioteca.

Luis se acordó de Mar Korsill.

—No me parecen tan repugnantes.

—Pero, ¿para hacer rishathra? Los que no tenemos padres, hemos de pagar nuestra deuda a la sociedad antes de que se nos permita buscar pareja y establecer un hogar. Perdí el patrimonio que había acumulado cuando solicité el traslado. Y aún me costó algún tiempo conseguir la plaza —le miró a los ojos—. No fue divertido. Pero he pasado otras temporadas malas. Aunque el olor a vampiros acabe por desvanecerse, los recuerdos no se desvanecen. El olor a sangre en el aliento de los Cazadores nocturnos, a corrupción en el de los del Pueblo de la Noche.

—Te has librado de todo eso —dijo Luis.

Algunos de los kzinti intentaban incorporarse. Habían caído dormidos. Diez minutos después se abrió la escotilla y Chmeee bajó por la rampa dispuesto a hacerse el amo.

Era ya tarde cuando el Inferior hizo de nuevo su aparición. Parecía arrugado de cansancio.

—Por lo visto tu intuición era acertada —dijo—. Además de poseer susceptibilidad magnética, el scrith que forma la estructura del Mundo Anillo está entrecruzado de cables superconductores.

—Eso es bueno —dijo Luis, y sintió que se le quitaba un gran peso de encima—. ¡Eso es magnífico! Pero, ¿cómo iban a saberlo los Ingenieros de Ciudades? No los imagino hurgando hasta llegar al scrith para averiguarlo.

—No. Tenían imanes para utilizarlos como brújula, y localizaron la red de líneas superconductoras que forma un dibujo hexagonal en el subsuelo del Mundo Anillo, con una anchura de ochenta mil kilómetros. Eso les ayudó a trazar sus primeros mapas. Pasaron siglos antes de que los Ingenieros progresaran lo suficiente en física como para saber cuál era el fenómeno que estaban observando, pero sus deducciones les llevaron a desarrollar por su cuenta los superconductores.

—La bacteria que sembrasteis…

—No habrá afectado a los superconductores enterrados en el scrith. Aunque no olvido que el subsuelo del Anillo es vulnerable a los meteoritos. Hemos de confiar en que ninguno haya roto la red de superconductores.

—Tenemos una buena probabilidad a favor.

El titerote meditó lo que iba a decir y continuó:

—¿Estamos buscando todavía el secreto de la transmutación a gran escala, Luis?

—No.

—Sería una solución muy elegante a nuestro problema —dijo el Inferior—. El mecanismo debió operar a una escala tremenda. Convertir materia en energía debe de ser mucho más fácil que transmutar una materia en otra. Pero supongamos que simplemente disparásemos… digamos un cañón transmutador en la cara exterior del Mundo Anillo, en su punto de máxima distancia al sol. La reacción haría que la estructura retornase a su lugar. Naturalmente, habría algunos problemas. La onda de choque mataría a muchos nativos, pero se salvarían muchos más. Y la protección antimeteoritos quemada podría sustituirse más tarde. ¿De qué te ríes?

—Eres brillante, pero el problema es que nunca tuvimos motivos para creer que existiese un cañón transmutador.

—No te entiendo.

—Halrloprillalar se limitó a inventar historias, como después nos confesó. Al fin y al cabo, ¡qué sabía ella acerca de cómo se construyó el Mundo Anillo! Sus antepasados eran poco más que simios cuando eso sucedió. —Luis vio que las cabezas empezaban a ocultarse, y se apresuró a decir—: ¡No te enrolles! No disponemos de tiempo para eso.

—A la orden.

—¿Qué más tienes?

—Poca cosa. Aún no he terminado el análisis de los textos. Las fantasías alrededor del Gran Océano no me dicen gran cosa. Inténtalo tú.

—Mañana.

Unos sonidos demasiado tenues como para interpretarlos enseguida le despertaron. Luis se volvió en medio de la oscuridad y la suspensión en caída libre.

Pero la claridad estelar era suficiente para ver. Kawaresksenjajok y Harkabeeparolyn estaban el uno en brazos del otro y se murmuraban cosas al oído. La traductora de Luis no llegaba a captarlas, pero parecía amor. Se sonrió burlándose de sí mismo al darse cuenta de que había sentido una súbita punzada de envidia. Había creído que el muchacho era demasiado joven, y que la mujer había optado definitivamente por la abstinencia. Pero aquello no era rishathra, puesto que sucedía entre seres de una misma especie.

Luis les volvió la espalda y cerró los ojos. Sus oídos esperaban escuchar un chapoteo rítmico, pero no sucedió nada, y luego se quedó dormido.

Soñó que estaba en una de sus excursiones vocacionales.

Caía, caía hacia las estrellas. Cuando el mundo se volvía demasiado abundante para él, demasiado variado y exigente, entonces había llegado el momento de dejar atrás todos los mundos. Lo había hecho muchas veces. A solas, en una nave estelar pequeña, huía hacia los huecos inexplorados, más allá del espacio conocido, para ver lo que hubiese que ver y para saber si aún se apreciaba lo suficiente a sí mismo. Ahora Luis flotaba entre las placas sómnicas y soñaba en viajes felices entre las estrellas, sin obligaciones, sin promesas que cumplir.

Entonces una mujer aulló de pánico junto a su oído. Un talón le asestó una fuerte patada debajo de las costillas flotantes y Luis se dobló, privado de aliento. Unos brazos le aporrearon como aspas de molino y luego rodearon su cuello como si pretendieran estrangularle. Todo ello entre fuertes sollozos.

Luis hizo presa en los brazos para quitárselos del cuello, y gritó:

—¡Campo sómnico fuera!

La gravedad volvió a actuar. Luis y su atacante cayeron sobre la placa inferior. Harkabeeparolyn dejó de gritar y permitió que le bajara los brazos a viva fuerza.

El muchacho Kawaresksenjajok estaba arrodillado a su lado, confuso y poniendo cara de espanto. Hizo preguntas apresuradas en el idioma de los Ingenieros. La mujer le contestó con un bufido.

El chico volvió a hablar. Harkabeeparolyn le echó una larga perorata. El muchacho asintió con la cabeza, de mala gana. Lo que acababa de escuchar, fuera lo que fuese, no le había gustado. Se retiró al rincón, despidiéndose con una mirada que Luis no supo interpretar, y desapareció hacia la bodega de carga.

Luis alargó la mano en busca de la traductora.

—Bueno, ¿qué pasa aquí?

—¡Estaba cayéndome! —sollozó ella.

—No es nada —la consoló Luis—. A algunos nos gusta dormir así. Ella le miró a la cara.

—¿Cayendo?

—Sí.

No fue difícil interpretar la expresión de la mujer. Un loco. Loco de atar… y el encogimiento de hombros. Hizo un visible esfuerzo por contenerse, y luego dijo:

—Me he enterado de que he dejado de seros útil, ahora que vuestras máquinas leen con más rapidez que yo. Sólo puedo hacer una cosa para que nuestra misión sea más llevadera, y es calmar el tormento de tu deseo frustrado.

—¡Qué alivio! —dijo Luis con sarcasmo que no supo si ella sería capaz de captar, y muy poco inclinado a aceptar tal género de caridad.

—Si te bañas y te lavas bien la boca…

—Déjalo. Tu sacrificio en aras de nuestros fines superiores es muy encomiable, pero sería una descortesía por mi parte si aceptase.

—Así, ¿no quieres hacer rishathra conmigo, Luhiwu? —se extrañó ella.

—No, gracias. ¡Conectado el campo sómnico!

Luis se elevó en flotación, lejos de ella. Por sus experimentos anteriores adivinaba la inminencia de una discusión acalorada, que no iba a servir de nada. Pero si ella ensayaba otra vez la fuerza, no tardaría en experimentar de nuevo la temida sensación de caída.

Una vez más la mujer le sorprendió al decir:

—Sería una tragedia para mí si concibiera un hijo ahora, Luhiwu.

Bajó la mirada. Ella no estaba enfadada, pero sí muy seria, y prosiguió:

—Si ahora me apareo con Kawaresksenjajok, quizá procrearíamos un hijo condenado a morir en el fuego solar.

—Pues no lo hagáis. De todas maneras, es demasiado joven.

—No, no lo es.

—¡Ah! Bien. ¿Acaso no llevas…? Pero no, no creo que lleves anticonceptivos. ¿No podrías calcular tu período fértil para evitarlo?

—No te entiendo. ¡Ah! Espera… ahora sí que lo entiendo. Ten en cuenta, Luhiwu, que nuestra especie ha dominado la mayor parte del mundo gracias a nuestro dominio de los matices y variaciones del rishathra. ¿No sabes cómo llegamos a aprender tanto acerca del rishathra?

—Gracias a vuestra buena suerte, supongo.

—Algunas especies son más fértiles que otras, Luhiwu.

—¡Ah!

—Desde la prehistoria hemos sabido que el rishathra es un sistema para no tener hijos. Si nos apareamos, cuatro falans después nace un niño. Dime, Luhiwu, ¿puede salvarse el mundo? ¿Nos salvaremos nosotros?

¡Ah, las vacaciones! Solo en una nave de una sola plaza, a años luz de cualquier responsabilidad que no afectase directamente a Luis Wu… o hallarse bajo los efectos del cable.

—No garantizo nada.

—¡Entonces haz rishathra conmigo para que yo pueda dejar de pensar en Kawaresksenjajok!

No era la proposición más halagadora que hubiese escuchado Luis Wu en su joven existencia.

—¿Y qué haremos para aliviarle a él?

—Lo del chico no tiene remedio, ¡pobre! ¡Que se fastidie!

Pues fastidiaos los dos, pensó Luis Wu. Pero no se atrevió a decirlo. La mujer hablaba en serio, sufría y tenía razón. No sería buen momento para traer al mundo un nuevo Ingeniero.

Y la deseaba.

Salió del campo de caída libre y la llevó hasta la cama de agua. Menos mal que Kawaresksenjajok se había retirado a la bodega de carga. ¿Qué diría el chico a la mañana siguiente?