20. Negocios en Lyar

Justo debajo del diámetro máximo del edificio Lyar, se encontraba lo que parecía una combinación entre sala de audiencias y dormitorio. Una gran cama circular con dosel y cortina, sofás y sillones alrededor de mesas grandes o pequeñas, una falsa ventana en la parte que daba a la granja de las tinieblas, y un bar abierto que ofrecía una gran variedad de bebidas. Pero tal variedad había desaparecido. Laliskareerlyar sirvió de un jarro de cristal en un vaso con dos asas, tomó un sorbo y se lo ofreció luego a Luis.

Él preguntó:

—¿Se celebran audiencias aquí?

—En cierto sentido. Son reuniones de familia —sonrió ella.

¿Orgías? Era muy probable, en el supuesto de que fuese el rishathra lo que mantenía unida a la familia Lyar. Una familia venida a menos. Luis tomó un sorbo y notó el sabor a néctar con alcohol. Aquello de compartir las copas y los platos… ¿sería por temor al envenenamiento? Sin embargo, ella lo hacía con toda naturalidad. Y no existían las enfermedades en el Mundo Anillo.

—Lo que hiciste por nosotros va a mejorar nuestro prestigio y nuestro patrimonio —dijo Laliskareerlyar— pregunta.

—Necesito llegar hasta la Biblioteca, entrar en ella, y persuadir a los que gobiernan aquello para que pongan a mi disposición todos sus conocimientos.

—Eso costaría muy caro.

—Pero ¿no es imposible? Bien.

Ella sonrió.

—Demasiado caro. Las relaciones entre los edificios son complejas. Los Diez controlan la circulación de turistas…

—¿Los Diez qué?

—Los diez edificios más grandes, Luhiwu, los más poderosos de entre nosotros. Nueve de ellos todavía tienen luz y condensadores de agua. Juntos construyeron el puente hasta la Colina del Cielo. Bien, pues ellos dirigen el negocio turístico, y abonan alquileres a los edificios inferiores que se avienen a prestar hospitalidad a los invitados del exterior, por el uso de las plazas públicas, y unos honorarios especiales por los actos que se celebran en edificios privados. Son ellos quienes cierran todos los acuerdos con las demás especies, como en el caso del agua que el Pueblo de la Máquina bombea para nosotros. Pagamos alquileres a los Diez por el agua y por concesiones especiales. Tu caso sería una concesión extraordinaria…, aunque a veces pagamos a la Biblioteca una matrícula de educación general.

—¿La Biblioteca es uno de los Diez?

—Sí. Mira, Luhiwu, nosotros no tenemos tanto dinero. ¿Existe alguna posibilidad de que pudieras prestar un buen servicio a la Biblioteca? A lo mejor tus investigaciones podrían servirles de ayuda a ellos.

—Es posible.

—A cambio de un servicio prestado creo que descontarían algo de la matrícula, o incluso de lo pagadero, quizá. Pero nosotros no tenemos nada de eso. ¿Les venderías tu arma portátil o la máquina que habla por ti?

—Me parece que eso no me gustaría. Pero tal vez quieran que les arregle el condensador de agua.

—Voy a enterarme de lo que piden por dejarte entrar en el edificio Orlry.

—No lo dirás en serio.

—Sí. Tendrán que asignarte una escolta para evitar que te lleves las armas. Pagarás un billete para ver las antigüedades, y más si quieres asistir a una demostración. Si llegas a ver sus instalaciones de mantenimiento podrás descubrir algún punto débil. Lo preguntaré. —Y poniéndose en pie, agregó—: ¿Quieres que practiquemos rishathra?

Hasta cierto punto Luis esperaba esa pregunta, y no fue el extraño aspecto de la vieja lo que motivó su titubeo. Era el miedo a quitarse su armadura y sus artefactos. Recordó el antiguo chiste del rey que medita, sentado en su trono: Estoy paranoico. Pero, ¿lo estoy bastante?

¡Y sin embargo, estaba cayéndose de sueño! No tendría más remedio sino confiar en los Lyar.

—De acuerdo —dijo, y empezó a quitarse la coraza.

La edad había tratado de una manera extraña a Laliskareerlyar. Luis conocía la literatura antigua, piezas teatrales y novelas anteriores al descubrimiento de los elixires. La vejez era como una enfermedad incapacitante…, pero aquella mujer no estaba incapacitada. Le colgaba la piel y sus miembros no eran tan flexibles como los de Luis, pero ponían un interés sin límites en el acto del amor y en la novedad del cuerpo y los reflejos de Luis.

Tardó mucho en poder conciliar el sueño, tras declinar explicaciones sobre el disco de plástico instalado debajo de su cabello. Pensó que ojalá ella no se lo hubiera recordado. El Inferior tenía un contactor en buen estado de funcionamiento… y se aborreció a sí mismo cuando se sorprendió deseándolo.

Le despertaron poco antes del anochecer. La cama dio dos sacudidas, y él parpadeó y se dio la vuelta. Al hacerlo se vio en compañía de Laliskareerlyar y de otro hombre, un Ingeniero marcado también por los estragos de la edad.

Laliskareerlyar se lo presentó bajo el nombre de Fortaralisplyar, su compañero oficial y el anfitrión de Luis. Después de unas palabras de agradecimiento por haber reparado la antigua maquinaria del edificio, pasaron a la cena, que ya estaba servida en una de las mesas, y Luis fue invitado a compartirla: era una gran sopera llena de estofado, demasiado soso para el gusto de Luis. Pero comió.

—Orlry nos exige más de lo que tenemos —le explicó mientras tanto Fortaralisplyar—. Hemos comprado a nombre de usted el derecho a entrar en tres edificios vecinos nuestros. Si consigue arreglar aunque sólo sea uno de los condensadores, podremos hacer que entre en el edificio Orlry. ¿Le parece satisfactorio?

—Excelente. Lo que necesito son máquinas que no hayan funcionado desde hace mil cien años, y que nadie haya intentado intervenir.

—Mi compañera me lo ha contado.

Al anochecer, Luis les dejó que siguieran durmiendo; le habían invitado a participar, y sobraba sitio en la gran cama redonda, pero Luis estaba descansado y necesitaba otra actividad.

El edificio era como una enorme tumba. Desde los pisos superiores, Luis buscó señales de actividad en el laberinto de puentes, sin ver otra cosa sino, de vez en cuando, algún Cazador Nocturno de grandes ojos. Hizo cálculos. Si los Ingenieros dormían diez horas seguidas de cada treinta, ello vendría a coincidir con el período de oscuridad. Se preguntó si dormirían también en los edificios iluminados.

—Llamando al Ser Último —dijo.

—Sí, Luis. ¿Hay que traducir?

—No es necesario, no nos oye nadie. Me hallo en la ciudad flotante, necesitaré un día o dos para entrar en la Biblioteca. Creo que estoy embarrancado aquí. Han estropeado mi cinturón de vuelo.

—Chmeee sigue sin contestar.

Luis suspiró:

—¿Otras novedades?

—Dentro de dos días mi sonda número uno completará su recorrido de los muros exteriores. La llevaré hasta la ciudad flotante, si te parece. ¿Quieres que negocie yo directamente con los habitantes? Tenemos experiencia en eso. Al menos, puedo respaldar tu relato.

—Ya te lo diré. ¿Qué me cuentas de los reactores de posición del Mundo Anillo? ¿Has visto si se habían montado más?

—No. De los que ya conocíamos, los veintidós están funcionado. ¿Llegas a verlos?

—Desde donde estoy, no. Oye, Inferior, ¿querrías averiguar algunas cosas sobre las propiedades del scrith, el material que forma el subsuelo del Mundo Anillo? ¿Su resistencia, su flexibilidad, sus propiedades magnéticas?

—Lo he estudiado bastante, ya que los muros laterales se hallan al alcance de mis instrumentos. El scrith es mucho más denso que el plomo. La base de scrith del Mundo Anillo probablemente tiene menos de treinta metros de espesor. A tu regreso te mostraré mis datos.

—Bien.

—Puedo evacuarte si quieres. Aunque sería más fácil si pudiera enviar a Chmeee.

—Magnífico. Y… ¿por qué medio?

—Tendrás que esperar a la llegada de mi sonda. Luego recibirás más instrucciones.

Cuando el Inferior hubo cortado la comunicación, Luis se quedó mirando la ciudad aparentemente desierta. Solo, en un edificio perdido de una ciudad perdida, sin su contactor…

Una voz dijo a su espalda:

—Le dijiste a mi ama que no eras noctívago.

—Hola, Mar Korssil. Usamos la luz eléctrica, y algunos vivimos con arreglo a horarios de lo más extraño. Además, estoy habituado a días más cortos —dijo Luis.

La humanoide de grandes ojos no apuntaba a Luis con su arma, precisamente.

—Durante estos últimos falans, el día ha empezado a cambiar de duración. Es molesto.

—Sí.

—¿Con quién hablabas?

—Con un monstruo de dos cabezas.

Mar Korssil se retiró, tal vez ofendida, según le pareció a Luis. Éste permaneció junto a la ventana, evocando en asociación libre los recuerdos de una vida larga y pródiga en acontecimientos. Había abandonado la esperanza de retornar al espacio conocido. Había abandonado el contactor. A lo mejor era ya hora de madurar… un poco más.

El edificio Chkar era un prisma de piedra artificial recubierto de balcones. Uno de sus lados estaba destrozado por las explosiones, que habían puesto al descubierto el armazón metálico. El condensador de agua estaba en un depósito de la azotea, algo desnivelado. Una explosión antigua había sembrado de partículas de metal fundido la maquinaria. Luis no confiaba en que su intervención sirviera, como así ocurrió en efecto.

—La culpa es mía —dijo Laliskareerlyar—. Olvidaba que el edificio Chkar y el edificio Orlry lucharon el uno contra el otro hace dos mil falans.

El edificio Panth tenía la forma de una cebolla de pie sobre su tallo. Luis supuso que en sus orígenes había sido un club de salud; identificó las piscinas, los solariums, las saunas, las mesas de masaje y un gimnasio. Allí, por lo visto sobraba el agua. Y un olor tenue, pero conocido, cosquilleó su olfato…

Panth también había peleado contra Orlry. Aún se veían los cráteres. Un individuo joven y calvo, llamado Arrivercompanth, juró que el condensador de agua no se había estropeado jamás. Luis encontró las pistas de polvo en la maquinaria, y los contactos a los que correspondían. Cuando hubo realizado sus reparaciones, empezaron a formarse gotitas de agua que corrieron hacia el canalón de recogida.

Hubo algunas dificultades en cuanto al pago. Arrivercompanth y su gente querían pagar en rishathra y en promesas. (Y entonces, Luis reconoció el olor que cosquilleaba su olfato y su cerebelo. Estaba en una casa de mala nota, y había vampiros en alguna parte). Laliskareerlyar deseaba cobrar en efectivo y al contado. Luis escuchó la discusión, no sin curiosidad. Dedujo que los Diez se molestarían cuando Panth cancelara las compras de agua, y que tratarían de multarles por fraude. Arrivercompanth pagó.

Gisk había sido una comunidad de vecinos, o algo parecido, cuando la Caída de las Ciudades. Tenía forma cúbica, con un patio en el centro para la ventilación, y estaba desierto. A juzgar por el olor que exhalaba el lugar, el agua era allí un artículo de lujo. Luis estaba ya bastante familiarizado con el aspecto de la maquinaria; hizo la reparación con rapidez, y funcionó enseguida. Los Gisk pagaron sin rechistar, y cayeron a los pies de Laliskareerlyar para expresarle su agradecimiento… olvidando al humilde sirviente que había manejado las herramientas. Bien. Poco le importaba.

Fortaralisplyar estuvo contentísimo; depositó dos puñados de monedas en el bolsillo del chaleco de Luis y le explicó la intrincada estrategia del soborno. Aquel lenguaje plagado de eufemismos forzaba hasta los límites la capacidad de la traductora.

—En caso de duda, no haga nada —le dijo Fortaralisplyar—. Mañana le acompañaré al edificio Orlry. Yo me encargo del regateo.

El edificio Orlry quedaba al lado de babor de la ciudad. Luis y Fortaralisplyar se tomaron su tiempo para hacer un recorrido turístico, subiendo hasta las rampas más altas con objeto de ver mejor el panorama. Fortaralisplyar estaba orgulloso de su ciudad.

—Algo de civilización se ha conservado, incluso después de la Caída —dijo.

Le indicó la situación de Rylo, edificio que había sido el castillo de un emperador. Era bello, pero estaba calcinado. El emperador había reclamado el dominio de la ciudad justo hacia la época en que llegaron los del edificio Orlry. Chank era un obelisco afilado, semejante a una columna de templo griego que sólo se sustentase a sí misma; había sido un centro comercial. Sin sus almacenes, procedentes de sus mercados, sus restaurantes, sus tiendas de ropa y lencería e incluso sus comercios de juguetes, todo lo cual le permitía comerciar con el Pueblo de la Máquina, la ciudad habría desaparecido. La vía aérea que descendía hasta la Colina del Cielo, salía de los sótanos de Chank.

El edificio Orlry era un disco de diez metros de espesor y cien de diámetro, cuyas líneas se inspiraban en la estética de una tarta. A un lado, un poderoso torreón lleno de aspilleras, plataformas con ralles y una grúa, le recordó a Luis el puente de mando de una nave de combate. La rampa de acceso a Orlry era ancha, pero sólo había un camino y una entrada. El borde superior estaba flanqueado de mirillas, que a juicio de Luis debían corresponder a otras tantas cámaras o sensores, aunque ya no funcionasen. En la pared se abrían algunas ventanas, que evidentemente eran reformas posteriores a la construcción originaria. Los cristales estaban muy mal ajustados.

Fortaralisplyar vestía una túnica púrpura y amarilla, hecha de lo que a Luis le pareció una fibra vegetal: basta a su entender, pero muy vistosa cuando se contemplaba desde cierta distancia. Entraron en Orlry y se vieron en una espaciosa zona de recepción. Estaba iluminada, pero con una luz titilante, ya que procedía de un gran número de quinqués de alcohol montados cerca del techo.

Once individuos de ambos sexos y de la raza de los Ingenieros, les aguardaban. Vestían todos casi idénticamente, con calzones anchos y capas de colores brillantes, cuyos bordes presentaban una rica decoración asimétrica. ¿Galones, tal vez? Un hombre canoso que se adelantó a saludarles era el que llevaba la capa más recamada y un arma de fuego al hombro.

Se dirigió a Fortaralisplyar.

—Deseaba ver con mis propios ojos al ser capaz de darnos agua procedente de una maquinaria que no ha funcionado desde hace más de mil falans.

Su arma corta, que llevaba en una vieja funda de plástico pendiente del hombro, era pequeña y de líneas prácticas y eficientes, pero Filistranorlry no conseguía tener aspecto de guerrero ni con ella. Sus facciones menudas expresaban una curiosidad divertida mientras inspeccionaba a Luis Wu.

—Desde luego, su aspecto es bastante raro, pero… en fin. Puesto que habéis pagado, veréis lo que habéis venido a ver.

Hizo un ademán a los soldados.

Fueron registrados, primero Fortaralisplyar y luego Luis. Hallaron su linterna láser, la probaron y se la devolvieron. Después se quedaron muy intrigados por su traductora, hasta que Luis dijo:

—Este artefacto habla por mí.

Filistranorlry dio un respingo.

—¡Luego es verdad! ¿Quieres vendérmelo?

Como se había dirigido a Fortaralisplyar, éste replicó:

—No es mío.

—Sin él me quedaría mudo —explicó Luis.

El amo de Orlry pareció darse por satisfecho con la aclaración.

El condensador de agua era un cono invertido en el centro del extenso tejado de Orlry. Los conductos de acceso situados debajo eran demasiado estrechos para Luis, ni siquiera quitándose la coraza, cosa que desde luego no tenía ninguna intención de hacer.

—¿Quiénes son los reparadores aquí? ¿Ratones?

—Gente del Pueblo Colgante —explicó Filistranorlry. Nos vemos precisados a alquilar sus servicios. Iban a ser llamados por el edificio Chilb. ¿Ves alguna otra dificultad?

—Sí.

A aquellas alturas, la maquinaria le era ya bien familiar; Luis había reparado tres edificios y fracasado en el cuarto. Logró distinguir lo que le parecieron un par de contactos Buscó el hilillo de polvo de debajo y no lo halló.

—¿Se ha intentado alguna reparación con anterioridad?

—Lo supongo. ¿Cómo íbamos a saberlo después de cinco mil falans?

—Tendremos que esperar a los reparadores. Espero que sepan entender las órdenes.

¡Nej! Alguien fallecido desde hacía largos años, amenazaba con estropearlo todo, al haber aventado los indispensables rastros de polvo. Pero Luis estaba seguro de que llegaría a meter mano allí…

Filistranorlry preguntó:

—¿Te gustaría ver nuestro museo? Has adquirido ese derecho.

Luis nunca había sido un fanático de las armas. Reconoció algunos de los principios de funcionamiento, aunque no las formas, de los trastos de matar que se exhibían allí, detrás de vitrinas y urnas de cristal. En muchos casos utilizaban proyectiles, o explosivos, o ambas cosas a la vez. Algunas armas disparaban un rosario de diminutas balas destinadas a estallar como petardos en la carne del enemigo. Los escasos láseres eran voluminosos y pesados, por consiguiente poco prácticos. En otro tiempo, irían montados sobre tractores o plataformas flotantes, pero aquellos habían sido desmontados para sus uso en otras aplicaciones.

Un Ingeniero hizo acto de presencia, seguido de media docena de operarios. Los individuos del Pueblo Colgante apenas le llegaban a Luis a la altura del esternón. Sus cabezas parecían demasiado abultadas para los cuerpos, los dedos de los pies eran largos y hábiles, y los dedos de las manos los arrastraban casi por el suelo.

—Seguramente será perder el tiempo —dijo uno de ellos.

—Hacedlo bien y cobraréis igualmente —les dijo Luis.

A lo que el individuo contestó con una mueca despectiva.

Llevaban monos sin mangas con muchos bolsillos, y éstos repletos de herramientas. Cuando los soldados quisieron registrarles, ellos se quitaron los monos y dejaron que registrasen las prendas. Quizá les desagradaba ser tocados.

Eran tan diminutos. Luis le preguntó a Fortaralisplyar:

—¿Los de vuestra especie hacen rishathra con éstos?

—Sí, pero con cuidado —ironizó el ingeniero.

Los del Pueblo Colgante se arracimaron alrededor de Luis Wu y observaron cómo éste metía los brazos en la tubería del registro. Llevaba puestos los guantes aisladores que le había prestado Mar Korssil.

—Todos los contactos son como éstos. Hay que fijar la tira de tela así… y así. Supongo que encontraréis seis pares de contactos. Y es posible que debajo de algunos de ellos haya un rastro de polvo.

Cuando hubieron desaparecido por un recodo del conducto, se volvió hacia los amos de Orlry y de Lyar:

—Si cometen alguna equivocación, nunca lo sabremos. Me gustaría poder inspeccionar su trabajo.

Pero no hizo ninguna alusión a su otro temor.

Los del Pueblo Colgante regresaron y todo el mundo salió al tejado: los obreros, los soldados, los amos y Luis Wu. Contemplaron cómo se formaba el rocío y se iba condensando el agua para correr luego hacia el centro del embudo.

Y seis humanoides del Pueblo Colgante quedaron enterados de cómo se reparaban los condensadores de agua mediante unas tiras de tela negra.

—Quiero comprar esa tela negra —dijo Filistranorlry.

Los del Pueblo Colgante y el Ingeniero que los supervisaba, desaparecieron escalera abajo. Filistranorlry y diez de sus soldados tomaron posiciones para cortar la salida a Luis y a Fortaralisplyar.

—No vendo —dijo Luis.

El canoso contestó:

—Creo que os retendré aquí hasta que haya logrado persuadiros de que os conviene vender. Si me obligáis a insistir mucho, insistiré también en que vendáis la máquina que habla.

Luis casi lo había esperado.

—¿Pueden retenerle aquí a la fuerza, Fortaralisplyar?

El amo de Lyar miró fijamente a los ojos del amo de Orlry antes de replicar:

—No, Luis. Las complicaciones iban a ser desagradables. Los edificios inferiores se aliarían con nosotros para liberarme. Los Diez preferirían convertirse en los Nueve antes que arriesgar la ausencia de visitantes.

Filistranorlry soltó una carcajada y dijo:

—Los edificios inferiores van a pasar mucha sed…

Pero la sonrisa se le fue borrando a medida que la de Fortaralisplyar se hacía más ancha. Ahora el edificio Lyar tenía agua para dar y vender.

—No podéis retenerme. Sería como echar a los visitantes rampas abajo. Los dramas de Chkar y los servicios de Panth quedarían vedados para vosotros…

—Márchate, pues.

—Luis viene conmigo.

—Él no.

Luis dijo:

—Cobre y váyase. Así se facilitan las cosas para todos los interesados.

Tenía la mano puesta en el bolsillo, sobre el láser.

Filistranorlry exhibió una bolsita, que Fortaralisplyar aceptó, poniéndose a contar su contenido. Luego pasó por entre los soldados y empezó a bajar por la escalera. Cuando hubo desaparecido, Luis se caló la visera de su coraza de impacto.

—Ofrezco un precio alto. Doce… —seguido de una palabra no traducida—. No serás engañado.

Eso decía Filistranorlry, pero Luis, prudente, iba acercándose al borde del tejado. Vio que Filistranorlry hacía una seña a los soldados, y echó a correr.

El borde del tejado tenía una barandilla que llegaba hasta el pecho, rematada en zigzag para imitar la figura de la raíz de codo. Abajo, a lo lejos, se divisaba la granja de las tinieblas. Luis corrió, siguiendo la barandilla en dirección a la salida. Los soldados estaban cerca, pero Filistranorlry, desde la retaguardia, se había puesto a disparar su pistola. Los estampidos eran desconcertantes e incluso terroríficos. Una bala impactó en el costado de Luis; la coraza adquirió rigidez al instante pero él rodó por el suelo como una estatua derribada. Se rehizo y echó a correr otra vez. Al ver que dos soldados se abalanzaban sobre él, saltó sobre la barandilla y de allí abajo.

Fortaralisplyar, que iba por la acera, se volvió sorprendido.

Luis aterrizó de bruces, mientras su coraza de impacto se volvía rígida como el acero. Aquella especie de ataúd hecho a medida amortiguó el golpe en parte, pero de todos modos quedó medio conmocionado. Unas manos le pusieron en pie antes de que tuviera verdaderos deseos de levantarse. Fortaralisplyar se pasó el brazo de Luis por los hombros y le ayudó a alejarse de allí.

—Vámonos. Pueden volver a disparar —jadeó Luis.

—No se atreverán. ¿Se ha hecho daño? Le sangra la nariz.

—Ha valido la pena.