14. El olor de la muerte

La voz del Inferior resonó como un trueno cuando salían a la carretera:

—¡Módulo! ¡CHMEEE, LUIS! ¿DÓNDE OS ESCONDÉIS? INFERIOR LLAMANDO A MUNDO…

—¡Cállate ya, nej, maldita sea! ¡Baja el volumen, que nos estás rompiendo los tímpanos!

—¿Me oís ahora?

—Te oímos perfectamente.

Chmeee había replegado las orejas dentro de sus bolsas de pellejo. A Luis le habría gustado poder hacer lo mismo.

—Las montañas habrán bloqueado la señal.

—¿Y de qué hablabais mientras hemos estado incomunicados?

—Planeando un motín. Pero hemos votado en contra.

Hubo un breve silencio, y luego:

—Muy prudentes —dijo el Inferior—. Quiero que me digáis cómo interpretáis este holograma.

Una de las pantallas mostraba una especie de puente que sobresalía del muro limítrofe del Anillo. La imagen tenía poca nitidez y la iluminación era extraña, puesto que se había tomado en el vacío, bajo luz solar de un lado y albedo del Anillo por el lado opuesto. El puente parecía de una pieza con el propio muro, como si se hubiese levantado una porción de scrith, y servía de unión a un par de anillos o toros separados por una distancia igual a su propio diámetro. No se veía nada más, excepto la coronación del muro, por lo que resultaba imposible juzgar los tamaños relativos.

—Fue tomada por la sonda —explicó el titerote—. Como dije, he insertado la sonda en el sistema de transporte del borde. Se está acelerando hacia el contragiro.

—Sí. ¿Qué te parece, Chmeee?

—Podría ser un reactor de posición del Anillo, aunque no estaría en funcionamiento aún.

—Es posible. Hay muchas maneras de diseñar un propulsor Bussard. ¿Has detectado algún efecto magnético, Inferior?

—No, Luis. La máquina parece en régimen quiescente.

—Puesto que se halla en el vacío, no habrá sido atacada por la plaga de los superconductores. No parece dañada. Pero los mandos podrían estar en otro lugar. En la superficie. Quizá fuese posible repararlos.

—Primero tendrías que encontrarlos. ¿En el Centro de Mantenimiento?

—Sí, tal vez.

La carretera discurría por entre pantanos y roquedales. Sobrevolaron lo que parecía otra instalación química. Sin duda fueron vistos, pues se oyó el aullido de una sirena y salió un penacho de humo de lo que podía tomarse por una chimenea. Chmeee no redujo la velocidad.

No vieron más de aquellos vehículos como cajones.

Luis había observado, muy a lo lejos en medio de los pantanos, unos resplandores blanquecinos que avanzaban poco a poco entre la espesura. Eran tan lentos como la niebla que flota sobre las aguas, o como un gran transatlántico en el momento de amarrar. Ahora, lejos y hacia proa, una forma blanca se apartó de los árboles dirigiéndose hacia la carretera.

El cuello delgado de la bestia, alzándose sobre la vasta masa blanca, portaba el bloque sensorial; la mandíbula, en cambio, estaba a ras de tierra, donde actuaba como una gran pala mecánica tragando agua del pantano y vegetación, mientras el animal se desplazaba reptando sobre la musculatura de su barriga. Era más grande que el mayor de los dinosaurios.

—Bandersnatch —dijo Luis. ¿Qué estarían haciendo allí? Los bandersnatchi eran una forma nativa de Jinx.

—Más despacio, Chmeee. Quiere hablarnos.

—¿De qué?

—Tienen mucha memoria.

—Pero ¡qué van a recordar! Criaturas de los pantanos, comedoras de fango, y sin manos para construir armas. No.

—¿Por qué no? Para empezar, a lo mejor nos cuentan lo que están haciendo unos bandersnatchi en el Mundo Anillo.

—Eso no es ningún misterio. Los protectores que acumularon sus mapas en el Gran Océano los poblarían con ejemplares de las especies que juzgasen peligrosas.

Chmeee jugaba a ser el mandón, lo que no agradaba a Luis.

—¡Oye! ¿Qué te pasa? ¡Podríamos preguntar al menos!

El bandersnatch se quedó mirándoles. Chmeee gruñó:

—Evitas los enfrentamientos como un titerote de Pierson. ¡Preguntar a comedores de fango y salvajes! ¡Combatir con girasoles! El Inferior nos ha traído a esta estructura decadente en contra de nuestra voluntad, ¡y tú retrasando nuestra venganza para vértelas con unos girasoles! Dentro de un año, ¡qué les importará a los nativos del Anillo si pasó por aquí el dios Luis e hizo un alto para recoger forraje!

—Yo los salvaría, si nos fuese posible.

—No podemos hacer nada. Es a los Ingenieros de la carretera a quienes hemos de buscar. Demasiado primitivos para hacernos daño, pero lo bastante adelantados como para contestar a ciertas preguntas. Cuando veamos un vehículo aislado, descenderemos sobre él.

Después de mediodía, Luis se hizo cargo de los mandos.

El pantano se había convertido en un río que se desviaba en un arco extenso hacia el sentido del giro, abandonando su lecho original. La carretera, toscamente construida, seguía el trazado del nuevo río. Aún se distinguía el lecho original, más a babor, trazando armoniosos meandros, con ocasionales saltos o cascadas, pero todo ello completamente seco y yendo a morir en un desierto no menos árido. Aquel pantano habría sido sin duda un mar, antes de empezar a desecarse.

Luis titubeó, y luego siguió el lecho originario.

—Creo que llegamos justo a tiempo —le explicó a Chmeee—. La raza de Prill evolucionó mucho después de la desaparición de los Ingenieros. De todas las especies inteligentes que hay aquí, ellos fueron la más ambiciosa. Construyeron aquellas grandes y espléndidas ciudades. Luego, esa plaga insólita destruyó la mayor parte de su maquinaria. Ahora tenemos el Pueblo de la Máquina, que quizá sea de la misma especie. El Pueblo de la Máquina construyó esta carretera. Cuando lo hizo, el pantano estaba ya formado. Pero yo creo que se formó después de la caída del imperio de la raza de Prill.

»Por eso me dedico a buscar alguna ciudad antigua de la raza de Prill. Si tenemos suerte, quizá encontremos incluso una vieja biblioteca o una sala de cartografía.

Durante la primera expedición habían visto que las ciudades eran escasas. Esta vez llevaban horas volando sin ver nada, excepto dos veces unos grupos de chozas, y otra vez, una tormenta de arena del tamaño de un continente.

La ciudad flotante se alzaba todavía delante de ellos, de perfil, impidiendo ver detalles. Los bordes estaban ceñidos por una hilera de torres; en cambio, hacia el centro abundaban más las torres invertidas, es decir, colgantes.

El río seco daba a un mar seco. Luis siguió el trazado de la costa desde treinta kilómetros de altura. El fondo marino era extraño, y bastante plano, excepto en los puntos donde algunas islas artísticamente repartidas se elevaban como pastelillos de molde.

Chmeee exclamó:

—¡Pon el piloto automático, Luis!

—¿Qué has visto?

—Una draga.

Luis se reunió con Chmeee ante el telescopio.

La había confundido con una de las islas de mayor tamaño. Era grande y plana, en forma de disco y del color de los lodos marinos. Se veía que había estado sumergida cuando hubo agua en aquel mar. Tenía una falda en ángulo como la pala de una excavadora, y estaba encallada contra la base de la isla que ella misma había excavado del fondo.

Así era como los Ingenieros del Mundo Anillo llevaban los lodos del fondo marino hacia los tubos de recirculación. La renovación no se habría sostenido por sí misma porque los mares apenas tenían calado.

—La tubería se atascó —especuló Luis—. La draga siguió funcionando hasta que se rompió, o hasta quedarse sin propulsión… tal vez por culpa de la plaga de los superconductores. ¿Quieres que llame al Inferior?

—Sí. Que se ponga contento…

Pero el Inferior tenía noticias aún más importantes.

—Fijaos —anunció.

Hizo pasar por una de las pantallas una rápida sucesión de hologramas. Un puente destacó en perfil saliente sobre el borde de la pared, portador de un par de anillos; luego otro, visto de más lejos, y en esta imagen aparecía una de las montañas de residuos al pie del muro. Su tamaño venía a ser como la mitad de la altura del puente. Apareció un tercero, y un cuarto, en proximidad del cual se adivinaban algunas estructuras. Y un quinto.

—¡Alto! —exclamó Luis—. Vuelve atrás.

El quinto puente se inmovilizó en pantalla durante unos instantes. No revelaba ningún accidente particular. Entonces, el Inferior pasó el cuarto holograma.

Estaba un poco falto de nitidez, debido a la velocidad de la sonda. Se veían máquinas elevadoras pesadas junto a la pared, y cerca del puente; un rudimentario generador de fusión; una cabria con motor; un malacate y su gancho flotando en suspensión al lado. El cable del malacate debía de ser de una delgadez extrema, que lo hacía invisible, pensó Luis. Podía ser alambre del utilizado en las pantallas de sombra.

—¿Un equipo de mantenimiento en plena tarea? Brrrr. ¿Están montando los propulsores de posición o desmontándolos? ¿Cuántos tienen montados?

—La sonda nos lo dirá —explicó el Inferior—. Llamo vuestra atención sobre otro problema. Os recordaré aquellos anillos que rodeaban el casco de la nave espacial anillícola intacta. Supusimos que servían para generar los campos magnéticos acumuladores para los propulsores Bussard.

Chmeee estudió la pantalla.

—Todas las naves del Mundo Anillo eran del mismo diseño. Me preguntaba el porqué.

—Quizá tengas razón.

Luis terció:

—No entiendo. ¿Qué tiene que ver…?

Dos serpientes de un solo ojo le contemplaron a través de otra pantalla.

—La especie de Halrloprillalar construyó parte de un sistema de transporte que le proporcionaría espacio ilimitado que colonizar y explorar. ¿Por qué no continuaron? Con el sistema de transporte del muro, todo el Mundo Anillo quedaba a su alcance. ¿Para qué emprenderían el esfuerzo de alcanzar las estrellas?

Todo ello, en conjunto, anunciaba un panorama bastante feo. Luis no deseaba creerlo, pero encajaba demasiado bien.

—Obtenían los motores gratis. Desmontaron varios de los propulsores de corrección del Anillo, les añadieron las naves y llegaron a las estrellas. Y como no pasaba nada, en apariencia, desmontaron unos cuantos más. Me pregunto qué cantidad de propulsores llegarían a utilizar.

—Con el tiempo, la sonda nos lo dirá —dijo el titerote—, a lo que parece, aún quedan algunos motores en posición. ¿Por qué no han corregido la desviación del Mundo Anillo antes de permitir que la inestabilidad aumentase demasiado? La pregunta de Chmeee es lógica. ¿Están montando los motores otra vez, o los roban para aprovecharlos en sus naves y ofrecer una escapatoria a una minoría de la raza de Halrloprillalar?

Luis soltó una carcajada amarga.

—¡Qué os parece! Dejaron algunos propulsores en su lugar. Entonces, apareció la plaga que acabó con la mayor parte de sus máquinas. Algunos se dejaron vencer por el pánico. Tomaron todas las naves que tenían, y construyeron otras a toda prisa, y desmontaron la mayor parte de los propulsores de posición para hacerlo. Todavía están en eso. Han decidido abandonar el Mundo Anillo a su destino.

Chmeee comentó:

—¡Locos! Se han condenado a sí mismos.

—Me pregunto si eso será cierto.

—Es la mera posibilidad lo que me parece más ominoso —dijo el titerote—. ¿No habrían acarreado tanta parte de su civilización como pudieran transportar? Indudablemente, habrían utilizado las máquinas transmutadoras.

Cosa extraña, esta vez Luis no tuvo deseos de burlarse, pero, ¿qué se podía contestar a aquello?

Fue el kzin quien halló la respuesta.

—Debieron de llevarse todo cuanto pudieron. Y acercarlo hacia la zona de los espaciopuertos. Todo cerca del muro, donde podían disponer del sistema transportador del borde. Hemos de buscar tierra adentro, y hemos de encontrar el Centro de Mantenimiento. Los de la raza de Prill que se encontrasen allí tratarían de salvar el Mundo Anillo, no de abandonarlo.

—Quizá.

—Nos convendría saber cuándo empezó a comerse sus superconductores la plaga —dijo Luis.

Si creyó que el titerote acusaría el golpe, se equivocaba. El Inferior dijo:

—Es probable que lo averigüéis antes que yo.

—Yo pensé que ya lo sabías.

—Llamadme si descubrís alguna cosa.

Y las cabezas de ofidio desaparecieron.

Chmeee estaba mirándole con aire de sorpresa, pero no dijo nada.

Luis retornó a los mandos de vuelo.

La divisoria era una sombra inmensa que venía por el sentido del giro, cuando Chmeee avistó la ciudad. Habían volado siguiendo un lecho fluvial cegado por la arena, a babor del lago seco. Allí el lecho se dividía en dos y la ciudad estaba situada en la confluencia.

La raza de Prill construía en grande aun cuando no hubiese ninguna necesidad de ello. Aquélla no había sido una ciudad muy extensa, pero sí grandiosa, hasta que los edificios flotantes cayeron, abatiéndose sobre las estructuras más pequeñas situadas debajo. Una torre esbelta se mantenía en pie, pero inclinada: se había clavado como una lanza en las capas inferiores.

Por babor venía una carretera, siguiendo uno de los brazos del río seco, y cruzaba luego un puente de una construcción tan pesada que sólo podía ser debida al Pueblo de la Máquina. La raza de Halrloprillalar habría usado materiales más resistentes o le habría dado una estructura flotante.

Chmeee dijo:

—Habrán saqueado la ciudad.

—Supongo que sí, puesto que alguien se molestó en construir una carretera hasta el lugar del saqueo. ¿Por qué no bajamos, de todos modos?

—¿Curiosidad simiesca?

—Tal vez. Bastaría con describir un círculo alrededor para echar una ojeada.

Chmeee frenó el módulo con brusquedad, pasando casi enseguida a la caída libre. Tenía el pelo crecido, en forma de reluciente y decorativo abrigo color naranja, que era un recordatorio de la nueva juventud de Chmeee. Aquella segunda adolescencia no mejoraba su carácter. Cuatro guerras kzin-humanidad, más unos cuantos «incidentes»… Luis prefirió guardar silencio.

El módulo frenó y Luis esperó a dejar de sentirse aplastado por un peso tremendo para ponerse a ajustar las tomavistas exteriores. Enseguida se dio cuenta de lo que ocurría.

Un vehículo en forma de cajón estaba detenido a un lado de la torre inclinada. Tendría capacidad para una docena de pasajeros. Por su tamaño, el motor, situado en la parte trasera, habría bastado para elevar un vehículo espacial… pero aquella gente eran unos primitivos. Quién sabe lo que usarían para propulsar el vehículo. Lo señaló con el dedo y dijo:

—Quedamos en que bajaríamos cuando viéramos un vehículo aislado, ¿no?

—Cierto.

Chmeee aterrizó y mientras lo hacía, Luis se dedicó a estudiar la situación.

La torre se había clavado en un edificio más bien cúbico; atravesó el techo y tres plantas, y hasta posiblemente un sótano. La carcasa del edificio atravesado mantenía en pie la torre. De dos ventanas de ésta brotaban, a intervalos irregulares, nubecillas blancas de vapor o de humo. Delante de la entrada principal del edificio cúbico bailaban unas figuras humanas de piel clara… bailaban, o hacían carreras… y dos de ellas descansaban boca arriba en el suelo, aunque en posturas bastante incómodas…

Justo cuando un muro, el único que restaba en pie de un edificio derrumbado, se interpuso entre la escena y la visual de Luis, éste lo comprendió todo con claridad. Los de piel blanca intentaban llegar a la entrada cruzando una calle cubierta de cascotes, y desde la torre, alguien disparaba contra ellos.

Parecía lógico.

—¿Sabes algo sobre armas lanzaderas de proyectiles?

—Si admitimos que utilizan propelentes químicos, un arma portátil no penetra la coraza de impacto. Entraremos en la torre con los cinturones de vuelo. Lleva pistola de rayos paralizantes. No conviene que matemos a nuestros futuros aliados.

Cuando salieron era noche cerrada, y el cielo estaba encapotado, pero aún así clareaba el albedo del Arco y la ciudad flotante era un puñado de luminarias más apiñadas a babor. No tenían pérdida.

Luis Wu no se sentía cómodo. La coraza de impacto era demasiado rígida; el casco le tapaba la mayor parte del rostro. Los correajes del cinturón de vuelo, aunque acolchados, le dificultaban la respiración, e iba con los pies colgando. Pero, puesto que de todos modos nunca más volvería a sentirse como durante la hora de adicción al cable, se resignó. Al menos podía considerarse relativamente seguro.

Estaba flotando en el cielo y usaba unos binoculares con intensificador de luz.

Los atacantes no parecían demasiado temibles. Iban casi desnudos y no portaban armas. Tenían el pelo plateado y la piel muy blanca; eran esbeltos y bien parecidos. Incluso los hombres resultaban de caras lampiñas y de miembros más gráciles que robustos.

Se mantenían a cubierto en las zonas oscuras o detrás de las ruinas de los edificios derrumbados; sólo de vez en cuando, uno o dos se atrevían a salir corriendo en zigzag hacia el gran portal. Luis contó a veinte, once de ellos mujeres. Otros cinco yacían muertos en medio de la calle. Era posible que algunos hubiesen logrado entrar en el edificio.

Los defensores ya no disparaban. Quizá se habían quedado sin municiones. Usaban dos ventanas de la cara de la torre que quedaba mirando hacia abajo, a unos seis pisos de altura. Todas las ventanas de la torre estaban rotas.

Se acercó al voluminoso bulto flotante que era Chmeee:

—Pasemos al otro lado, con las luces a baja intensidad y la apertura al máximo. Entraré yo primero, porque soy humano, ¿entendido?

—Entendido —dijo Chmeee.

Los cinturones se elevaban por la repulsión frente al scrith, lo mismo que el módulo, y llevaban además unos pequeños propulsores a la espalda, para el desplazamiento horizontal. Luis voló alrededor del edificio, volviéndose para ver si Chmeee le seguía, y entró flotando por una de las ventanas, confiando en no haberse equivocado de piso.

Éste constaba de un solo recinto, y estaba abandonado. El olor le cosquilleó la nariz y tuvo ganas de estornudar. Había muebles de tela, semipodridos, y una larga mesa de cristal hecha añicos. Al fondo de la pendiente debida a la inclinación del suelo, un bulto informe resultó ser una mochila con sus correajes para los hombros. Habían pasado por allí. Y el olor…

—Cordita —dijo Chmeee—. Propelentes químicos. Si disparan contra nosotros, cúbrete los ojos con la visera.

Se acercó a una puerta, y tras tomar apoyo en una pared, la forzó sin mayor dificultad. Eran unos lavabos y tampoco había nadie.

Otra puerta más grande colgaba de sus goznes debido a la inclinación. Con la paralizadora en una mano y el láser en la otra, Luis se acercó, excitado por la proximidad del peligro.

Al otro lado de la puerta de madera ricamente tallada, una gran escalera de caracol descendía hacia la oscuridad. Luis alumbró hasta donde la espiral del pasamanos y la base del edificio se hundían en un caos de ruinas. La luz reveló un arma provista de culata y para uso a dos manos, una caja de la que se derramaban numerosos pequeños cilindros dorados; un poco más abajo, otra arma, así como una guerrera con tirantes y otras prendas esparcidas por los escalones. Al fondo, una forma humana acurrucada. Era un hombre desnudo, más musculoso y de piel más oscura que los atacantes.

La excitación se le hacía a Luis casi incontenible. ¿Sería, pues, aquello lo que había estado buscando? No el contactor ni la corriente, sino el peligro de la vida para demostrarse su valía. Luis ajustó el cinturón flotador y saltó por encima de la barandilla.

Cayó poco a poco. Lo único humano que se veía en la escalera eran los objetos abandonados: ropas anónimas, armas, botas, otra mochila. Luis siguió bajando hasta que creyó haber llegado al piso que buscaba. Mediante un rápido reajuste de su cinturón, pasó al vuelo una puerta en busca de un olor radicalmente distinto del que Chmeee había llamado cordita.

Estaba fuera de la torre y le faltó poco para estrellarse contra una pared, ya que todavía se hallaba dentro del edificio cuadrado y hundido por la caída del otro. Había perdido la lámpara láser; aumentó la ganancia de sus binoculares intensificadores de luz y se volvió hacia la derecha, donde se divisaba claridad.

Cerca de la entrada principal yacía una mujer, muerta: era una de las atacantes. Un charco de sangre se había formado alrededor de la herida que tenía en el pecho, causada por un proyectil. Luis sintió una gran tristeza al verla…, y al mismo tiempo un deseo impaciente, al que reaccionó pasando al vuelo sobre ella y saliendo al exterior.

El albedo del Arco, aumentado por el intensificador, resplandecía incluso a través de la capa de nubes. Encontró a los atacantes, y a los defensores también. Unos y otros habían formado parejas, cuerpos pálidos y esbeltos con otros más oscuros y que a lo mejor aún llevaban puesta alguna prenda, una bota, una gorra o una camisa desabrochada. Copulaban con tanta furia que no hicieron caso del hombre volante.

Pero una de las mujeres no tenía pareja. Cuando Luis detuvo su vuelo, ella alzó el brazo y le agarró por el tobillo, sin insistencia y sin temor. Tenía el cabello plateado y era muy blanca, y las finas facciones de su cara eran de una belleza indescriptible.

Luis desconectó el cinturón de vuelo y se dejó caer al lado de ella, para tomarla en sus brazos. Las manos de la mujer se pasearon, interrogantes, sobre sus extrañas vestiduras. Luis dejó caer la paralizadora, se quitó el chaleco y el cinturón de vuelo, la coraza de impacto, el mono, con los dedos entorpecidos por la precipitación. La poseyó sin contemplaciones. Su ardor pudo más que cualquier consideración para con ella, pero la impaciencia de ella era por lo menos igual que la suya.

No se daba cuenta de nada, excepto de él mismo y de aquella mujer. Por supuesto, no advirtió que Chmeee estaba junto a ellos, y sólo tuvo tiempo para un breve sobresalto cuando el kzin machacó la cabeza de su nueva amante con su láser. Luego, la garra peluda del alienígena se hundió en la melena plateada y tiró de ella hacia atrás, forzándola a apartar sus colmillos de la garganta de Luis Wu.