24. Contraoferta

Luis Wu despertó con la cabeza despejada y hambriento. Permaneció inmóvil durante varios minutos, saboreando la sensación de flotar en caída libre; luego alargó la mano y desconectó el campo. Su reloj le dijo que había dormido siete horas.

Los huéspedes de la «Aguja» dormían debajo de una de las enormes pinzas que servían para sujetar el módulo de excursión. La mujer de cabellos blancos había tenido un sueño intranquilo, y yacía en postura forzada, envuelta en su poncho y con una pierna destapada. El muchacho de pelo castaño dormía como un bebé.

No se les podía despertar, ni había motivo para ello. El mamparo no dejaría pasar el sonido, y la traductora no funcionaba. El enlace por medio de discos teleportadores nunca habría permitido trasladar sino un peso limitado. ¿De veras temía el Inferior algún tipo de conspiración retorcida? Luis se sonrió. Su rebelión había sido la sencillez misma.

Programó en el teclado un desayuno de tostadas con queso y se puso a comer mientras se acercaba al mamparo delantero de su celda.

Durante el sueño, el Inferior se aovillaba en forma de huevo, escondiendo las cabezas y las patas. Un plumero de pelos blancos coronaba la parte más voluminosa de su cuerpo. No se había movido durante las últimas siete horas.

Luis había observado el mismo comportamiento en Nessus. Era la reacción de los titerotes ante una contrariedad: quedarse contemplando el propio ombligo y olvidar el resto del universo. No estaba mal, pero nueve horas parecían ya demasiadas. Si el titerote se había quedado catatónico debido al tratamiento de choque de Luis, podía significar el fin para todos.

Los oídos del titerote estaban en las cabezas. Las palabras de Luis tendrían que atravesar un espesor considerable de carne y hueso.

—¡Quiero exponerte unos puntos para que los consideremos! —gritó.

El titerote no reaccionó. Luis se puso a pensar en voz más bien fuerte:

—Esta estructura va a caer sobre su sol. Podríamos intentar algo, pero no mientras te quedes ahí mirándote el ombligo. Nadie sino tú sabes manejar los mandos de la «Aguja», los sensores, los instrumentos, etcétera, y así fue como tú mismo lo planeaste. De manera que cada minuto que permanezcas ahí presa de tu complejo de alfombra, es un minuto más que todos, Chmeee, tú y yo, nos aproximamos a una ocasión que no desdeñaría ningún astrofísico.

Había terminado su tentempié mientras hablaba. Los titerotes eran magníficos lingüistas en todos los idiomas universales. ¿Reaccionaría el titerote ante una trampa verbal?

Y en efecto, el Inferior asomó un poco una de sus cabezas, lo justo para preguntar:

—¿Qué ocasión?

—La de estudiar las manchas solares por dentro.

La cabeza se retiró para esconderse bajo la barriga del titerote.

Luis aulló:

—¡Que viene la brigada de reparación!

La cabeza y el cuello aparecieron otra vez y el aullido de respuesta fue:

—¿Qué has hecho con nosotros? ¿A qué nos has expuesto a todos, incluyéndote a ti mismo y a esos dos nativos que hubieran podido salvarse de la quema? ¿Se te ocurrió pensar en algo aparte tus instintos vandálicos?

—Lo hice. Como tú dijiste una vez, algún día habría que decidir quién manda en esta expedición. Hoy es ese día —dijo Luis Wu—. Deja que te explique por qué debes acatar mis órdenes.

—Nunca hubiera adivinado que un cableta tuviese afán de poder.

—Pues métete esto en las cabezas. Que a mí se me da mejor que a ti lo de adivinar cosas.

—Continúa.

—No nos vamos de aquí. A velocidad sublumínica, ni siquiera la Flota de los Mundos se halla a nuestro alcance. Si el Mundo Anillo se pierde nos perdemos todos. Hay que conseguir que retorne a su posición, sea como sea.

»Y el tercer punto: los Ingenieros del Mundo Anillo se extinguieron hace por lo menos un cuarto de millón de años, ¿no? —procuró hablar con prudencia—. Chmeee habría dicho un par de millones. Los homínidos no hubieran experimentado mutaciones ni evolución en presencia de los Ingenieros del Anillo. Éstos no lo habrían permitido; eran protectores de Pak.

Luis esperaba una reacción de horror o de sorpresa, pero el titerote no demostró sino resignación.

—Xenófobos —dijo—. Despiadados, obstinados y muy inteligentes. Algo debía haber sospechado.

—Mis antepasados —dijo Luis Wu—. Ellos construyeron el Mundo Anillo y ellos crearon el sistema, sea cual sea, que lo mantiene en su lugar. ¿Quién de nosotros tiene más posibilidad de pensar como un protector de Pak? Uno de nosotros debe intentarlo.

—Esta discusión carecería de sentido si nos hubieras dejado la posibilidad de abandonar. Yo confiaba en ti, Luis.

—No me gustaría pensar que seas tan estúpido. Yo no vine voluntario a esta expedición. Los kzinti y los humanos no servimos para esclavos.

—¿Te queda algún otro argumento?

Luis hizo una mueca.

—Chmeee está defraudado conmigo. Él pretendía doblegarte por fuerza. Cuando le cuente que recibes órdenes mías, quedará muy impresionado. Y le necesitamos.

—Sí, creo que sí. Es posible que su mentalidad sea más semejante a la de un protector de Pak que la tuya.

—¿Y bien?

—¿Cuáles son tus órdenes?

Luis se lo explicó.

Harkabeeparolyn se había puesto en pie y no se dio cuenta de que Luis había aparecido en el rincón. Lanzó una exclamación, se agachó y se cubrió con los ponchos. Un poncho arrugado echó a andar hacia una túnica azul que yacía en el suelo.

Peculiar comportamiento. ¿El tabú de la desnudez en la raza de los Ingenieros? ¿Tal vez él debía de haberse presentado vestido? Hizo lo que le pareció más considerado: volverse de espaldas y dirigirse al muchacho.

Éste se hallaba junto al mamparo más exterior, contemplando las grandes naves estelares desguazadas. Le sobraba poncho por todas partes.

—¿Eran ésas nuestras naves, Luhiwu?

—Sí.

—¿Los de tu raza construían naves tan grandes como éstas? —sonrió el chico.

Luis trató de recordar.

—Las espacionaves lentas tenían casi esas dimensiones. Necesitábamos naves muy grandes hasta que aprendimos cómo romper la barrera de la luz.

—¿Es ésa una de vuestras naves? ¿Puede viajar más rápida que la luz?

—Podía, pero ahora ya no. Creo que los cascos número cuatro de la General de Productos eran todavía más grandes que los vuestros, pero no los construíamos nosotros. Eran naves de los titerotes.

—Como el que nos hablaba ayer, ¿verdad? Hizo muchas preguntas acerca de ti, pero no pudimos contarle gran cosa.

Harkabeeparolyn se reunió con ellos. Había recobrado su compostura, una vez envuelta de nuevo en su túnica azul de bibliotecaria. Preguntó:

—¿Acaso ha cambiado nuestra situación aquí, Luhiwu? Teníamos entendido que no se te permitiría visitarnos.

Aún no se atrevía a mirarle de frente.

—He asumido el mando —explicó Luis.

—¿Así de fácil?

—He pagado un precio a cambio.

El chico los interrumpió:

—¡Luhiwu! ¡Nos movemos!

—Todo va bien.

—¿Es posible bajar la luz aquí?

Luis dio la voz e inmediatamente se sintió más cómodo. La oscuridad ocultaba su desnudez. La actitud de Harkabeeparolyn era contagiosa.

«La Aguja Candente de la Cuestión» se alzó unos cuatro metros sobre la zona del espaciopuerto. Con rapidez, casi furtivamente y sin efectos pirotécnicos, la nave se aproximó al confín del Anillo y se salió de él.

—¿Adónde vamos? —quiso saber la mujer.

—Vamos a inspeccionar el mundo por debajo. Saldremos al Gran Océano.

La sensación de caída no existía, pero el borde del espaciopuerto se deslizaba en silencio hacia arriba; el Inferior dejó que la nave cayera varios kilómetros antes de poner en marcha los reactores de posición. La «Aguja» deceleró y empezó a dar el rodeo hacia la cara exterior del Anillo.

El filo de la oscuridad se elevó en el cielo. A sus pies tenían un piélago de estrellas, más brillantes que las que hubiera visto jamás un nativo del Mundo Anillo a través de la atmósfera y de la luz que dispersaba el propio Arco. En cambio, arriba, el cielo era la esencia de lo negro.

La funda de scrith expandido del Mundo Anillo no reflejaba la luz de las estrellas.

Luis aún se sentía incómodo en su desnudez.

—Regreso a mi camarote —dijo—. ¿Por qué no os venís conmigo? Hay comida y muda de ropa, y mejores camas, si lo preferís.

Harkabeeparolyn se materializó la última en la cola para pasar por el disco teleportador, e hizo un respingo. Luis soltó la carcajada y ella intentó fulminarle con la mirada, pero tuvo que apartar los ojos. ¡Desnudo!

—Mejor así. ¿Te parezco estúpida?

Luis compuso el código para un albornoz y se cubrió.

—No. Creo que como no tenéis controlado el clima, no podéis salir desnudos a todas partes, y por tanto, os parece chocante. Quizá me equivoco.

—Quizá tienes razón —dijo ella, sorprendida.

—La pasada noche habéis dormido en la bodega. Probad la cama de agua. Cabéis los dos y aun otra pareja más, y de momento Chmeee no la necesita.

Kawaresksenjajok se echó en plancha sobre la cama tapizada de piel y rebotó mientras las olas se propagaban por toda la superficie.

—¡Me gusta, Luhiwu! ¡Es como nadar, pero en seco!

Desconfiada, con la espalda rígida, Harkabeeparolyn se sentó al borde de la movediza superficie, y preguntó en tono incierto:

—¿Chmeee…?

—De dos metros y medio de altura, y recubierto de pelo anaranjado. Está… en misión en la región del Gran Océano. Ahora iremos a reunirnos con él. A lo mejor conseguirás convencerle de que comparta la cama contigo.

El chico rio, pero la mujer dijo:

—Tu amigo tendrá que buscar otra compañera. Yo no hago rishathra.

Luis contuvo la risa (pero en el fondo de su mente algo le dijo: ¡nej!).

—Chmeee es mucho más raro de lo que crees. Antes haría rishathra con una alcachofa. No correrías ningún peligro, salvo que quiera la cama para él solo, lo cual es muy posible. Y hay que cuidar de no sacudirle para que despierte. Si quieres, puedes probar las placas sómnicas.

—¿Usas tú las placas sómnicas?

—Ciertamente. El campo puede ajustarse para dormir separados.

Y adivinando lo que había querido decir (¡Nej! ¿Acaso la inhibía la presencia del muchacho?). Ella continuó:

—Nos hemos presentado como unos intrusos y estamos estorbando tu misión. ¿Vinisteis sólo para hurtar conocimientos?

Un sí habría sido la respuesta más exacta, pero no fue menos cierto lo que contestó Luis.

—Estamos aquí para salvar el Mundo Anillo.

Ella contestó, pensativa:

—¿Y en qué puedo yo…? —Se interrumpió, mirando por encima del hombro de Luis.

El Inferior esperaba al otro lado del mamparo, y su aspecto era glorioso. Llevaba las garras enfundadas en plata y la melena a mechones de plata y oro. El pelaje corto del resto de su cuerpo estaba tan cepillado que relucía.

—Harkabeeparolyn, Kawaresksenjajok, sed bienvenidos —salmodió—. Se necesita urgentemente vuestra ayuda. Hemos viajado una larga distancia entre las estrellas con la esperanza de salvar a vuestras naciones y a vuestro mundo de una muerte horrible.

Luis contuvo la carcajada. Por fortuna, sus acompañantes sólo tenían ojos para el titerote de Pierson.

—¿De dónde eres? —preguntó el muchacho—. ¿Cómo es tu mundo?

El titerote trató de explicárselo. Les habló de planetas que viajaban a través del espacio a velocidades próximas a la de la luz, de cinco mundos dispuestos en un pentágono, una roseta de Kemplerer. Soles artificiales orbitaban alrededor de cuatro de ellos a fin de asegurar el sustento de la población del quinto. Éste brillaba sólo con la luz de sus calles y sus edificaciones. Los continentes relucían en tono amarillo claro, y los océanos eran oscuros. Unas estrellas muy brillantes, aisladas y rodeadas de niebla, eran factorías flotantes, cuyo exceso de calor servía para hervir el agua. El sobrante de calor producido por la industria era lo único que evitaba la congelación de aquel planeta.

El muchacho se quedó sin aliento mientras escuchaba. La bibliotecaria se dijo en voz baja:

—Debe de ser verdad que proceden de las estrellas. Su forma es diferente de la de cualquier ser vivo conocido.

El titerote habló de calles abarrotadas de viandantes, de edificios colosales, de parques que eran el último refugio de la vida primigenia del planeta. Habló de cadenas de discos teleportadores mediante las cuales uno podía dar la vuelta al mundo en cuestión de minutos.

Harkabeeparolyn meneó la cabeza con energía, y alzó la voz:

—Lo siento, pero no tenemos tiempo. Perdona, Kawa. Deseamos saber más, necesitamos saber más, pero ahora… ¡nuestro mundo, nuestro sol! No debí dudar nunca de ti, Luis. ¿Qué podemos hacer para ayudar?

El Inferior dijo:

—Lee para mí.

Kawaresksenjajok estaba tumbado de espaldas y veía desfilar el reverso del mundo.

La «Aguja» navegaba bajo un techo negro y uniforme, en el que el Inferior había situado dos «ventanas» por medio de la holografía. Uno de los grandes rectángulos era una imagen tomada con intensificador de luz; el otro examinaba el fondo del Mundo Anillo mediante infrarrojos. En el espectro infrarrojo, el reverso de las zonas diurnas aparecía más brillante que el de las nocturnas cubiertas por las pantallas de sombra; los ríos y los mares eran oscuros de día y brillantes por la noche.

—Como el reverso de una máscara, ¿lo ves? —dijo Luis en voz baja, para no molestar a Harkabeeparolyn—. Ese sistema fluvial, ¿ves cómo sobresale? Y los mares aparecen también en relieve. Y esa hilera de cavidades es un cadena montañosa.

—¿Son así vuestros mundos?

—No, no. En uno de mis planetas el subsuelo es sólido y la superficie ha ido formándose al azar. Aquí el mundo ha sido esculpido. Fíjate en que todos los mares tienen la misma profundidad, y están dispersos de modo que no falte agua en ninguna parte.

—¿Alguien grabó el mundo como un bajorrelieve?

—Eso mismo.

—Eso da miedo, Luhiwu. ¿Quiénes lo hicieron?

—Pensaban en grande, y amaban a sus hijos, y parecían armaduras vivientes.

Luis había decidido no profundizar demasiado en el tema de los progenitores.

—¿Qué es esto? —preguntó el chico señalando con el dedo.

Era como una oquedad en el subsuelo del Anillo, rellena de neblina.

—No lo sé.

—Me figuro que será una perforación debida a un meteorito. Al otro lado se observaría un ciclón sobre ella.

La pantalla lectora estaba en el puente de mando, puesta de cara al mamparo divisorio para que Harkabeeparolyn pudiera leerla. El Inferior había reparado todos los daños y añadido un cable de muchas vías que iba al panel de mandos de la nave. Mientras Harkabeeparolyn leía en voz alta, el ordenador de a bordo leía la cinta y establecía la correlación con la voz y con los conocimientos de la lengua de Halrloprillalar que tenía almacenados en su memoria.

Dicha lengua habría cambiado a lo largo de los siglos, pero no demasiado, al tratarse de una lengua escrita. Era de esperar que el ordenador consiguiera leer solo a no tardar.

En cuanto al propio Inferior, se había retirado a la sección oculta. El alienígena había padecido demasiadas conmociones y a Luis no le extrañaba que estuviera un poco histérico.

La «Aguja» siguió acelerándose; en aquellos momentos el paisaje invertido desfilaba con demasiada velocidad para poder observar detalles. Y la voz de Harkabeeparolyn empezaba a sonar algo ronca.

Hora de almorzar, decidió Luis. Se planteó entonces un problema. Luis montó un almuerzo a base de filet mignon y patatas al horno, con queso Brie como postre y pan de molde. El chico se quedó espantado y lo mismo la mujer, que miraba fijamente a Luis Wu.

—Lo siento. Ha sido un descuido de mi parte. Os creí todavía omnívoros.

—Lo somos. Nos alimentamos lo mismo de carne que de vegetales —dijo la bibliotecaria—. ¡Pero no consumimos alimentos corrompidos!

—No es para tanto. Aquí no interviene ningún microorganismo. Carne correctamente curada, leche sometida a la acción de un fermento…

Luis echó los platos de sus acompañantes al vertedero. Luego marcó los códigos para fruta y encargó una ensalada vegetal que venía con una salsa blanca de la que Luis prescindió, y una zarzuela de pescado incluyendo sashimi. Sus huéspedes no habían comido nunca pescado de agua salada; les gustó, pero les dio una sed tremenda.

Además ponían cara de repugnancia al ver lo que comía Luis. ¿Qué podía hacer él, acaso dejarse morir de hambre?

¿De dónde iba a sacar carne fresca para ellos? Aunque bien pensado, la cocina automática del lado de Chmeee podía suministrarla. La asarían con el haz del láser o se arriesgarían a morir de hambre.

Otro problema era que quizás estaban consumiendo demasiada sal.

Luis no sabía cómo remediarlo, a menos que el Inferior supiera corregir los ajustes del sintetizador de alimentos.

Después de almorzar, Harkabeeparolyn regresó a su lectura. Como el Anillo desfilaba a gran velocidad y no había nada que curiosear, Kawaresksenjajok se aburría y paseaba de un lado a otro de la bodega.

Luis también se sentía inquieto. Necesitaba estudiar, repasar las grabaciones del primer viaje, o las de las aventuras de Chmeee en el mapa de Kzin. Pero el Inferior no se dejaba ver.

Poco a poco fue dándose cuenta de otro motivo de intranquilidad.

Deseaba a la bibliotecaria.

Le gustaba su voz. Aunque llevaba horas leyendo, no había perdido su timbre agradable. Le había contado que a veces leía para niños que no podían leer por sí mismos. Luis se sentía conmovido sólo con pensarlo. Le gustaba por la dignidad y el valor que demostraba. Le gustaba su cuerpo ceñido por la túnica, y además la había visto desnuda.

Luis llevaba muchos años sin hacer el amor con una mujer estrictamente humana, y Harkabeeparolyn se acercaba demasiado a eso. Y no tenía otra pareja. Cuando el titerote hizo por fin acto de presencia, Luis se sintió aliviado por la distracción.

Hablaron en voz baja, en Intermundial, mientras Harkabeeparolyn seguía dictando para el ordenador.

—¿De dónde habrán salido esos reparadores aficionados? —decía Luis—. En este mundo, ¿quién posee los conocimientos necesarios para volver a montar los reactores de posición? Y sin embargo, lo que saben no es bastante todavía, por lo visto.

—Déjalos —dijo el Inferior.

—Tal vez ellos también saben que no saben lo suficiente. Es posible que esos pobres diablos se limiten a hacer lo que buenamente pueden. Y luego la cuestión de averiguar de dónde sacaron los equipos. A lo mejor proceden del centro de mantenimiento.

—No te busques más complicaciones. Déjalos.

—Por esta vez creo que tienes razón. Pero no puedo dejar de preguntármelo. Teela Brown adquirió sus conocimientos en el espacio humano. Para ella, la construcción de grandes estructuras en el espacio no sería ninguna novedad. Y ella debió de saber lo que significaba que el sol se saliera de su centro.

—¿Cabe pensar que Teela Brown haya organizado un esfuerzo tan colosal?

—Tal vez no, pero no olvidemos que estaba con ella el Caminante. ¿Dicen algo del Caminante tus cintas? Era un nativo del Mundo Anillo, y tal vez inmortal. Teela lo encontró. Un poco alocado, pero muy capaz para una organización así. Dijo que había sido rey, y en más de una ocasión.

—Teela Brown fue un experimento fallido. Quisimos obtener un humano que tuviese la suerte a su favor, creyendo que los titerotes podríamos asociarnos a ese factor suerte. Bien, pues no sabemos si Teela ha sido especialmente afortunada o no, pero, desde luego, su buena estrella no se contagia. No queremos encontrar a Teela Brown.

—Desde luego que no —se estremeció Luis.

—En consecuencia, hemos de evitar que la brigada de reparación se fije en nosotros.

—Añade una posdata a la cinta que enviarás a Chmeee —dijo Luis—. Luis Wu declina tu oferta de asilo en la Flota de los Mundos. Luis Wu ha asumido el mando de «La Aguja Candente de la Cuestión» y ha destruido el motor de hiperpropulsión. Eso le obligará a reflexionar.

—Yo también he reflexionado. Mis sensores no pueden atravesar el scrith, Luis. Tu mensaje tendrá que esperar.

—¿Cuánto tardaremos en reunirnos con él?

—Unas cuarenta horas. He acelerado a una velocidad de crucero de mil quinientos kilómetros por segundo. A esa velocidad necesitamos una aceleración angular de más de cinco g para mantener el rumbo.

—Podemos soportar hasta 30 g. Eres demasiado precavido.

—Acepto esa opinión.

—Me parece que tú tampoco sirves para acatar órdenes —comentó Luis.