16. Estrategias comerciales

Por el suelo proliferaba una planta semejante a ristras de salchichones verdes y amarillos, de cuyas uniones salían unas raicillas. Valavirgillin echó unas cuantas rodajas de ella en un pote, añadió agua y vertió, además, un puñado de judías que tomó de un saco. Luego puso el pote al fuego.

Luis pensó que ¡nej!, para eso habría cocinado él mismo. La cena iba a ser algo insípida.

La claridad había desaparecido por completo. Un cúmulo de estrellas, a babor, correspondía sin duda a las luces de la ciudad flotante. El Arco se elevaba en medio del cielo negro, formando recuadros de azul cobalto y blanco. A Luis le parecía estar dentro de una especie de juguete descomunal.

—Ojalá tuviéramos algo de carne —dijo Vala.

—Dame los binoculares —replicó Luis.

Antes de ponérselos, se volvió de espaldas a la hoguera. Puso en marcha el intensificador de luz. El par de ojos que había estado espiándoles desde fuera del círculo de claridad de la hoguera se divisaba ahora perfectamente. Luis se alegró de no haber disparado al buen tuntún. Los dos bultos grandes y el otro más pequeño eran una familia de humanoides chacales.

En cambio, la otra sombra de ojos brillantes era pequeña y peluda. Luis le cortó la cabeza con el haz luminoso de su láser. Los chacales se echaron atrás e intercambiaron unos susurros entre ellos. La hembra quiso ir hacia el animal muerto, pero luego se detuvo respetando la primacía de Luis. Éste recogió la pieza y se quedó mirando la prudente retirada de los demás.

Los chacales parecían medrosos, aunque ocupaban un nicho ecológico seguro. Vala le había contado lo que ocurría cuando una raza se tomaba la molestia de enterrar o de quemar a sus muertos. Los chacales atacaban entonces a los vivos. Eran los amos de la noche, y se concentraban en ellos supersticiones de tantas religiones locales, que incluso se les suponía dotados de la facultad de hacerse invisibles. Incluso Vala lo creía.

Pero no eran ellos quienes preocupaban a Luis. ¿Para qué? Luis se comería la caza, y algún día tendría que morirse y entonces los chacales reclamarían su parte.

Mientras ellos le vigilaban a él, él contemplaba la pieza: un lepórido de rabo largo y aplanado, y desprovisto de patas delanteras. Menos mal que no se trataba de un humanoide.

Cuando alzó los ojos divisó a lo lejos, hacia babor, un débil resplandor violeta.

Luis contuvo el aliento, procuró mantenerse inmóvil y dio máximo aumento e intensificación de luz al mismo tiempo. Aunque en tales condiciones, incluso el batir de su pulso en las sienes bastaba para difuminar la imagen, supo lo que veía. La llama, aumentada, tenía un tono violáceo que hería los ojos, y se proyectaba como la llama de un cohete en el vacío. La base del chorro era invisible, oculta detrás de una línea recta de oscuridad: el borde del muro de babor.

Se alzó los binoculares. Una vez acomodada la visión, la llama violeta seguía siendo visible, aunque con dificultad. Tenue, pero tremenda, Luis se acercó a la hoguera y echó la pieza a los pies de Vala. A continuación, se alejó de la claridad mirando a estribor y volvió a ponerse los binoculares.

A estribor, el chorro parecía bastante más grande, aunque, por supuesto, aquel muro era con mucho el más cercano.

Vala despellejó el animalillo y lo echó en el pote sin sacarle las vísceras. Cuando hubo terminado, Luis la tomó del brazo y la llevó hacia lo oscuro.

—Espera un ratito, y dime luego si ves una llama azulada a lo lejos.

—Sí, la veo.

—¿Sabes lo que es?

—No, pero creo que mi padre sí lo sabe. La última vez que vino de la ciudad no quiso ni hablar de ello. Hay más. Vuelve la vista hacia la base del Arco, hacia la dirección del giro.

Una banda horizontal azul y blanca, correspondiente a una zona diurna, le obligó a cerrar los ojos. Luis hizo pantalla con la mano. Y entonces, ayudándose con los binoculares, pudo divisar otras dos luces en el borde del Arco, a manera de velitas, y dos aún más pequeñas, un poco más arriba.

Valavirgillin dijo:

—La primera apareció hace siete falans, cerca de la base del Arco, hacia el giro. Luego, hubo más en la misma dirección, y éstas más grandes a babor y estribor, y por fin otras más pequeñas en el Arco a contragiro. Ahora son veintiuna en total. Aparecen sólo durante dos días seguidos, cuando el brillo del sol arrecia.

Luis soltó un tremendo suspiro de alivio.

—No entiendo qué quieres decir cuando haces eso, Luis ¿Estás enfadado, o asustado, o aliviado?

—Tampoco lo sé. Digamos que aliviado. Tenemos más tiempo del que me figuraba.

—Tiempo, ¿para qué?

Luis rio.

—¿Aún no estás harta de mis locuras?

—Al fin y al cabo, puedo elegir entre aceptar lo que digas o no —se engalló ella.

Luis se puso furioso. No le desagradaba Valavirgillin, pero tenía mal carácter y ya había intentado matarle una vez.

—Muy bien. Si esa estructura en forma de anillo en la que vivís quedase abandonada a sí misma, terminaría por chocar contra las pantallas de sombra…, que son esas cosas que tapan el sol cuando se hace de noche…, dentro de cinco o seis falans. Con lo que todo el mundo moriría. Nadie quedará con vida cuando entréis en contacto con el sol mismo…

—¿Y esto te produce alivio? —gritó ella.

—Calma. Tómalo con tranquilidad. El Mundo Anillo no está abandonado a sí mismo. Esas llamas son de unos reactores que lo mueven. Estamos casi en el punto de mayor proximidad al sol, y ellos lo frenan…, proyectan su haz hacia dentro, hacia el sol. De esta manera.

Hizo un esquema de la situación en el polvo, con un palo.

—¿Lo ves? Corrigen la posición.

—Entonces, ¿dices que no moriremos?

—Quizá los motores no tengan potencia suficiente para evitarlo. Pero tardará más tiempo en suceder. Quizá nos queden diez o quince falans.

—Confío de veras en que estés loco, Luis. Sabes demasiado. Sabes incluso que el mundo es un anillo, y eso es secreto. —Encogió los hombros como el que se dispone a levantar un gran peso—. Sí, estoy harta. ¿Me explicarás ahora por qué no me has propuesto hacer rishathra?

—Creí que tenías rishathra suficiente para los restos —se sorprendió él.

—No se trata de ninguna broma. ¡Las treguas deben sellarse con un rishathra!

—¡Ah, bueno! ¿Nos acercamos al fuego?

—Naturalmente, necesitaremos la luz.

Apartó un poco el pote de las llamas, para que hirviera más despacio.

—Es preciso discutir las condiciones. ¿Prometes no hacerme daño? —empezó, sentada en el suelo frente a él.

—Prometo no hacerte daño, siempre que no me vea atacado.

—Te concedo lo mismo. ¿Qué otra cosa quieres de mí?

Sus preguntas eran bruscas y objetivas; Luis le siguió el juego.

—Me transportarás tan lejos como puedas hacerlo sin apartarte de tu camino. Espero que, por lo menos, hasta… ¡ejem!… Recodo del Río. Respetarás mis aparatos, que no serán entregados, como tampoco mi persona, a ninguna autoridad. Me orientarás en la medida de tus conocimientos para permitirme entrar en la ciudad flotante.

—¿Qué ofreces a cambio?

Pero, ¿no se hallaba aquella mujer a merced de Luis Wu por completo? En fin, no importaba.

—Trataré de descubrir si tengo alguna posibilidad de salvar el Mundo Anillo —y cuando acababa de decirlo se dio cuenta, con sorpresa, de que lo deseaba de veras—. Y si puedo, lo haré, cueste lo que cueste. Si decido que el Mundo Anillo no tiene salvación, procuraré salvarme yo, y a ti también, si no te opones.

Ella se puso en pie.

—Una promesa sin valor alguno. ¡Ofreces tus desvaríos como si fuesen realidades!

—¿No has tratado nunca con locos antes, Vala? —se burló Luis, divertido.

—Nunca había tratado con alienígenas, ni locos ni cuerdos. ¡Soy sólo una estudiante!

—Tranquilízate. ¿Qué otra cosa podría ofrecerte? ¿Conocimientos? Estoy dispuesto a compartirlos gratis, valgan lo que valgan. Yo sé por qué fallaron las máquinas de los Ingenieros de las Ciudades, y quién lo hizo.

—¿Más locuras?

—Ya lo decidirás tú misma. Y…, te regalo mi cinturón volador y mis binoculares cuando ya no los necesite.

—¿Y cuando será eso?

—Cuando regrese mi compañero, si es que regresa.

El módulo llevaba otro cinturón de vuelo y otros binoculares, los que debían servir para Halrloprillalar.

—O cuando yo muera. Entonces serán tuyos. Y te doy ahora mismo la mitad de mi pieza de tela. Bastaría hacer tiras de ella para reparar algunas de las antiguas máquinas de los Ingenieros de las Ciudades.

Vala lo meditó.

—Me gustaría ser más sabia. En fin, acepto todas tus condiciones.

—Y yo las tuyas.

Ella empezó a quitarse sus ropas y adornos. Lo hacía despacio, como si quisiera excitar a Luis, pero éste comprendió, al cabo de un momento, que en realidad se proponía demostrarle que estaba prescindiendo de cualquier posible arma ofensiva. Él aguardó hasta que ella estuvo desnuda y entonces la imitó. Dejó caer el láser, los binoculares y las piezas de la coraza de impacto a cierta distancia de ella, e incluso añadió el cronómetro.

Luego hicieron el amor, pero no había amor en realidad. El delirio de la noche anterior se fue con los vampiros. Ella le preguntó con alguna insistencia cuál era su postura preferida, y él acabó eligiendo la del misionero. Fue todo como un formulismo, y tal vez lo era en realidad. Luego, mientras ella acudía a remover el guiso, Luis permaneció atento a que no se interpusiera entre él mismo y sus armas. La situación era de las que exigen tales medidas de prudencia.

Cuando se vieron de nuevo frente a frente, él explicó que los de su especie podían hacerlo más de una vez.

Sentado en el suelo, con las piernas cruzadas y Vala sobre su regazo y rodeándole a su vez las caderas con sus piernas, se acariciaron el uno al otro, se excitaron mutuamente, aprendiendo sobre la marcha. A ella le agradaba que le rascasen la espalda. La tenía musculosa, mucho más ancha que la de él, y recorrida por una franja de pelo espina dorsal abajo. Dominaba a la perfección la musculatura de su vagina. El collar de barba era muy suave, muy fino.

Y Luis Wu tenía un disco de plástico en la coronilla, oculto bajo el cabello.

Estaban el uno en brazos del otro, y ella aguardó.

—Aunque no tengáis electricidad, algo sabréis de ella —empezó Luis—. Los Ingenieros de las Ciudades la usaban para hacer funcionar sus máquinas.

—Sí. Sabemos sacar electricidad del caudal de un río. Dicen que antes de la caída de los Ingenieros, la electricidad bajaba del cielo en cantidades ilimitadas.

Lo cual venía a ser bastante exacto. En las pantallas de sombra había células de energía solar, que era retransmitida a unos colectores en la superficie del Mundo Anillo. Como era natural, los colectores empleaban cable superconductor, y como era lógico, por eso fallaron.

—Bien, pues cuando un hilo muy fino penetra en el punto exacto de mi cerebro… que es lo que yo hice… y se hace pasar una corriente de muy poca intensidad, los nervios registran una sensación de placer.

—¿Cómo cuál?

—Como emborracharse, pero sin resaca ni mareos. Como el rishathra, o como copular de verdad, pero sin necesidad de amar a nadie sino a sí mismo, y sin detenerse nunca. Pero yo me detuve y lo dejé.

—¿Por qué?

—Un alienígena se apoderó de mi fuente de electricidad. Pretendía darme órdenes. Pero incluso antes de eso, yo vivía avergonzado.

—Los Ingenieros de las Ciudades jamás se metieron alambres en el cerebro. Lo habríamos descubierto cuando exploramos las ruinas. ¿Dónde se practica esa costumbre? —preguntó ella, apartándose con repugnancia.

Era su pecado, el que más lamentaba después: no saber tener la boca cerrada.

—Lo siento —dijo.

—Dijiste que con unas tiras de esa tela se podría… ¿Qué es esa tela?

—Conduce corrientes eléctricas y campos magnéticos sin ninguna disipación. La llamamos superconductora.

—Sí, eso fue lo que les falló a los Ingenieros. Los… superconductores se corrompieron. Tu tela se pudrirá también, ¿no? ¿Cuánto dura?

—Es de otra calidad.

Ella le gritó:

—¿Y cómo sabes tú eso, Luis Wu?

—El Inferior nos lo dijo. El Inferior es un alienígena que nos ha traído aquí en contra de nuestra voluntad. Nos privó de medios para regresar a nuestras casas.

—Ese Inferior, ¿os hizo esclavos suyos?

—Lo ha intentado. Pero los humanos y los kzinti no valemos para esclavos.

—¿Se puede confiar en su palabra?

Luis hizo una mueca.

—No. Y él se llevó la tela y el alambre superconductor cuando huyó de su mundo. No tendría tiempo para fabricarlos; por consiguiente, debió averiguar dónde se almacenaban. Como otra cosa que llevó consigo: los discos transportadores. Era preciso que los tuviese a mano. Apenas había acabado de decirlo, supo que pasaba algo malo; pero tardó unos instantes en darse cuenta de lo que era.

La traductora se había interrumpido.

Luego habló con otra voz totalmente distinta.

—¿Te parece prudente contarle todas esas cosas, Luis?

—En parte, ya las había adivinado, y estaba a punto de culparme a mí de la Caída de las Ciudades. Deja en paz mi traductora.

—¿Debo tolerarte una sospecha tan vil? ¿Crees que mi raza sería capaz de semejante malicia?

—¿Sospecha? ¡Cerdo!

Vala se incorporó, mirándole con ojos desencajados al ver que despotricaba a solas en una lengua extraña. No podía oír la voz del Inferior en los auriculares de Luis. Éste continuó:

—Te echaron de tu cargo de Inferior, y echaste a correr. Robaste cuanto te fue posible y pusiste pies en polvorosa. Discos transportadores, y tela y alambre superconductor, y una nave completa. Nada, ¡tonterías! Lo de los discos fue fácil, ya que los fabricáis a millones. Pero, ¿dónde tenías la tela superconductora, como si estuviera esperándote? ¡Y tú sabías que la del Mundo Anillo estaba podrida!

—¿Por qué me haces eso, Luis?

—Tácticas comerciales. ¡Devuélveme la traductora!

Valavirgillin se puso en pie, apartó un poco el pote del fuego, removió su contenido, lo probó. Luego desapareció en dirección al vehículo y regresó con dos tazones de madera, que llenó con ayuda de un cucharón.

Luis aguardó, no muy tranquilo. El Inferior podía dejarle allí abandonado y desprovisto de traductora. Y a Luis no se le daban bien los idiomas.

—De acuerdo, Luis. No estaba previsto que sucediese así, y además ocurrió antes de mi mandato. Buscábamos una manera de extender nuestros territorios con un mínimo de riesgo. Los Exteriores nos vendieron la localización del Mundo Anillo.

Aquellos Exteriores eran unos seres fríos y frágiles que vagaban por la galaxia a bordo de naves sublumínicas. Traficaban en conocimientos. Era posible que conociesen el Mundo Anillo y que vendiesen esa información a los titerotes, pero…

—Espera un momento. Los titerotes temen los viajes por el espacio.

—Yo vencí ese temor. Si el Mundo Anillo resultaba habitable, valía la pena invertir la vida de un individuo en la exploración. Por lo que nos contaron los Exteriores y por lo que averiguamos mediante sondas automáticas y telescopios, el Mundo Anillo parecía ideal. Era preciso investigar.

—¿Una facción experimentalista?

—Desde luego. Sin embargo, no nos decidíamos a establecer contacto con una civilización tan poderosa. Analizamos los superconductores del Mundo Anillo mediante el espectrógrafo láser. Sintetizamos una bacteria que se alimentaba de ellos. Las sondas hicieron la siembra de la plaga de los superconductores por todo el Mundo Anillo. Todo eso lo habrás adivinado, ¿verdad?

—Hasta aquí, sí.

—Entonces nos presentaríamos nosotros con nuestras naves mercantes. Nuestros traficantes traerían la solución providencial. Al tiempo que hicieran aliados, se enterarían de cuanto nos interesaba saber.

Clara y melodiosa, la voz del titerote no traslucía ningún remordimiento, ni siquiera una mínima compunción.

Vala dejó los tazones en el suelo y se sentó frente a él, ocultando la cara en la oscuridad. Por lo que concernía a ella, la traductora había dejado de funcionar en el peor momento.

Luis dijo:

—¿Entonces los conservadores ganaron las elecciones, supongo?

—Inevitable. Una de las sondas localizó los reactores de corrección de posición. Sabíamos que el Mundo Anillo es inestable, por supuesto, pero confiábamos en que se hubiera solucionado de una manera más refinada. Cuando se publicaron las imágenes, cayó el gobierno. No tendríamos una oportunidad de regresar al Mundo Anillo, a menos que…

—¿Cuándo? ¿Cuándo sembrasteis la plaga?

—Hará unos mil ciento cuarenta años terrestres. Los conservadores gobernaron durante seiscientos años. Luego, la amenaza de los kzinti consiguió que recuperasen el poder los experimentalistas. En el momento que juzgué oportuno, envié a Nessus con su equipo. Si la estructura del Anillo había resistido durante mil cien años después de la caída de la cultura que se encargaba de su mantenimiento, valdría la pena investigarla. Pude enviar una misión comercial y exploradora, pero desgraciadamente…

Valavirgillin tenía el láser en el regazo y apuntaba a Luis Wu.

—… Desafortunadamente la estructura estaba dañada. Presentaba perforaciones debidas a los meteoritos y, estaba erosionada en muchos puntos hasta descubrir el scrith. Parece que ahora…

—¡Emergencia! ¡Emergencia! —dijo Luis Wu, procurando que no se le alterase la voz.

¿Cómo se las habría arreglado? Él la había visto con un tazón humeante en cada mano. ¿Era posible que se hubiera pegado la linterna láser a la espalda? En fin, por lo menos no le había disparado todavía.

—Te oigo —dijo el Inferior.

—¿Puedes desactivar los láseres con el telemando?

—Puedo hacer algo todavía mejor: conseguir que estalle y mate al que lo sostiene.

—¿No podrías limitarte a desconectarlo?

—No.

—Pues entonces, devuelve la función a la traductora, ¡nej! ¡Pronto! Probando…

La máquina repitió la última palabra en el idioma del Pueblo de la Máquina. Vala contestó enseguida:

—¿Con qué o con quién hablabas?

—Con el Inferior, el ser que nos trajo aquí. Entiendo que nadie ha intentado atacarme todavía, ¿no?

Ella titubeó antes de responder:

—En efecto.

—Entonces nuestra tregua todavía está en vigor, y yo todavía estoy reuniendo datos para tratar de salvar este mundo. ¿Te he dado algún motivo para dudar de ello?

La noche era cálida, pero Luis se sentía demasiado desnudo. El láser permaneció inactivo, y Vala preguntó:

—¿Fue la raza del Inferior quien causó la Caída de las Ciudades?

—Sí.

—Rompe la negociación —le ordenó Vala.

—Él tiene la mayoría de nuestro instrumental de recogida de datos.

Vala lo pensó otra vez, y Luis guardó silencio. A sus espaldas, dos pares de ojos relucientes les espiaban. Luis se preguntó cuánto llegarían a escuchar los chacales con sus agudos oídos, y cuánto de lo que escuchaban entenderían.

—Usadlos, pues. Pero quiero oír todo lo que diga él —dijo Vala—. Ni siquiera sé cómo es su voz. Podría tratarse de otra imaginación tuya.

—¿Lo oyes, Inferior?

—Lo oigo.

En los auriculares, Luis oía las palabras en Intermundial, pero el cajetín colgado delante de su garganta hablaba en el idioma de la raza de Valavirgillin. No estaba mal.

—He escuchado lo que prometiste a la mujer. Si consigues encontrar el modo de estabilizar esta estructura, hazlo.

—Seguro, y vosotros aprovecharéis el terreno.

—Si llegaras a estabilizar el Mundo Anillo con ayuda de mis medios, tengo derecho a exigir reconocimiento y la recompensa que quiera pedir.

Valavirgillin bufó con desprecio y reprimió una réplica. Luis se apresuró a responder:

—Tendrás el reconocimiento merecido.

—Ha sido mi gobierno, bajo mi dirección, el que ha tratado de llevar ayuda al Mundo Anillo mil cien años después de que se hiciera el daño. Vosotros seréis mis testigos.

—Lo seré, con ciertas reservas. —Luis hablaba a beneficio de Vala, y luego, volviéndose hacia ella, agregó—: Según nuestro pacto, ese objeto que tienes en las manos es de mi propiedad.

Ella le arrojó el láser, y él lo guardó aparte, al tiempo que caía sobre él el cansancio, o la sensación de alivio, o la de hambre. Faltaba tiempo.

—Cuéntanos cómo son los reactores de corrección de la posición.

—Son reactores Bussard montados sobre bridas en los muros de los bordes, a intervalos uniformes y a distancia de cinco millones de kilómetros los unos de los otros. Por tanto, deben hallarse doscientos sistemas en cada muro. Al funcionar, deben concentrar el viento solar en un radio de unos seis a ocho mil kilómetros, comprimiéndolo electromagnéticamente hasta desencadenar la fusión, y devolviéndolo en la dirección opuesta, a la manera de los cohetes, para frenar.

—Hemos visto algunos en funcionamiento. Vala dice que funcionan veintiuno, ¿verdad? —Ella asintió con la cabeza—. Lo que supone un noventa y cinco por ciento inactivos. ¡Malo!

—Muy probable. Desde la última vez que hablamos, he revisado las holografías de cuarenta alojamientos, y todos estaban vacíos. ¿Os parece que calcule cuánto empuje dan los que funcionan?

—Bien.

—Temo que no quedarán suficientes reactores montados para salvar la estructura.

—Sí…

—¿Es posible que los Ingenieros del Mundo Anillo instalaran otro sistema estabilizador independiente?

No era ésa la mentalidad de los protectores de Pak, que tendían a confiar demasiado en su capacidad de improvisación.

—No es fácil, pero seguiremos buscando. Estoy hambriento y fatigado, Inferior.

—¿Hay algo más de que hablar?

—Vigilemos los reactores de posición. Veamos cuántos funcionan y trataremos de estimar su empuje.

—Lo haré.

—Intenta establecer contacto con la ciudad flotante y diles…

—No puedo enviar ningún mensaje a través del muro, Luis. Naturalmente, puesto que estaba hecho de puro scrith.

—Pues desplaza la nave.

—No sería seguro.

—¿Y por medio de la sonda?

—La sonda orbital está demasiado lejos para emitir sobre frecuencias aleatorias. —Y con infinita reticencia, el Inferior agregó—: Puedo enviar mensajes con la segunda sonda. De todas maneras, debía enviarla al otro lado del muro para repostar.

—Sí. Que funcione como repetidor mientras pasa por encima del muro. Intenta comunicar con la ciudad flotante.

—Bastante me ha costado localizar tu traductora, Luis. He situado el módulo a casi veinticinco grados a contragiro de tu posición. ¿Por qué?

—Chmeee y yo hemos decidido dividir nuestra exploración. Yo me dirijo a la ciudad flotante. Él va encaminado hacia el Gran Océano.

No era prudente decir más.

—Chmeee no contesta a mis llamadas.

—Los kzinti no valen para esclavos. Estoy cansado, Inferior. Llámame dentro de doce horas.

Luis recogió del suelo su tazón y comió. Valavirgillin desconocía las especias. La carne y los bulbos hervidos no excitaban sus papilas gustativas, pero no le importó. Cuando el tazón quedó vacío lo lamió, aunque conservando la sensatez suficiente para no olvidar la píldora antialérgica.

Luego, se pusieron a dormir dentro del vehículo.