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Los dos durmieron durante treinta horas mientras Luis tiraba del disco. Su costado derecho era un gran hematoma.

Se detuvo cuando vio que Harkabeeparolyn acababa de despertar.

Habló del instinto y su delicia ante el mal insidioso que era el árbol de la Vida. Luis había intentado no recordarlo. Ella rayaba en lo sublime, y no quiso callarse, ni Luis quiso ordenarle que lo hiciera, en vista de su necesidad de hablar.

Y necesitaba también el consuelo de los brazos de Luis, y eso también podía dárselo.

Expuso su brazo durante una hora al viejo autoquirófano de Teela. Cuando se hubo aliviado un poco el dolor de sus costillas y empezó a sentirse algo menos mareado, lo devolvió. Le quedaba dolor suficiente como para no ocuparse de aquel olor que seguía acompañándole. Su cinturón volador quizá rozó con un árbol de la Vida. O tal vez… el olor estaba en su cabeza. Para siempre.

Chmeee deliraba. Luis hizo que Harkabeeparolyn se pusiera la coraza de impacto del kzin. Teela la había desgarrado durante el combate, pero siempre valía más que la piel desnuda para una mujer que se veía en el trance de tener que acostarse al lado de un kzin agitado por la fiebre.

Al menos una vez, la armadura le salvó seguramente la vida, cuando Chmeee le asestó un zarpazo porque se parecía demasiado a Teela. Ella atendió al kzin lo mejor que pudo, dándole a beber agua y concentrados en el casco del traje presurizado. El cuarto día Chmeee volvió en sí, pero aún estaba muy débil… y famélico. La reserva de concentrado de glucosa que cabía en un traje presurizado humano era poco para él.

En total les llevó cuatro días llegar hasta la situación aproximada de la «Aguja», y pasaron otros días más abriéndose paso a través de paredes hasta hallar un bloque macizo de basalto.

Una semana después de haberse solidificado, la roca estaba todavía caliente. Luis dejó el disco flotante y a sus pasajeros bastante lejos del final del túnel por donde Teela había remolcado la «Aguja». Con el traje presurizado puesto y el casco suministrándole aire filtrado, apuntó el desintegrador con ambas manos y accionó el gatillo.

Un huracán de polvo le azotó y él penetró en el túnel que acababa de abrirse.

No se veía nada, ni se oía otra cosa sino el crujido del basalto que se desintegraba y seguía cayendo tras él hecho polvo; a su espalda, un resplandor indicaba el lugar donde las cargas de los electrones reclamaban sus prerrogativas. ¿Cuánta lava habría vertido Teela? Le parecía que llevaba horas trabajando en aquello.

Entonces tropezó con algo.

Sí. A través de una ventana contemplaba un lugar extraño, con un salón con sofás y una mesita flotante en el centro. Pero todo parecía como blando; en ninguna parte se veía un canto vivo ni una superficie rígida… Nada que pudiese darle un golpe en la rodilla a un ser viviente. A través de otra ventana vio grandes rascacielos y una mancha de cielo negro entre éstos. Por las calles paseaban multitudes de titerotes de Pierson. Todo estaba cabeza abajo.

Lo que había tomado por uno de los sofás no lo era. Luis utilizó su láser, ajustado a baja intensidad. Dio varios destellos, pero pasó más de un minuto sin que nada se moviera. Luego, una cabeza aplanada y un cuello largo, que se asomaban para beber de un cuenco, dieron un respingo asustado y volvieron a ocultarse debajo de la barriga.

Luis aguardó.

El titerote se incorporó, y guio la trayectoria de Luis alrededor del casco, lentamente, ya que tenía que abrirse paso con el desintegrador, hasta donde tenía instalado un disco teleportador para comunicar con el exterior del casco. Luis le hizo una seña con la cabeza y regresó en busca de sus compañeros.

Regresaron diez minutos más tarde, y once minutos después, él y Harkabeeparolyn comían ya como kzinti. En cuanto al apetito de Chmeee, fue indescriptible. Kawaresksenjajok le miraba con espanto. En cambio, Harkabeeparolyn no se daba cuenta de nada.

Amanecer a bordo, para una nave sepultada en lava congelada, a decenas de kilómetros lejos de la luz del sol.

—Nuestro equipo médico está estropeado —dijo el Inferior—. Chmeee y Harkabeeparolyn tendrán que curarse lo mejor que puedan.

Estaba en la cabina de mando y hablaba a través de los intercomunicadores, lo cual quizá tuviese algún significado especial o quizá no. Teela había dejado de existir y el Mundo Anillo tal vez lograría salvarse. De súbito, el titerote se veía en la necesidad de defender una esperanza de vida muy, muy larga. No era momento de tratar de igual a igual con unas razas extrañas.

—He perdido el contacto tanto con el módulo como con la sonda —dijo el titerote—. La defensa antimeteoritos le lanzó un rayo al módulo más o menos en el momento en que éste dejaba de transmitir, aunque no sé bien lo que significa eso. En cuanto a las señales de la sonda averiada, cesaron tan pronto como Teela intentó invadir la «Aguja».

Chmeee había descansado (solo en la cama de agua) y comido. Su pellejo remendado volvería a exhibir llamativas cicatrices, pero las heridas se le curaban.

—Sin duda Teela destruyó la sonda tan pronto como la vio —dijo—. No se atrevería a dejar un posible peligro a sus espaldas.

—¿A sus espaldas? ¿A quién te refieres?

—Ella dijo que tú, Inferior, eras más peligroso que un kzin. Una añagaza táctica para sacarnos de nuestras casillas, sin duda alguna.

—¿Lo dijo? —Dos cabezas planas se miraron la una a la otra durante unos instantes—. Bien. Nuestros medios han quedado reducidos a la propia «Aguja» y a una sonda. Es la que dejamos sobre una loma cerca de la ciudad flotante. Los sensores todavía funcionan, así que le he transmitido la señal de regreso por si se nos ocurre alguna manera de aprovecharla. Debe hallarse a nuestra disposición dentro de seis días, tiempo local.

»Mientras tanto y según todas las apariencias, volvemos a nuestro problema inicial con algo más de información y también con más complicaciones. ¿Cómo restaurar la estabilidad del Mundo Anillo? Creemos que estamos en el lugar apropiado para empezar, ¿no? —continuó el titerote—. El comportamiento de Teela, inexplicable en un ser de reconocida inteligencia…

Luis Wu no hizo ningún comentario. Luis estaba muy callado aquella mañana.

Kawaresksenjajok y Harkabeeparolyn estaban sentados con las espaldas contra una pared y las piernas cruzadas, lo bastante cerca la una del otro como para que sus brazos se tocaran. El de ella estaba vendado y puesto en cabestrillo. De vez en cuando el muchacho le lanzaba una mirada. Aquello le extrañaba, y le preocupaba. Se hallaba bajo el efecto de los sedantes, por supuesto, pero ello no bastaba para explicar aquel torpor. Luis se daba cuenta de que tendría que hablar con el muchacho…, en el supuesto de que supiera qué decirle.

Los Ingenieros de Ciudades habían dormido en la bodega de carga. En cualquier caso, Harkabeeparolyn no habría utilizado un campo sómnico, por temor a caerse. Le había ofrecido hacer rishathra a Luis, aunque sin mucha insistencia, cuando se reunieron para desayunar.

—Ten cuidado con mi brazo, Luhiwu.

En la cultura en que se había educado Luis, rechazar una oferta sexual era cosa que requería tacto. Le dijo que tenía miedo de desgraciarle el brazo, cosa que además era verdad. También era cierto que no conseguía animarse. Se preguntaba si el árbol de la Vida le habría afectado tanto, aunque no hallaba en sí mismo ningún apetito de raíces amarillas, ni siquiera de un hilo dispensador de electricidad.

Aquella mañana parecía absolutamente desprovisto de deseos.

Un billón y medio de personas…

El Inferior estaba diciendo:

—Aceptemos la opinión de Luis por lo que toca a Teela Brown. Ella nos trajo aquí. Su decisión era tan fuerte como la nuestra. Nos dio tantas pistas como le fue posible. Pero, ¿qué pistas? En esa batalla, ella combatía en ambos bandos. ¿Acaso no le daba importancia al hecho de haber creado tres protectores más, para luego matar a dos de ellos? ¿Qué dices, Luis?

Luis, engolfado en sus pensamientos, notó que cuatro puntas agudas le pinchaban la piel cerca de la carótida, y dijo:

—¿Perdón?

El Inferior empezó a repetirse a sí mismo. Luis meneó la cabeza con violencia.

—Los mató con la defensa antimeteoritos. La disparó dos veces, y sobre otros blancos que nuestras indispensables personas. Se nos permitió verlo, ya que en ese momento no estábamos en estasis. Fue otro mensaje más.

—¿Supones que pudo elegir otras armas?

—Las armas, el momento, las circunstancias, el número de protectores auxiliares… disponía de un número considerable de opciones.

—¿No eres tú quien juega con nosotros ahora, Luis? Si sabes algo, ¿por qué no nos lo dices?

Una ojeada culpable hacia donde estaban los Protectores le reveló a una Harkabeeparolyn que apenas lograba mantenerse despierta, y a un Kawaresksenjajok que escuchaba con la mayor atención. Un par de héroes autodesignados en espera de su oportunidad de salvar el mundo. ¡Nej!

—Un billón y medio de personas.

—Para salvar a veintiocho coma cinco billones, y a nosotros mismos.

—Tú no los has conocido, Chmeee. No a tantos, al menos. Confiaba en que uno de vosotros lo pensara. Me he atormentado tratando de descubrir…

—¿Conocerlos? ¿A quiénes?

—Valavirgillin. Ginjerofer. El rey gigante. Mar Korssil. Laliskareerlyar y Fortaralisplyar. Los Pastores, los Gigantes de la Sabana, los Anfibios, el Pueblo Colgante, el Pueblo de la Noche, los Cazadores Nocturnos… Se entiende que hemos de matar a un cinco por ciento para salvar el noventa y cinco por ciento. ¿No te suenan esos números?

Fue el titerote quien respondió:

—El sistema de reactores de posición funciona en un cinco por cien. La brigada de reparación de Teela los montó sobre un cinco por ciento del arco del Mundo Anillo. ¿Son ésos los que tendrán que morir, Luis? ¿La población de ese arco?

Harkabeeparolyn y Kawaresksenjajok les miraban con incredulidad. Luis abrió los brazos en un ademán de desesperación.

El muchacho gritó:

—¡Luhiwu! ¿Por qué?

—Lo prometí —dijo Luis—. Si no lo hubiera prometido quizá me tocaría tomar una decisión. Le dije a Valavirgillin que salvaría el Mundo Anillo costara lo que costara. Y prometí salvarla a ella también, si podía, pero no puedo hacerlo. No tenemos tiempo para buscarla. Cuanto más nos demoremos más importantes serán las fuerzas que descentran el Mundo Anillo. Así que ahora está en el Arco, junto con la ciudad flotante, y el imperio del Pueblo de la Máquina, y los enanos carnívoros rojos y los Gigantes de la Sabana. Y morirán.

Harkabeeparolyn dio una palmada y exclamó:

—¡Pero si eso es todo lo que conocemos del Mundo Anillo, incluso de oídas!

—A mí me pasa lo mismo.

—Pues ¿qué otra cosa merece la pena salvar? ¿Por qué han de morir?

—¿Cómo?

—Los muertos son muertos —dijo Luis—. Envenenados por las radiaciones. Un billón y medio de seres de veinte o treinta especies distintas. Pero sólo si lo hacemos todo con exactitud. En primer lugar importa saber dónde estamos.

El titerote preguntó con bastante lógica:

—¿Y dónde deberíamos estar?

—En dos lugares. Los que controlan la defensa antimeteoritos. Hemos de poder guiar los chorros de plasma, las protuberancias solares. Y hemos de desconectar el subsistema que convierte los chorros de plasma en haces coherentes de láser.

—Esos lugares ya los he localizado —dijo el Inferior—. Mientras vosotros no estabais, la defensa disparó, seguramente para destruir el módulo. Los efectos magnéticos alteraron la mitad de mis detectores. Sin embargo, me fue posible hallar las coordenadas del origen del impulso. Las poderosas corrientes del suelo del Anillo, que son las que crean y manipulan las protuberancias solares, derivan de un punto situado debajo del polo norte del mapa de Marte.

—Puede que la instalación deba estar refrigerada…

—¡Tonterías! ¿Olvidas el efecto láser? Ahí la actividad se presentó horas después: efectos eléctricos más reducidos, en una configuración típica. Ya os lo dije. Está exactamente sobre nuestras cabezas, dada la orientación de la nave.

—Supongo que hemos de desconectar ese sistema —aventuró Chmeee.

Luis resopló con desdén:

—Es fácil. Podría hacerlo con una linterna láser, o con una bomba, o con el desintegrador. Pero lo más difícil será lo de averiguar cómo se producen las protuberancias. Los mandos seguramente no se diseñaron para necios, y no nos sobra el tiempo.

—¿Y luego?

—Luego aplicaremos el soplete a una parte habitada.

—¡Los detalles, Luis!

Sería como pronunciar la sentencia de muerte para un sinnúmero de especies.

Kawaresksenjajok ocultaba la cara. La de Harkabeeparolyn era una máscara de piedra. Dijo:

—Haz lo que sea necesario.

Lo hizo.

—El sistema de reactores de posición sólo funciona en un cinco por ciento.

Chmeee aguardó.

—El combustible que utiliza son los protones de alta energía procedentes del sol. El viento solar.

—¡Ah! —exclamó el titerote—. Multiplicar el consumo por veinte aprovechando la energía del sol. Pero las formas de vida que se hallen cerca de la deflagración morirán o sufrirán drásticas mutaciones. El empuje se multiplicará por el mismo factor. Los reactores de posición nos conducirán a posición segura o estallarán.

—Desde luego no tenemos tiempo para rediseñarlos, Inferior.

—Es irrelevante, a menos que Luis esté totalmente equivocado —dijo Chmeee—. Teela inspeccionó esos motores antes de volver a montarlos.

—Sí. De no haber sido lo bastante poderosos, ella se habría persuadido a si misma para sobredimensionar el factor de seguridad. Para cubrir la eventualidad de una protuberancia solar excesivamente grande. Doble juego.

—En cuanto a guiar el chorro, no es necesario para nosotros, ni siquiera conveniente —continuó el kzin—. Desconectemos el subsistema generador del láser. Luego, si fuese necesario, situemos la «Aguja» en el lugar donde queramos que caiga el rayo, usándola como condensador. Esto acelerará el proceso hasta que prenda la defensa contra meteoritos. La «Aguja» es invulnerable.

Luis asintió.

—Quizá debamos pensar en algo más exacto. Funcionará mejor y morirá menos gente. Pero… sí. Podemos hacerlo. Podemos llevarlo a cabo.

El Inferior les acompañó para inspeccionar los elementos de la defensa contra meteoritos. No fue necesario convencerle para eso. Los instrumentos que desmontaron de la «Aguja» sólo podían ser manipulados por los labios y lenguas de un titerote. Cuando sugirió que Luis aprendiese a manejar los mandos con unas pinzas y unos alicates, el aludido se echó a reír.

El Inferior pasó varias horas en el sector reservado de la «Aguja». Luego salió para acompañarles en el recorrido a través del túnel. Su melena estaba teñida a mechones de cien colores resplandecientes, y espléndidamente cepillada. Luis pensó que a todo el mundo le gusta tener buena cara en su propio funeral, y luego se preguntó si sería ése el motivo.

No fue necesario usar ninguna bomba contra el subsistema del láser. El Inferior invirtió todo un día y buena parte de los aparatos que traía montados en un disco para descubrir el interruptor que lo desconectaba, pero allí no estaba.

La red de cables superconductores tenía su nodo en el scrith, a treinta kilómetros bajo el polo norte del mapa de Marte. Decidieron que el gran complejo del fondo debía de ser el centro de control. Se hallaron frente a un laberinto de titánicas escotillas; para abrir cada una de ellas, era preciso resolver algún tipo de enigma técnico, pero el Inferior se encargó de ello.

Pasaron la última, y al otro lado vieron un domo brillantemente iluminado, con un suelo de tierra árida y un olor que hizo que Luis echase a correr con desesperación para agarrar por la delgada muñeca a un Kawaresksenjajok totalmente sorprendido. La escotilla quedó cerrada antes de que el muchacho empezase a debatirse. Luis le golpeó en la cabeza y siguió andando, y no consintió en soltarle antes de que hubiese otra vez tres escotillas por medio.

Chmeee se reunió con ellos y anunció:

—El camino pasa por un cultivo iluminado por luz solar artificial. El sistema automático ha fallado y apenas sobrevivió ninguna planta, pero las he reconocido.

—Y yo también —dijo Luis.

—Recordaba el olor. Pasablemente desagradable.

El chico lloraba.

—¡Yo no he olido nada! ¿Por qué me arrastráis así? ¿Por qué me has pegado?

—¡Flup! —exclamó Luis.

Acababa de darse cuenta de que era demasiado joven; el olor del árbol de la Vida no significaría nada para él.

De manera que el muchacho Ingeniero se quedó con los alienígenas. Pero Luis Wu no esperó a ver lo que ocurría en la sala de control, sino que regresó a la «Aguja», solo.

La sonda todavía estaba muy lejos, en otro lugar del Anillo, a minutos luz de distancia. La ventana holográfica, resaltada sobre el basalto negro que circundaba la «Aguja», miraba por la cámara de aquélla: una vista telescópica atenuada de un astro algo menos activo que el Sol. Así debió de dejarla programada el Inferior antes de salir.

El hueso del brazo de Harkabeeparolyn se soldaba un poco deforme; el viejo autoquirófano portátil de Teela no había logrado solucionarlo.

Pero al menos, se curaba. Más le preocupaba a Luis el estado emocional de la mujer.

Con la destrucción de todo su mundo familiar y todos sus recuerdos devorados por las llamas, bien podía decirse que padecía un trauma cultural. La halló echada en la cama de agua, contemplando la imagen aumentada del sol. Hizo un ademán cuando él la saludó, pero luego dejó pasar varias horas sin efectuar movimiento alguno.

Luis intentó hacer que conversara, pero sin éxito. Lo que ella deseaba era olvidar todo su pasado, sin dejar ni huella.

Tuvo más éxito cuando trató de explicarle la situación material. Ella entendía algo de física. Como no podía acceder a los medios de la «Aguja» en cuanto a ordenador y hologramas, dibujó figuras en el mamparo e hizo muchísimos aspavientos. Ella dio muestras de captarlo todo.

La segunda noche después de su regreso, él despertó de súbito y la vio sentada, con las piernas cruzadas, sobre la cama de agua. Le miraba pensativamente y tenía el láser entre las manos. Él se fijó en su mirada perdida e hizo un gesto con el brazo para darse la vuelta y seguir durmiendo. Ya se vería a la mañana siguiente, o no, ¡qué nej!

Aquella tarde, él y Harkabeeparolyn vieron una llamarada que brotaba del sol y se aproximaba, cada vez más grande. Apenas hablaron.